La vida había conseguido hincharle los cojones hasta un punto más que insoportable y Pequeño decidió que todo tenía que cambiar de una puta vez. En primer lugar se prometió cuidar un poco más su vocabulario y dejarse de tanto taco y tanta vulgaridad. Él no era precisamente una persona vulgar pero la impotencia y la frustración le llevaban a perder las formas. Necesitaba volver a tomar el control. Necesitaba volver a sentirse grande y poderoso, útil y necesario. Pequeño siempre había sido un tipo fundamental entre los de su entorno y desde no hacía demasiado, se había convertido en poco más que un lastre. También se prometió cuidar más su imagen. No era Brad Pit pero siempre había tenido su público y había disfrutado de cuantas flechas le otorgó Cupido. Ahora sentía que había perdido su encanto y su presencia y había descubierto que un hombre inseguro, no resulta en absoluto atractivo. Puede que en el pasado fuese precisamente esa seguridad en si mismo y su más que bien alimentado ego, lo que le hacía interesante entre las mujeres. En cuestiones amatorias fue siempre un tipo de recursos y le dolía hasta lo indecible, ver que había pasado de ser el eterno enamoradizo que fracasaba una y otra vez pero disfrutaba con cada intento, al cobarde que prefería ver los toros desde el burladero. Había recibido tantas cornadas en el corazón, que le aterraba volver a saltar a la plaza. Pero se acabó eso de esconderse y aplaudir a novilleros, banderilleros y espontáneos. Todo estaba en su mano. Todo. No necesitaba seguir dependiendo de los demás. No tenía sentido seguir reprochándose tanto mal y tener tanto miedo a no gustar a los que pululan por su mundo. Pequeño había decidido volver a gustarse y a gustar y, a encender de nuevo su luz. Una luz que ya había demostrado que podía iluminar la noche más oscura, que podía deslumbrar a quienes le dedicaban miradas de odio y envidia y guiar el vuelo de esas pilotos con problemas que necesitaban realizar un aterrizaje de emergencia en la pista de su pecho. Pero el destino no se lo quería poner fácil y se dedicaba a hacerle traviesas y juguetonas zancadillas. Y Pequeño aunque cansado, dolorido y muy magullado, volvería a ponerse en pie.Una y otra vez. Las veces que hiciera falta. Y ganaría. Pequeño era un ganador que por circunstancias había perdido demasiado y a demasiados pero aún no había sonado la campana y como el prudente luchador que era, todavía reservaba algunos de sus mejores golpes. ¿Qúe el destino hacía que perdiese el autobús que lo llevaría hasta ella? Pequeño escribiría lo delicioso de haberla encontrado al final de un imaginario viaje. ¿Qué el destino cruzaba en su camino a mujeres para las que no sería nunca, nada más que un buen amigo? Pues disfrutaría de su amistad y se enriquecería con la sola presencia de cada una de ellas. Aquella que llevaba buscando desde que descubrió el amor, terminaría llegando en el momento más inesperado, como las mejores cosas de la vida. El amor. A pesar de todo lo vivido y lo sufrido, a pesar de todos los desengaños, las mentiras y traiciones, las lágrimas y los silenciosos gritos de desaparición, seguía creyendo en el amor y no pensaba renunciar a él. Pensaba en como se enfrentaría al futuro mientras se arropó en la cama con folios llenos de sueños, de deseos y de esperanzas, en forma de versos, relatos y cuentos. Porque la vida es literatura y Pequeño había aprendido a escribirse su propia vida y a vivirla, leyéndola con sus nuevas gafas junto a la lámparita de su mesilla de noche. Y nada más importa.
Lo que inevitablemente me dió pie para hacer las típicas bromas sobre tu dominío del francés. Pero lejos de enfadarte o de sentirte molesta, tímida o íncómoda, reaccionaste con espectacular frescura. Y me dijiste que te encanta el sexo oral. No sabes la que preparaste al hacerlo., Me encanta que compartamos aficiones. Pagamos la cuenta del restaurante y ya fuera del local, encendimos un cigarrillo y nos dimos nuestro primer abrazo de camino al coche. La vida es así de complicada y tras dos horas maravillosas compartiendo conversación y un menú fantástico a precio más que asequible, tenías que rematar la faena. Laboral. Decidí acompañarte a tu oficina, pues quería compartir contigo mis nuevos conocimientos en una materia que también te interesa y te gusta y nada tiene que ver con el sexo. La literatura. En el coche, rumbo a tu lugar de trabajo, seguimos bromeando con el asunto de las felaciones. Y no te voy a engañar, durante unos segundos te imaginé practicándome una felación de concurso, en la que arrodillada frente a mi y entregada a la glotona lujuria necesaría para ello, me decías muchas cosas con tus dos ojos azules y grises a la vez. Normal, con la boca llena, no se habla y eres una mujer tan correcta y educada como atractiva y deseable. No pude contener una erección espontánea. Aunque para que engañarme, espontaneos son los toreros que saltan a la plaza. Esta erección mía, había presentado su solicitud por escrito y por triplicado. Traté por todos los medios de cambiar de conversación y de hablar de algo sórdido y distante, como la política, los matrimonios fracasados o los gatitos de pocos meses. Pero fue imposible. Dentro de mi mente, seguías lamiéndome con maestría y jugando con las partes de nombre latino de mi virilidad. Y joder, que bien lo estabas haciendo. Aunque no haya llegado a suceder, ha sido una de las mejores felaciones que me han practicado nunca. Y estabas completamente vestida, con ese aire entre virginal, travieso y prudente que define tu personalidad y tu estética. Menos mal que la nuestra es una ciudad pequeña, donde todo está a tiro de piedra, por lo que en unos minutos llegamos a tu s oficinas y al entrar coincidimos con tu socio y una pareja de clientes de vuestra empresa. Y ahí terminó todo. Ahora tan solo puedo escribir ese momento en el que al hablar contigo, te estaba imaginando entregada a otros menesteres. Que se le va a hacer, necesito escribir. No suelo decir nunca "de este agua no beberé" "o agua que no has de beber, déjala correr". Si algo quiero que corra, no es precisamente agua. Además siempre he sido de naturaleza optimista y aunque el listón está muy alto, tengo la impresión de que terminarás por alzarte con el primer premio. De hecho voy a encargar que vayan grabando tu nombre en la placa del trofeo. Lo que no sabes es que yo también he ganado varios premios nacionales e internacionales en la misma disciplina afectiva. Tiempo al tiempo, ya mediremos fuerzas. Y puede que lleguemos a firmar un empate tácitamente, buscando plantearnos el desempate de forma eterna.
La mirada de Zeta, es la mejor forma de expresar su agradecimiento a esos humanos con los que comparte vida y hogar, alegrías y penas, paseos, comidas y dolores. Al sentir la caricia de su humano, intentando tranquilizarla, Zeta trató de tranquilizarlo a él pero no supo articular más que gruñidos de complacencía, que su humano no terminó de comprender. Vive con Felix y Laura. Dos artistas, ambos con espectacular talento pero cada uno en su especialidad y ella ha heredado de ellos el saber expresar sus sentimientos de forma poco convencional y los expresa mirando. A Zeta le van a ingresar para someterle a una cirugía bastante agresiva, en la que los doctores, por evitar riesgos serios para su salud, le van a desproveer de su capacidad de traer al mundo pequeños pastorcitos alemanes. Y aunque sabe que ya no será madre natural, no le termina de entristecer porque ha volcado todo su amor y su instinto maternal sobre esa pareja de humanos con los que comparte la vida. Los quiere mucho, la quieren mucho. Los protege y los cuida, la protegen y la cuidan. Los hace felices, le hacen muy feliz. Zeta sabe que sus humanos van a sufrir y van a estar muy intranquilos durante su operación pero intenta transmitirlos que ella es una perra fuerte y que no tienen porque preocuparse. No va a pasar nada y todo va a salir bien. Ella podrá con eso y con más. Podrá con todo lo que pretenda separarla de ellos hasta el día en que se consuma la arena de su clepsidra. Zeta sabe que Felix le escribirá que la quiere con su increíble y original caligrafía y que Laura le bordará una mantita cálida para tumbarse en el sofá junto a ella las noches de invierno. La felicidad no entiende de especies, ni de géneros ni de razas, ni de ningún tipo de diferencias. Ella es una perra. Ellos son humanos. Los tres son una verdadera familia. Hoy solo puede mirarlos con el más inmenso amor y agradecimiento por ser. Y por estar.
Relato galardonado con el segundo premio del certamen Literatura Exprés de la FMC de Valladolid en mayo de 2017. Tema o motor de creatividad:"Hermosas y jorobados".
Desde el mismo instante en que se acercaron a
mí, intuí que aquella noche tan sólo sería otra de las peores noches de mi
vida.
Las dos amigas eran francamente bonitas
(hermosas, podría afirmarse). Como canta la zarzuela: “una morena y una rubia,
hijas de…” No del pueblo de Madrid, precisamente. Más bien hijas predilectas
del infierno más espantoso. Dos besos de rigor para comenzar (uno por mejilla)
y la primera ronda de cubatas, maridados con unos demenciales chupitos de
queimada gallega. Habían comenzado el aquelarre como mandan los cánones.
Jugaron sus cartas con destreza, con maestría de tahúr. Cinco minutos después
de aquellos primeros besos inocentes, castos, puros y respetuosos, la lengua
del diablo rubio exploraba la profundidad de mi boca, mientras la mano derecha
de la morena acariciaba mi entrepierna. No soy precisamente un timorato y aquello
despertó de inmediato en mí un ansia desmedida por acabar el gin-tónic e
invitarlas a acompañarme a casa para dar rienda suelta a los instintos más
salvajes. Lo tenían todo calculado. Habían acertado al elegir su presa. Mi
mirada turbia y lujuriosa se lo puso demasiado fácil. La muchacha rubia
abandonó mi boca y se enfrentó al camarero con audacia, haciendo caso omiso del
gesto con el que aquel hercúleo barman le pidió paciencia.
La joven morena aprovechó la ausencia de su
amiga para lamer mi labio inferior y para succionar el lóbulo de mi oreja
izquierda, mientras sus manos expertas me sometieron a un completo
reconocimiento físico. Esto, o algo parecido, lo había soñado yo a los quince
años. Pero con un final diferente y mucho más placentero.
La rubia regresó con la segunda ronda de
cubatas y, cuando la morena me liberó de su beso de ron con coca-cola, me bebí
el gin-tónic de dos tragos.
Me apetecía fumar. No veía el momento de
encender un cigarrillo. Pero tenía un serio problema. Los ceñidos pantalones
“pitillo” que me había puesto aquella noche evidenciaban de manera casi grosera
el grado de calor que alcanzaba mi entrepierna. Desde la esquina de la barra
donde nos encontrábamos hasta la salida más cercana, había por lo menos
cuarenta metros repletos de gente bebiendo y manteniendo esas absurdas
conversaciones de bar musical en las que el mensaje se pierde entre los graves
de los altavoces repartidos por todo el establecimiento. Sólo de imaginarme
abriéndome paso entre aquella multitud, con una erección de campeonato, noté
cómo el mono de nicotina desaparecía rápidamente. No era una mala forma de
dejar de fumar.
Entonces, la rubia propuso que las acompañase a
la habitación del hotel donde pasaban el fin de semana.
Aquel hotel debía de estar distribuido en
círculos, como el infierno de Dante. Pero accedí de inmediato y utilicé el
trasero de la morena como parapeto tras el que ocultar la demostración carnal
del deseo más feroz.
Conseguimos llegar a la salida sin problemas y
aún tuve tiempo de despedirme con un guiño de los seguratas del local, a
quienes conocía por ser un cliente asiduo. Uno de aquellos gorilas uniformados
no pudo evitar comentar en voz alta lo mal repartido que está el mundo. Los
demás le rieron la gracia aportando sentencias de gusto menos refinado.
Al doblar la primera esquina, la noche
vallisoletana nos regaló una de esas nieblas espesas y demoledoras nacidas del
Pisuerga. Las dos se abrazaron a mí con fuerza. Yo me sentía como una especie
de superhéroe. “Súper-gilipollas” o “Capitán iluso”.
De entre las sombras aparecieron tres seres
amenazadores y con muy aviesas intenciones. De no ser por sus enormes
pectorales y sus cabezas rapadas de guerreros teutones, podría haberlos
confundido con los jorobados que acosaban a “Maciste” en una de aquellas
películas de los años ochenta.
El primer puñetazo lo recibí en el pecho y me
cortó la respiración en el acto. La morena se hizo rápidamente con mi Iphone y con las llaves del coche.
Después le dijo a la rubia en qué bolsillo del pantalón llevaba la cartera y el
demonio disfrazado de Marilyn me despojó de ella antes de que uno de aquellos
matones me propinase un rodillazo en la entrepierna, que deshizo lo poco que
quedaba de aquella gloriosa erección.
Como soy un tipo tan cobarde como lujurioso,
accedí de inmediato a darles las claves de mis tarjetas de crédito. Antes de
abandonarme en el suelo con el orgullo tan maltrecho como el magullado cuerpo,
me regalaron una potente patada en la cabeza y lo siguiente que recuerdo, es
que como dice el libro sagrado, la luz se hizo.
Desperté en una cama del Hospital Clínico
Universitario, entubado, sondado y con una vía en el antebrazo derecho, a
través de la que me administraban calmantes.
De todo se aprende y creo que nunca volveré a
cometer el error de considerar que un tipo de metro setenta y setenta y cinco
kilos, con el mismo atractivo que “Copito de nieve”, el gorila albino, pueda
ser objeto del deseo de dos bellezas como aquellas que hicieron de mí el más
estúpido de los mortales
El que avisa no es traidor y yo he aprendido que la traición, es quizás lo más deleznable de la vida, así que por favor, absténganse de leer esta entrada las personas sin corazón, aquellos que no saben querer y los diabéticos emocionales. El nivel de azúcar de estas lineas, les puede llevar a un estado peligroso. Hoy es el "día de la madre". Muchos pensaréis que sí, que ya, que esto es un invento comercial para que la gente se deje "la panoja" en regalitos y flores. O incluso de profes y padres, para tener a los peques entretenidos haciendo dibujos mega cursis o regalitos artesanos con macarrones crudos y abalorios varios. Pero no. Hoy se dedica el día a la personas que han traído al mundo a todos y también a aquellos que vomitarán su falta de comprensión y mala leche sobre el autor de este texto: las madres. En unos meses cumpliré cuarenta y tres años y aunque por el tamaño pueda confundir a alguien con la vista deteriorada, ya no soy un niño. Tengo muchísima más habilidad cocinando los macarrones que haciendo regalitos con ellos (a la vista está) y aunque he participado en el regalo que hemos comprado los hermanos para mi madre, hoy quería escribir algo para ella, para ellas, para las madres. Más allá de la calidad literaria de este texto(no es precisamente Hamlet) el verdadero regalo está en haber reunido el valor para escribir públicamente, que quiero mucho a mi madre; que respeto a todas las madres (incluso a las de aquellos a los que por norma, se les suele insultar a través de ellas; como árbitros, políticos corruptos, pederastas, delincuentes de todo tipo, banqueros e imitadores baratos de Torrente y de Chiquito) y no contento con colgarlo en este blog, que roza ya las cien mil visitas, compartirlo luego en mis redes sociales. He tenido la inmensa fortuna de conocer a las madres de algunas de las mujeres que he amado con locura y amaré siempre (con la mayor de las corduras) y al hacerlo, me he ratificado en la idea de que sus progenitores tenían gran parte de culpa de que ellas fuesen personas maravillosas. Es muy bonito jugar a reconocer rasgos de las hijas en sus madres y además de marcados acentos, sonrisas o color de ojos, impresiona descubrir que hay algo que va mucho más allá de adn, genética, guisantes y leyes de Mendel. También estoy en una edad en la que muchos de mis amigos, han convertido en madres a sus parejas pero ellos solo han hecho la parte fácil y divertida (yo también podría hacerlo, lo he visto en películas) lo demás, la verdadera maternidad , ha nacido del vínculo que se crea entre la madre y su pequeño (o pequeña, maldita paridad)que es algo que los hombres, por buenos padres que lleguemos a ser (ojalá un día llegue a ser un diez por ciento de lo buen padre que fue el mio) nunca podremos entender. Yo lo he visto en mis propias hermanas. En como han ido evolucionando y cambiando a raíz de haber tenido a sus hijos y de como esas dos divertidas compañeras de correrías, se han convertido en dos divertidas protectoras, educadoras, cocineras, psicólogas y mil cosas más, para sus pequeñas obras de arte. En mis momentos más duros, en los más difíciles, mi madre ha estado junto a mi, junto a mi cama o simplemente bombeando esperanza y ánimo a través de su corazón y de sus lágrimas. Conozco a una mujer increible a la que diagnosticaron hace unos años la más cruel e imprevisible de las enfermedades y al ser madre, ha encontrado en la maternidad el caudal de energía suficiente para no rendirse al dolor y a la angustia y. luchar cada día para que su hija, no tenga porqué sufrir su dolencia ni modificar su vida. Otra de las mujeres más importantes de mi historia, a la que siempre he admirado por su fuerza y su dedicación a su hija, a la que sacó adelante sola convirtiéndola en una adorable mujercita, me sorprendió hace pocos meses al verla derrumbarse de pánico y dolor, cuando ingresaron al fruto de su amor para extirparle un tumor cerebral. Tan solo se rindió al miedo un instante y enseguida recobró su fuerza y su valentía para seguir luchando junto a la niña. Y han ganado la batalla, juntas. Podría escribir muchas historias de las madres de mi entorno pero aunque generalizar es peligroso y habitualmente mediocre, hoy me lo voy a permitir. Las madres son seres especiales. Cuando las distintas culturas y religiones hablan de los ángeles, creo que se refieren a las madres. Yo tengo la suerte de conservar aún a la mía y entre otras cosas, aplaudo su entereza y su valentía por haber decidido quedarse con nosotros en vez de haber seguido a mi padre, el hombre que amó, ama y amará y con el que pasó cincuenta años de su vida. Ella sabe que la necesitamos y que aunque comprendemos el dolor de su pérdida, por amor y puro egoísmo, no vamos a renunciar a ella. No le permitiremos irse. Aún no. Todos (y todas, claro) tendremos que irnos algún día, eso es inevitable, pero sabremos colaborar a que consiga volver a disfrutar el tiempo que aún le queda aquí (ojalá sea muchísimo). Hoy es el día de la madre. Para mi todos y cada uno de los días de mi vida, le pertenecen. Ahora el que quiera, que me llame ñoño o imbecil o lo que le apetezca. Pero ojo, que mi madre tiene más brazo que Swarzenegger y no os recomiendo meteros con "su niño".
Tras haberlo
pensado durante casi cinco minutos apurando un cigarrillo frente a la puerta
del comercio, por fin se decidió a entrar.
Una
pizpireta pelirroja le recibió con la sonrisa más deliciosa que había visto en
su vida.
-¿Para
llevar o para tomar aquí?- le preguntó.
-Para tomar
aquí, gracias- respondió él sonriendo también, -Sinceramente, no sé cómo
resistiría el trayecto hasta mi casa. Es la primera vez que compro algo así. La
dependienta de ojos vivos y adorable sonrisa, le pidió que esperase un minuto
en lo que preparaba el artículo.
Frank
Sinatra cantaba My Way a través del hilo musical de la tienda. Sin duda aquella,
era la canción más bonita del mundo.
Al abandonar
el mostrado y situarse frente a él guiñándole un ojo, la dependienta le dijo
con firme dulzura, - cuando quiera-
Él abrió los
brazos y se dispuso a recibir su pedido.
La oferta
del cartel que atrajo su atención al escaparate de aquella tienda, no mentía en
absoluto. El abrazo más cálido e intenso del mundo, le había costado cinco
euros, IVA incluido. Al estar tan necesitado de aquel artículo de lujo que milagrosa y casualmente había encontrado de oferta, hizo un rápido cálculo mental y suspiró de placer al haberse dado
cuenta de que con el importe de la baja que cobraba mensualmente de la mutua de
su empresa tras aquél accidente, teniendo en cuenta los gastos fijos y
reduciendo el consumo de tabaco, podría permitirse dos abrazos diarios de lunes
a viernes.
-Perdona- Le
dijo a la dependienta. - ¿Abrís los sábados?
Ella no se
sorprendió con la pregunta, más bien la estaba esperando.
-Claro que
sí caballero. Solo por la mañana, de diez a dos y media. Algo me dice que le ha
gustado nuestro producto en oferta. –
-Me ha
encantado y no creo que pase nada si le confieso que soy adicto a este tipo de
artículos desde hace unos pocos años, después de haber pasado una serie de
catastróficas desdichas. -
-En efecto
no pasa nada. Sois muchos los adictos al abrazo y por eso me decidí a abrir
este negocio y a servir abrazos de calidad, a un precio asequible. –
Con el
espíritu renovado y el alma henchida, el torturado y melancólico escritor
abandonó el local sonriendo y con una expresión en los ojos que había perdido
hacía ya tres años, cuando comenzó la época más difícil de su vida.