Como otras muchas mañanas, saludó a los trabajadores del establecimiento al entrar por la puerta del local y pidió un café con leche y azúcar moreno. Una mañana más, la camarera que le sirvió el café con su habitual y espléndida sonrisa, cruzó unas pocas palabras con él, mientras atendía a otros clientes. Él había convertido aquel establecimiento en uno de sus lugares seguros, puesto que todos lo trataban con amabilidad y cariño y siempre había disfrutado de cada minuto que pasó en el local, solo o acompañado por algún amigo o amiga. Es por ello por lo que cuando planificaba su actividad en la zona, reservaba un poco de tiempo para detenerse allí, a tomar un café, o una cerveza, dependiendo de la franja horaria de la que dispusiese para el pequeño y necesario impás en el ajetreo diario. La morena y atractiva camarera de sonrisa perpetua, era la poseedora de un nombre casi tan bonito como ella y terriblemente metafórico. Mientras saboreaba el café, el tímido cliente habitual pensó que no entendía porque ella había cambiado su nombre de pila por un alias que evocaba imágenes de una cultura muy lejana y muy distinta a la suya. Puede que el sobrenombre escogido, le resultase más cómodo por ser corto, sonoro y pegadizo. Puede que simplemente considerase que aún no estaba capacitada para lucir con orgullo su verdadero nombre o puede que pensara que al utilizar su nombre real, pudiera resultarle ofensivo a alguna persona de triste existencia, llegando incluso a despertar envidia en quien lo escuchase. La hermosa y eficiente trabajadora, había sido bautizada con el nombre de Felicidad y la expresión de sus ojos y el tono de su voz hacian honor a su nombre. El siempre pensativo cliente abonó la consumición y se despidió de ella recibiendo otra inmensa sonrisa como regalo de despedida. Entonces maldijo interiormente su timidez y la baja auto estima que le había regalado una mujer en el pasado. Esa mujer, tras haber fingido quererlo, había expoliado todo lo hermoso que encontró en su corazón y en el interior de su alma dejando aquello como un solar, yermo y olvidado. Al salir del agradable lugar, encendió un pitillo pensando que a lo mejor, la tan ansiada búsqueda de la felicidad a la que había decidido dedicar toda su pasión creativa y toda su energía, ya había concluido al haberla encontrado a ella. La vida es una metáfora continua.
Esta dedicatoria recogida en el primer libro que publiqué, allá por el año 2012, expresa lo que llevo sintiendo por mi prima Reyes desde que eramos unos niños. Hoy Reyes cumple un año más y, desde luego es un motivo de celebración no solo para ella, sino para todos los que la queremos; familia, amigos, pareja... A raíz de cierto suceso del que no procede hablar ahora, Reyes me demostró lo que significa la palabra familia y lo que es el amor y, cuando desperté del coma, allí estaba ella, agarrándome la mano y besándome el rostro, depositando con delicadeza sobre mí su polvo de hadas para que volviese a volar. Hay un documento gráfico de ese momento,obtenido por el objetivo de esa sufrida reportera de sucesos que es mi madre, en el que se recoge exactamente lo que acabo de contar de ese despertar y que hasta hace muy poco, no podía evitar llorar de emoción cada vez que lo veía. Pero ahora cuando veo esa foto, sonrío al darme cuenta de lo afortunado que soy por tener a alguien como Reyes en mi vida, al saber que más allá de la sangre que nos emparenta, hemos forjado una inmensa amistad que nos acompañará durante el resto de nuestras vidas. De todas. Siempre he sido un tipo bastante enamoradizo y durante años confundí por completo mis sentimientos hacia ella, disfrazándolos de amor de folletín decimonónico, de amor prohibido y condenado socialmente pero gracias a Dios, a Supergato o a quien sea, conseguí entender que lo que siento por ella y ella siente por mi, nada tiene que ver con versos y con rosas, sino con algo mucho más fuerte, más intenso y más duradero. Indestructible.
A esa confusión inicial, colaboró el que Reyes sea una mujer preciosa, de infinitos ojos verdes y de curvas de reina del celuloide pero por encima de todo, tuvo la culpa lo terriblemente hermoso de su alma. Mi prima adquirió con la maternidad, un notable incremento de su natural ternura, su espíritu de sacrificio y su bondad y, convivir con sus virtudes morales y sus valores, hacía practicamente imposible no volverse loco por ella. Pero eso no solo me pasó a mí. Desde hace unos años comparte vida y proyectos de futuro con un hombre que supo ver en ella algo más que belleza y que reconoció entre otras muchas increíbles cualidades, lo especial de su corazón. Reyes siempre ha estado a mi lado, en los buenos momentos, en los malos y en los peores y siempre ha sabido aportarme aliento, esperanza y alegría. Mi prima es uno de esos seres humanos, que hacen que cuando estoy junto a ellos, quiera ser mejor persona. La debo mucho, muchísimo. Y algo que siempre le agradeceré es el haberme enseñado a entender los sentimientos más hermosos y a saber colocarlos en su lugar correspondiente. Hoy quería escribirle un texto, más allá de metáforas y fantasía, de hadas diminutas y niños que se niegan a crecer. hoy quería decir sin disfraz de ningún tipo y a pecho descubierto, que soy plenamente consciente de la suerte que tengo por contar con alguien así a mi lado. Hoy quería dedicarle esta segunda oportunidad que se me dio hace tres años, esta nueva vida. Gracias, Reyes.
Tras vaciar la librería del salón, metió cuidadósamente los libros en las cajas de cartón que esperaban inquilino junto a la torre de cajas cerradas que albergaban otros libros y muchas cosas inútiles que le recordarían siempre el ayer, además de todos los discos que conforman la banda sonora de su vida. El saber sí que ocupa lugar. Llegó a esta conclusión la primera vez que hizo una mudanza para separarse de ella. Eligió con esmero las fotos que se salvarían del exterminio y decidió que indultaría todas aquellas en las que su sonrisa y su mirada tierna, le recordasen lo idiota que fue tiempo atrás, cuando volvió a confundir deseo con amor y cedió a la insistencia de su instinto más animal. Ahora, y a raíz de una serie de catastróficas desdichas encadenadas, había descubierto que los errores se terminan pagando. Siempre. Ella lo quiso de verdad. Él no supo verlo, no pudo verlo, no quiso verlo. Ahora es tarde ya y la vida ha seguido girando y cambiando el atrezo de todas y cada una de las escenas que protagonizan estos dos actores inmersos en la mayor de las tragedias. Como reza una máxima teatral: en escena lo que no suma, resta. Y ninguno de los dos están para que se les reste más. Pero siempre hay algo más y él ha descubierto sorprendido que esa "cla" que aplaudía con entusiasmo su interpretación, ahora silba y patea cada una de sus frases. Que difícil es la vida de la farándula. Que ingrata, que dura. Con esmero cerró la última caja de libros en el que irónicamente, destacaba la cubierta del ejemplar de "El amor en los tiempos del cólera" que ella le regaló. Hizo un verdadero esfuerzo para contener el llanto que quiso brotar desde lo más hondo de su espíritu torturado por una conciencia que no paraba de echarle en cara lo increíblemente estúpido que había sido. Cargó todas las cajas que pudo sobre sus hombros y comenzó a bajar los escalones que lo conducirían hacia un futuro incierto sin ella. En el destartalado baúl de su memoria, conservaría hasta el final, aquellas tardes de flautas y pianos en Granada y aquellos baños en una playa de la costa adriática italiana. Al llegar hasta la furgoneta a medio cargar, vio que aún cabía algo más. Siempre habrá algo más.
Cuando los vecinos del pueblo y los miembros de diversos cuerpos de seguridad del estado que participaban en las batidas,se cansaron de buscar, solo la pequeña pero obstinada rubia de mirada inquieta decidió no abandonar a su amiga y se entregó a ello con más ahinco que fuerzas, pues estaba tan cansada que incluso esbozar una sonrisa le suponía un esfuerzo tal, que optó por prescindir de sonrisas hasta el momento en el que hallase lo buscado. Por causalidad, que no por casualidad, encontró ayuda en un forastero que se había hecho eco de la misteriosa desaparición a través de las redes sociales y al ver las ganas y el verdadero interés con el que la pequeña artista se entregaba a la búsqueda sin perder el aliento, se ofreció a apoyar su lucha. Nena, la rubia artista conceptual y One el forastero amante del hip-hop, de la canción de autor y de las causas perdidas, se reunieron en uno de los bares del pueblo para organizar la tarea frente a un café de puchero. -Lo primero de todo, muchísimas gracias, one. Pero muchas muchas.- dijo Nena esbozando la mueca más parecida a la sonrisa que estaba dispuesta a derrochar como muestra de su agradecimiento. -No tienes porqué darlas, Nena. Yo también he estado perdido y gracias a Dios o a Supergato, hubo quien se empeñó en no abandonarme y consiguieron dar conmigo y traerme de vuelta.- One, realmente había pasado por algo similar a lo que Beba, la amiga de Nena debía estar viviendo. Él se extravió en alta mar durante un crucero familiar por las islas griegas, al no poder resistirse a bucear en aguas del Mediterraneo y haciendo caso omiso de las prohibiciones de la organización, haber saltado desde cubierta, ataviado únicamente con un neopreno, unas gafas de buceo, aletas y su pequeño cuchillo tobillero. Durante una semana permaneció en alta mar y cuando los especialistas de las armadas griega y española, comunicaron a la familia la decisión de abandonar los rastreos, sus padres y sus hermanos se hicieron con un hidroavión y consiguieron localizarlo,agarrado a una boya meteorológica. -La zona está llena de cuevas y galerías subterráneas, One. Esta, antaño fue una zona minera y, de pequeñas Beba y yo jugábamos a ser exploradoras buscando la Antártida primero y un atajo hacia el paraíso siendo ya más mayorcitas.- -todo es cielo, Nena, lo importante es saber volar sin alas, aunque amenace tormenta- Nena trazó un plano de sus rutas por las galerías subterráneas y dividió el perímetro en dos adjudicando a One la zona menos complicada, ya que ella la conocía mejor. Durante dos días siguieron buscando incansablemente. Cuando ya parecía todo perdido y One fumaba un cigarrillo en el exterior de una de las galerías inspeccionadas, una mujer con evidentes síntomas de agotamiento y desnutrición, asomó la cabeza por una oquedad. Carraspeó y con un hilito de voz, se dirigió agradecida y llorosa al solitario fumador de sorprendida apariencia. -Os he oído buscarme pero tengo la garganta tan seca y tan pocas fuerzas que no he podido gritar y al haberse roto la linterna al poco de haber descendido por los túneles, no supe encontrar el camino de regreso. Me he guiado por la voz de mi amiga Nena hablando a gritos contigo. Sé que te llaman One y quiero agradecerte el que no hayas tirado la toalla y hayas permanecido junto a ella.- Después de esas palabras, que le debieron suponer un esfuerzo sobre humano, perdió el conocimiento extenuada. Nena llegó enseguida y con una enorme sonrisa de oreja a oreja, tomó en brazos a su amiga y la cubrió de besos. One llamó desde su móvil al teléfono de emergencias y en pocos minutos, una ambulancia precedida por un todo terreno de la Guardia civil, apareció entre los árboles. Siempre hay esperanza. El secreto está en no ceder a la estadística y a lo supuestamente lógico. Hay muchas personas que se pierden a diario y tan solo debemos tratar de guiarlas hacia la luz.
Se levantó de la cama con sigilo y tras abandonar el dormitorio, encendió un pitillo con el Zippo. Se deleitó con la primera calada, disfrutando del sabor y del olor de la gasolina mezclada con el aroma del tabaco rubio. Esa primera calada siempre le recordaba a los cuasi eternos viajes veraniegos con su padre, durante aquellos años felices que fueron los de la infancia.
Cuando paraban a repostar, su padre le pedía al operario de la estación de servicio que permitiese a su hijo hacerse cargo de la manguera del surtidor y dispensar la gasolina.Aquello hacia sentirse importante al pequeño, quien siempre trataba de controlar prudentemente el caudal de combustible para que no excediera ni una peseta de la cantidad indicada por el cabeza de familia.
Echaba de menos a aquel niño que fue; obediente, responsable y feliz. Pero por encima de todo echaba de menos a su padre. Una persona de ese tipo la encuentras una, o con suerte dos veces a lo largo de la vida y te dejan el mejor de los recuerdos al morir. Y el mayor de los vacíos.
La mujer, dormida y cubierta parcialmente por una sábana que dejaba a la vista la perfección de sus pechos y la hermosura de su vientre emitió un pequeño quejido entre sueños. Debía de tratarse de uno de esos sueños cercanos a la pesadilla puesto que su semblante y su ceño fruncido evidenciaban que había llegado el momento de despertarla con un cariñoso beso en la sien.
El aprendiz de poeta apagó el cigarrillo en un cenicero situado estratégicamente sobre una mesita del pasillo, que él mismo colocó habilmente junto a la puerta de la habitación. Ella también fumaba pero desde la primera noche que decidió quedarse a dormir, haciendo suyo hasta el último rincón de la casa y del corazón del enamorado escritor, dejó muy claro que el dormitorio debería ser un espacio libre de humos.
Tanto la quería, que incluso las escasas noches en las que ella no dormía en casa, renunció a uno de sus pitillos favoritos: el de la satisfacción del deber cumplido tras acostarse y descansar de una larga jornada de trabajo pegado a la máquina de escribir, rompiendo un poema tras otro hasta perdonar la vida del elegido.
Dejó el mechero junto al cenicero donde agonizaba la colilla del pitillo reponedor y, con extrema delicadeza, se sentó junto al cuerpo de su amada y rodeándola con sus brazos, le besó dulcemente la sien izquierda, hasta que se despertó escapando de los caprichos del inconsciente.
Algo dormida y confusa aún, reconoció en los azules ojos del hombre que tenía a su lado, el amor sobre el que había leído en docenas de poemarios de poetas y poetisas a lo largo de su vida y, suspiró reconfortada y deseosa de que aquel momento no terminase nunca.
Sabedora de que él lo esperaba desde la feroz distancia del mayor de los respetos, le acarició juguetona el pecho y el vientre, y dejó que la mano descendiese hasta el lugar donde querría vivir siempre. Él recibió sus caricias con una mezcla de pasión, cariño y placer tal, que en pocos segundos entró en ella y acompasó los latidos de su corazón con el movimiento de las caderas, arqueándose al notar como ella se humedecía hasta el extremo. No pudo evitar dejar escapar un enorme suspiro de gozo que hizo que ella se aferrase a su espalda con tal ímpetu, que a punto estuvo de provocar que todo terminase en aquel justo instante. Pero al controlar el caudal de su amor, como controlaba en la infancia el del combustible dispensado, él siguió amándola durante unos cuantos minutos más que se convirtieron en los mejores de todas sus vidas. Porque una vez murió al haber amado y perdido a otra mujer y, al amar y sentirse amado por la que ahora le arañaba la espalda, sabia a ciencia cierta que había renacido y que estaba viviendo una nueva y plena existencia. Solo le pidió a Dios que esta vez no lo castigase con la misma traición que le había roto el alma en un pasado no demasiado lejano y, que entendió como castigo por los pecados de juventud. Aunque como castigo había sido algo desproporcionado. Sobre todo si Dios es todo misericordia. Por eso cuando lo pregunataban por su fe, solía declararse sarcásticamente, "gatólico" practicante.
El orgasmo lo sorprendió besando cada centímetro de la boca de la adorable y menuda montañesa.
La muerte no es tan horrible, cuando sabes que te esperan allí.
Lo peor de morir, se le antoja tan solo el saber que aún no ha escrito ese poema por el que se le recordará siempre. Ese poema que se llamará como ella. Ese poema que será ella, sonará a ella, tendrá su misma cadencia y, al recitarlo, la describirá al hacer el amor.
Lo había intentado evitar por todos los medios, Dios lo sabe pero las cosas se torcieron y al final no hubo más remedio que cruzar los aceros. Prudente y sabedor de que una mala estocada podría llevarlo al hoyo, Dumas se esmeró al vestirse para el duelo. Procuró eso si, llevar ropa que le permitiese cierta soltura de movimientos, pues no todo en este mundo es vivir rápido, morir joven y tener un hermoso cadáver. Nunca fue un esclavo de las modas pero lo que si que tenía muy claro es que en la pequeña ciudad en la que residía, los mentideros públicos se harían eco de todos y cada uno de los detalles del duelo y del aspecto de los contendientes y, las lenguas viperinas que todo lo adornan y exageran, harían astillas y no solo leña, del árbol caído. El azul y el negro siempre fueron colores con los que se sintió muy cómodo por lo que eligió unas calzas y un jubón tan negros como el alma de su contrincante. Ató sobre la nuca su largo cabello rubio, con un lazo de idéntico color e introdujo un afilado cuchillo en su bota derecha y el sable que heredó de su padre en la vaina que colgaba del cinturón, en el que también portaba una pistola francesa de perrillos, cargada y lista por si las cosas se complicaban en exceso. El sable de su padre era de un formidable acero toledano, con guarda española y una piedra preciosa incrustada en el pomo. Cuantas veces siendo un niño, le había ayudado a afilarlo a la perfección con una piedra comprada al maestro herrero, con el que ya habiéndose ganado Dumas el que lo llamasen hombre, había luchado espalda con espalda en tierras italianas. Aquel herrero había servido en el mismo regimiento que su padre hasta que ambos fueron licenciados con honores. Al crecer, su padre accedió a llevarse a Dumas con él a la campaña de Nápoles y allí lo enseñaron a curtirse en la batalla y en los burdeles de la ciudad. Dumas, a fuerza de necesitarlo por supervivencia, se convirtió en un maestro en el arte de la esgrima pero no esa esgrima de salón que practican los franceses, sino esa lucha a muerte en la que todo vale y, en la que los dos metros de acero toledano se convierten en en indicador de la distancia que nadie debiera rebasar, so pena de llevarse los veinticinco centímetros de la hoja de su ligero y afilado cuchillo, clavados en el pecho o en el cráneo. Este duelo sería un duelo tabernario, muy español. Sin necesidad de testigos ni padrinos, solo de agallas y de la suficiente arrogancia como para no permitir traicionar la palabra empeñada y el honor de caballero. Cuando llegó al Campo Grande, campo de Marte de su ciudad, desmontó el caballo, lo ató al torco de un árbol y se encaminó hacia la Fuente de la fama, lugar elegido para el encuentro. Como había previsto le tocó esperar unos minutos hasta que vio aparecer la silueta altiva y pomposa del hombre que lo había retado. También como había previsto, su oponente no llegó solo. La enfermiza megalomanía que este sufría, el ansia desmesurada de gloria y la necesidad de impresionar a cuantos le rodearan, hombres o mujeres, habían hecho de aquello prácticamente una merienda campestre. Mejor. Así habría testigos de que el valiente solo es valiente, hasta que el cobarde ha querido. Cuando de forma teatral e incluso ridícula, el otro duelista, el popular y populista Satiem, gritó "On guard" y flexionó las rodillas desenvainando su acero (seguramente virgen, por que este era el típico personajillo petulante y traicionero acostumbrado a que otros matasen en su nombre), Dumas decidió terminar lo más rápido posible con aquella farsa y adelantó la pierna derecha, cargando contra aquel fantoche con una estocada de tal vigor que al no esperarlo su contrincante pues lo tenía por un débil y sensiblero galán, lo desarmó en el acto. Por caridad cristiana no le permitió demasiado tiempo implorar piedad y humillarse, clavándole en la cabeza el cuchillo que extrajo de la bota, según Satiem se arrodilló ante él y se agarró a sus piernas con el rostro bañado en inútiles lágrimas. Una de las damas que se habían personado allí, al haberla convencido el presuntuoso finado de que Dumas no reuniría el valor suficiente y no osaría acudir a la cita, se desvaneció yendo a caer de espaldas al agua del vecino estanque al ver a Dumas despegar trocitos de masa encefálica de la hoja de su cuchillo. Dumas no disimuló la carcajada al ver aquel desmayo de folletín, cosa que le costó críticas a su galantería en los mentideros públicos vallisoletanos. La historia del duelo entre aquel soldadito de aspecto dulce y de honrado apellido y el afamado personaje provinciano, cuyo única habilidad había sido la de saber siempre a que árbol arrimarse; pasó de boca en boca aumentando en cada nueva versión, el número de segundos del lance hasta llegar a convertirlo en un combate a muerte de varios asaltos, en el que Dumas había aprovechado un traspiés de Satiem y le había ajusticiado cobardemente. Pasa siempre: Así se escribe la historia.
Los medios de comunicación se agolpaban a las puertas del domicilio del sospechoso de haber cometido la docena de asesinatos en serie, que habían sobrecogido a la comunidad vallisoletana y al país. La policía nacional maldijo la filtración a los medios de la noticia de la detención del único sospechoso y las consecuencias de dicha filtración, pues una muchedumbre se había congregado allí, atraída por las cámaras y los micrófonos y en ocasiones, los propios redactores de los informativos y programas de actualidad, animaban al gentío a increpar al sospechoso y a gritar pidiendo justicia. Los quince metros que separaban el portal del coche patrulla que serviría para el traslado, se convirtieron en los doscientos metros obstáculos para los agentes que lo llevaban esposado y sujeto por los brazos y el cuello. Su aspecto sobrecogía por lo anodino. Un tipo normal, ni alto ni bajo, ni gordo ni delgado. no feo ni guapo sino todo lo contrario. Un tipo que perfectamente podría pasar inadvertido entre otros tipos semejantes durante una rueda de reconocimiento. Según los habitantes del edificio, debía de haberse cometido algún tipo de error, pues el del tercero A era un vecino estupendo, amable, educado, respetuoso e incluso simpático con todo el mundo. De vida ordenada, no había dado ningún problema a la comunidad. La señora del tercero B confesó a la redactora de un informativo nacional que en ocasiones, veía entrar a su vecino acompañado de alguna mujer. No creía que fuesen prostitutas, eran según la entrometida vecina, "mujeres con buena pinta", unas rubias, otras morenas, alguna pelirroja, pero no obedecían a ninguna estética particular. No solían repetir las visitas o al menos ella no tenía constancia y, siempre que había visto a su vecino llegar al piso con una mujer, este las trataba con una corrección y una caballerosidad exquisitas. El informe psiquiátrico que se le practicó, lo presentó como el perfecto psicópata de manual. El sospechoso no discernía el bien del mal y aseguró a los doctores, que realmente había hecho un favor a la sociedad librando a la comunidad de los doce hombres a los que había degollado y prendido fuego, antes de arrojarlos a la escombrera sita junto a las obras de la ampliación del cinturón urbano en el sector noroeste. El sospechosos de estos terribles crímenes trabajaba como técnico de relaciones laborales para una multinacional asentada en la capital de provincia castellana donde se habían cometido los hechos. Los crímenes tampoco seguían ningún patrón, exceptuando las causas de la muerte de todos ellos y su posterior incineración. Cada uno de los "ajusticiados"por este autoproclamado "ángel vengador" vivía, trabajaba y se movía en lugares distintos. A ojos vista no había un móvil común ni nada que los relacionase entre si. El sospechoso firmó voluntariamente su confesión y explicó que a todos los había conocido de oídas, al escuchar de boca de diferentes personas lo mezquino y despreciable del comportamiento de los difuntos para con las personas que le hablaron de ellos. Unos habían cometido adulterio o infidelidades en sus relaciones de pareja, otros habían abusado de la confianza de sus amigos, aspirando a lo que no los correspondía hasta conseguir hacerse con ello por medio de malas artes y, un par de ellos simplemente habían sido dañinos y desagradables con alguna de las personas del entorno del detenido. El afilado cuchillo "botero" con restos de sangre encontrado en el primer cajón de su mesilla de noche era obviamente el arma del crimen y, el encendedor de gasolina que portaba en el bolsillo derecho de sus tejanos al ser detenido, le sirvió para encender todas las "piras funerarias" en las que había incinerado los cuerpos de sus víctimas. El ministerio fiscal, lo acusó de los doce asesinatos con premeditación, alevosía y nocturnidad y pidió para él, la pena máxima aún sabedor de que el eximente de enajenación mental, lo llevaría a cumplir poco más de veinte años en un centro psiquiátrico y después sería puesto en libertad. Cuando el juez dictó sentencia ordenando su confinamiento durante no menos de dieciocho años y un día en un centro psiquiátrico de máxima seguridad, el asesino sonrió y clavó su mirada, tan fria como azul en el objetivo de la cámara más cercana. Entonces pronunció tres palabras que helaron la sangre de las millones de personas que vieron la grabación: "Volveré a hacerlo".
Lo ha vuelto a hacer. Inconscientemente, sin haberse dado cuenta de ello, el soldado Gizman vació su cargador por completo, disparando una ráfaga que solo detuvo al levantar el dedo del gatillo tras escuchar el percutor del M16 golpeando en vacío. Aquella ráfaga aunque necesaria en el combate, no sirvió para eliminar al enemigo, solo para retrasar un poco la caída de la posición que defendía junto al sargento Serrer, su amigo. Al haber agotado la escasa munición que el soldado de avituallamiento les había dejado en la trinchera, Gizman no tuvo en cuenta que esas balas no eran de su uso exclusivo, que Serrer también necesitaba rellenar su cargador y que ahora, tendría que utilizar como única defensa, la poca munición que conservaba en la Colt 45 que pendía de su funda táctica. Serrer se lo había avisado por activa y por pasiva. "No me tienes que justificar en que gastas tu munición, pero si vas a utilizar la mía, me sobran todas las explicaciones". Gizman había vuelto hacerlo y en absoluto lo hizo de forma egoísta o carroñera.Tan solo vio venir al enemigo, sintió pánico, no supo razonar ni ser previsor y disparó sin pensar en las consecuencias. Serrer lo había salvado de una muerte segura al rescatarlo de la trinchera donde había conseguido ser el único superviviente y lo había llevado con él, poniéndolo bajo su mando y su protección. En más de una batalla habían peleado espalda con espalda, convirtiéndose en un binomio mortífero y eficaz que infligió muchas bajas al enemigo. pero esta no era la primera ocasión en la que Serrer había tenido que reprochar a Gizman el uso indiscriminado de la munición. Desde aquella terrible batalla en la que Gizman estuvo tan cercano a la muerte que cuando Serrer lo rescató de la trinchera, Gizman se juró no volver a flaquear, algo había cambiado en el interior de la cabeza del rubio combatiente de ojos tristes, brazos tatuados y alma soñadora. Ya no tenía paciencia. La ansiedad dirigía todos sus movimientos impidiéndolo razonar y haciendo de su vida un caos. Los mandos del destacamento llegaron a plantearse el inhabilitarlo para las acciones de guerra pero Serrer intercedió por él, explicando que aunque sufría de estrés post traumático, aún podía serle útil en combate y se hizo cargo de él. Aquella decisión, movida por la amistad y el cariño que sentía hacia el torturado Gizman, casi lo llevó a perder la vida. Gizman sintió un dolor inmenso dentro de su pecho. Serrer siempre le demostró comportarse con él como un verdadero, valiente y cabal amigo y ahora por su falta de acierto, lo había puesto en peligro real. Entonces supo que lo único que podría hacer, era conseguirle munición, aún a riesgo de caer bajo el fuego enemigo. Le costó mucho esfuerzo vencer al miedo y abandonar la trinchera, cuerpo a tierra y reptando hasta la unidad más cercana. Allí contactó con una soldado de ojos azules que le explicó que no podía pedir munición sin más, que eso haría que todo el regimiento lo conociese como un avaricioso o un pedigüeño y que un día mirasen hacia otro lado cuando se acercase con nuevas demandas. Tenía que ganarse cada bala que le donasen y corresponder la generosidad del que le facilitase la munición. Gizman accedió a recapacitar y a plantearse hacer las cosas de nuevo como las hizo en un pasado en el que él era quien compartía sus cargadores con todos aquellos que se los pidiesen, los necesitasen realmente o no. Volvió arrastrándose hasta el lugar donde Serrer disparaba su automática a punto de vaciarse y sonriendo, le acercó dos cargadores completos para el M16. En el momento en el que inició la disculpa por no haber tenido en cuenta que estaba consumiendo una munición que no le correspondía, una bala de AK47 disparada por un certero soldado de la infantería regular enemiga lo alcanzó en la garganta, impidiendo disculparse con su amigo y decirle que por encima de todo, sentía haberlo fallado. Cuando terminó la mañana y las tropas que defendían la posición consiguieron repeler el ataque, a costa de muchas bajas, Serrer recogió el cuerpo de su amigo y volvió a llevarlo en brazos hasta un lugar adecuado, como hizo aquella vez cuando lo encontró en la trinchera, sin apenas poder moverse, asustado y herido pero vivo. Las segundas oportunidades nunca son gratuitas y Gizman había pagado con creces la suya.
Tras dedicar a esta importante decisión las horas previas a sucumbir a Morfeo cada noche desde hace más de dos semanas, al final se inclinó por lo que haría que se lo jugase todo. Todo. Su editorial le había propuesto escribir un volumen de relatos en el que los textos siguiesen un hilo conductor. La temática de los relatos del volumen debería obedecer a una idea común. No era necesario que todos siguiesen un argumento similar, ni apareciese en ellos el mismo personaje, tan solo que dentro de su independencia, fuesen piezas de un mismo rompezabezas. Y no había sido nada fácil dar con este leit motiv para la catarsis en que se convertían para él, las horas sentado frente al teclado del ordenador que purgaba sus miserias. Obviamente este sendero que recorrerían todos los relatos, le definiría no solo como escritor, sino también como ser humano. En un principio pensó en el amor. El amor, tan recurrente siempre en sus textos y tan socorrido cuando las musas, tan caprichosas y tan jodidamente humanas como divinas, decidían irse a tomar algo con otro artista y se lo terminaban llevando a la cama. El amor. Llevaba toda su vida escribiendo elegías a Cupido, a Afrodita, a Venus y cada deidad y ser mitológico que se había apropiado del sentimiento más intenso y que se había erigido en el propietario de su dicha y su desgracia. Había bendecido, maldito y renegado cada verso y cada relato que había escrito dejando brotar el caudal que manaba al abrir la espita de su corazón, por lo que decidió dar un giro radical y presentar una serie de textos que se alejasen lo más posible de las noches de pasión, de las mariposas en el estómago, los labios entreabiertos , las caricias oportunas y las sonrisas embusteras. Sopesó cada emoción que había naufragado en su alma, permaneciendo hundida en el fondo del pecho, cubriéndose de corales de olvido y, albergando todo tipo de peligrosas criaturas abisales. Al final,antes de que subiese la marea y tras muchas horas debatiéndose entre lo que reclamaba su verdadero ser y, lo solicitado por el nuevo ego con afán de superarse y sorprender abandonando lo que se esperaba de él, optó por renovarse o morir. El tema sería el conflicto. Había vuelto a hacerse trampas a si mismo, puesto que unos relatos hablarían sobre conflictos bélicos, otros sobre conflictos políticos, alguno sobre el tan universal conflicto religioso y por supuesto, muchos más de los necesarios, sobre el conflcito entre los que aman hasta perder el sentido, la identidad,la cordura y la voluntad. Nunca fue un tipo conflictivo por lo que se justificó pensando que aquello sería una dura prueba para su talento. Toda su vida había huido del conflcito, fuese del tipo que fuese. Por eso, aquello se le presentaba como un desafío interesante, como la inmersión sin bombona en la poza donde siempre temió bucear. ¿Quien dijo miedo? Todo comenzaba enfrentándose a su comodidad, a su seguridad emocional y entrando en verdadero conflcito con sus propios intereses. Esta era la mejor forma de comenzar.
Y sin agachar la cabeza. Sin pedir clemencia y sin conceder a los soldados de infntería que lo escoltaban, tan siquiera un atisbo de debilidad. Lo llevaron esposado hasta el paredón contra el que iba a ser fusilado y cuando le ofrecieron vendarle los ojos, rechazó el vendaje con un gesto altivo y una mirada lapidaria. Iba a morir ¿Y qué? Todos moriremos más tarde o más temprano. No haría de su muerte el estupendo vídeo para compartir en redes sociales, que el déspota sanguinario que había dictado la sentencia, esperaba poder utilizar como propaganda para su régimen. Ya de por si el sistema elegido para su ejecución era algo terriblemente poético por lo anacrónico y lo excesivamente melodramático. Fusilado. Fusilado contra una pared blanca donde su sangre y sus sesos y resto de vísceras que saldrían disparadas con cada impacto de las balas de los subfusiles ametralladores,dibujarían un expresivo lienzo cargado de orgullo. ¿Su delito?: no rendirse, no callar, no transigir y no doblegarse ante la estupidez humana. No haber aceptado la injusticia ni haber tolerado la sinrazón. Supo que sería completamente libre cuando ya no le quedase nada que perder. Y lo último que iba a perder era la vida. Había perdido ya demasiado. Su libertad, sus posesiones y a muchos seres queridos. La vida era ya lo que menos le importaba perder. Solo se llevaría a la tumba los férreos valores morales que heredó de su padre.Esos no los perdería jamás porque los llevaba muy dentro del pecho. No habría una viuda que llorase junto a su lápida ni que se arrancase los cabellos a la hora a la que fuese ajusticiado. Habría eso si, más de una embustera mujer que por conveniencia o enigmáticos intereses, ejerciese las funciones de "consorte plañidera" al conocer la noticia de su muerte, atribuyéndose las funciones de la mujer que siempre había esperado y nunca terminó llegando. Que las arpías que se aprovecharon de su buena disposición y su facilidad para enamorarse lloren como cocodrilos, lo que no supieron conservar como mujeres. El día está despejado y luce un sol de justicia. Será mejor que den la orden de abrir fuego de una vez. La luz es excesivamente molesta para sus azules ojos y tiene que guiñarlos para poder ver con suficiente claridad los rostros de los jóvenes soldados que forman frente a él, listos para disparar. La mayoría no habrá cumplido los veinticinco años y estarán deseando que llegue el fin de semana para disfrutar del permiso que los despojará de las castrenses obligaciones, para irse a hartarse de cubatas y a meterle mano a sus chicas en el asiento trasero del tuneado vehículo comprado a plazos. O a sus chicos, que él siempre respetó todas las opciones sexuales. Precisamente el hacerlo, es uno de los motivos que lo han llevado allí. Respetar la homosexualidad, y luchar por la paridad, la igualdad, la libertad de expresión, el derecho a la huelga...en fin. Todo eso que se le presupone a una sociedad civilizada y avanzada. Pero la sociedad de por si es un concepto peligroso porque conlleva demasiadas individuadidades desfilando al descompasado son de la mayoría. Lo hizo demasiado mal. Fue siempre sincero, honesto y honrado. Lo que viene siendo un rara avis en especie de extinción. Se ganó demasiados enemigos. Las Naciones Unidas han expresado su más enérgica repulsa ante la sentencia que lo condena a morir ejecutado pero como de costumbre, en ciertos lugares del mundo utilizan esas enérgicas repulsas, como papel higiénico. El oficial al mando del pelotón de ejecución se coloca en su puesto, manda cargar, apuntar y, antes de que el reo pueda dedicarle un último pensamiento a su madre y a la esquiva mujer de la que siempre estará enamorado, fuego. Doce proyectiles del calibre treinta y ocho le alcanzan con certera puntería, haciendo un alarde de precisión. Dos le atraviesan la cabeza destrozándole el cráneo. Cuatro se alojan en su pecho, reventando un corazón que ya había llegado destrozado por heridas más dolorosas que las que producen las armas de fuego. Uno le atraviesa la garganta impidiéndolo gemir y los cinco restantes se alojan en su estómago y bajo vientre, respetando al menos la única parte de su anatomía que en un pasado no muy lejano, le dio tantas alegrías como disgustos. Había muerto como vivió, de pie. Sin rechistar.