jueves, 18 de abril de 2019

Más allá del pilón

A tan solo doscientos metros del hermoso y  antiguo lugar de encuentro y trabajo de las mujeres del más pequeño de los pueblos vallisoletanos, se encuentra un refugio con siete habitaciones con baño propio, terraza, pantalla de plasma, cama con dosel y minibar.
Al subir las escaleras que te conducen a través del jardín hasta la puerta de entrada del hotel rural donde las almas cansadas y los corazones rotos pueden sentarse a tomar un café con leche, acompañado de unas deliciosas pastas caseras, la propietaria sale a tu encuentro. Propietaria, directora, relaciones públicas, administrativa, recepcionista cocinera, auxiliar de cocina, camarera, empleada de limpieza, jardinera y amable anfitriona.
Esta menuda y vigorosa leonesa afincada en tierra vallisoletana construyó con esfuerzo, paciencia y sacrificio el perfecto lugar para escaparte a disfrutar de los pequeños placeres de la vida que la sociedad actual desprecia. Sentarse en la terraza de tu habitación con una copa de vino a escuchar el canto de los pájaros que parecen contratados por la dirección para interpretar en directo la banda sonora del necesario retiro espiritual y a pensar porqué coño el amor real no es como el de las películas, no tiene precio. Cómo tampoco lo tiene descubrir que cuando una puerta se cierra, se abre una ventana y que las cosas nunca pasan porque sí, sino porque tienen que pasar.
Decides renunciar a la idea de encerrarte en soledad y descubres un sorprendente e inesperado encanto en lo natural, en lo arcaico; en lo sincero de la charla con una mujer que al igual que tu, decidió sacrificar caprichos y apegos materiales en pos de un enriquecimiento personal que no cotiza en bolsa, no se acepta como aval crediticio ni se cuantifica en moneda de curso legal.
Piensas en las veces que la angustia de la realidad  te ha llevado a desesperar y a pedir que se parase el mundo, que te bajabas y, descubres que simplemente, tenías que haber comprado el billete adecuado; el que te lleva a la estación donde los viajeros esperan pacientes con una sonrisa en la boca y dispuestos a prestarte un mapa donde te señalan lo que no debes perderte, todos y cada uno de los monumentos y museos y, aquello que es visita obligada para conseguir ser feliz.
Decidida a saborear una dosis de esa ansiada felicidad en el café de puchero que suma su aroma al del fuego de la chimenea, te relajas y sonríes cuando la artífice de aquel remanso de paz, pone en el tocadiscos uno de tus vinilos favoritos.
Y tarareas en voz baja, en francés. El idioma de Alejandro Dumas y de Víctor Hugo, fue el regalo más útil que te hicieron las monjas del colegio donde perdiste la inocencia y descubriste que puedes ser una mujer de mundo vivas donde vivas. Y con  perfecto acento parisino aunque hayas nacido en Zaragoza y criado en la montaña leonesa.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

No hay nada más placentero q sentarse en una silla o donde sea a contemplar y disfrutar la tranquilidad y el silencio de la naturaleza, verde o seca, ...eso no tiene precio.
Besitos
Zeroide

lacantudo dijo...

Querida Zeroide,
he tenido problemas con el blog y desde hacia meses no me llegaban comentarios. Al investigar me he encontrado con docenas de ellos escritos en algo parecido a japonés, obviamente spam o un v irus y entre tanta basura, aparecieron los tuyos a diferentes entradas, entre ellos este al que te contesto.
En uno me decías que andabas por mi tierra y no veas la rabia que me ha dado no haberlo visto a tiempo. Promete que volverás y me avisarás con tiempo. Mi tlf es el 656551426, llama o escribe y lo cuadramos.
Jooooooooo...que faena.
Pero ya está solucionado.
Aquí te espero.