No soy valiente, creo que no lo he sido nunca, al menos no especialmente. Soy un tipo normal que cada día escoge el disfraz más apropiado de la guardarropía y se lanza a la aventura de vivir, esperando que resulte lo más fácil posible y que no haya problemas.
No digo lo que no digo ni hago lo que no hago, simplemente lo escribo y lo pongo en boca de personajes creados para enfrentar y afrontar aquello que me aterra y esquivo constantemente y, les hago decir lo que no soy capaz de decir. En ocasiones algo superior a mi comprensión y a mi naturaleza me posee y cuando menos lo espero me hace demostrar que todos escondemos en nuestro interior un superheroe o un duro de película. En ocasiones he sido capaz de no agachar la cabeza, de no apartar la mirada y de no controlar los epítetos ni los puños. Y la verdad es que no me enorgullezco de ello. Odio la violencia, tanto física como verbal y procuro evitar ese tipo de enfrentamientos. Me resulta tan desagradable hacer daño como que me lo hagan. En alguna ocasión he sido capaz de sacar la cara por aquellos por lo que me dejaría matar. Y eso si que volvería a hacerlo. No es valor, es amor.
También he sido capaz de apartar los labios de una boca traicionera, de abrochar la blusa que dejaba al descubierto las monedas con la que pretendían pagar el orgullo que me habían arrebatado. Y de acompañar hasta la puerta a los ojos más bonitos, las caderas más insinuantes y los "te quiero" más falsos. Ahí si que creo que fui valiente porque me tuve que medir con el más poderoso y dominante de mis instintos. Y gané por KO técnico.
El verdadero valor lo he descubierto en aquellos que han decidido plantarle cara a unas adversidades que cual plagas bíblicas, se han cebado con ellos sin atender a razones, esfuerzos, cirugías ni medicaciones.
Y sin embargo con cada sonrisa, con cada llamada planteando quedar a tomar un vino, hacer una excursión o ir a un concierto, me dan una lección de coraje. Ellos quieren VIVIR, así con mayúsculas y aprovechar cada minuto de la aventura que les ha tocado en suerte. Reconozco que envidio su fortaleza y su valor Mucho. Quisiera ser la mitad de la mitad de lo valientes que son algunas personas de mi círculo más cercano.
No tengo miedo a la oscuridad, ni a los espíritus, monstruos o psicópatas de la variada, poco original y abundante filmografia de terror.Tengo miedo a la soledad, a pensar demasiado, a darle vueltas a las cosas, a recordar los momentos más duros, más tristes y más difíciles. Tengo miedo a estar a solo a hurgar en cada herida y caer en la tentación de recordar una y otra vez los momentos más duros, más tristes y más difíciles. Tengo miedo a estar a solas conmigo y a hacer introspección. Por eso en cuanto noto que me rondan las ganas de echar la vista atrás y repasar el listado de aquellos seres queridos que he perdido a lo largo de mis cuarenta y cuatro primaveras, busco el libro adecuado, escribo el texto más visceral o marco el teléfono que me llevará hasta la voz que sabrá decirme que deje de temer.
Tengo miedo a defraudar porque sé que durante años y sin poder evitarlo, no he dejado de hacerlo.
Por encima de todo temo hasta la locura volver a enamorarme de quien se hará unas fajitas con mi corazón y mis sentimientos más intensos. Y eso es una verdadera putada, porque no sé quien decidió hacerme tan jodidamente enamoradizo y tan terriblemente sensible a una sonrísa, una mirada o una palabra bonita (sobre todo si la escriben, la declaman, la interpretan, la dibujan o la cantan).
Tengo mucho, muchísimo que aprender y parece que tendré que tropezar con la misma piedra y con todas las piedras de la puta cantera del alma hasta que vuelva a descalabrarme y está vez ya no haya tiempo ni ganas de desfibrilar o de inyectar insulina directa al corazón; un corazón llenito de agujeros, de cicatrices y de costras.
Y me atemoriza en exceso ver a los mios sufrir. Quiero tanto a la gente que quiero que a veces me asusto al pensar que todos tenemos una fecha de caducidad y que aquí no se va a quedar nadie.
Por favor, que venga el encargado, que traigan la hoja de reclamaciones, que me digan donde puedo poner una queja. Ahora entiendo lo del dichoso valle de lágrimas. Y me jode mogollón porque yo soy más de reírme, de imitar a Chiquito y de monetes vestidos de botones que tocan los platillos. Y de vídeos de gatetes haciendo el canelo. De compartir unas risas con mi madre y mis hermanas y de salir corriendo al baño tras una conversación con los amigos más divertidos, mas vividos, más viajeros y con más anécdotas que contar.
¡Que quiero ser feliz, coño! ¿Donde hay que presentar la solicitud? Me da igual que sea por triplicado y con acuse de recibo, me da igual que tengan que sellarla cinco mil funcionarios celestiales, me da igual que tenga que firmarla en cada página y esmerarme con la rúbrica. Quiero ser feliz y solo podré serlo si veo felices a los mios.
¿A quien tengo que votar? ¿A quien hay que untar?¿A quien rezar?
Me da lo mismo ser valiente o ser el más cobarde, gallina, capitán de las sardinas. Pero por favor y a quien corresponda: permítame ser feliz.
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