Hoy me pide la sociedad que recuerde a mi padre porque el 19 de marzo es su día. Pero yo lo recuerdo a diario, y a diario desde que falleció hace ya casi siete años, le digo lo que no supe decirle en vida: que le quiero mucho, que siento no haber estado a la altura de su educación, de su ejemplo y de sus valores y que trataré de conducirme según lo que se empeñó en inculcarme.
En esta foto mi padre camina por el puerto de una población costera con mis dos hermanos mayores y conmigo (yo soy el elemento peligroso armado con una escopeta que toma posiciones desde su puesto de tirador instalado en una sillita de paseo). Con el tiempo mi madre y él sumaron dos nuevos elementos al clan familiar y llegaron mis hermanas Alejandra y Silvia para cerrar el círculo.
La vida pasa, muy despacio unas veces y demasiado rápido otras, pero hay cosas que siempre nos acompañarán y de alguna manera formarán parte de nosotros. Y entre esas cosas y en un lugar de honor, están nuestros seres queridos.
Mi padre nos enseñó la importancia del respeto, de comportarse con dignidad, de la palabra empeñada y de la cultura como signo de distinción. Mi padre trató de darnos la mejor educación y todos los medios para que encauzásemos nuestras vidas y llegásemos a ser personas válidas y autosuficientes, capaces de afrontar todo lo que viniera unidos por ese importante vínculo de la sangre, vulgarmente conocido como familia.
No era mi mejor amigo, ni se obcecó en serlo. Era mi padre y siempre se comportó como tal, como maestro, guía, consejero, educador y figura de autoridad, pero también como cariñoso e inseparable compañero en esta aventura existencial a la que me trajo un verano de hace ya bastantes añitos.
Me enseñó que todo está en los libros y me regaló el placer de la lectura y me descubrió la magia de la escritura. Siempre me apoyó en mi afán literario y me animó en mis aprendizaje como escritor. Él fue un lector insaciable y una pluma muy acertada.
Quizás el día que mejor pude intuir que se sentía orgulloso de mí, fue el de la presentación de mi primer libro ante las autoridades, la prensa, la familia y los amigos y lectores que se acercaron al lugar de la presentación abarrotando el espacio y aplaudiendo mis relatos.
Como misión principal en esta segunda oportunidad que se me concedió unos pocos meses antes de que mi padre nos dejase, quiero llegar a ser por lo menos la mitad de buena persona, de profesional, de íntegro y de culto que fue mi padre. Y para ello me agarro a su recuerdo y a su ejemplo.
Durante mucho tiempo he sentido que de alguna manera colaboré con su muerte, pues al sufrir de aneurismas de aorta y estar operado de ellas en varias ocasiones, no podía llevarse sobresaltos ni sustos o preocupaciones excesivas, y yo me estrellé con la moto una noche primaveral y permanecí en coma una semana, en la que a diario los médicos de la UCI le decían que seguramente no despertase o que de hacerlo, dada la gravedad de mi lesión cerebral, lo haría en pésimas condiciones. Pero desperté y allí estuvo él. Mis últimos recuerdos con mi padre, me llevan a días duros en los que volvió a aprender a caminar conmigo, a enseñarme a que tirar la toalla nunca es una opción y a alegrarse con mis triunfos cotidianos. El día que falleció desayuné con él, ya que para que me diera tiempo a acudir a mis sesiones de recuperación neuronal en el hospital, me preparó el desayuno. Yo me fui al centro médico y él se sentó a trabajar en su despacho, pues fue un formidable abogado que mantuvo su cabeza a pleno rendimiento hasta el último momento y la muerte lo visitó trabajando, permitiéndolo despedirse de mi madre y morir en sus brazos. Cuando regresé de mi recuperación, encontré el coche fúnebre en la puerta de casa y el cadáver de mi padre en su despacho, acompañado por mi madre que no ha dejado de llorarle desde entonces.
Hoy es el día del padre. Como ayer, como mañana y como todos los días del resto de mis vidas.
Siempre será el faro que alumbre mi camino. Su luz me protegerá de naufragios inconscientes, puesto que como capitán, sigo dejando mucho que desear.
3 comentarios:
Qué sentido lo qie cuentas de tu padre y de ti mismo. Me hiciste emocionar...
SEguro que tu padre esté donde esté está velando por su niño rubito con escopeta....que dispara palabras en vez de balas.
Sin duda, de lo mejor de nuestra vida. Tenemos mucha suerte. Abrazos
Celia, quizás te emocioné porque no sé escribir sobre mi padre sin emocionarme y eso se contagia. Él me enseñó a escoger la munición más adecuada para cargar mi escopeta. Sé que sigue velando por mí, como siempre.
Mary, sin duda ha sido de lo mejor que he encontrado a lo largo de mis vidas y he sido muy afortunado por haberlo podido disfrutar.
Abrazos para ambas.
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