viernes, 27 de enero de 2017

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Al fin llegó el día esperado y varios grupos de alumnos del instituto Nueve Valles, de Torrelavega, Cantabria , comenzaron a ocupar sus asientos en el autobús que los llevaría a conocer a los alumnos de otro instituto cántabro, con los que por medio de un acuerdo entre los profesores de ambos centros, habían comenzado una hermosa relación epistolar.
Cuando todos hubieron dejado en el maletero del gran autobús sus mochilas para el fin de semana y se hubieron instalado en las filas de butacas por orden de edad, los pequeños delante y los mayores detrás, el conductor cerró las puertas y arrancó. Mónica, la profesora de humanidades que había solicitado los permisos a Educación para esta primera fase del intercambio, puso un cd del Señor Mostaza en el equipo de música del vehículo y se sentó junto a uno de sus compañeros del departamento de orientación.
Muchos de los alumnos que formaban parte de la excursión, habían sido etiquetados en diferentes ocasiones pero ella sabía que en efecto, eran verdaderamente especiales, pero en el sentido más amable de la palabra y no peyorativamete.
Había mucho tráfico en la autovía del cantábrico y el tiempo estaba tan revuelto, que a los pocos kilómetros, se desató una violenta tormenta con gran aparato eléctrico.
Cuando el vehículo atestado de hormonas estaba atravesando uno de los túneles que unía los valles de la verde cordillera, la tierra tembló con gran estruendo y el chofer frenó con firmeza pero tratando de que la brusca maniobra no expulsara de sus sitios a los alumnos.
Los turismos que precedían al autobús resultaron sepultados por el desprendimiento que obturó la salida del túnel y la furgoneta que circulaba detrás terminó chocando violentamente contra ellos y estalló en llamas.
Rápidamente Mónica y el chofer se dispusieron a calmar a los jóvenes y a comprobar que no hubiese heridos entre los excursionistas. Pero la primera baja fue la de Ramón, el compañero de departamento de Mónica que en el momento del impacto se encontraba de pies en el pasillo intentando calmar a los chavales y por la inercia del frenazo, salió despedido cayendo por las escaleras de la puerta trasera con la mala fortuna que se rompió el cuello muriendo en el acto. Una de las niñas del grupo de los pequeños, se golpeó contra la cabeza de su compañero de asiento, rompiéndose los incisivos, cosa que le lleno la boca de sangre, dando a su herida un aspecto mucho más grave de lo que en realidad había sido. Jose, uno de los "mayores" que en el momento del impacto se encontraba charlando con los compañeros de los asientos inmediatamente delanteros al suyo, se dislocó un hombro al encontrarse en una postura demasiado escorzada.
El caos de la situación, las llamas de la furgoneta que ya habían calcinado al conductor de la misma y que amenazaban con hacer estallar el depósito del autobús y la poca luz que entraba por los huecos entre las grandes rocas que sepultaban la salida, convirtió aquella en la más dantesca de las escenas.
Mónica, con gran criterio, ordenó a los jóvenes que bajasen del autobús y el chofer rompió una de las lunas que hacia las veces de salida de emergencia, con el típico martillito que tantas veces había estado a punto de ser substraído por los viajeros que acostumbraba a llevar.
Al principio los chicos no quisieron bajar por entre los cristales rotos pero cuando las llamas comenzaron a hacer presa en el destrozado parachoques trasero, los chavales fueron saltando, ignorando cortes y desgarros en la ropa y las manos.
Hector, uno de los "mayores", etiquetado por parte del cuerpo docente del instituto y por muchos de sus compañeros como "alumno conflictivo" se descubrió como un joven resolutivo y eficaz y coordinándose con Mónica, ayudó a descender a los chicos con mayores problemas de movilidad y menos ágiles y tras saltar el último del autobús, aún tuvo tiempo de trepar hasta el techo del mismo, desoyendo al chofer, con la acertada intención de echar un vistazo para calcular las consecuencias de los desprendimientos y de las colisiones.
A los pocos segundos de bajar y reunirse con el grupo de jóvenes contusos y asustados, el depósito del autobús estalló cuando el combustible fue alcanzado por las llamas.
Mónica realizó un recuento de su grupo y confirmó que estaban los treinta alumnos. Tras escuchar las indicaciones de Hector sobre lo que había visto desde el techo del vehículo, calculó que tendrían que caminar aproximádamente medio kilómetro entre coches en llamas para alcanzar la boca opuesta del túnel y salir de aquel infierno. Dividió al grupo en tres, poniendo al frente de uno al chofer, de otro a Hector, quien estaba demostrando una madurez y una resolución formidables y capitaneando ella misma el tercero. Su grupo partió en primer lugar, a los dos minutos el grupo de Hector y a los cuatro de su partida, salió el grupo del chofer. De esta manera, espaciando un poco el recorrido de los grupos, podrían anticiparse a posibles desgracias y que el peligro que pudiese producirse de  posibles explosiones o nuevos desprendimientos, no alcanzase a todos los miembros de la comunidad escolar allí reunidos.
Fue verdaderamente difícil y un auténtico trabajo de grupo. Los muchachos se ayudaron unos a otros para sortear los escollos y Mónica sintió que su esfuerzo a lo argo del curso, había dado los frutos más hermosos. Los chicos se comportaron como héroes y cuando alcanzaron la salida, trepando por las rocas que la bloqueaban casi totalmente, respiró aliviada y satisfecha.
Que fácil es poner etiquetas a los alumnos y que daño puede hacer el no confiar en ellos y el no darles la oportunidad de demostrar lo que realmente valen.
Cuando estuvieron todos fuera y a salvo, comprobaron que ya había cobertura en los teléfonos móviles y llamaron a emergencias.
Fueron rescatados y puestos completamente a salvo en cuestión de minutos y en el hospital  donde se les realizaron curas de urgencia y pruebas de todo tipo, comprobaron en los informativos de una televisión de la sala de espera de traumatología, que aquel desastre natural producido en Cantabría, había dejado casi medio centenar de muertos al producirse un desprendimiento de rocas y la clausura de un túnel.
Como les había dejado apuntado de su puño y letra en un trabajo realizado en clase, un afortunado escritor que había acudido a visotarlos hacía unas semanas, nada está escrito. Nosotros somos los verdaderos escritores de la novela de nuestras vida y aquel día, Mónica, el conductor de la empresa de transportes y Hector y sus compañeros, habían escrito un best seller con final feliz.

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