Iván comprendió que la nueva estrategia de Ulises era ese "que todo cambie para que todo siga igual" que leyó una vez en la novela El Gatopardo, de Lampedusa.
La gente de la organización había informado a Salomé de que se diseñarían nuevos protocolos para todos los trabajadores de la empresa y todos, absolutamente todos, llevarán un arma oculta bajo la ropa o no, deberían aplicarlos evitando pensar al hacerlo, como Charlie se empeñaba en recordarles en cuantas formaciones recibían.
Iván y Clara habían recibido órdenes de mantenerse atentos a las señales que se originasen en SVAE, dado que la actualidad política y social del país estaba alcanzando cotas de delincuencia y corrupción nunca vistas antes y que para el asombro y el bochorno de cuantos honrados ciudadanos aún se resistiesen a reconocerlo, rozaban con el natural transcurrir de la administración en aquellas repúblicas bananeras que tanto habían ridiculizado los largometrajes de los más exquisitos directores americanos y europeos.
—Parece que al seguir uno de los nuevos protocolos atendiendo a una administración de fincas, Alma ha informado a Salomé de un movimientos sospechoso en Aldeamayor golf —dice Clara a Iván tras colgar el teléfono.
—Pues tu me dirás, compañera—responde Iván mientras cierra el archivo del expediente del de Runara que ha redactado en el ordenador de su despacho en comisaria—¿Y qué es lo que se espera de nosotros ahora?—pregunta satisfecho por la redacción del informe que acaba de terminar y que le estaba resultando bastante engorroso dadas las circunstancias del dichoso apagón nacional.
—Pues nos toca irnos a Aldeamayor echando virutas. Alma detectó que tras revisar el nuevo protocolo que utilizó uno de los tramitadores en prácticas, el vecino que llamó conseguiría las llaves de acceso para facilitar el paso al profesional que debía acudir al cuarto de comunicaciones de la urbanización con la excusa de instalar la fibra en un chalé de la nueva fase. Pero sospechó al darse cuenta de que esa nueva fase la lleva otra administración de fincas, no aquella por la que había entrado la llamada.
—Si los amigos de lo ajeno consiguiesen instalar un troyano en la red general, podrían hacerse con la información bancaria de todos los vecinos de la urbanización y desvalijar sus cuentas en cuestión de minutos.
—O acceder a créditos bancarios utilizando los datos personales de aquellos a quienes pudiesen hackear el ordenador.
—Nos han jodido con la ciberdelincuencia de los cojones—bramó Iván mientras comprobaba que su arma llevaba un cargador completo y una bala en la recámara, como acostumbraba cuando salía a atender algún asunto turbio.
—Pero bueno, jefe, no te preocupes—le chincha Clara—Primero tienen que conseguir introducir el virus y si no pillamos tráfico los cogeremos con las manos en la masa.
Y dicho y hecho. En cuestión de poco más de 20 minutos una bala de 9mm disparada por la Pietro Beretta del inspector Iván Pinacho atravesó el cráneo del tirador que trató de hacer lo propio al ver las placas, y extraer un arma del interior de su mono de operario de Orange con extremada pero no suficiente rapidez. El otro delincuente que en ese momento manipulaba un pequeño ordenador portátil conectado a la red, levantó las manos y obedeciendo la tajante orden de Calara, entrelazó los dedos detrás de la cabeza y se arrodilló sumiso, no pudiendo evitar orinarse encima al percatarse de que su socio había desparramado por todo el cuarto trocitos de hueso y restos de masa encefálica.
—Joder...lo he vuelto a poner todo perdido—ironizó Pinacho—vamos a pedir que los de SVAE contacten con alguna de las empresas de limpieza para las que atienden gestiones.
—Deja deja, que a saber a quien nos envían los malos si interceptan la llamada, y solo he traído un cargador—ríe Clara.
—Bueno. Vamos a llamar a los compañeros para que se hagan cargo de este estropicio y del señor Google. Si quiere—pregunta Iván al detenido con tanta sorna como mala leche—pido que le traigan unos dodotis.
El humillado informático que había cometido el error de vender sus habilidades a la persona incorrecta, tragó saliva y logró contener las lágrimas evitando derrumbarse delante de aquella pareja de maderos que le habían jodido el fin de semana y seguramente los próximos cinco años y un día.
Me he propuesto ser feliz, ya veis que tontería, que cosas tengo.
Sé que no va a ser nada fácil, pero soy un tipo muy tenaz cuándo algo se me mete entre ceja y ceja, y esto ya no es porque crea ser merecedor de ello o no, es simplemente porque he descubierto que durante muchos años y un par de vidas, he equivocado los deseos y he despilfarrado oportunidades y medios persiguiendo quimeras y caprichos que realmente no me iban a aportar esa felicidad deseada. Pero ahora he visto la luz, he descubierto mi camino, he comenzado a recorrerlo y he sido capaz de disociar lo que quiero de lo que amo, lo que necesito de lo que me ayuda a resistir y lo que puedo aportar de lo que creía ser capaz de conseguir.
Estoy aprendiendo mucho sobre el famoso y ya algo manido Ikigai, y realmente creo que encontré el mío y comencé el sendero.
También logre interiorizar algunas de las esenciales enseñanzas que todos los lectores debemos se capaces de extraer de El principito. Y además de esforzarme en mirar con el corazón, ya que lo esencial es invisible a los ojos, aprendí a amar a una rosa, no solo a querer las más hermosas flores en mi jardín.
He descubierto que soy capaz de perdonar, y de perdonarme. Que el rencor y el odio tan solo me hacen daño a mi, y he conseguido bajarme de esa escalera de ego que me llevaba a sufrir ante los comentarios y ataques de trolls y haters. De hace un tiempo a esta parte me rio con sus intentos de joderme la moral y la vida, y me descojono de que pierdan el tiempo en intentar arrojarme su inmundicia. Sé que ciertos "desconocidos" enviarán comentarios dañinos a este post, pero ya aprendí a eliminarlos sin leerlos siquiera. Y soy mucho más feliz desde entonces.
Las personas de mi entorno, hombres y mujeres, amigos y amigas, parejas, familiares, compañeros y compañeras de trabajo, educadores y jefes, me están dando tantas lecciones de vida, de amor, de capacidad y de voluntad, que me castigo por haber sido un completo gilipollas y no haberme detenido a aplaudir tantos y tan buenos ejemplos y a tratar de imitarlos. Pero ya está.
Vamos a por ello, a por la vida que un día soñé y decidí escribirme.
No me siento
ni con mucho un delator y aunque sé que “Roma no paga traidores” en esta
ocasión, el único traidor ha sido él. Javi era mi mejor amigo desde primero de
EGB pero hay cosas que un amigo no puede tolerar y creo que aunque ha sido una
medida algo drástica, a la larga me lo va a terminar agradeciendo.
La policía
lo ha detenido hace menos de diez minutos y se lo ha llevado al calabozo,
acusado de un delito de malos tratos y de violencia de género. Javi no ha
opuesto resistencia, él solo debe sentirse “muy hombre” cuando sacude a Marta.
Si soy sincero, creo que lo que más le ha molestado ha sido que se lo llevasen
esposado delante de todo el mundo.
He llamado a
la policía y lo he denunciado porque creo que, si no lo hubiese hecho yo, Marta
no lo habría hecho nunca. Llevan saliendo más de cuatro años, se conocieron en
COU y lo suyo era la crónica de una muerte anunciada. El capitán del equipo del
cole y la estudiante más guapa que además cantaba en el grupo que montaron los
del coro del colegio. Típico de película americana. Al principio las cosas iban
muy bien. Salíamos todos juntos y aunque yo pasaba algo de apuro por esa
costumbre tan suya de comerse los morros a todas horas, lo achaqué a ese amor
de juventud tan lleno de pasión y de hormonas. Los problemas comenzaron al
llegar a la universidad. Los tres nos matriculamos en la misma facultad de
Derecho y Javi empezó a gastarle a Marta bromas despectivas y machistas, como
que se alegraba de que se hubiese decidido por Derecho ya que le vendría muy
bien que alguien le planchase correctamente la toga.
Lo que
comenzó como una serie de bromas de mal gusto, se terminó convirtiendo en el leit motiv de las conversaciones de
Javi, con la silenciosa complicidad de Marta, que prefería restarle importancia
a la humillación pública antes que perder a su chico. Marta se apuntó a un
curso de cooperación con los refugiados, donde se impartían conocimientos
específicos para trabajar con este colectivo, donde la mujer era el sector más débil
y más castigado por las calamidades que acompañaban a la búsqueda de una vida mejor
y de un futuro para sus hijos. Javi se volvió un celoso compulsivo y no
soportaba que los compañeros de Marta, la llamasen por teléfono o la
acompañasen a casa después de las clases. Un lunes, Marta llegó a la facultad
con gafas de sol y al quitárselas en el aula, pude observar que, aun habiéndolo
intentado, el maquillaje no podía ocultar el moratón de la mejilla derecha. Le
pregunté que le había pasado y sin mirarme a los ojos, me dijo con voz
temblorosa que se había dado un golpe contra la mesilla de noche al despertarse
y cambió rápidamente de tema. Luego vino lo del Facebook. Ella siempre había
sido muy activa en las redes sociales, subiendo fotos de sus viajes y sus
fiestas y actualizando constantemente el estado en su muro del Facebook. De
repente dejó de escribir y de compartir fotos. Tenía más de mil contactos o
“amigos”, como se denomina a los contactos en esa red social, pero del día a la
mañana, hizo una limpieza y se quedó tan solo con familiares, amigas y los
pocos chicos que tenían también amistad con Javi. No tardó en volver a
golpearse con la mesilla de noche, en el labio. en la ceja… Las cosas cambiaron
muy deprisa. Ya no salíamos nunca en pandilla y solo quedaban ellos dos para ir
al cine, a cenar y cosas por el estilo, pero en pareja. Eso sí, Javi no se
perdía una juerga y al aparecer él sólo, justificaba la ausencia de Marta
diciendo que tenía que estudiar mucho, porque las chicas, subrayar en colorines
sí, pero entender bien los artículos del código penal ya era otra historia.
Cuando Reyes(la novia de Carlos, el delegado de clase) le afeó el comentario y
le dijo que las mujeres eran tan válidas como los hombres, para estudiar
Derecho o cualquier otra carrera, Javi le contestó de muy malos modos que no
tenía más que buscar en la historia de la humanidad a las mujeres constructoras,
descubridoras, conquistadoras, inventoras y demás. Que su ausencia no era algo
casual. Que tan solo destacaban algunas modistas, cantantes de ópera y
escritoras de novela rosa.
Javi dejó de
caerme bien y eso me dolió muchísimo, ya que desde que éramos niños, nos hemos
querido mogollón.
Esta mañana
se han desencadenado los acontecimientos, al darme cuenta de que me había
dejado el libro de Constitucional en el coche y volver al parking a por él.
Al bajar las
escaleras hacía el segundo sótano, he visto a Javi discutiendo con Marta y
justo cuando me estaba acercando a poner paz, Javi le ha dado un bofetón con el
dorso de la mano con tal fuerza, que Marta ha perdido el equilibrio y ha caído
hacia atrás, golpeándose en la cabeza contra la barandilla de las escaleras. Mi
querido ex amigo la ha dejado allí llorando y se ha ido a la cafetería de la
facultad a tomarse un botijo y a buscar a tres para un mus. Yo he tratado de
convencer a Marta de que lo denunciase, pero ella se ha enfadado mucho y no he
tenido más remedio que seguir mi código moral y mis valores, sacar el móvil y
llamar a la policía nacional.
Marta está
hecha polvo y tiene miedo de la presión social y de que en su entorno la
consideran imbécil o lo que es peor, culpable del trato que recibía por parte
de su novio. En estos años, he aprendido a valorar y a respetar la cálida
amistad de Marta y si no lo hubiese denunciado, no sería su amigo. He tratado de convencerla de que pida ayuda
profesional y de que la dependencia emocional no es positiva, pero me temo que
cree que he vendido a mi amigo y que he traicionado su amistad. No la culpo por
ello, vivía la peor de las mentiras. A veces el silencio es el cómplice
habitual de los maltratadores y hay que aprender a levantar la voz y a gritar
“basta ya”.
Cuando son varias las personas de tu entorno que no cumplen con tus expectativas al resultar no ser como pensabas, y ves que vas de una decepción a otra y que las desilusiones se amontonan en el cofre de tu alma, llega el momento de pensar bien, de analizar la situación, recapacitar y asumir que el problema es únicamente tuyo por haberte entregado en exceso, por haber dado siempre más de lo que se te pedía y por haber creído que al comportarte así, estabas cimentando amistades verdaderas, relaciones sanas y unos vínculos eternos.
Pero no.
Ha llegado el momento de empezar a mirar por uno mismo, a trabajar por conseguir esa felicidad tan ansiada que erróneamente tratabas de obtener para los demás ignorando la propia y llegando incluso a sacrificar cuanto la vida quiso regalarte por compartirlo con quien ni supo agradecerlo ni lo mereció.
Y no es egoísmo, es supervivencia.
Toca hacer un verdadero esfuerzo para cambiar la actitud, pues cuando tu naturaleza es la de castigarte por no conseguir la felicidad ajena te resultará jodidamente difícil alcanzar la tuya. Y con esto no pretendo considerarme mejor persona que nadie, ni tan siquiera una buena persona. Conozco mis limitaciones, mis innumerables defectos y mis recurrentes fallos, pero también sé que si me empeño en ello y me agarro a lo bueno que me enseñaron y me inculcaron mis padres, mi calidad humana mejorará, y solo así desarrollaré el criterio acertado para poder ofrecerme sin reservas y sin fisuras a las personas que realmente lo merezcan. Al resto de las personas con las que la vida me cruzó muy a mi pesar, no les deseo ningún mal, tan solo que sean muy felices, pero muy lejos de mi. Y punto.
Pero bueno...se acercan tiempos en los que el sol iluminará nuevas metas. A por ellas, cueste lo que cueste , pase lo que pase y le pese a quien le pese.
Pablo guarda el arma y organiza a su equipo para que todo quede asépticamente listo para revista. Tras hablar con Ulises, da las pertinentes instrucciones a Salomé, quien se ocupa de los detalles más complejos. Después de asegurarse de que no habrá indicios de sospechas entre los serviciales y eficaces tramitadores de llamadas de SVAE que han asistido atónitos a lo sucedido, deja que sea Txus quien avise a la policía nacional al ver que Pedro ha regresado de aparcar en el lugar convenido del polígono industrial donde se ubica la sede de SVAE. A escasos trescientos metros de la sede de la tapadera de unos cuantos efectivos sagaces y resolutivos servidores públicos, los efectivos del patrulla de la Policía Nacional que recibirá el anónimo aviso encontrará la furgoneta del poco afortunado equipo de agresores, con los cadáveres de todos ellos en el interior, ocultos por los cristales tintados de miradas indiscretas, tal y como ha ordenado Ulises.
Alma realiza una discreta pero exhaustiva ronda de reconocimiento por los alrededores, y siguiendo las instrucciones de Pablo, cuando se cerciora de que no hay ninguna otra amenaza, entra a tomarse un café en el bar restaurante que linda con la vecina estación de gasolina de la nacional Repsol, y saluda sonriente a las camareras como si unos minutos antes no hubieran tenido que erradicar la mortal amenaza que se presentó en el edificio que alberga el servicio virtual de asistencia a empresas.
Mientras saborea el café con leche de soja sin azúcar ni edulcorante alguno, no puede evitar sonreír al recordar la habilidad de Pedro al utilizar la navaja, y lo sorprendente de asistir al descubrimiento de Laertes como eficaz y resuelto pistolero. Pablo, el jefe del operativo, ya le ha hecho una oferta que el rubio y aparentemente tímido Laertes no ha podido rechazar, y desde hace apenas media hora ha pasado a formar parte de la unidad que al servicio de España, opera desde el vallisoletano polígono de San Cristóbal.
En el otro extremo de la piel de toro, Clara e Iván se aseguran de que el disoluto hijo del emir de Runara no haya echado en falta ninguna de sus muchas y formidables pertenencias, ni tan solo uno de los euros de entre esos millones que esa misma noche llevará al casino Nueva Andalucía, en Puerto Banus, para respaldar sus corazonadas sobre el número acertado, rojo, par y falta, que le hará un poquito más asquerosamente rico, si eso es posible.
Pues ya va siendo hora de volver a casa, Bebé—dice Clara cariñosamente haciendo referencia al nombre clave que asignaron a su amigo y compañero los hombres de las fuerzas especiales inspirados en el hoy rasurado bigote color del inspector Pinacho—Al final la gente de Ulises se habría podido apañar perfectamente sin nosotros. No entiendo cómo no nos ordenaron que abortásemos misión y nos diésemos la vuelta.
—Pues te vas a reír, Clarita—le contesta Iván mientras siguiendo el protocolo habitual elimina el recién recibido wasap de audio tras escucharlo—Se acerca la hora de la verdad. En la dura estepa castellana ha habido un choque de fuerzas y eso ha llevado a la gente de inteligencia de la organización a tirar del hilo. Al parecer han encontrado ciertas grabaciones en el smartphone de uno de los sicarios que habían enviado a terminar con nosotros y con nuestra tapadera y las órdenes no las recibía únicamente de una organización criminal. No te vas a creer quien se esconde tras ciertas maniobras de corrupción, chantaje, apropiación indebida y demás lindezas.
—Pues si mi corazonada no falla, creo que los mismos que se ocultan tras la capacidad de poder generar un apagón en toda la península llevando a 0 a la red eléctrica nacional—contesta Clara con rapidez.
—Pues no te equivocas, cielo. Pero se acerca la hora de la verdad, y al parecer alguien mucho más arriba de lo que podríamos habernos imaginado, va a tener que dar muchas explicaciones.
—Bueno....yo tengo mucha imaginación, Jefe—chincha a Iván sabedora de que no le gusta nada que lo llame así—pero la experiencia em dice que ese tipo de gentuza a tan alto nivel , ni da explicaciones, ni asume responsabilidades. Ya veremos que pasa.
Iván abre galantemente la puerta del puesto de copiloto del vehículo para que su compañera se acomode, espera a que lo haga sin prisas y después se dirige al asiento del conductor, donde tras asegurarse de poder salir sin peligro de colisión, arranca, pisa el embrague y mete primera enfilando el coche hacia la tierra del insigne poeta decimonónico que escribió con gran acierto: "Lo falso a lo verdadero, lleva ventaja infinita, la mentira es más bonita y yo siempre la prefiero."
Hace muchos,
muchos años, cuando no había internet ni teléfonos móviles con los que llamar
al 112, y los barcos aún no tenían motores y dependían del viento, navegaba por
los mares del sur un temible pirata conocido como el Capitán bicolor.
Su nombre se
debía a la particularidad del color del bigote que adornaba su cara, pues era
un bigote mitad rubio y mitad blanco y cuentan los marineros en las tabernas, que se le puso medio blanco del susto que le dio un tiburón cuando se tiró al
mar a refrescarse sin darse cuenta de que el enorme devorador de hombres nadaba
junto a su barco. El capitán bicolor siempre tuvo mucha suerte y de todos los
enormes tiburones blancos que infestaban las aguas del pacífico fue a coincidir
justo con el único que se había hecho vegano, pero claro, él no lo supo hasta
que el tiburón pasó a su lado ignorándolo por completo y masticando un chicle
de algas. Se llevó tal susto que su hermoso bigote rubio pasó a ser mitad
rubio, como su pelo, y mitad blanco como las sábanas de las literas de su
camarote.
Pues bien,
una mañana de agosto el Capitán Bicolor y sus hombres avistaron una vela en el
horizonte y al comprobar con el catalejo que era un barco mercante, se lanzaron
en su persecución en busca de riquezas y de una docena de huevos, ya que se les
estaban terminando los de la bodega, porque había sido el cumple del grumete y
el cocinero le hizo una tarta enorme que repartieron entre todos, y ya no
quedaban casi huevos para las tortillas de la cena. Y eso de que hay unos piratas sin huevos, resulta bastante curioso.
Izaron todas
las velas y aprovechando el viento que soplaba de popa salieron corriendo tras
el barco mercante y no tardaron en alcanzarlo.
Bicolor y
sus piratas se lanzaron al abordaje del mercante y con el sable en la mano y
una pistola en la otra, su pequeño cuerpo de rubia melena cayó sobre cubierta
seguido por los más sanguinarios piratas de los mares del sur.
La
tripulación del mercante no ofreció resistencia y se rindió de inmediato,
pidiendo que por favor no los mataran y se llevaran lo que quisieran. Bicolor
que era un gran pirata, pero una buena persona, se apiadó de ellos y les
prometió que, si se sentía satisfecho con lo que pudiera llevarse, les
perdonaría la vida.
En la bodega
encontraron unos cuantos barriles de ron, cerdos y corderos como para darse un
montón de festines y huevos y patatas suficientes para mil tortillas, aunque
nada de oro ni de cofres con tesoros.
No obstante,
Bicolor y los suyos se iban contentos y perdonaron la vida a la tripulación del
barco asaltado.
Estaban a
punto de irse cuando uno de los piratas le dijo a Bicolor que habían encontrado
a una noble dama escondida bajo la cama de un camarote.
La dama en
cuestión iba a las américas a casarse con un virrey español, por lo que Bicolor
decidió que se la llevaría y pediría un buen recate por ella.
Era una
mujer muy hermosa, pero el terror se reflejaba en su rostro y Bicolor le dijo
que no se preocupara que no le haría nada y que no pensaba quedarse con ella,
que en cuanto le pagaran el rescate la liberaría porque las mujeres no servían
para nada y en un barco eran solamente una molestia y un estorbo.
Ella se
enfadó mucho y todos los piratas se rieron al ver como su cara blanca de miedo
había pasado a estar roja de ira por ser capturada por un pirata y además por
uno tan machista.
Bicolor le
dijo al capitán del mercante que avisara al virrey de que la dama estaba en su
poder y de que o le pagaba cinco cofres de oro o la haría pasar por la borda
para que fuera pasto de los tiburones, incluso del vegano que se le comería el
cabello confundiéndolo con algas.
El barco
pirata navegó por los mares del sur esperando a que vinieran a pagar el rescate
y se llevaran a la dama.
Durante unos
cuantos días la dama se aburrió de lo lindo pues los piratas no la dejaban
hacer nada. Para ellos las mujeres no sabían hacer nada y no valían para nada,
hasta que un día estalló una brutal tormenta y paso lo que hizo que cambiaran
de opinión.
El viento
huracanado estaba a punto de hundir el barco y los piratas se esforzaban en
achicar el agua que inundaba la cubierta. Permitieron a la dama que ayudara en cubierta
pues les impresionó y les sorprendió ver con que velocidad achicaba agua y con
que agilidad felina subía por las jarcias para cumplir con las órdenes del
capitán Bicolor, que había ordenado arriar todas las velas menos la mayor,
pensando que así podría aprovechar el fuerte viento si conseguían girar el
timón y enderezar el velero para salir de allí. Pero las cosas se estaban
poniendo muy mal y todos pensaban que iban a morir. Entonces la dama subió al
castillo de popa desde donde el capitán daba las órdenes y se ató al timón para
no ser arrojada al mar por la fuerza de las olas. Con rostro pensativo estudió
la situación y lo vio todo muy claro.
¡Arriad la
mayor! ¡izad las Génovas y los tormentines! Grito con tanta fuerza y tanta
decisión que el capitán bicolor asintió con la cabeza y los piratas la
obedecieron de inmediato. El barco basculó unos segundos, pero para asombro de
todos la astuta maniobra de la dama secuestrada dio resultado y el barco salió
de la tormenta poniendo a salvo al capitán y a todos los piratas.
Al fijarse
en ella el capitán la vio sonreír con alegría y su sonrisa le pareció lo más
bonito que había visto en su vida.
—Perdóname,
noble y hermosa dama –dijo bicolor—estaba equivocado con las mujeres. Pensé que,
aunque también sabéis hacer algunas cosas, valíais menos que los hombres, y de
no ser por ti ahora estaría en el fondo del mar visitando a las almejas y a los
cangrejos. Sé que no es escusa, pero tanto yo como mi tripulación, hemos crecido rodeados de micromachismos y se nos ha educado en que la mujer es tan solo el más hermoso complemento para la vida del hombre. Pero hoy me he dado cuenta de lo confundido que he estado siempre y a partir de este momento, le cambiaré el nombre a mi barco y lo llamaré "Igualdad", en tu honor.
—Te perdono,
capitán Bicolor, pero espero que hayas aprendido la lección y que a partir de
ahora no se te ocurra volver a pensar que las mujeres no valemos para nada.
Y así fue.
El Capitán
Bicolor se enamoró de la dama y cuando llegó el barco que transportaba el
rescate le dijo a su capitán que no la cambiaría ni por un millón de cofres de
oro, pues era la persona más valiente y astuta que había conocido. Y le debía
la vida.
La dama se
emocionó al ver que prefería su compañía a tanta riqueza y entonces se dio
cuenta de que Bicolor no estaba mal y que, aunque no era ni muy alto ni muy
fuerte era un tipo muy majete y tenía unos ojos azules muy bonitos, pero lo que
más le gustaba de él, era el oficio que había elegido desempeñar. Y le dijo al
capitán del barco que llevaba el rescate que no se preocupara, que estaba muy a
gusto con los piratas y que le dijera al virrey que lo sentía mucho, pero que
se quedaría para navegar con el capitán pirata y que había descubierto su
verdadera vocación y también se haría pirata.
Y así fue. La
capitana Gran sonrisa se convirtió en una excelente pirata y convenció al
capitán bicolor para que enrolase mujeres en la tripulación. El Igualdad, que
así llamaron a su barco desde entonces, se convirtió en el más peligroso de los
barcos piratas de los mares del sur, pues al unir sus habilidades los hombres y
las mujeres de abordo, no tenían rival y piratearon hasta el infinito y más
allá. Aún hoy en la isla de la Tortuga y en las tabernas de todos los puertos
se recuerda con simpatía y admiración aquel barco pirata en el que mujeres y
hombres al trabajar juntos se convirtieron en el azote de todas las embarcaciones
que hacían la ruta de las indias.
Me acuso de escribir mojando siempre la pluma en el tintero del alma, y en ocasiones intento darle forma a tanta sensibilidad y a tanta emoción que la prosa no me sirve, y trato de expresarme en verso, aunque ese no es mi terreno y corro el peligro de caer en una poza o de hundirme entre movedizas arenas.
Ruego a mis amigos poetas y a cuantos lectores aman la poesía disculpen mi atrevimiento.
Espero que sepáis interpretar cuanto sentimiento recogen estos versos y al hacerlo perdonéis mi osadía.
No se me
puede llamar poeta.
Mi pasión no sigue métrica alguna, no acepta orden ni
estructura ni está sujeta al estilo que indican los eruditos.
El amor que me inspira una sola de tus sonrisas no hallará
jamás el término exacto para construir la metáfora adecuada.
Ergo no puedo llamarme poeta, no pueden llamarme poeta.
Y no lo necesito, porque siento, luego existo, amo luego
insisto, te pierdo y te gano, te tengo y te alejas, me sangra el cerebro, me
tiembla la mano.
Te busco en cada sombra y te encuentro siempre en la luz.
Eres el sol que es vida y si no me iluminan tus ojos me
siento morir.
Y eso me desespera porque no puedo acusar al destino, ni al
dios que todo lo puede, ni a los caprichosos hados que ni tan siquiera existen
más allá de mis fracasos.
Tan solo conozco una gran verdad, y no es otra que habitas
en cada una de las palabras con las que construyo la más feliz de las historias
que me gustaría vivir junto a ti,
Pero es solamente real en negro sobre blanco.
Entonces igual sí que soy poeta.
Que me llamen como quieran,
yo me llamo como me
nombran tus besos y no deseo seudónimos
Relato en el que he tratado de rendir homenaje a esas personas que más allá de su lugar de nacimiento, raza, condición social, ideologías y creencias, se rigen por unos valores que a mi entender son lo que deberían regir el mundo, Sé que soy excesivamente idealista y utópico,, por no decir ingenuo e incluso algo iluso, pero bueno...me gusta pensar que personas como el Jonás de mi texto abundan en el mundo.
El agua cae con la presión y la temperatura adecuada sobre
el bueno de Jonás, que se enjabona y se frota con tanto empeño que, sin
pretenderlo, se levanta las postillas de las manos y los antebrazos. Estas
costras se las levantó primero, al arrancar sin cuidado ni método las uvas de
las primeras vides de las muchas hectáreas de viñedo que abastecen la
producción de una conocida bodega de la Ribera del Duero, antes de aceptar los
guantes y las tijeras que le ofreció el capataz que se hizo cargo de su
cuadrilla durante la vendimia en aquellas tierras de Valladolid. Las costras
que no terminaban de cerrar, pues no podía evitar levantárselas continuamente,
eran las de las heridas adquiridas con las puntas de acero clavadas en las
tablas a las que se encaramó al subir a bordo de la patera, después de lanzarse
al Mediterráneo a intentar rescatar a Aminata, una joven en avanzado estado de
embarazo, pocas semanas antes.
La mujer cayó al mar después de que uno de los pasajeros de
la precaria embarcación sobreocupada esgrimiera el afilado y curvo cuchillo que
extrajo con rapidez de entre sus ropas, y que a punto estuvo de atravesar el
corazón de su marido, Mamadu, durante la refriega, obligándolo a saltar por la
borda para evitarlo.Ella perdió el
equilibrio al tratar de mediar entre su hombre y el desesperado y violento marroquí,
llamado Khaled, quien creyó ver amenazada su llegada a la costa española,
cuando aquel enorme africano le pidió en un extraño y desconocido dialecto que
no supo interpretar que le dejase a su mujer un poco más de espacio en
consideración a su abultada barriga.
Jonás no juzgó la reacción del magrebí, quien obviamente se
asustó mucho al no entender el idioma de aquel subsahariano que gesticulaba
moviendo los brazos como enormes y musculadas aspas de molino al dirigirse a
él, y que al ver los gestos y no comprender el significado de aquellas voces,
creyó que le estaba ordenando que le cediera su plaza a la mujer. El billete
para aquella travesía le había costado los ahorros de muchos meses de duro
trabajo y no pensaba renunciar sin pelear a la oportunidad de llegar a España y
de labrarse el futuro que en su tierra le estaba vedado.
Al ver que la situación se había descontrolado de tal
manera, y que ni Mamadu, ni su embarazada esposa sabían nadar, Jonás se zambulló
sin pensarlo y buceó unos metros hasta que consiguió aferrar por debajo de las
axilas a la mujer que presa de la histeria había comenzado a hundirse. Una vez
la tuvo bien sujeta, comenzó el ascenso hasta la superficie. Mientras, Hassan,
uno de los ocupantes de la frágil embarcación que chapurreaba el dialecto de la
accidentada pareja, explicó a su nervioso compatriota lo que Mamadu realmente
le había pedido y, este, al percatarse de lo desproporcionado e injusto de su
reacción, guardó el cuchillo y se prestó a auxiliar a quien segundos antes
había estado a punto de acuchillar.
Aquel viaje era la última parte de un infierno que todos
habían vivido en mayor o en menor medida, y la mayoría de ellos habían
abandonado su humanidad por el camino.
Cuarenta y cuatro personas subieron a bordo en las playas
de Alhucemas con destino a la costa de Málaga, pero para la inmensa mayoría, el
trayecto hacia sus sueños había comenzado mucho antes, en Mali, Senegal y otros
países de la sabana del Sahel. Los
marroquís, minoría en aquella patera provenían de las aldeas más pobres del Rif.
Todos sin excepción, habían tenido que pagar a las mafias argelinas
que controlaban las rutas de la emigración y las salidas de las precarias
embarcaciones, y que no escatimaban balas, crueldad y golpes en caso de que
alguien se negase al pago de las desorbitadas cantidades que cobraban por
facilitar jugarse la vida en el mar, a los más desesperados habitantes del
continente africano.
El negocio era de tal magnitud, que distintos clanes
mafiosos de las más dispares procedencias, pugnaban por hacerse con el control
del dinero, los bienes y la esperanza
que movía a hombres, mujeres y niños a arriesgarlo por todo por huir de la miseria
provocada por la avaricia de las grandes multinacionales europeas y americanas,
de la guerra que convertía en soldados a los niños de los poblados, y del
hambre que secaba de leche de los pechos
de las madres que cometían la insensatez de traer criaturas a un mundo en el
que el color de la piel y el lugar de nacimiento dictaban sentencias de muerte.
Algunas de estas mafias ya se habían ganado su reputación con el hachís y tras
años de burlar a las policías de sus países y a las patrulleras de la Guardia
Civil española, habían decidido cambiar por seres humanos los fardos de hachís que
transportaban de contrabando cruzando el estrecho. Si el mar hundía una patera
llena de inmigrantes, las mafias tan solo lamentarían perder a uno de sus empleados
de menor categoría, y no cientos de kilos de una droga que les podría reportar
un seguro dinero en el mercado negro.
El sol de agosto parecía haberse conjurado para abrasar la
piel de los improvisados argonautas, que cruzaban las aguas del traicionero y
peligroso estrecho en busca de su particular vellocino de oro abarrotando
aquella paupérrima nave de apenas diez metros de eslora, y el infernal calor y
la enloquecedora sed se fueron adueñando poco a poco de su voluntad y su razón
hasta convertirlos en fieras presas de sus ilusiones y cautivas de sus escasas
posibilidades.
Los individuos que les garantizaron la llegada a la costa
española a través de una ruta supuestamente segura les indicaron que la última
parte del viaje, la que cubriría el paso de este pequeño accidente geográfico
que separaba dos continentes, apenas les llevaría quince horas de tranquila
navegación propulsados por el minúsculo y obsoleto motor que controlaba el
único individuo que parecía tranquilo, bien alimentado y sano, en aquella nave
directa a la incertidumbre. Este peón de las mafias portaba un revolver de gran
calibre, largo cañón y cachas de madera en la cintura, y aquel arma, a la vista
de todos, evidenciaba que con él no podía discutirse ni perder las formas. Su
voluntad era la única ley a bordo y aunque no era más que un soldado sin rango en
la organización, en aquel punto del Mediterráneo era el único dios al que
obedecer y rendir pleitesía.
Jonás se había ganado la amistad y el eterno agradecimiento
del matrimonio que había estado a punto de morir ahogado, y el reconocimiento
de cuantos viajaban a bordo, que vieron como aquel maliense de cuerpo atlético,
expresión bonachona y sonrisa amable, se había lanzado al mar sin dudarlo,
exponiéndose a perder la vida o lo que es peor aún, la posibilidad de construirse
un futuro en Europa, tan solo por ayudar a dos desconocidos.
Cuando todo parecía volverse realmente insoportable, el
mafioso que controlaba la embarcación dijo algo levantando al tiempo la
barbilla en dirección a proa que hizo que todos sonrieran con una mezcla de
nerviosismo y felicidad y aplaudieran, y algunos incluso comenzaron a cantar a
los dioses dando gracias, pues en el horizonte divisaron la costa de Málaga. La
alegría desapareció por completo unos minutos más tarde, cuando el piloto sacó
el arma y apuntando al grupo los ordenó abandonar la patera y ganar la costa a
nado, agarrados a sus escasas pertenencias. No obstante, dentro de su egoísmo,
pues el mafioso intentaba por todos los medios no encontrarse con una
patrullera en la cercanía de la costa, se acercó cuanto pudo a la playa y al asegurarse
de que a esa distancia los viajeros tendrían posibilidades de llegar a ella,
insistió en que se lanzasen al mar.
Jonás supo que para evitar muertes deberían organizarse y
avanzar en grupos repartiéndose quienes supieran nadar con quienes no sabían
hacerlo y con la ayuda de Hassan que le sirvió de intérprete y nadando
continuamente de un grupo a otro para ayudar a que incluso los más asustados de
entre sus compañeros se mantuvieran a flote, logró que todos los ocupantesde la embarcación, qué libre del peso de la
carga volaba de vuelta a la costa de Alhucemas, alcanzaran tierra firme, para
el asombro de los bañistas y veraneantes que abarrotaban aquel trozo de tierra
prometida. Diversos agentes de la Guardia Civil y cuerpos médicos y distintos
miembros de organizaciones de ayuda al inmigrante no tardaron mucho en
personarse en el lugar y en prestar ayuda a los agotados y asustados africanos
que habían conseguido llegar a suelo español.
Jonás fue uno de los primeros en abandonar el CETI en el
que los internaron, para formar parte del grupo de compatriotas que subieron al
autobús con destino a Valladolid, donde los capataces de muchas de las bodegas
de las cinco distintas denominaciones de origen que hacían de aquella provincia
castellana la capital del vino español, contrataron mano de obra inmigrante, asesorados
por miembros de organizaciones religiosas y no gubernamentales que luchaban por
poder ofrecer a los desesperados seres humanos que arriesgaban sus vidas cruzando
el mar un trabajo y una verdadera posibilidad de residencia y de futuro.
Aquella mañana, la voluntaria de la ONG que le había
conseguido el trabajo y una plaza en el albergue en el que se estaba duchando,
llamó al centro para comunicarle que Aminata había alumbrado a una hermosa niña
sana y de ojos tan grandes como los de Mamadu, su padre, quien en el momento del
parto se encontraba en el autobús con rumbo al trabajo en unos viñedos de la
D.O Rueda y que pasaría el día contando los minutos para regresar a Valladolid,
acudir al hospital y abrazar a su mujer y a su hija.
Jonás, se secó en el vestuario de las duchas y se vistió
con las ropas donadas por otros vallisoletanos que, junto a aquellos
voluntarios, religiosos y dueños y capataces de bodegas, le habían devuelto la
fe en la humanidad.
El ser humano es un animal, si, y en ocasiones el hombre
puede ser un lobo para el hombre, pero los misioneros que hace ya más de veinte
años lo bautizaron con el nombre de un profeta tras convertirlo a la verdadera
fe, le explicaron que Cristo vive en todos y cada uno de nosotros y que a veces
solo hay que dejarle guiar nuestros actos para que triunfe el bien.
Enfrascado en sus pensamientos y con una sonrisa de oreja a
oreja que dejaba al descubierto su espectacular dentadura, Jonás acudió al
comedor para desayunar, y al tomar su bandeja y la taza de café caliente que le
correspondía, agradeció a la Santísima Trinidad los alimentos, y sobre todo el
no tener que volver a empuñar un arma y a matar a otros seres humanos para
conseguir un pedazo de pan. Al pensar en su suerte lloró, pero esta vez las
lágrimas de alegría sustituyeron a las lágrimas de sal que derramó al caer
extenuado en la playa de San pedro de Alcántara.
La jornada de trabajo en el campo estaba siendo casi
festiva pues la cosecha estaba completamente recogida ya y estos últimos días
eran de limpieza de los viñedos y cuidados de aquellas cepas que, sin
pretenderlo, habían resultado dañadas por la maquinaria y los peones, y el
capataz lo había seleccionado junto a otros buenos trabajadores para formar
parte de la cuadrilla estable que ayudaría en la bodega con todos los trabajos
que necesitasen de brazos fuertes y firme voluntad.
Poco antes de subir al autobús que lo devolvería al
albergue en la ciudad, Jonás comenzó a escuchar hablar de la terrible DANA que
había sacudido el este del país que lo había acogido y donde parecía
presentarse un futuro esperanzador.
En el salón comunal en el que se reunían a ver la
televisión algunos residentes antes de acostarse, Jonás ya había podido ver las
escalofriantes imagines que los telediarios transmitían prácticamente en bucle
y el índice de muertos y de desaparecidos no dejaba de aumentar con el paso del
tiempo.
Al día siguiente la realidad se volvió aún más insoportable
y la desgracia y la angustia se extendió por toda la geografía española, pues
además de aquellos que tenían familiares o amigos en la zona afectada, la
población española en su totalidad había empatizado por completo con las
víctimas de la tragedia, con quienes habían perdido seres queridos, casas,
negocios, bienes…
Desde los pueblos de la comunidad valenciana se pedía ayuda
para localizar a los desaparecidos y para limpiar y despejar las calles, pues muchos
no podían regresar a lo que quedaba de sus hogares y lo que era aún peor,
algunas personas estaban atrapadas solas o incluso en compañía de los cadáveres
de quienes habían fallecido durante el tiempo que estaba durando la emergencia.
La solidaridad de sus anfitriones emocionó a Jonás, quien
no dudó en unirse a otros agradecidos inmigrantes y solicitar a las
organizaciones que los atendían y a los empresarios que los habían contratado
la oportunidad de subirse a uno de los transportes que trasladaban a
voluntarios armados con palas, cubos, fregonas y ganas de aportar cuanta ayuda
está en sus manos y cuanta esperanza albergan sus corazones.
Jonás, y otros muchos voluntarios que no escatimaron
esfuerzo en devolver su esplendor a las calles de Valencia, sabían bien lo que
era verse sumergidos bajo las aguas y perder en ellas a seres queridos. Por eso
cada una de las lágrimas derramadas en el este de España tenía para ellos
restos de salitre, y se parecían mucho a las derramadas por quienes habían
cruzado el estrecho o saltado la vaya que separaba la muerte de la vida, el
odio del amor, el miedo de la esperanza.
Hoy, bajo la dirección de aquel bombero valenciano que tomó
el mando de su cuadrilla y supervisó los trabajos, todos eran hermanos en el
esfuerzo, y no había distinciones de credos, países de nacimiento ni colores de
piel.
Como era de esperar en el control de acceso del residencial Benamara, en plena costa del sol, se habían concentrado los mejores electricistas de la provincia de Málaga, atraídos por la urgencia en reparar la instalación que daba servicio al caprichoso hijo del multimillonario emir de Runara, quien al parecer tenía el dinero por castigo y maldición familiar. En la entrada de la urbanización se produjo un curioso embotellamiento entre los vehículos comerciales de las empresas eléctricas, los coches de los guardias de seguridad de la comunidad, los de protección privada del hijo del emir, un par de Nisán de la Guardia Civil y un vehículo de la policía local, cuyos ocupantes desplazados hasta allí nada más conocerse el origen del apagón global que al parecer ya afectaba a toda la península, se desesperaban en organizar aquel caos.
Según le comentó a Iván el miembro de la benemérita de mayor graduación, quien se había hecho cargo de lo referente a la investigación preliminar del suceso, alguien sin saber cómo, cuando, ni porqué, se había hecho pasar por un empleado municipal para acceder a los enormes generadores de seguridad y había colocado el ingenioso y minúsculo temporizador que hizo que un pequeño detonador de fabricación militar hiciera estallar el explosivo plástico adherido a un conmutador en la central eléctrica de Estepona. Todo sucedió justo en el momento en el que el hijo del emir había tecleado el código de apertura de la caja fuerte empotrada en el muro de carga del chalé alquilado para introducir los cerca de seis millones de euros que había traído para jugar en las mesas de ruleta francesa del casino Nueva Andalucía, de Puerto Banús.
—Desde lo más alto se nos hizo acudir aquí a los pocos minutos de producirse el apagón. No entiendo cómo ha sido posible que pudieran interconectar los sucesos con tanta rapidez—le dice el uniformado y bigotudo picoleto—Si al final va a ser que los servicios de inteligencia son inteligentes y todo.
Iván y Clara cruzaron una mirada y una sonrisa al escucharlo y ambos pensaron en el acto en las mismas personas, sin saber que una de ellas, Salomé, estaba a punto de enfrentarse a un peligro para el que Ulises no había podido prevenirla aun.
—A nuestros queridos amigos no les va a gustar que gracias a las sospechas de Salomé y a su rápida información a Ulises les hayan arruinado el negocio.
—Si. Es verdad—concede Iván— Se ve que esta agente destinada a SVAE es de lo mejorcito de nuestros servicios secretos. No creo que vayan a permitir que siga con vida. El intento de acabar con ella no tardará en repetirse y quien sabe, quizás con mayor fortuna.
Lo de dejar sin energía durante unos minutos a toda la población española y portuguesa para hacerse con los millones de euros en metálico del de Runara, y con la inmensa fortuna que traslada en joyas además cada vez que se mueve por Europa, se les fue un poquito de las manos a estos tipos. Pero también nos han dejado claro hasta donde pueden llegar y la profesionalidad de algunos de sus secuaces. Esto indiscutiblemente ha sido obra de alguien con formación militar y con una increíble preparación en actos de sabotaje,
A poco más de 800 kilómetros de allí, los peores presentimientos de Iván estaban a punto de hacerse realidad. Un sicario de la organización criminal que habían descubierto operando infiltrada en los gremios a los que recurrían las administraciones de fincas y otras empresas que se podían contratar a través internet, jaqueó sin la menor dificultad el código que abría la puerta de acceso al parking donde los tramitadores de llamadas y sus responsables, coordinadores y formadores dejaban aparcados sus coches durante las horas de turno presencial. Al abrirse el portón, una pequeña furgoneta con las lunas tintadas accedió al parking y de ella saltaron con rapidez cuatro hombres armados hasta los dientes que no tardaron en derribar la puerta del call center y en encañonar a los trabajadores que allí se encontraban, ordenándolos que identificaran a Salome sino querían que abrieran fuego.
Lo que no sabían era que el destino, que es tan caprichoso como juguetón, había decidido que en ese momento Salomé estuviera en la pequeña sala de juntas anexa al call center, en la que tenía una de las periódicas reuniones que Pablo, el CEO de la empresa, solía celebrar con su equipo de confianza y un café y unos churros de por medio. Además de Salomé y Pablo, estaban allí Alma, la risueña y adorable formadora de los nuevos trabajadores que se iban incorporando a la empresa y Pedro Pérez, un coordinador corpulento y musculado, pero de naturaleza afable, aunque a todas vistas capaz de afrontar cualquier tipo de situación sin despeinarse. También estaba Txus, otro de los coordinadores quien fue el primero en darse cuenta de que algo no iba bien al ver a través de los vinilos serigrafiados que decoraban la luna de la sala confiriéndola al tiempo algo de intimidad, a un grupo de individuos de aspecto sospechoso entrar a toda prisa en las oficinas.
—Bueno, Pedro, Alma...—dijo Salomé al comprobar la situación a través del cristal— , creo que no hace falta que os diga que lo que nos temíamos ha terminado sucediendo.
—¿Se puede saber qué está pasando aquí?—preguntó Pablo al ver como aquella informal y cotidiana reunión de empresa se había convertido en algo completamente diferente a lo que imaginaba.
—No sé si estamos autorizados a contarte según que cosas—dijo Salomé extrayendo una pequeña pistola automática de la funda oculta dentro del maletín de trabajo y ofreciéndosela a Alma, quien declinó su ofrecimiento al hacer aparecer como por arte de magia un revolver de gran calibre con las cachas nacaradas de entre los pliegues de su larga falda baquera.
—Yo me ocuparé con discreción del que cubre la salida —aseguró Pedro apretando el resorte que permitió aflorar la larga y afilada hoja de su navaja automática—vosotras desaceos de los demás y procurad que no lleguen a abrir fuego. Tenemos a tres compañeros en la sala y por encima de todo debemos garantizar su seguridad y ponerlos a salvo.
—Ulises no me había hablado de esto—masculló Pablo para sorpresa de todos mientras sacaba su Smith and Wetson del 45 de la funda sobaquera oculta bajo su impecable americana—vamos al lio, equipo.
—¡Joder! —exclamo Txus apoyándose en el bastón que utilizaba para ayudarse en su casi imperceptible cojera—No gana uno para sorpresas.
Entonces se escuchó un disparo dentro de la sala y para su asombro vieron salir a tres de los intrusos desarmados y con las manos entrelazadas tras la nuca. Y siguiéndolos con paso firme y decidido y apuntándolos con su Pietro Beretta aún humeante a Laertes, el rubio teleoperador de ojos tan azules como tristes y palabras siempre cuidadosamente escogidas.
Guardad las armas y disimulad, equipo—ordena Pablo—vosotros y yo ya hablaremos luego. Y Ulises, claro. Me parece que tiene mucha cosas que explicarnos a todos.
Tal y como había acordado con Salomé, la inspectora Nogueira se presenta en las oficinas de SVAE el día indicado a la hora establecida, y tras ser presentada como una nueva trabajadora en prácticas al resto de teletramitadores que se encuentran allí, se le asigna un puesto de trabajo, una dirección de correo electrónico corporativa y una extensión para el uso de la centralita. Clara, quien ya había desempeñado una misión trabajando como infiltrada entre los cárteles de la droga de la costa del sol, no tiene el menor problema en asumir el rol de su nueva identidad y de presentarse a todos como Inés Sánchez, palentina, titulada como secretaria de dirección por una prestigiosa academia de Madrid, de esas de "a cojón de mico" el diploma, y dispuesta a desarrollar de la mejor de las maneras las competencias de secretariado virtual que exigen su nuevo empleo. El cabello recogido en un moño alto sujeto por un divertido lazo de gatitos, una indumentaria lo suficientemente estilosa para ir "arreglá, pero informal" y unas gafas de montura infantil de Agatha Ruiz de la Prada, completan su acertada imagen para no levantar sospechas. En la mochila PUMA en la que porta la taza para los desayunos, los Smint para refrescar y aclarar la garganta, las llaves del coche y de casa, una libreta para notas y un par de bolígrafos, oculta también los grilletes, la placa, un 38 especial y algo de munición extra por si las cosas se ponían serias.
Alma, la coordinadora a la que Salome ha asignado su formación, se acerca sonriente y solícita a explicarle su cometido y a ayudarle en cuantas dudas pudieran surgirle. A Clara de inmediato le cae bien aquella coordinadora. Su aspecto inocente y empático y su evidente compromiso con el buen ambiente en el trabajo, la hicieron sentirse tan a gusto que de no ser por el requerimiento casi inmediato de Salomé se habría olvidado de qué coño era lo que la había llevado a trabajar allí.
—Inés—llama Salomé—Si no estás en llamada ven un momento a mi mesa.
Clara se levanta solícita y acude a la mesa desde donde la agente de El Faro del norte controla no solo a los trabajadores a su cargo, sino todas las llamadas de aquellos clientes cuya tramitación podía levantar sospechas y ser susceptible de abrir la puerta a las fuerzas del mal que utilizan esos nuevos pasadizos virtuales para obtener información sobre las viviendas de algunos objetivos, y el acceso a las mismas bajo las más insospechadas e inocentes identidades.
—Dime Salomé. ¿Todo bien? Creo que he entendido bien lo que me ha explicado Alma y estoy segura de que en breve cogeré las llamadas sin meteduras de pata—, disimula Clara en voz alta para que nadie sospechase el verdadero motivo de su requerimiento.
—Bien, Inés—contesta Salomé también en voz alta. Solo quiero que escuches conmigo la grabación de la llamada que acabas de atender para marcarte algunas cosas que puedes mejorar simplemente leyendo bien los protocolos y siguiéndolos sin omitir nada ni añadir nada de tu cosecha personal—le dice Salomé mientras la invita a colocarse los auriculares, que Clara acomoda sobre su orejas soltando con una mano el lazo que aseguraba el cabello recogido.
La grabación como ya esperaba no era la de una de sus gestiones, sino la de una reciente gestión de Laertes, un teleoperador de aspecto soñador y melancólico y de maneras tan dulces que era capaz de apaciguar con dos acertadas frases a quienes llamaban para quejarse a una administración de fincas de la ausencia de luz en el portal, o a una compañía de telecomunicaciones de la caída de la red en su municipio. Lo que nadie sabía era la clase de persona que se escondía tras esas amables palabras y ese relajado y amable tono de voz, pero esa es otra historia.
En esta ocasión, Laertes había atendido al guardia de seguridad de la urbanización de Benamara, en Estepona, quien llamaba para informar de que no funcionaban las cámaras de seguridad ni las barreras de acceso en la garita de entrada. Misteriosamente se había ido las luces de la urbanización y todos los controles estaban informatizados. El problema está en que aquel fallo en el sistema eléctrico coincide con la llegada hace apenas media hora del sequito de Yasir, el hijo menor y casquivano del emir de Runara, heredero de una de las más grandes fortunas de oriente medio, quien había alquilado una "pequeña" villa de 800m2 cpn 8 dormitorios, 6 cuartos de baño, sala de cine, piscina climatizada y casa de invitados, para pasar de incógnito el puente del 1 de mayo jugándose los millones de su padre en el casino Nueva Andalucía sin llamar la atención de los periodistas de la prensa rosa que asedian las urbanizaciones vecinas a Puerto Banus.
Clara cruzó la mirada con Salomé y no hicieron falta palabras. En el acto la inteligente y resolutiva agente secreta se hace con su teléfono móvil para avisar a Ulises, la directora de la secreta agencia que vela por los intereses de España, cuando de pronto la luz de las oficinas también se fue sin previo aviso, y lo que es peor, los teléfonos móviles dejaron en el acto de estar operativos, fuera cual fuera el operador bajo el que encontrasen la red.
Clara se levantó fingiendo tener que encontrar un teléfono operativo para interesarse por el estado de su único hijo ingresado en el hospital para unas delicadas pruebas médicas y abandonó las oficinas en busca de Iván, sin saber que este ya estaba arrancando su vehículo encubierto para recogerla y emprender de nuevo camino a la costa del sol.
—Vamos a tener que solicitar traslado a la comisaria de San pedro de Alcántara—bromea Iván al abrir la puerta del copiloto a Clara apenas diez minutos después.
—Pues si. Y yo venderé mi coche eléctrico—. responde su compañera y amiga tan irónica como preocupada—el apagón es a nivel peninsular. España y Portugal se han ido a negro.
—¡Cojonudo!—ruge Iván—festival del delito. Hoy se han abierto las puertas de todos los garitos para que los chorizos disfruten de una inesperada barra libre.