Es el de la campana con la que mi primo segundo, Edgar,
se hizo enterrar, para que pudiesen oírlo en caso de que la catalepsia le
hubiese jugado una mala pasada.
Cuando por avatares de la vida, hubo que exhumar su
cadáver, al sacarlo del panteón familiar, se trasladó a un mausoleo particular
y mi tía regaló a mi madre tan siniestro recuerdo. Desde entonces he conservado
esa campanita de mano en el salón de mi casa, sobre el piano de cola que no se
ha vuelto a tocar desde la muerte de mi esposa, hace más de tres años. Esta
noche la campana no ha parado de sonar y al levantarme para asegurarme de que
las campanadas no eran producto de mi imaginación, he encontrado a Edgar
sentado en el sofá frente a la chimenea, con una copa de brandy en la mano
derecha y la campana en la izquierda, haciéndola sonar mientras me sonreía
burlón.
-Edgar. Imagino que eres tú. Eres la viva imagen del
retrato que heredé de tus padres. –
Mi difunto primo se llevó la copa a la boca y de un
único y largo trago, apuró el licor.
-Muy bien querido primito. Veo que eres un acertado
fisonomista. No nos conocimos en su momento pero te he seguido los pasos. Me ha
hecho ilusión que, en la familia, aunque fuese lejana, alguien decidiese seguir
mis pasos. No escribes mal. Te falta algo de imaginación y te sobran recursos facilones,
pero puede que llegues a alguna parte. No dejas de ser un Poe.-
-Y si no es indiscreción ¿podrías decirme a que debo
el placer de tu visita? Imagino que no habrás vuelto del más allá solamente
para deleitarme con tan demoledora crítica. –
-No seas susceptible, primito. Digamos que he venido
para recordarte una promesa que has dejado sin cumplir y que está atormentando
el descanso eterno de la que fue tu mujer. -
-¿Cómo dices? ¿Qué le pasa a Eleanor? - Aquella
referencia a mi difunta esposa, me alcanzó el pecho como un disparo de fusil,
haciéndome perder el equilibrio, por lo que tuve que agarrarme a una balda de
la estantería más cercana, derribando varios libros por no caer al suelo de la
impresión.
-Vamos, vamos, John. Ni te has inmutado al verme en el
salón de tu casa a estas horas de la noche y ahora resulta que la sola mención
de Eleanor casi termina contigo. Te recuerdo que poco antes de su muerte, le
prometiste que tomarías lecciones de piano y cada doce de julio, día de vuestro
aniversario, tocarías en su honor el vals que bailasteis en los esponsales. En
lugar de cumplir tu promesa, te has dedicado en cuerpo y alma a tratar de ser
escritor pero aunque te resulte duro oírlo, el talento de tu primo no lo has
heredado genéticamente y sin embargo, tu esposa no descansa en paz.-
-Ha sido la inmensa pena que sufro desde su muerte, la
que me ha impedido acercarme a las teclas del piano. -
- Bien. Ahora ya conoces las consecuencias de incumplir
la promesa que se le hace a un moribundo en su lecho de muerte. Déjate de
emborronar folio tras folio y en vez de aporrear la máquina de escribir,
intenta obtener mejores resultados aporreando el teclado del piano. Créeme, no
te arrepentirás. Y ahora si no te importa, me voy a retirar. No debí haberme
servido esa copa de Brandy. Tienes que reconocer que tu gusto con el brandy es
directamente proporcional a tu gusto literario. He fisgado tu librería y he
visto demasiadas noveluchas y, por cierto, ningún libro mío. Un escritor no
solo debe escribir diariamente, también tiene que leer mucho y a ser posible,
lecturas de calidad. Adiós, John, cuídate mucho y búscate un buen profesor de
piano. Eleanor te lo agradecerá. –
Sus últimas palabras se vieron amortiguadas por el
ruido que hizo la campanita al caer al suelo y al recogerla y volver a
colocarla sobre el polvoriento piano, me juré a mí mismo que lo antes posible
buscaría un maestro que diese lecciones de piano a domicilio.