jueves, 7 de febrero de 2019

Se acerca el invierno

Y me encontrará en lo alto del muro junto a la guardia de la noche, dispuesto a cruzar la espada con el cada vez más numeroso ejército salvaje y con cuanto caminante blanco pretenda acabar con mi reino.
Me educaron para la paz y me transmitieron unos valores que por desgracia la sociedad ha condenado al olvido. Y eso ha convertido la vida de mi pueblo en una auténtica locura donde el "todo vale" y el "sálvese quien pueda" prima por encima de todo.
Mi padre fue un hombre sabio que no necesitó posicionarse con ninguna casa y que me enseñó la importancia de los libros, del saber y de la cultura para convertirme en una persona digna de ser llamada así. Me invitó a viajar, a conocer mundo, a comparar y a aprender de otras culturas y otras civilizaciones. Y lo hice. Por lo que formé con experiencias mi criterio y me reafirmé en lo mucho que me gusta mi tierra y en lo increíblemente especial que es mi pueblo, capaz de las mayores hazañas y de los mejores gestos, pero también de las más atroces crueldades y de las mayores felonías.
Nací con la democracia, en un país regido por una monarquía parlamentaria donde los ciudadanos podían elegir a aquellos que condujeran la nave por el mar angosto. Y ahora, por primera vez en mucho tiempo, siento vergüenza de en lo que se ha convertido el legado de mis mayores. Aquel que intrigó y maniobró para arrebatar el trono de hierro a su legítimo ocupante, ha decidido poner en venta el país y se ha sometido a las exigencias de aquellos que no dudarán en defecar sobre las tumbas de quienes con su sangre construyeron este reino.
Puede que ya no seamos una "unidad de destino en lo universal", como dijo aquel, pero lo que está más que claro es que seguimos siendo un crisol de culturas y bebemos de la herencia de todos los pueblos que se asentaron en esta piel de toro.
Se me enseñó el respeto como el fundamental de los valores y por él me rijo. Respeto todas las creencias, todas las ideas políticas y todas las condiciones sociales y sexuales. Jamás he querido imponer mi verdad ni he creído que fuera absoluta. Me presto al diálogo y a atender argumentos sólidos que puedan hacerme cambiar de idea si se me demuestra estar equivocado.
Y aunque sé que seguramente este texto me pueda costar la amistad y el cariño de muchos de mis seres cercanos, a los cuarenta y cuatro años he decidido posicionarme y poner mi hoja al servicio de una casa, que representa mis ideales y los valores que creo son necesarios para conducirnos con exactitud.
Obviamente en esta casa también hay ladrones, corruptos y mercachifles, traidores y desleales, pero cada vez son menos y muchos de ellos ya han sido apresados, juzgados y encerrados en prisión, donde pagarán sus culpas.
En todas las casas hay miembros que merecen el ostracismo o la cicuta y que dañan el buen nombre de quienes se unieron en pos de un futuro mejor, pero eso no justifica tratar de imponer los erróneo con asquerosos juegos de tronos.
Hay otras casas que convencen al pueblo levantando sus mesnadas con discursos demagogos y fáciles, con promesas imposibles o con pésimos augurios y erróneos vaticinios de lo que habrá de pasar si no se pone nuestro destino en sus manos. Casas que arremeten contra la casta de los poderosos, deseando formar parte de ella y evidenciando a la primera de cambio su poco orgullo al venderse al mejor postor, levantando palacios como aquellos que criticaban antaño y renegando de su origen. 
Hay que tener cuidado, los extremos son los caminos más peligrosos, pero cada vez los más transitados.
Cerraré filas junto a aquellos que defiendan el muro y trataré de salvaguardar la historia y la riqueza cultural de mi pueblo.
Toca posicionarse. Yo ya lo he hecho.

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