lunes, 18 de julio de 2022

Pasto de las llamas


 Pues no, aunque os parezca extraño, hoy no voy a hablar de mi corazón, de mis emociones ni de mi realidad. No voy a tratar de encontrar las metáforas más acertadas y las analogías perfectas para jugar de forma ingeniosa con el fuego, los incendios y mi corazón. Este ha sufrido quemaduras de tercer grado y está bastante calcinado, por lo que voy a dejarlo en la UCI para ver si se recupera, y hoy, voy a hablaros de algo que me tiene sobrecogido y no lo he descubierto en los labios de una mujer, sino en los campos, las sierras y los bosques de mi tierra. 

Como canta Nino rota en este precioso tema siciliano que utilicé no hace mucho para referirme a lo que me despertaba en el interior del pecho alguien terriblemente especial que se instaló en mi alma,"Brucia la terra mia, e abbrucia lu me cori"(arde mi tierra y arde mi corazón). Y es que mi tierra está ardiendo y son ya miles y miles de hectáreas las que se han consumido devoradas por el fuego.

Esta ola de calor que estamos atravesando ha traído en la faltriquera un ramillete de incendios que se están llevando por delante no solo gran parte de nuestras reservas naturales, para desgracia de nuestros pulmones necesitados de oxígeno, sino también campos de cultivo, empobreciendo a los agricultores que depositaron en ellos sus esperanzas y sus sueños, centenares de cabezas de ganado, zonas de ocio y esparcimiento como las destinadas a campamentos infantiles, docenas de  colmenas, viviendas, edificios públicos y también vidas humanas. Por no hablar de cómo las diversas especies animales que habitan nuestro ecosistema ven desaparecer su hábitat natural y tratan de subsistir lejos de sus territorios naturales. Y las toneladas de madera que podrían haberse utilizado con fines muy diversos, pero siempre controlando la tala con cuidado exquisito para no deforestar esta España nuestra.

En muchas ocasiones estos incendios nacen de la acción de los rayos, de las tormentas eléctricas, de las temidas tormentas secas, y de la inevitable fuerza destructora de la propia naturaleza, pero en no pocas son fuegos provocados por la irresponsabilidad humana, por su dejadez, su falta de conciencia y también en algunos casos por su avaricia o por su afán de notoriedad. Hay personas que en su enfermedad y en su sinrazón, disfrutan provocando incendios que arruinarán no solo a sus vecinos, sino también a todos los que disfrutamos del senderismo, de la naturaleza, de lo hermoso de lo que nuestros ancestros colonizaron y habitaron y de lo que la generosidad y la variedad de la orografía española nos ofrece.

No estoy libre de pecado, también he sido imprudente y bastante estúpido. El año pasado durante otra ola de calor un conductor detenido delante de mi en un semáforo se apeo del vehículo, y se acercó hasta mi para reprocharme que hubiera tirado por la ventanilla la colilla del pitillo que me acababa de fumar, y aunque avergonzado traté de excusarme diciendo que la había arrojado al lado del asfalto donde no había ningún peligro, no le faltó razón al desmontar mi pobre argumento diciendo que un golpe de aire la llevaría en cuestión de segundos hasta el lado de la calzada que lindaba con las tierras que flanquean la urbanización donde resido, y que de generarse un incendio podría lamentarme mucho más por las posibles desgracias aparejadas a mi imprudencia, que por aquel merecido rapapolvo educativo. No he vuelto a arrojar una colilla. Aprendí la lección.

Tengo la inmensa fortuna de conocer bien a trabajadores del servicio de extinción de incendios forestales de la Junta de Castilla y León, y me consta su esfuerzo y su sacrificio constante, con continuas guardias y agotadoras jornadas laborales, para atender y controlar, o tratar al menos de identificar lo antes posible la aparición de un fuego que pueda propagarse en el espacio que ellos supervisan. Y junto a los hombres y mujeres que no escatiman recursos materiales y humanos para sofocar las llamas en primera línea, aún a riesgo de sus vidas, también están aquellas mujeres y aquellos hombres que desde sus puestos en los centros base organizan la logística y el control de cada intervención, ocupándose con tesón y acierto de calibrar las situaciones, organizar los equipos físicos y humanos, preparar la intendencia y el avituallamiento,  e incluso gestionar los alojamientos para brigadistas y desplazados, en caso de haberlos.  Todo este personal cualificado, muy preparado y muy involucrado con su labor, sacrifican sus vacaciones y soportan el calor asfixiante y el agotamiento físico y mental de estas estresantes situaciones en post de la seguridad y el disfrute de cuantos residen en mi comunidad o la visitan.

Esta noche ha fallecido un brigadista a quien el fuego rodeó y atrapó cuando se encontraba intentando aplacar la ira de  las llamas con su motobomba. Sea este texto mi sentido homenaje y mi reconocimiento y agradecimiento tanto a él, como a cuantos han sentido esta vocación de velar por su tierra, por  sus vecinos y por sus bienes.

Cruzo los deditos para que no tengamos que lamentar más vidas ni más perdidas, sean del tipo que sean, y para que las hadas que habitan las llamas y que planean sobre incandescentes  pavesas, se apiaden de la fragilidad de un planeta que clama al cielo pidiendo una tregua.

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