Por favor, que alguien me lo explique.
Ya comienzo a peinar alguna cana, si bien es cierto que al ser tan rubio pasan desapercibidas, e incluso me dan un toque más nórdico. Pero que cojones...lo cierto es que ya tengo cuarenta y seis primaveras y hace tiempo que abandoné el rol de eterno adolescente con complejo de Peter Pan para cambiarlo por el de madurito inconformista, simpático y con inquietudes.
Llevo en esto del amor desde los catorce años, cuando besé a la primera chica y descubrí lo increíble de lo que me revolvía el alma y me llevaba a un estado emocional y sicológico absolutamente desconocido hasta entonces. Y para que hablar de lo físico...
De repente abandoné a don Emilio Salgari, Verne, Dumas y a Mark Twain y me entregué a lecturas donde sus protagonistas incorporaban al concepto aventura una nueva connotación, como es el caso de Isabel Allende o de inmortales como Shakespeare. Había descubierto el amor. Abandoné la costumbre de escribir cuentos donde valientes y esforzados guerreros se enfrentaban a toda clase de peligros y comencé a escribir mis primeros versos románticos y mis primeros textos donde las palabras corazón y beso se adueñaron de la esencia de lo escrito.
Aquellos primeros labios fueron la antesala de mil y una noches sin dormir, de cientos de cartas de amor y de infinidad de ramos de flores. Creí haberme enamorado hasta las trancas de todas y cada una de las chicas que me dijeron "ojos azules tienes" y morí por amor y resucité docenas y docenas de veces. Y me fui haciendo mayor. Por desgracia no tardé demasiado en descubrir la cara oculta de esta redonda luna que agitaba mis mareas emocionales y pronto me enseñaron lo que era la infidelidad y cuanto podía doler. Lloré al pensar que todo aquello no era más que una impresionante mentira y me desesperé al no entender que alguien que te juraba amor eterno, fuera capaz de besar al día siguiente a un chico con el culo más duro, los músculos más trabajados y la moto más grande. Y presa de la rabia comencé a jugar al mismo juego aprovechándome de mi habilidad para el cortejo mediante las firmas y las dedicatorias en las carpetas de las niñas del colegio de enfrente primero, y de los SMS y los wasaps años más tarde. Lo mío era escribir el amor más que investigarlo y aprender a llevarlo a cabo. Pero aquello de la traición y la mentira no era mi estilo, y tan solo me llevó al desastre.
Amé y fui amado y traicioné y fui traicionado. Encontré en mi camino a todo tipo de mujeres llegando incluso a desposarme con una de las que mejor me vendieron la mentira y con más acierto me clavó el estoque. Y un así y todo no conseguí aprender ni interiorizar la realidad de esto del amor.
Soy de naturaleza enamoradiza. Esa frase la he repetido en centenares de ocasiones, pero creo que si hubiera sustituido "enamoradiza" por "enfermiza", la verdad de la sentencia no hubiera disminuido. he tenido la inmensa fortuna de haber creído amar a muchas y muy diferentes mujeres, la inmensa mayoría de ellas maravillosas. También a algunos ángeles negros camuflados de embusteros seres de luz. Y ahora descubro que me acostumbré a llamar amor a aquello que no era más que atracción y cariño, empatía, amistad y deseo.
Todas las canciones de amor hablaban de mi. Todas las películas y novelas "rosas" contaban mi historia y todos los versos de los más grandes poetas los firmé yo. Nunca he sido Brad Pitt, pero siempre he tenido mi público y he encadenado una relación sentimental tras otra. Prefiero un millón de veces hacer el amor que follar, follar es solo gimnasia y soy más de un buen libro o de una partida de mus que de correr en chándal.
Y el dolor más grande de todos los sufridos por este importante y herido músculo rojo cuya principal labor es la de bombear sangre, llegó muchos años después de haberme embarcado en esta aventura, al escuchar de la única mujer que lo único que ha querido de mi es a mi, que no se sentía realmente amada. Que no consideraba que yo estuviese enamorado de ella.
No puedo escudarme en los desengaños y las traiciones, no puedo ocultarme tras las malas experiencias. No debo justificarme con argumentos facilones. No he sabido hacerlo. Me creía un hombre ducho en la materia y experto en las artes amatorias, pero no solo no he estado a la altura de su amor y de su entrega, tampoco lo he estado a la de lo hermoso de lo que siento por ella y no lo he sabido dar forma. Pero las cosas nunca pasan porque sí, pasan porque tienen que pasar. Así que me quedo con el aprendizaje y me conjuro en silencio para que cuando el tiempo y los hados lo consideran oportuno, sepa expresar mis sentimientos con la energía necesaria y no solo con palabras bonitas, besos mecánicos y movimientos de cadera.
La vida me ha enseñado que de todo debemos aprender y que lo importante es corregir los errores del pasado y no volver a repetirlos.
Y en ello estoy. Sigo creyendo en el amor, pese a todo.
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