lunes, 14 de mayo de 2018

Mientras guiña un ojo

Nunca fue un tipo duro, ni siquiera intentó serlo.
 Era feliz con su personalidad afable. Pero hubo quienes confundieron cordialidad y amabilidad con debilidad y tantos fueron los confusos que, a fuerza de tratar de aprovecharse de él, de hacerlo tropezar y cebarse en su desgracia, consiguieron crear un monstruo. Eso si, un monstruo de aspecto encantador, inocente mirada y exquisita corrección en las formas. Excepto cuando tomaba la decisión de solucionar las confusiones y explicar algunas cosas.
Su modus operandi dejaba clara su postura ante cada crimen. Antes de ajusticiar a sus víctimas, las sometía a un completo proceso judicial en el que él era juez, jurado y verdugo. Pero siempre les daba la oportunidad de acceder al indulto si admitían la falta, confesaban y mostraban arrepentimiento,
Una vez dictaba sentencia, ya no había nada que hacer.
Era eso si, un tipo tremendamente paritario y jamás hizo distinción entre hombres y mujeres a la hora de aplicar la ley.
Su estricto código moral y existencial, perseguía una serie de delitos que consideraba de extrema gravedad y él mismo trataba de conducirse por una máxima universal que debería ser la norma básica de conducta en esta sociedad podrida: vive y deja vivir. Pero por desgracia se vio obligado a hacer una interpretación de la norma y comenzó a aplicar la muerte selectiva.
Incansable lector de todo tipo de géneros y autores, con cada libro que añadía a su extensa biblioteca ratificaba la necesidad de erradicar a ciertos tipos de individuos, por el bien de la humanidad. Vive y deja morir, se convirtió en su adaptación de la norma y consiguió convertirla en consuetudinaria, ya que hizo de ella una necesaria costumbre.
Sentía gran simpatía y admiración por el antiguo Código de Amurabi y en muchas ocasiones se conducía por aquella arcaica normativa.
La sociedad había avanzado, el progreso se había instalado en  los hogares y el desarrollo lo había cambiado todo, menos la mezquindad y la infamia y, el ser humano seguía cometiendo los mismos atropeyos. 
Muchas eran las religiones que habían tipificado estos excesos convirtiéndolos en pecados veniales y mortales a ojos de dioses y hombres. Pero en este momento de la historia, matar, violar, mancillar o destrozar una vida salia excesivamente barato. Y tenía muy claro que era hora de empezar a pagar. Con sangre.
Él mismo había sufrido en sus propias carnes y en su maltrecho y dolorido corazón una gran cantidad de afrentas que le habían llevado a maldecir el momento en el que llegó a convencerse de que aún estábamos a tiempo de cambiar. El cambio, la transformación definitiva, solo se logra a través de la muerte. Y transformaría definitivamente a cuantos malvados (y malvadas, por supuesto) trataran de arrebatarle lo único que aún no habían podido llevarse: su dignidad.
Preparaba con esmero el lugar y el momento del ajusticiamiento para aquellos que en su soberbia habían renunciado a cualquier tipo de defensa. En muchas ocasiones retrasó las vistas para asegurarse de que los procesados tan solo habían cometido errores puntuales bajo eximentes como el alcohol, la juventud, la ignorancia o el arrebato, pero la gran mayoría reincidían y ya no valía eso de que in dubio pro reo, porque dando una oportunidad tras otra,despejaba cuanta duda se le presentase.
Una vez que el reo ( o la rea) era conducida al patíbulo, trataba de que sufriese lo menos posible, de que no sintiese miedo o angustia y de que fuese el final menos cruel posible. Mientras les explicaba lo que iba a suceder con un discurso amable, facilmente comprensible  y casi jocoso, extraía su afilado cuchillo del interior de la bota izquierda y antes de atravesarles el corazón de una certera y eficaz puñalada, les guiñaba un ojo sonriendo.
Trató de que la mayoría no sufriese, pero así entre nosotros, se deleitó ensañándose con más de uno y con mas de una (como manda la paridad).
Desde que se convirtió en el ejecutor que la sociedad pedía a gritos, nunca dejó de dormir del tirón y con la conciencia tranquila. Era una desagradable labor la suya, pero alguien tenía que desempeñar esta función y aunque hubiera preferido no verse obligado a ello, al final le termino cogiendo gusto.
Tratad de comportaros correctamente con vuestros prójimos. Nunca le hagáis a nadie lo que no quisierais que os hicieran a vosotros. Y sino...ateneos a las consecuencias.

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