Algo había cambiado en él y aunque a través de la ventana podía ver como caía la lluvia en una mañana completamente gris y desapacible, en el interior de su pecho brillaba un sol espléndido.
Nadie volvería a hacer que se sintiese pequeñito.
Puede que se estuviese alimentando de los restos de ego que no había consumido en los atracones del pasado. pero esa mañana había decidido confiar en si mismo, creer en sus habilidades y en sus posibilidades.
Lucharía.
Desgranando uno a uno los recuerdos del pasado que se habían resistido a desaparecer tras la tempestad precedida por una calma irreal encontró muchos momentos de paz, y demasiados momentos de lucha, de combate existencial, que le habían convertido en su propio héroe de leyenda.
Había derrotado a la hidra de siete cabezas que vomitaba a la vez por sus siete bocas histéricas insultos, embustes y amenazas. Había decapitado al dragón que lanzaba fuego abrasador en forma de traición y había conquistado la prácticamente inalcanzable cima de la nueva vida.
Se acabó llorar. Se terminó lamentarse y hacer un drama de todo. La camiseta le quedaba pequeña tras haber alimentado sus músculos con ganas e ilusiones combinadas con ejercicio diario.
Se acercó hasta el armero donde guardaba bajo llave las metáforas más hirientes, las alegorías con mira telescópica y varias cajas de esdrújulas con la punta hueca, adverbios de plata para neutralizar a los monstruos y vocales y consonantes de nueve milímetros. Munición de combate, armas de destrucción masiva.
Se ciñó a la cintura justo por debajo de la cadera el cinturón con sus dos viejos revólveres : prosa y verso.
Volvería a la pelea. Ya no tenía miedo. Nadie ni nada podría hacer que se siguiera ocultando detrás de millones de páginas sin sentido.
Pertenece al sueño de un destino y ha decidido cumplir con él.
No tiene que rescatar a ninguna princesa, que se rescaten solas. Solamente tiene que avanzar en su camino sin arredrarse ante peligros reales o imaginarios. No debe temer. No habrá brujerías, hechizos ni sortilegios que le vuelvan a reducir de tamaño. Una bala de sinceridad directa entre los dos ojos de la bruja será más que suficiente y, siempre ha sido el más rápido, pero demasiadas veces prefirió sentarse en la barra del Saloon y pedir un Whisky tras otro a salir a la calle principal y contar diez pasos, espalda contra espalda, antes de girarse y desenfundar.
Vuelve a sentarse al teclado de su vieja Olivetti. Las ideas llegan entre marchas de cornetas y tambores. Comienza a escribir mientras las tropas neuronales entonan el himno de Héroes del silencio. Ideal para la batalla.
Lucharía.
Desgranando uno a uno los recuerdos del pasado que se habían resistido a desaparecer tras la tempestad precedida por una calma irreal encontró muchos momentos de paz, y demasiados momentos de lucha, de combate existencial, que le habían convertido en su propio héroe de leyenda.
Había derrotado a la hidra de siete cabezas que vomitaba a la vez por sus siete bocas histéricas insultos, embustes y amenazas. Había decapitado al dragón que lanzaba fuego abrasador en forma de traición y había conquistado la prácticamente inalcanzable cima de la nueva vida.
Se acabó llorar. Se terminó lamentarse y hacer un drama de todo. La camiseta le quedaba pequeña tras haber alimentado sus músculos con ganas e ilusiones combinadas con ejercicio diario.
Se acercó hasta el armero donde guardaba bajo llave las metáforas más hirientes, las alegorías con mira telescópica y varias cajas de esdrújulas con la punta hueca, adverbios de plata para neutralizar a los monstruos y vocales y consonantes de nueve milímetros. Munición de combate, armas de destrucción masiva.
Se ciñó a la cintura justo por debajo de la cadera el cinturón con sus dos viejos revólveres : prosa y verso.
Volvería a la pelea. Ya no tenía miedo. Nadie ni nada podría hacer que se siguiera ocultando detrás de millones de páginas sin sentido.
Pertenece al sueño de un destino y ha decidido cumplir con él.
No tiene que rescatar a ninguna princesa, que se rescaten solas. Solamente tiene que avanzar en su camino sin arredrarse ante peligros reales o imaginarios. No debe temer. No habrá brujerías, hechizos ni sortilegios que le vuelvan a reducir de tamaño. Una bala de sinceridad directa entre los dos ojos de la bruja será más que suficiente y, siempre ha sido el más rápido, pero demasiadas veces prefirió sentarse en la barra del Saloon y pedir un Whisky tras otro a salir a la calle principal y contar diez pasos, espalda contra espalda, antes de girarse y desenfundar.
Vuelve a sentarse al teclado de su vieja Olivetti. Las ideas llegan entre marchas de cornetas y tambores. Comienza a escribir mientras las tropas neuronales entonan el himno de Héroes del silencio. Ideal para la batalla.
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