No soy ningún rarito, no lo he sido nunca. Simplemente soy un tipo que siente y que necesita darle salida a sus sentimientos. Ni siento ni sufro más que nadie. En muchas ocasiones he escrito que en absoluto tengo el monopolio del dolor ni del sufrimiento. Ni lo quiero.
Obviamente me gustaría ser feliz, pero...¿acaso no es algo que queramos todos? Y si muchas personas lo consiguen, yo no tengo porque rendir la espada cuando todavía tengo muchos años y muchas oportunidades por delante. Y lo mejor, es que cuento con el apoyo y con la fuerza de muchas personas que me quieren y que están deseando que salga de este puto bucle de lamento y que alcance mi propósito. Cuento además, con el ejemplo de excelentes personas, algunas ya desaparecidas, pero otras, la mayoría, aún permanecen en mi circulo de familares y amigos y siguen dándome una oportunidad tras otra y regalándome su experiencia y su ejemplo.
Por eso cuando empiezo a rayarme con los días raros, consigo pensar que no son raros, son necesarios y he de dedicarles la atención que merecen y aprender a extraer todo lo positivo de esas reflexiones.
Ya no me duele hacer introspección ni estar solo. Antes me torturaba en exceso con cualquiera de las dos cosas. Ahora he aprendido a disfrutar de los momentos de soledad y a bucear en mi inconsciente.
Y eso es francamente bueno.
De cañas y de buen rollo, con la cartera llena y la pareja esperando, todos somos encantadores y muy sonrientes. Hay que saber sonreír cuando la vida se ha convertido en una batalla y en un compendio de esperanzas y de ilusiones por llegar.
Y todo termina llegando, incluso lo bueno.
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