Al llegar a la Calle Mayor, apagamos la sirena y las luces y dejamos el coche frente al portal donde habían dado el aviso. Carlos, mi compañero, y yo, amartillamos las armas al entrar en el ascensor y nos dispusimos a enfrentarnos una vez más a las peores miserias humanas. Llegamos al quinto y tratando de no hacer ruido, nos acercamos a la puerta que adornada con una hermosa corona de espunillón, señalaba con una placa dorada que en efecto, ese era el hogar de Don Ambrosio Martines, abogado, y de su familia. El letrado especializado en Derecho mercantil, compartía la vivienda con su mujer y un hijo de quince años y una hija de seis, que fue la que llamó al 091 para dar el aviso y pedir ayuda. Según la centralita, aquella niña había llamado con un hilito de voz, entrecortado por el llanto y había conseguido explicar a la compañera que atendió la llamada que su papá se había puesto hecho una fiera con su mamá y después de gritarle, había cogido una pistola del cajón de la mesa de su despacho y había amenazado con matarlos a todos. Su hermano se interpuso entre su papá y su mamá y recibió un tremendo golpe con la culata en la cabeza. Mamá intentó reanimarlo y trató de limpiarle la sangre pero su papá la había arrastrado a la fuerza hasta el dormitorio y había cerrado con pestillo y no la dejaban entrar, por eso había llamado a la policía.
Carlos, golpeó la puerta con los nudillos y la pequeña nos abrió practicamente en el acto, como si nos estuviese esperando, pegadita a la puerta.
Me miró con los ojos como platos. Mi pelo largo y rubio, mi barba practicamente albina y el cuello forrado de piel del chaquetón que me había puesto esta mañana; junto a mis mejillas sonrosadas por el coñac que me tomé con el café y mis ojos de un azul intenso, le llamaron poderosamente la atención.
-¿Eres un Papá Noel policía?- me preguntó con la Navidad en sus ojos y de no haber sido porque su padre estaba armado y en cualquier momento podíamos escuchar un disparo, la hubiese dado un beso y un abrazo tan grandes como su sonrisa.
-Muy bien señorita, me has pillado. Hoy solo trabajamos los policías de la escolta de Papá Noel, así que si no te importa, vas a bajar con mi compañero al portal hasta que lleguen los refuerzos que ya han salido de Laponia. No tardaran, los trineos de Laponia son los mejores y nuestros renos son hijos de Rudolf y no veas como corren. Ahora voy a hablar con tu papá y vamos a solucionar las cosas. Creo que si mi jefe se entera de esto, le va a traer carbón. A ver si le convenzo para que me de la pistola y le pida perdón a tu mamá. Igual nos lo llevamos a ver a Papá Noel para que le explique que ha pasado y conseguimos que por lo menos le regale unos calcetines.-
-Calcetines ya tiene. Tiene calcetines de todos los colores y por lo menos mil corbatas. Creo que a papá le gusta mucho el vino bueno. El Velas Sicilias ese. Si se porta bien Papá Noel le podía traer una botella. Eso si que le haría ilusión.-
-Todo se verá, princesita. Ahora baja con Carlos que yo me ocupo de convencer a tu padre de que me de la pistola y se disculpe con tu mamá y con tu hermano. Luego te veo, celo. Dame un besote de esquimal, con la punta de la nariz-
La pequeña me dio un beso esquimal y Carlos se la llevó de allí cerrando la puerta. No tardé en encontrar el cuerpo del hermano en el suelo del salón. Aunque por el traumatismo había perdido el conocimiento, aun respiraba y su pulso era más o menos normal. la prioridad era ya evitar que aquel hombre hiciese una locura, así que derribe la puerta del dormitorio de una patada y me dispuse a hacer lo necesario para salvar la vida de aquella mujer.
Fue todo demasiado rápido.
La puerta salió despedida con la más fuerte de las patadas que he dado en mi vida y el padre de familia, sorprendido y asustado al verme allí, apuntó a la cabeza de su mujer, que tenía arrodillada frente a él suplicando por su vida.
Gracias al cielo, no era muy ducho en el manejo de las armas y había olvidado quitar el seguro. Aquello le salvó la vida porque en lugar de volarle los sesos, que era lo que me pedía el cuerpo, salté sobre él y le desarmé de un golpe en la mano. En cuestión de segundos lo tenía esposado y con la cara contra la pared. Aprovechando el gotelé, me di el gustazo de frotarle con saña el rostro hasta que su primer quejido me hizo detenerme.
Avisé por radio de que la situación estaba controlada y de que necesitaba una ambulancia para atender al hermano, mayor que había sufrido un fuerte golpe en la cabeza que le había hecho perder el conocimiento.
Carlos y la pequeña subieron junto con dos compañeras que habían conseguido convencer a la niña de que acababan de llegar de Laponia y de que iban a llevarse a su papá a ver a Papá Noel, pero que hasta despues de Navidad no podría recibirlo por lo que tardaría un poquito en volver a casa.
La madre se abrazó a la pequeña y guiñó un ojo a las compañeras, indicando que había entendido la situación. Aprovechando el abrazo entre ambas, saqué al padre rápidamente de la vivienda.
Aquella Nochebuena, esa familia aún podría desearse unas felices fiestas. No cómo otras muchas familias del mundo, que sufren el horror de la violencia de género.
Feliz Navidad a todos, queridas lectoras y queridos lectores.
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