Con tristeza pero con mucha decisión y con una muy especial valentía y la absoluta certeza de que su gesto, redimirá a la humanidad, se encarama al trapecio.
La humanidad necesita adorar a un Dios, a una Diosa. La humanidad necesita ídolos ante los que inclinar la cabeza pero ella detesta la humillación como señal de reconocimiento, ella solo busca despertar el alma dormida y en estado de shock, dibujar una sonrisa en el rostro de los congregados en su Iglesia y consolar al triste, dar de beber al sediento y de comer al hambriento, con su alimento espiritual.
La gente comienza a llenar el templo y se sienta en silencio en los puestos asignados a la mesa.
La música que interpretan otros miembros de su congregación, eleva el alma de los allí presentes y las intervenciones de los distintos elegidos para proclamar su palabra, embelesan a todos y crean el clima perfecto para el momento de su ascensión.
A una señal, las luces se apagan, dejando la sala entre tinieblas y arriesgando su cuerpo terrenal, ella asciende a las alturas, consiguiendo el bautismo en la fe y la comunión emocional de cada una de las personas que tiembla de placer contenido ante lo que esta viendo.
Una melodía, un verso, una acrobacia, es lo mismo. Los caminos del señor son inescrutables y lo que su puesta en escena deja más que claro, es que ninguna religión puede obligar a matar, en todo caso despertará las ganas de compartir lo mejor de uno mismo.
Los fieles despiertan del sock y ante ellos y allí mismo, se abren las puertas del paraíso, es decir...del show.
Así sea, por los siglos de los siglos.