De todos los complejos incógnitos y terriblemente asépticos donde habían sido reclamados sus servicios, esta base secreta camuflada bajo la inocente envoltura de una franquicia de cosméticos parisinos era el que más le estomagó. Quizás vestir con elegancia el peor de los horrores a los que podía llegar el ser humano, le resultaba excesivamente irónico y desagradable.
Mientras realizaba el curso de especialista en interrogatorios que le impartió el jefe de la unidad calabresa, supo que aquello terminaría pasándole una excesiva factura emocional y que terminaría con los restos de ingenuidad que aun no había sacrificado a los intereses de la patria.
Al recibir el mensaje de texto codificado, donde se le pedía en clave que acudiese allí, para "conversar" con una "ingeniera" palestina, algo le hizo pensar en poner tierra de por medio y escapar de todo aquello. pero no reunió el valor suficiente para escuchar a su conciencia y tras extraer el material necesario de su maletín de cirujano plástico, acudió a la dirección indicada y marcó el código en el portero automático. Una voz con fuerte acento del sur de Francia, le pregunto quien era y respondió lo indicado en su teléfono móvil. Una vez hubo accedido al interior del local, fue recibido por el agente encubierto que lo acompaño hasta la sala donde procedería al interrogatorio y, le presentó a la mujer que sedada y atada de pies y manos, esperaba un tiro de gracia que le concediese el alivio de una muerte digna y rápida.Comprobó las constantes vitales de la terrorista palestina y estudió por medio de unas pruebas básicas de respuesta a los estímulos externos, la capacidad de resistencia a las técnicas más expeditivas.
Tras prescindir de la escopolamina y otros clásicos de la profesión, pasó a inyectarle la droga adecuada para que pudiese recobrar la consciencia plena y la sensibilidad absoluta pero permaneciendo con todas las funciones motrices en letargo.
Tras más de una hora de precisos cortes con el bisturí y la extracción de cuatro piezas dentales y un globo ocular, el trabajo había concluido.
Le impresionó ver como aquella fanática de la causa palestina había resistido el interrogatorio extremo y supo que para él, habría un antes y un después de aquel trabajo.
Resistió. En un momento de plena lucidez y sabedora de lo inmediato de su final, la joven que había detonado un potente artefacto al paso de un autobus escolar israelí, acabando con la vida de más de cuarenta niños y de tres adultos, le escupió una a una cinco palabras que se le quedaron grabadas a conciencia durante el resto de sus días: rendirse no es una opción.
Por mucho que se frotase la sangre de las manos, la que le teñía de rojo el alma le acompañaría hasta que el destino decidiese hacer justicia poética en una carretera holandesa y, carbonizar por completo su cadáver, con las llamas del vehículo accidentado que conducía mientras recordaba la triste mirada de su última víctima.
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