sábado, 16 de septiembre de 2017

El poema definitivo.


Se levantó de la cama con sigilo y tras abandonar el dormitorio, encendió un pitillo con el Zippo. Se deleitó con la primera calada, disfrutando del sabor y del olor de la gasolina mezclada con el aroma del tabaco rubio. Esa primera calada siempre le recordaba a los cuasi eternos viajes veraniegos con su padre, durante aquellos años felices que fueron los de la infancia. 
Cuando paraban a repostar, su padre le pedía al operario de la estación de servicio que permitiese a su hijo  hacerse cargo de la manguera del surtidor y dispensar la gasolina.Aquello hacia sentirse importante al pequeño, quien siempre trataba de controlar prudentemente el caudal de combustible para que no excediera ni una peseta de la cantidad indicada por el cabeza de familia.
Echaba de menos a aquel niño que fue; obediente, responsable y feliz. Pero por encima de todo echaba de menos a su padre. Una persona de ese tipo la encuentras una, o con suerte dos veces a lo largo de la vida y te dejan el mejor de los recuerdos al morir. Y el mayor de los vacíos.
La mujer, dormida y cubierta parcialmente por una sábana que dejaba a la vista la perfección de sus pechos y la hermosura de su vientre emitió un pequeño quejido entre sueños. Debía de tratarse de uno de esos sueños cercanos a la pesadilla puesto que su semblante y su ceño fruncido evidenciaban que había llegado el momento de despertarla con un cariñoso beso en la sien.
El aprendiz de poeta apagó el cigarrillo en un cenicero situado estratégicamente sobre una mesita del pasillo, que él mismo colocó habilmente junto a la puerta de la habitación. Ella también fumaba pero desde la primera noche que decidió quedarse a dormir, haciendo suyo hasta el último rincón de la casa y del corazón del enamorado escritor, dejó muy claro que el dormitorio debería ser un espacio libre de humos. 
Tanto la quería, que incluso las escasas noches en las que ella no dormía en casa, renunció a uno de sus pitillos favoritos: el de la satisfacción del deber cumplido tras acostarse y descansar de una larga jornada de trabajo pegado a la máquina de escribir, rompiendo un poema tras otro hasta perdonar la vida del elegido.
Dejó el mechero junto al cenicero donde agonizaba la colilla del pitillo reponedor y, con extrema delicadeza, se sentó junto al cuerpo de su amada y rodeándola con sus brazos, le besó dulcemente la sien izquierda, hasta que se despertó escapando de los caprichos del inconsciente.
Algo dormida y confusa aún, reconoció en los azules ojos del hombre que tenía a su lado, el amor sobre el que había leído en docenas de poemarios de poetas y poetisas a lo largo de su vida y, suspiró reconfortada y deseosa de que aquel momento no terminase nunca.
Sabedora de que él lo esperaba desde la feroz distancia del mayor de los respetos, le acarició juguetona el pecho y el vientre, y dejó que la mano descendiese hasta el lugar donde querría vivir siempre. Él recibió sus caricias con una mezcla de pasión, cariño y placer tal, que en pocos segundos entró en ella y acompasó los latidos de su corazón con el movimiento de las caderas, arqueándose al notar como ella se humedecía hasta el extremo. No pudo evitar dejar escapar un enorme suspiro de gozo que hizo que ella se aferrase a su espalda con tal ímpetu, que a punto estuvo de provocar que todo terminase en aquel justo instante. Pero al controlar el caudal de su amor, como controlaba en la infancia el del combustible dispensado, él siguió amándola durante unos cuantos minutos más que se convirtieron en los mejores de todas sus vidas. Porque una vez murió al haber amado y perdido a otra mujer y, al amar y sentirse amado por la que ahora le arañaba la espalda, sabia a ciencia cierta que había renacido y que estaba viviendo una nueva y plena existencia. Solo le pidió a Dios que esta vez no lo castigase con la misma traición que le había roto el alma en un pasado no demasiado lejano y, que entendió como castigo por los pecados de juventud. Aunque como castigo había sido algo desproporcionado. Sobre todo si Dios es todo misericordia. Por eso cuando lo pregunataban por su fe, solía declararse sarcásticamente, "gatólico" practicante. 
El orgasmo lo sorprendió besando cada centímetro de la boca de la adorable y menuda montañesa.
La muerte no es tan horrible, cuando sabes que te esperan allí. 
Lo peor de morir, se le antoja tan solo el saber que aún no ha escrito ese poema por el que se le recordará siempre. Ese poema que se  llamará como ella. Ese poema que será ella, sonará a ella, tendrá su misma cadencia y, al recitarlo, la  describirá al hacer el amor.

martes, 12 de septiembre de 2017

On guard

Lo había intentado evitar por todos los medios, Dios lo sabe pero las cosas se torcieron y al final no hubo más remedio que cruzar los aceros.
Prudente y sabedor de que una mala estocada podría llevarlo al hoyo, Dumas se esmeró al vestirse para el duelo. Procuró eso si, llevar ropa que le permitiese cierta soltura de movimientos, pues no todo en este mundo es vivir rápido, morir joven y tener un hermoso cadáver. Nunca fue un esclavo de las modas pero lo que si que tenía muy claro es que en la pequeña ciudad en la que residía, los mentideros públicos se harían eco de todos y cada uno de los detalles del duelo y del aspecto de los contendientes y, las lenguas viperinas que todo lo adornan y exageran, harían astillas y no solo leña, del árbol caído.
El azul y el negro siempre fueron colores con los que se sintió muy cómodo por lo que eligió unas calzas y un jubón tan negros como el alma de su contrincante. Ató sobre la nuca su largo cabello rubio, con un lazo de idéntico color e introdujo un afilado cuchillo en su bota derecha y el sable que heredó de su padre en la vaina que colgaba del cinturón, en el que también portaba una pistola francesa de perrillos, cargada y lista por si las cosas se complicaban en exceso.
El sable de su padre era de un formidable acero toledano, con guarda española y una piedra preciosa incrustada en el pomo. Cuantas veces siendo un niño, le había ayudado a afilarlo a la perfección con una piedra comprada al maestro herrero, con el que ya habiéndose ganado Dumas el que lo llamasen hombre, había luchado espalda con espalda en tierras italianas.
Aquel herrero había servido en el mismo regimiento que su padre hasta que ambos fueron licenciados con honores. Al crecer, su padre accedió a llevarse a Dumas con él a la campaña de Nápoles y allí lo enseñaron a curtirse en la batalla y en los burdeles de la ciudad. 
Dumas, a fuerza de necesitarlo por supervivencia, se convirtió en un maestro en el arte de la esgrima pero no esa esgrima de salón que practican los franceses, sino esa lucha a muerte en la que todo vale y, en la que los dos metros de acero toledano se convierten en en indicador de la distancia que nadie debiera rebasar, so pena de llevarse los veinticinco centímetros de la hoja de su ligero y afilado cuchillo, clavados en el pecho o en el cráneo.
Este duelo sería un duelo tabernario, muy español. Sin necesidad de testigos ni padrinos, solo de agallas y de la suficiente arrogancia como para no permitir traicionar la palabra empeñada y el honor de caballero.
Cuando llegó al Campo Grande, campo de Marte de su ciudad, desmontó el caballo, lo ató al torco de un árbol y se encaminó hacia la Fuente de la fama, lugar elegido para el encuentro. Como había previsto le tocó esperar unos minutos hasta que vio aparecer la silueta altiva y pomposa del hombre que lo había retado. También como había previsto, su oponente no llegó solo. La  enfermiza megalomanía que este sufría, el ansia desmesurada de gloria y la necesidad de impresionar a cuantos le rodearan, hombres o mujeres, habían hecho de aquello prácticamente una merienda campestre. Mejor. Así habría testigos de que el valiente solo es valiente, hasta que el cobarde ha querido.
Cuando de forma teatral e incluso ridícula, el otro duelista, el popular y populista Satiem, gritó "On guard" y flexionó las rodillas desenvainando su acero (seguramente virgen, por que este era el típico personajillo petulante y traicionero acostumbrado a que otros matasen en su nombre), Dumas decidió terminar lo más rápido posible con aquella farsa y adelantó la pierna derecha, cargando contra aquel fantoche con una estocada de tal vigor que al no esperarlo su contrincante pues lo tenía por un débil y sensiblero galán, lo desarmó en el acto. 
Por caridad cristiana no le permitió demasiado tiempo implorar piedad y humillarse, clavándole en la cabeza el cuchillo que extrajo de la bota, según Satiem se arrodilló ante él y se agarró a sus piernas con el rostro bañado en inútiles lágrimas. 
Una de las damas que se  habían personado allí, al  haberla convencido el presuntuoso finado de que Dumas no reuniría el valor suficiente y no osaría acudir a la cita, se desvaneció  yendo a caer de espaldas al agua del vecino estanque al ver a Dumas despegar trocitos de masa encefálica de la hoja de su cuchillo.
Dumas no disimuló la carcajada al ver aquel desmayo de folletín, cosa que le costó críticas a su galantería en los mentideros públicos vallisoletanos.
La historia del duelo entre aquel soldadito de aspecto dulce y de honrado apellido y el afamado personaje provinciano, cuyo única habilidad había sido la de saber siempre a que árbol arrimarse; pasó de boca en boca aumentando en cada nueva versión, el número de segundos del lance hasta llegar a convertirlo en un combate a muerte de varios asaltos, en el que Dumas había aprovechado un traspiés de Satiem y le había ajusticiado cobardemente.
Pasa siempre: Así se escribe la historia.

domingo, 10 de septiembre de 2017

Un vecino estupendo

Los medios de comunicación se agolpaban a las puertas del domicilio del sospechoso de haber cometido la docena de asesinatos en serie, que habían sobrecogido a la comunidad vallisoletana y al país.
La policía nacional maldijo la filtración a los medios de la noticia de la detención del único sospechoso y las consecuencias de dicha filtración, pues una muchedumbre se había congregado allí, atraída por las cámaras y los micrófonos y en ocasiones, los propios redactores de los informativos y programas de actualidad, animaban al gentío a increpar al sospechoso y a gritar pidiendo justicia.
Los quince metros que separaban el portal del coche patrulla que serviría para el traslado, se convirtieron en los doscientos metros obstáculos para los agentes que lo llevaban esposado y sujeto por los brazos y el cuello. 
Su aspecto sobrecogía por lo anodino. Un tipo normal, ni alto ni bajo, ni gordo ni delgado. no feo ni guapo sino todo lo contrario. Un tipo que perfectamente podría pasar inadvertido entre otros tipos semejantes durante una rueda de reconocimiento.
Según los habitantes del edificio, debía de haberse cometido algún tipo de error, pues el del tercero A era un vecino estupendo, amable, educado, respetuoso e incluso simpático con todo el mundo. De vida ordenada, no había dado ningún problema a la comunidad. La señora del tercero B confesó a la redactora de un informativo nacional que en ocasiones, veía entrar a su vecino acompañado de alguna mujer. No creía que fuesen prostitutas, eran según la entrometida vecina, "mujeres con buena pinta", unas rubias, otras morenas, alguna pelirroja, pero no obedecían a ninguna estética particular. No solían repetir las visitas o al menos ella no tenía constancia y, siempre que había visto a su vecino llegar al piso con una mujer, este las trataba con una corrección y una caballerosidad exquisitas.
El informe psiquiátrico que se le practicó, lo presentó como el perfecto psicópata de manual. El sospechoso no discernía el bien del mal y aseguró a los doctores, que realmente había hecho un favor a la sociedad librando a la comunidad de los doce hombres a los que había degollado y prendido fuego, antes de arrojarlos a la escombrera sita junto a las obras de la ampliación del cinturón urbano en el sector noroeste.
El sospechosos de estos terribles crímenes trabajaba como técnico de relaciones laborales para una multinacional asentada en la capital de provincia castellana donde se habían cometido los hechos.
Los crímenes tampoco seguían ningún patrón, exceptuando las causas de la muerte de todos ellos y su posterior incineración. Cada uno de los "ajusticiados"por este autoproclamado "ángel vengador" vivía, trabajaba y se movía en lugares distintos. A ojos vista no había un móvil común ni nada que los relacionase entre si. 
El sospechoso firmó voluntariamente su confesión y explicó que a todos los había conocido de oídas, al escuchar de boca de diferentes personas lo mezquino y despreciable del comportamiento de los difuntos para con las personas que le hablaron de ellos.
 Unos habían cometido adulterio o infidelidades en sus relaciones de pareja, otros habían abusado de la confianza de sus amigos, aspirando a lo que no los correspondía hasta conseguir hacerse con ello por medio de malas artes y, un par de ellos simplemente habían sido dañinos y desagradables con alguna de las personas del entorno del detenido.
El afilado cuchillo "botero" con restos de sangre encontrado en el primer cajón de su mesilla de noche era obviamente el arma del crimen y, el encendedor de gasolina que portaba en el bolsillo derecho de sus tejanos al ser detenido, le sirvió para encender todas las "piras funerarias" en las que había incinerado los cuerpos de sus víctimas.
El ministerio fiscal, lo acusó de los doce asesinatos con premeditación, alevosía y nocturnidad y pidió para él, la pena máxima aún sabedor de que el eximente de enajenación mental, lo llevaría a cumplir poco más de veinte años en un centro psiquiátrico y después sería puesto en libertad.
Cuando el juez dictó sentencia ordenando su confinamiento durante no menos de dieciocho años y un día en un centro psiquiátrico de máxima seguridad, el asesino sonrió y clavó su mirada, tan fria como azul en el objetivo de la cámara más cercana. Entonces pronunció tres palabras que helaron la sangre de las millones de personas que vieron la grabación: "Volveré a hacerlo".

viernes, 8 de septiembre de 2017

Falta de acierto

Lo ha vuelto a hacer. Inconscientemente, sin haberse dado cuenta de ello, el soldado Gizman vació su cargador por completo, disparando una ráfaga que solo  detuvo al levantar el dedo del gatillo tras escuchar el percutor del M16 golpeando en vacío.
Aquella ráfaga aunque necesaria en el combate, no sirvió para eliminar al enemigo, solo para retrasar un poco la caída de la posición que defendía junto al sargento Serrer, su amigo.
Al haber agotado la escasa munición que el soldado de avituallamiento les había dejado en la trinchera, Gizman no tuvo en cuenta que esas balas no eran de su uso exclusivo, que Serrer también necesitaba rellenar su cargador y que ahora, tendría que utilizar como única defensa, la poca munición que conservaba en la Colt 45 que pendía de su funda táctica.
Serrer se lo había avisado por activa y por pasiva. "No me tienes que justificar en que gastas tu munición, pero si vas a utilizar la mía, me sobran todas las explicaciones". Gizman había vuelto hacerlo y en absoluto lo hizo de forma egoísta o carroñera.Tan solo vio venir al enemigo, sintió pánico, no supo razonar ni ser previsor y disparó sin pensar en las consecuencias.
Serrer lo había salvado de una muerte segura al rescatarlo de la trinchera donde había conseguido ser el único superviviente y lo había llevado con él, poniéndolo bajo su mando y su protección. En más de una batalla habían peleado espalda con espalda, convirtiéndose en un binomio mortífero y eficaz que infligió muchas bajas al enemigo. pero esta no era la primera ocasión en la que Serrer había tenido que reprochar a Gizman el uso indiscriminado de la munición. 
Desde aquella terrible  batalla en la que Gizman estuvo tan cercano a la muerte que cuando Serrer lo rescató de la trinchera, Gizman se juró no volver a flaquear, algo había cambiado en el interior de la cabeza del rubio combatiente de ojos tristes, brazos tatuados y alma soñadora. Ya no tenía paciencia. La ansiedad dirigía todos sus movimientos impidiéndolo razonar y haciendo de su vida un caos.
Los mandos del destacamento llegaron a plantearse el inhabilitarlo para las acciones de guerra pero Serrer intercedió por él, explicando que aunque sufría de estrés post traumático, aún podía serle útil en combate y se hizo cargo de él.
Aquella decisión, movida por la amistad y el cariño que sentía hacia el torturado Gizman, casi lo llevó a perder la vida.
Gizman sintió un dolor inmenso dentro de su pecho. Serrer siempre le demostró comportarse con él como un verdadero, valiente y cabal amigo y ahora por su falta de acierto, lo había puesto en peligro real. Entonces supo que lo único que podría hacer, era conseguirle munición, aún a riesgo de caer bajo el fuego enemigo. Le costó mucho esfuerzo vencer al miedo y abandonar la trinchera, cuerpo a tierra y reptando hasta la unidad más cercana. Allí contactó con una soldado de ojos azules que le explicó que no podía pedir munición sin más, que eso haría que todo el regimiento lo conociese como un avaricioso o un pedigüeño y que un día mirasen hacia otro lado cuando se acercase con nuevas demandas. Tenía que ganarse cada bala que le donasen y corresponder la generosidad del que le facilitase la munición.
Gizman accedió a recapacitar y a plantearse hacer las cosas de nuevo como las hizo en un pasado en el que él era quien compartía sus cargadores con todos aquellos que se los pidiesen, los necesitasen realmente o no.
Volvió arrastrándose hasta el lugar donde Serrer disparaba su automática a punto de vaciarse y sonriendo, le acercó dos cargadores completos para el M16.
En el momento en el que inició la disculpa por no haber tenido en cuenta que estaba consumiendo una munición que no le correspondía, una bala de AK47 disparada por un certero soldado de la infantería regular enemiga lo alcanzó en la garganta, impidiendo disculparse con su amigo y decirle que por encima de todo, sentía haberlo fallado.
Cuando terminó la mañana y las tropas que defendían la posición consiguieron repeler el ataque, a costa de muchas bajas, Serrer recogió el cuerpo de su amigo y volvió a llevarlo en brazos hasta un lugar adecuado, como hizo aquella vez cuando lo encontró en la trinchera, sin apenas poder moverse, asustado y herido pero vivo.
Las segundas oportunidades nunca son gratuitas y Gizman había pagado con creces la suya.

martes, 5 de septiembre de 2017

Todo

Tras dedicar a esta importante decisión las horas previas a sucumbir a Morfeo cada noche desde hace más de dos semanas, al final se inclinó por lo que haría que se lo jugase todo. Todo.
Su editorial le había propuesto escribir un volumen de relatos en el que los textos siguiesen un hilo conductor. La temática de los relatos del volumen debería obedecer a una idea común. No era necesario que todos siguiesen un argumento similar, ni apareciese en ellos el mismo personaje, tan solo que dentro de su independencia, fuesen piezas de un mismo rompezabezas. Y no había sido nada fácil dar con este leit motiv para la catarsis en que se convertían para él, las horas sentado frente al teclado del ordenador que purgaba sus miserias. 
Obviamente este sendero que recorrerían todos los relatos, le definiría no solo como escritor, sino también como ser humano.
En un principio pensó en el amor. El amor, tan recurrente siempre en sus textos y tan socorrido cuando las musas, tan caprichosas y tan jodidamente humanas como divinas, decidían irse a tomar algo con otro artista y se lo terminaban llevando a la cama. El amor. Llevaba toda su vida escribiendo elegías a Cupido, a Afrodita, a Venus y cada deidad y ser mitológico que se había apropiado del sentimiento más intenso y que se había erigido en el propietario de su dicha y su desgracia. Había bendecido, maldito y renegado cada verso y cada relato que había escrito dejando brotar el caudal que manaba al abrir la espita de su corazón, por lo que decidió dar un giro radical y presentar una serie de textos que se alejasen lo más posible de las noches de pasión, de las mariposas en el estómago, los labios entreabiertos , las caricias oportunas y las sonrisas embusteras.
Sopesó cada emoción que había naufragado en su alma, permaneciendo hundida en el fondo del pecho, cubriéndose de corales de olvido y, albergando todo tipo de peligrosas criaturas abisales. 
Al final,antes de que subiese la marea y tras muchas horas debatiéndose entre lo que reclamaba su verdadero ser y, lo solicitado por el nuevo ego con afán de superarse y sorprender abandonando lo que se esperaba de él, optó por renovarse o morir.
El tema sería el conflicto.
Había vuelto a hacerse trampas a si mismo, puesto que unos relatos hablarían sobre conflictos bélicos, otros sobre conflictos políticos, alguno sobre el tan universal conflicto religioso y por supuesto, muchos más de los necesarios, sobre el conflcito entre los que aman hasta perder el sentido, la identidad,la cordura y la voluntad.
Nunca fue un tipo conflictivo por lo que se justificó pensando que aquello sería una dura prueba para su talento.
Toda su vida había huido del conflcito, fuese del tipo que fuese. Por eso, aquello se le presentaba como un desafío interesante, como la inmersión sin bombona en la poza donde siempre temió bucear.
¿Quien dijo miedo?
Todo comenzaba enfrentándose a su comodidad, a su seguridad emocional y entrando en verdadero conflcito con sus propios intereses. Esta era la mejor forma de comenzar.

sábado, 2 de septiembre de 2017

Sin rechistar

Y sin agachar la cabeza. Sin pedir clemencia y sin conceder a los soldados de infntería que lo escoltaban, tan siquiera un atisbo de debilidad.
Lo llevaron esposado hasta el paredón contra el que iba a ser fusilado y cuando le ofrecieron vendarle los ojos, rechazó el vendaje con un gesto altivo y una mirada lapidaria.
Iba a morir ¿Y qué? Todos moriremos más tarde o más temprano. No haría de su muerte el estupendo vídeo para compartir en redes sociales, que el déspota sanguinario que había dictado la sentencia, esperaba poder utilizar como propaganda para su régimen. Ya de por si el sistema elegido para su ejecución era algo terriblemente poético por lo anacrónico y lo excesivamente melodramático. Fusilado. Fusilado contra una pared blanca donde su sangre y sus sesos y resto de vísceras que saldrían disparadas con cada impacto de las balas de los subfusiles ametralladores,dibujarían un expresivo lienzo cargado de orgullo.
¿Su delito?: no rendirse, no callar, no transigir y no doblegarse ante la estupidez humana. No haber aceptado la injusticia ni haber tolerado la sinrazón. Supo que sería completamente libre cuando ya no le quedase nada que perder. Y lo último que iba a perder era la vida. Había perdido ya demasiado. Su libertad, sus posesiones y a muchos seres queridos. La vida era ya lo que menos le importaba perder. Solo se llevaría a la tumba los férreos valores morales que heredó de su padre.Esos no los perdería jamás porque los llevaba muy dentro del pecho.
No habría una viuda que llorase junto a su lápida ni que se arrancase los cabellos a la hora a la que fuese ajusticiado. Habría eso si, más de una embustera mujer  que por conveniencia o enigmáticos intereses, ejerciese las funciones de "consorte plañidera" al conocer la noticia de su muerte, atribuyéndose las funciones de la mujer que siempre había esperado y nunca terminó llegando.
Que las arpías que se aprovecharon de su buena disposición y su facilidad para enamorarse lloren como cocodrilos, lo que no supieron conservar como mujeres.
El día está despejado y luce un sol de justicia. Será mejor que den la orden de abrir fuego de una vez. La luz es excesivamente molesta para sus azules ojos y tiene que guiñarlos para poder ver con suficiente claridad los rostros de los jóvenes soldados que forman frente a él, listos para disparar. La mayoría no habrá cumplido los veinticinco años y estarán deseando que llegue el fin de semana para disfrutar del permiso que los despojará de las castrenses obligaciones, para irse a hartarse de cubatas y a meterle mano a sus chicas en el asiento trasero del tuneado vehículo comprado a plazos. O a sus chicos, que él siempre respetó todas las opciones sexuales. Precisamente el hacerlo, es uno de los motivos que lo han llevado allí. Respetar la homosexualidad, y luchar por la paridad, la igualdad, la libertad de expresión, el derecho a la huelga...en fin. Todo eso que se le presupone a una sociedad civilizada y avanzada. Pero la sociedad de por si es un concepto peligroso porque conlleva demasiadas individuadidades desfilando al descompasado son de la mayoría.
Lo hizo demasiado mal. Fue siempre sincero, honesto y honrado. Lo que viene siendo un rara avis en especie de extinción. Se ganó demasiados enemigos.
Las Naciones Unidas han expresado su más enérgica repulsa ante la sentencia que lo condena  a morir ejecutado pero como de costumbre, en ciertos lugares del mundo  utilizan esas enérgicas repulsas, como papel higiénico.
El oficial al mando del pelotón de ejecución se coloca en su puesto, manda cargar, apuntar y, antes de que el reo pueda dedicarle un último pensamiento a su madre y a la esquiva mujer de la que siempre estará enamorado, fuego.
Doce proyectiles del calibre treinta y ocho le alcanzan con certera puntería, haciendo un alarde de precisión. Dos le atraviesan la cabeza destrozándole el cráneo. Cuatro se alojan en su pecho, reventando un corazón que ya había llegado destrozado por heridas más dolorosas que las que producen las armas de fuego. Uno le atraviesa la garganta impidiéndolo gemir y los cinco restantes se alojan en su estómago y bajo vientre, respetando al menos la única parte de su anatomía que en un pasado no muy lejano, le dio tantas alegrías como disgustos.
Había muerto como vivió, de pie. Sin rechistar.

lunes, 28 de agosto de 2017

De lágrimas, trincheras y nubes negras

Llueve. 
No ha parado de llover en todo el día. Cuando se levantó de la cama y miró por la ventana de su dormitorio, comprendió que este seria otro día de esos, de los que tanto teme.
Ocupó la mañana en rellenar impresos y terminar el trabajo que se había acumulado en su escritorio pero en ningún momento llegó a sentir la tan ansiada sensación del deber cumplido. Simplemente había malgastado unas cuantas horas más en hacer lo que todos  esperaban de él.
Comió con desgana lo primero que encontró en la despensa, sin molestarse en que al menos tuviese un sabor agradable, solo en alimentarse y en no perder fuerzas. Las iba a necesitar todas. Cuando llora y se desespera encerrado en la soledad de la  dolorosa introspección, termina extenuado.
Trató de dormitar un rato junto a los grandes ventanales abiertos del salón pero la lluvia no lo meció como esperaba. No encontró una canción de cuna en el repicar de las gotas sobre el suelo de madera del porche. La lluvia solamente entonaba una nueva sinfonía de soledad y de ocasiones perdidas, de reproches y de besos desperdiciados.
 De vez en cuando un trueno resonaba en la distancia, con ese pavoroso estruendo que se le antojó el  del martillo de los dioses al golpear sobre el yunque del destino.
Calentó el café restante del desayuno y se lo sirvió en la taza que le habían regalado conmemorando su última y épica victoria. Encendió un cigarrillo y lo fumó con ansia, como si le fuese la vida en ello. La vida. Que fabuloso compendio de caóticos momentos, sazonados con algo de felicidad ocasional que le daba un gusto agridulce, como el del amor. Había jurado no volver a enamorarse pero sabía que no tardaría en romper su juramento y aunque no pudiese evitarlo, odiaba faltar a su palabra. Y de nuevo mentirse a si mismo.
Levantó la tapa del piano y se sentó con el cigarrillo entre los labios. Con la torpeza que concede la ausencia de disciplina, destrozó la Gymnopedia Nº1 de Erik Satie, al ejecutarla con tan escasa precisión en los dedos como pasión en el alma. Al poco de haber ocupado la banqueta frente al instrumento, se levantó airado y rompió la partitura en pedazos. Como otras muchas partituras que se empeñaba en seguir tratando de interpretar, aquella era una de las melodías para una noche en vela que de forma recurrente, le asaltaban por la noche, y le hacían volver a tiempos mejores, privándole del alivio del sueño.
Se armó de valor y decidió hacer una lista de los pros y los contras de seguir vivo. Se asustó al ver que la de los contras cobraba una dimensión apabullante frente a los escasos pros que anotó llegando incluso a hacer trampas, apuntando trivialidades y tópicos en los que ya no creía. No obstante algo dentro de su pecho le hizo depositar ambos listados en la chimenea y, con el mismo encendedor de gasolina con el que prendió un nuevo cigarrillo, le pegó fuego a sus miedos y sus miserias.
Él era un tipo luchador, ya lo había demostrado y volvería al combate. No tenía que hacer valer ante nadie su capacidad de sacrificio y su esfuerzo, tan solo ante su conciencia, que cada día se hacía más exigente y menos confiada.
Se vistió con inusual lentitud provocada por la ausencia de entusiasmo y tras abotonarse la guerrera, se calzó las altas botas de campaña y comprobó la munición de la automática reglamentaría antes de introducirla en la funda de cuero que pendía del ceñidor sobre la cadera.
La lluvia habrá detenido el avance del enemigo y está seguro de que los soldados de sus vieja guardia, junto a los que había librado las más cruentas batallas, estarían aprovechando el permiso que les concedió el jefe del regimiento dos días antes. Pero a diferencia del resto de valientes soldados, a él no le esperaba en casa agitando banderitas, ninguna mujer y ningún hijo que lo abrazase orgulloso.
Antes de salir en busca de la bayoneta que le diese paz a su espíritu al clavarse en sus entrañas y retorcerse como un roto juramento de amor eterno, se detuvo ante la foto de boda de sus padres, ella de blanco impoluto y él de uniforme de gala. Besó el marco y enjugándose una espesa lágrima, respiró profundamente. Supo que jamas estaría a la altura de su padre, tan valiente, tan cabal, tan correcto; ni de su madre, tan piadosa, tan honrada, con tan buen criterio en asuntos del corazón y del devenir de los acontecimientos.
Se aseguró de esparcir por el suelo de la cocina  la suficiente comida, para que el gato que le calentaba el lecho, a falta de algo mejor, no tuviese que cazar la cena durante su ausencia. Si él moría en combate, alguien se ocuparía del adorable minino y sino acudía nadie al rescate del felino bicolor, seguro que sabría sobrevivir. Dios hizo al gato para que el hombre pudiese acariciar al león. Y lo dotó de interminables recursos convirtiéndolo en la especie superior.
Abandonó la casa como quien se despide de un viejo amor que no ha de regresar jamás, con los ojos inundados en lágrimas y conteniendo la emoción, para que no se le viese llorar como un niño pequeño. Hay despedidas que son necesarias para evitar sufrimiento. Son momentos rituales en ofrenda al mal menor.
Puede que regresase o puede que no. lo que tenía claro es que nadie, ni tan siquiera su gato lo echaría de menos. Por eso le importaba tan poco morir. Incluso lo deseaba.
No ha parado de llover. Ni dentro, ni fuera de su alma.

viernes, 25 de agosto de 2017

¿Buena fortuna?

Sabía que era el único de su pueblo, de su raza, de su especie.
Preferiría no serlo. Hubiera querido morir con su padre, sus ilusiones y sus esperanzas pero Manitú le concedió un periodo extra y ahora además de vivir eternamente agradecido por algo que no había pedido, tenía que soportar el dolor de saber que Chinaook nunca volvería a aconsejarlo, a ayudarlo a seguir un rastro ni a pelear espalda con espalda junto a él, blandiendo con maestría el Tomahauk de la palabra.
Además ella también había sucumbido al encanto de aquellos que llegaron con armas desconocidas, enfermedades que creaban adicción y, agua de fuego para servir con hielo  mezclada con hierbas de sus bosques y una rodaja de limón.
Encima tenía que soportar que los miembros de otras tribus amigas le felicitasen continuamente por la suerte que había tenido y por haber machacado la estadística demográfica, en la que los Mohicanos habían sido desahuciados de las verdes praderas.
Puta suerte la suya.Uncas quiere morir, no agradece en absoluto el haberse recuperado milagrosamente del disparo que recibió en la cabeza desmontándolo de la yegua en plena carrera.
Se ha convertido en un bicho raro, en un piel roja que cada noche se duerme entre lágrimas recordando aquellos bailes en torno al fuego, entonando la danza de la guerra y rompiéndose las manos a fuerza de golpear los tambores rituales. 
¿Os parece que ha tenido suerte por haberse convertido en el último? Y ¿cuando coño los últimos serán los primeros? Esa es otra de las grandes mentiras que predican los misioneros blancos.
Al despuntar el día, Uncas le canta al sol su desesperación y le cuenta cada mañana sus miserias, rogándole que por favor, se lo lleve con él de una puta vez.
Siempre fue un piel roja muy enamoradizo pero ahora tiembla cada vez que se le acerca una mujer con trenzas, falda de ante y sonrisa peligrosa. Sabe que o bien tan solo se convertirá en el capricho de la princesa de turno, o bien se sentirán atraídas por su desgracia convietiéndola sin tener ni puta idea en buena fortuna pero tras cruzar  las primeras palabras, volverá a suceder lo que lleva sucediéndole desde hace poco más de tres años: encontrarán la excusa perfecta para abandonarlo, angustiadas por la responsabilidad de compartir tipi con "el elegido". ¿Elegido para qué? Solo para sufrir y servir de ejemplo de que hay que tener cuidado cuando se cabalga delante de un fuerte británico,de que las cosas no solo les pasan a los demás y de que si uno quiere, puede. Pero él ya no quiere.No quiere seguir pintándose el rostro un día tras otro con pinturas que ya no asustan a nadie. Solo quiere volver a ser aquel guerrero de enorme sonrisa que sin miedo,  cruzaba el río nadando con el cuchillo entre los dientes para degollar a quien osara amenazar a algún miembro de su tribu. Y todo lo demás no importa.


miércoles, 23 de agosto de 2017

Sinergias

A raíz de acudir a ver tocar a mi amigo, el pianista Oscar lobete, en el recital Cantango, junto al tenor Fabio Armiliato y el también pianista Fabrizio Mocatta, recuperé las emociones que ya de pequeño me despertaba este tango de Gardel. 
Utilicé la versión que han hecho en Cantango de este tema y la escuché  un par de veces con otros dos escritores, para acto seguido sentarnos a escribir un pequeño relato inspirado por este tango.
Aquí os dejo los tres relatos. Espero que os gusten las sinergias entre esta pieza y nuestra literatura.


SILENCIO.   
Esperanza Gómez del Val



Llevaba más de una hora allí sentada, frente a mí, alternando entre lágrimas, lamentaciones y juramentos. Me había llamado por la tarde diciéndome entre sollozos que tenía que hablar conmigo sin falta porque estaba destrozada. Yo la conocía desde hacía muchos años y estaba acostumbrada a verla subir al cielo y caer en el infierno, al menos una vez al mes por motivos de lo más diverso. Le dije que tenía que quedarme en casa esperando al técnico de la lavadora pero que se viniese y nos tomábamos un café mientras esperábamos.
Yo la temía. Sabía que fuese lo que fuese lo que le había pasado, haría un recorrido detallado de todos los aspectos de su vida hasta ese momento, y que yo conocía bastante bien, para terminar desembocando en la tragedia de turno y en lo poco que se la merecía. En ese momento pasaría a enumerar los males de los que había sido víctima. Yo tendría pocas ocasiones de intervenir y la mayoría las cortaría interrumpiéndome, porque alguna de mis palabras le llevaría a la memoria vivencias propias. Era una infeliz y lo sería siempre.
Después del recorrido de costumbre, me contó que Luis le había pedido la separación porque se había enamorado de una sueca que iba en el crucero que hicieron dos meses atrás. El sonido del timbre fue como una campana salvavidas.
Dejé al técnico desmontando la lavadora y fui al salón con la esperanza de encontrarla más tranquila. Nada más verme comenzó otra vez su cantinela y ya no pude aguantar más.
-          ¡Cristina, hija, que no se te ha muerto nadie! Siento mucho que lo estés pasando tan mal porque además creo que no tienes motivos ¿Qué no te quiere? Pues que se vaya a la mierda y tú a seguir la vida. Las desgracias son otras cosas… Escucha este tango mientras piensas en lo que te estoy diciendo. Se titula “Silencio”.


LA CASA LLENA DE OTOÑO (Silencio)
Gustavo Gonzalez



La casa lleva exactamente tres años llena de otoño. Durante el invierno las paredes desconchan sus impactos en copos de nueve milímetros. En primavera renacen cada mañana los recuerdos ocres de las baldosas desgastadas de ida y vuelta. El sol de verano se esconde entre las nubes de una tormenta que no termina en septiembre.

 En otoño los amaneceres comienzan aún con la luna frente a la ventana de la cocina. La ventana que se pierde en el camino de la escuela, camino que recorrían cada día cogidos de la mano los cinco hijos de Remedios, huérfanos de padre caído en el frente.
Antes de cantar el gallo, la cafetera ya silba como el tren de La Robla, el viejo tren que llevaba a su marido a la boca abierta de la tierra.

Antes de cantar el gallo, las cinco tarteras llenas de un guiso de huesos y lágrimas recién hecho, se apilan en el centro de la mesa a la espera de los cinco muchachitos.

—¡Andrés, Felipe, Marieta, Conchita y Emilio! ¡Ya lo tenéis todo preparado encima de la mesa! ¡Bajad! ¡Yo marcho a la huerta! — La voz de Remedios asciende atravesando la oscuridad de las escaleras hasta las habitaciones de los niños.

 El sol amanece entre las lomas que jalonan el camino que lleva a la huerta. Remedios vadea el riachuelo remangándose la falda y las ganas de llorar hasta perderse entre las filas de tomateras.
Al final de cada mañana, de regreso a casa, para en la de Doña Encarna, la mujer del panadero.

—Buenos días, Remedios. ¿Lo de todos los días?

—Sí, una hogaza grande. Ya sabe cómo son los chiquillos. No perdonan una comida sin pan.

—Lo sé, Remedios —y mirándole a los ojos —, lo sé.

La mujer del panadero finge la mejor de sus sonrisas mientras Remedios retoma su camino de vuelta portando su cesto de verduras recién recogidas entre las que asoma la hogaza de Doña Encarna.

—Encarna, ¿Remedios se ha vuelto a ir sin pagar? ¿Cuántas hogazas nos debe ya?

—Tres años, tres años exactamente.

 Al entrar en la cocina, Remedios recoge las tarteras apiladas, las vacía en un cubo ya rebosante y sube a su dormitorio. Le espera otra noche larga de fogones y necesita cerrar los ojos para contener las lágrimas suficientes para el próximo guiso de huesos. 

Silencio 
Juan Pizarro
Los esperaban en el regimiento en poco menos de media hora, por lo que todo eran prisas y carreras por el pasillo.
Los cinco hermanos se alistaron aquella misma mañana con tan mala fortuna de que el ejercito alemán había decidido emprender una salvaje ofensiva, minutos después de que el hermano pequeño estampase su firma en los documentos que lo acreditaban como miembro del ejército francés destinado en la misma unidad de fusileros, donde fueron destinados también sus cuatro hermanos mayores
Solo tuvieron un par de horas para preparar los petates, ponerse sus nuevos y flamantes uniformes y despedirse de su madre. 
La pobre mujer se deshacía en besos y abrazos, saltando de un hijo a otro mientras no dejaba de sollozar.El hermano mayor, trató de consolarla diciéndole que el cuidaría del resto, que los habían destinado a servir en la misma unidad y que al menos estarían los cinco juntos en todo momento.
Literalmente hubo que arrancar al pequeño de los brazos de su madre para salir corriendo y llegar a formar antes de que se hiciera recuento en el cuartel.
Desde entonces la pobre mujer vivió pegada al aparato de radio de la sala de estar, donde entre canción y canción, Radio Nacional, emitía partes de guerra e informaba a la población del transcurrir de los acontecimientos en el frente.
Apenas una semana después del día en el que se despidió de sus cinco criaturas, llamaron con insistencia al timbre de la puerta principal del piso de Mont Marne y ala abrir,el grito de la vecina del segundo se escuchó en todo el edificio. Un oficial del regimiento de fusileros donde servían sus hijos, se aseguró de que aquella llorosa y atemorizada mujer fuera la madre de los cinco hermanos que tan valientemente había caído en el frente al defender su posición hasta el final
Al comunicar la fatídica noticia a la buena señora, esta, se desmayó antes de que pudiese terminar de explicar todo t con sumo cuidado, la tomó en brazos y la depositó sobre el amplio sofá del salón de la vivienda, dejando sobre su pecho las cinco medallas al valor con las que la patria premió la heroica acción de los difuntos.