El saber sí que ocupa lugar. Llegó a esta conclusión la primera vez que hizo una mudanza para separarse de ella.
Eligió con esmero las fotos que se salvarían del exterminio y decidió que indultaría todas aquellas en las que su sonrisa y su mirada tierna, le recordasen lo idiota que fue tiempo atrás, cuando volvió a confundir deseo con amor y cedió a la insistencia de su instinto más animal.
Ahora, y a raíz de una serie de catastróficas desdichas encadenadas, había descubierto que los errores se terminan pagando. Siempre.
Ella lo quiso de verdad. Él no supo verlo, no pudo verlo, no quiso verlo. Ahora es tarde ya y la vida ha seguido girando y cambiando el atrezo de todas y cada una de las escenas que protagonizan estos dos actores inmersos en la mayor de las tragedias. Como reza una máxima teatral: en escena lo que no suma, resta. Y ninguno de los dos están para que se les reste más.
Pero siempre hay algo más y él ha descubierto sorprendido que esa "cla" que aplaudía con entusiasmo su interpretación, ahora silba y patea cada una de sus frases. Que difícil es la vida de la farándula. Que ingrata, que dura.
Con esmero cerró la última caja de libros en el que irónicamente, destacaba la cubierta del ejemplar de "El amor en los tiempos del cólera" que ella le regaló.
Hizo un verdadero esfuerzo para contener el llanto que quiso brotar desde lo más hondo de su espíritu torturado por una conciencia que no paraba de echarle en cara lo increíblemente estúpido que había sido. Cargó todas las cajas que pudo sobre sus hombros y comenzó a bajar los escalones que lo conducirían hacia un futuro incierto sin ella.
En el destartalado baúl de su memoria, conservaría hasta el final, aquellas tardes de flautas y pianos en Granada y aquellos baños en una playa de la costa adriática italiana.
Al llegar hasta la furgoneta a medio cargar, vio que aún cabía algo más. Siempre habrá algo más.
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