Laertes comprueba que ha cerrado bien la puerta de la casa de Jezabel y no puede evitar que le vengan a la cabeza recuerdos de otros tiempos más agradables, más felices y desde luego mucho más amables. Pero esta noche no ha venido a descorchar botellas ni a hacer el amor. Esta noche ha venido a matarla.
De alguna manera ella siempre supo con quien se jugaba los cuartos. Aunque no hiciera falta explicarle cual era su verdadero oficio, dos y dos son cuatro de toda la vida y Jezabel sabía sumar perfectamente.
Al principio de aquella relación tan animal y tan diferente, a ella le hizo gracia creer que su nuevo capricho, su nuevo juguete, su nueva víctima, era guardaespaldas de personalidades y autoridades políticas con permiso para portar armas, horarios intempestivos, desapariciones ocasionales sin dejar rastro y exageradas medidas de seguridad y de discreción en todos sus actos y movimientos. No le importó en absoluto que durante días, tal vez semanas, Laertes no atendiera el teléfono ni diera señales de vida, porque luego regresaba con flores, regalos y varios ceros más en la cifra de su cuenta corriente.
Ella ocupaba esas ausencias con otros hombres, otros caprichos y otros vicios, pues de todo lo anteriormente citado tenía en abundancia. Pero cometió el único error que Laertes no podía perdonarle. Jezabel intentó chantajearlo al revolver entre sus pertenencias tras haberlo drogado con una de esas drogas sintéticas que anulan la voluntad, y que el asesino profesional más cualificado de España no esperaba ingerir disuelta en la copa de vino, que la que pensaba era su chica le ofreció antes de llevárselo a la cama y hacerle el amor como solo ella sabía. Al registrar su ropa, cuidadosamente doblada y colocada en una silla junto a al cama, encontró una unidad USB en la que Laertes guardaba la grabación extraída del teléfono de su última víctima y en la que se veía como el rubio asesino de bigote bicolor eliminaba uno a uno a todos los guardaespaldas del finado. Tras introducirla en el ordenador y asistir boquiabierta a aquel alarde de eficacia y sangre fría, la hermosa morenita de rasgos duros y lujuria tan insaciable como sus ansias de riqueza, sintió por un lado una excitación fuera de lo normal y por otro, que podía extorsionarlo para asegurarse un futuro sin volver a servir copas tras la barra de un bar. Hizo una copia y la almacenó en la memoria de su disco duro. Craso error.
Esta mañana Laertes despertó mareado y revuelto, sabedor de que algo extraño había sucedido. No le costó atar cabos. Fingió dejarse engatusar por Jezabel para echar un polvo glorioso y después de pegarse una ducha y vestirse, rechazó el café que le ofreció la erótica chantajista y se despidió de ella arguyendo que el deber lo reclamaba y que la llamaría en un par de días, tres a lo sumo.
Jezabel no tardó más de dos horas en enviarle un wasap pidiendo que la llamase en cuanto pudiera, pues tenía que contarle algo de vital transcendencia. Tras colgar el teléfono después de atender su requerimiento y escuchar sus condiciones, Laertes comenzó a diseñar el crimen. Echaría de menos aquellas adorables caderas y aquella complaciente boca, pero bueno...el mar por el que acostumbra a navegar sufre superpoblación de peces y no le costará demasiado encontrar sustituta.
Entra en el dormitorio de Jezabel y la encuentra dormida, desnuda y abrazada a la que supone es su nueva víctima, un maduro caballero, atractivo aun, cuyo traje italiano que evidencia un nada desdeñable poder adquisitivo lo espera perfectamente estirado en el galán de noche ubicado junto a la cama, al lado de donde también puede ver una botella vacía del mejor vino de la Ribera del Duero. Seguramente el exceso de alcohol y el desahogo carnal lo harán dormir como un bebé y no se enterará de absolutamente nada. Por un segundo duda si matarlo o si dejarle el marrón de explicarle a la policía porqué ha amanecido junto a un cadáver con restos de su semen en la vagina, la boca y el interior del ano. Se decanta por la segunda opción. Seguramente este señor podrá pagarse un buen abogado y se lo pensará dos veces la próxima vez antes de dejarse llevar por sus bajas pasiones.
Opta por la 9mm con silenciador y Jezabel recibe un único, efectivo y preciso balazo en el cráneo, mortal de necesidad.
Antes de abandonar la vivienda con sigilo Laertes accede al ordenador de la difunta con la clave que ella misma le dio en su día con una excusa peregrina, para que pudiera realizarle una transferencia bancaria. Comprueba que no se ha hecho ninguna copia del video de marras y procede a borrar la memoria del disco duro.
Al doblar la esquina de la céntrica calle vallisoletana donde se encuentra el edificio en el que tanto placer compartió en los últimos tres meses, escucha los primeros alaridos del caballero seducido por su ex que ha debido despertarse empapado por la sangre de Jezabel y se desgañita pidiendo auxilio. Mucho antes de que lleguen los primeros sanitarios y la primera unidad de la Policía Nacional, Laertes llega a su domicilio y se pone a salvo.
Desde luego la burundanga es un invento de demonio.
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