Zuriñe es arqueóloga pero vivir aventuras en Egipto o en Grecia, era algo a lo que solo tienen acceso los nobles británicos de siglo XIX y más alla de sus sueños e ilusiones, Zuriñe terminó dando clases de historia en un instituto de secundaria. Por eso esta aventura que le reservaba el destino, era más una compensación por sus horas de lectura, entregada a los descubrimientos de sarcófagos y ciudades milenarias reflejados en los libros que tanto le gustan.
La casa de alquiler completo en fin de semana, la encontró por Internet. Necesitaba desconectar de sus clases y relajarse un poco pero no demasiado lejos de su lugar de residencia, por lo que metió en el coche una pequeña bolsa de viaje, media docena de libros y a su perrita Olma y en menos de hora y media de viaje llegó a su destino.
El día se había estropeado un poco y las nubes comenzaron a cubrir el cielo castellano. La casa, de piedra y adobe, tenía pinta de llevar allí toda la vida. Por dentro era otra cosa. Wifi, cocina completa con todo tipo de electrodomésticos de última generación, pantalla gigante y extra plana en el salón, donde ver canales de pago, ducha con hidro masaje...no faltaba ninguna comodidad de esas que consiguieron elevar el precio de alquiler por la casa a los quinientos euros el fin de semana pero Zuriñe no sabía aún, hasta que punto sería el dinero mejor empleado de su vida.
Olma, la perrita,juguetona y alegre, investigó por su cuenta el nuevo territorio y persiguió a cuanto ser vivo encontró en su recorrido de inspección, buscando únicamente compañeros de juego.
Zuriñe cerró el libro en cuya lectura se había enfrascado perdiendo la noción del tiempo en el cómodo balancín del porche y se abrió un botellín de cerveza, que había metido en el congelador al llegar y que ya había cambiado el estado del néctar que contenía, de líquido a practicamente solido.
La cerveza helada le supo a gloria bendita y tras comer algo y compartir la cena con Olma, decidió acostarse y madrugar al día siguiente para pasear por el campo y hacer algunas fotos del paisaje castellano.
Los ladridos de Olma la despertaron de madrugada. Zuriñe se asustó un poco, pues Olma no acostumbraba a ladrar porque sí y además los ladridos venían del sótano de la casa. Se puso unos vaqueros, una camiseta y las zapatillas de deporte y por precaución, cogió una linterna y el teléfono móvil, por si había entrado algún animal peligroso en la casa, del estilo de víboras o ratas y tenía que pedir ayuda.
Al llegar al sótano, encontró a Olma muy nerviosa, arañando frenéticamente la pared del fondo de la estancia, practicamente oculta tras estanterías repletas de herramientas.
-Olma, ya, ¿Qué has visto, Olma?-
Olma gruñó desafiante, cosa que hizo que Zuriñe,se agachase para alumbrar con su linterna el lugar donde Olma estaba arañando y lo que descubrió casi le hizo perder el conocimiento de la impresión. Una calavera. Olma había encontrado una parte del viejo muro que se estaba viniendo abajo por el paso del tiempo y al arañar durante horas, había abierto un pequeño agujero donde al alumbrar con la linterna, Zuriñe descubrió lo que sin duda era un cráneo humano, cubierto de polvo y telarañas.
Zuriñe buscó un pico o una maza entre las herramientas de las estanterías y encontró un enorme martillo de los que se utilizan para allanar caminos.
Apartando a Olma, se lió a darle golpes al lugar del agujero y en menos de diez minutos, abrió un boquete del tamaño justo para poder pasar de rodillas a la estancia contigua, donde grabó rápidamente su descubrimeinto con la cámara de su teléfono móvil de última generación.
Aquello debía de ser el refectorio o la biblioteca de una antigua abadía, una iglesia o una ermita benedictina de las que en esa zona habían proliferado siglos atrás. La calavera pertenecía al esqueleto completo del que debió ser el monje encargado de la protección de los secretos ocultos en suelo sagrado. Casi un centenar de libros que no se atrevió a tocar para no dañar el papel, que se convertiría en polvo al menor contacto, se apilaban en las estanterías de la sala.
Sobre una mesa, había unas grandes hojas que al iluminarlas, rápidamente le confirmaron sus primeras sospechas, al comprobar con una rápida lectura, que eran partituras musicales primitivas, donde se señalaban neumas y melismas, que marcaban los golpes de voz en el canto melismático. Esas partituras contenían un Kyrie eleison, común en el gregoriano benedictino de la zona.
Aquel hallazgo casual, sin duda marcaría un antes y un después en la vida de la Doctora Iturriarte.
Antes de abandonar aquel lugar para llamar a un compañero de estudios que sabía que trabajaba para la Fundación Siglo, de la Junta de Castilla y León , consiguió convencer a Olma para que abandonase sin excesivos remilgos el fémur derecho del esqueleto, que había convertido en su justo pago por el descubrimiento.
La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida.