La joven institutriz durante su paseo cotidiano, se adentró en el nuevo pasaje comercial que al estilo francés se había terminado de construir hacia algunos años en su ciudad, encontrando dentro de él una escena que por lo singular y dramática, jamás olvidaría.
Dos mujeres comenzaron a caminar,contando en voz alta los pasos, espalda con espalda y con pistolas en la mano. Reconoció en el acto aquel tipo de armas.Uno de sus pupilos, hijo de un acaudalado y provinciano burgués, le había enseñado orgulloso la pareja de pistolas de duelo de su padre. Eran armas artísticamente trabajadas, austriacas y de perrillos, con los cañones hermosamente labrados. Al llegar a diez, ambas se giraron con rapidez y apuntaron con precisión y extraordinaria sangre fría. Abrieron fuego casi a la vez y una de ellas, la más elegante, cayó al suelo, con una herida de bala en el vientre que agujereó su modelo de alta costura y lo echó a perder para siempre, llenándolo de sangre.
La otra duelista, ya reparada la afrenta, corrió hacía a ella para tratar de contener la hemorragía con un pañuelo blanco que extrajo de la manga de su chaqueta de lana.
La institutriz se desprendió del cuello de armiño que le protegía la garganta del invierno vallisoletano y se lo colocó a la herida debajo de la cabeza a modo de almohada, antes de presionar la herida con ambas manos para evitar que se desangrase. La duelista de mejor fortuna partió en busca de ayuda y a los pocos minutos regresó con dos cadetes de la cercana academia de caballería que disfrutaban de un permiso navideño.
Durante el tiempo que estuvo sola con la herida esperando ayuda, esta, y pese a su insistencia en que no hablara y reservase fuerzas, le explicó lo sucedido.
Las duelistas pertenecían a la sección provincial de una organización femenina que había surgido en España tras los trágicos sucesos ocurridos en estados unidos aquel funesto ocho de marzo de mil novecientos once, en el que un numeroso grupo de mujeres que reivindicaban sus derechos, fallecieron en el incendio de la fábrica textil donde trabajaban; Incendio supuestamente provocado por su dueño,con malévola y represora intención.
Desde la revolución francesa las mujeres habían comenzado a reclamar sus derechos, exigiendo un trato igualitario a los hombres y por todo el mundo habían aparecido organizaciones y asociaciones femeninas,muchas veces secretas, porque los hombres no pensaban tolerar ni admitir sus demandas.
Elena, la duelista herida,le contó que entre la mujer que le había disparado, Elisa, y ella, había surgido un duro debate en el que Elisa le acusó delante de todas sus compañeras de ser feminista y no hacer feminismo amparada en sus privilegios de clase. Ella, respondió también públicamente que sabía que el feminismo había venido fenomenal a la clase trabajadora y que había muchas mujeres que amparándose en la igualdad de género, únicamente perseguían, movidas por la envidia, una revolución social que terminase con las naturales diferencias entre ciudadanos. Si para ello tenían que disfrazarlo de feminismo, lo disfrazarían con todo el arte de mimetismo que las comunistas como ella (y esto lo añadió con cierto revanchismo de clase) eran capaz de desarrollar.
Elisa se sintió ultrajada en su honor de hidalga de la meseta y la desafió a un duelo a primera sangre con pistola, práctica esta que al estar perseguida por la ley debería hacerse con sigilo y en un lugar poco transitado. Siendo la mañana del día de año nuevo, consideraron aquella galería comercial cuyas tiendas estarían cerradas al público, como el lugar idóneo para el enfrentamiento.
A los pocos días de aquel desgraciado suceso la institutriz encontró la noticia en "El norte de castilla", el periódico local que informaba de todas las noticias de especial relevancia. El diario hablaba del fallecimiento de Doña Elena de Palazuelo,marquesa de Mucientes, víctima de lo que parecía un intento de atraco por parte de una conocida alborotadora y comunista trabajadora del metal envuelta en diversos altercados y revueltas proletarias, que se había hecho con la pistola al estar comenzando a armar a una grupo radical de mujeres que amparándose bajo supuestas demandas de igualdad de derechos con los hombres, trataban de desestabilizar a la sociedad para conseguir imponer la dictadura del proletariado.
Mónica, la institutriz; asqueada por esta tan sesgada y falsa versión de los hechos, comprendió en el acto que la prensa era la manera en la que los hombres podrían manipular la verdad y los hechos, para tratar de erradicar el movimiento feminista. Aquella misma tarde, se unió a la sección provincial y comenzó a colaborar escribiendo panfletos y manifiestos. Pero esto, es otra historia.
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