Muchas veces aparqué mi montura a la puerta de este bar, junto a las de otros vaqueros de mi banda.
Allí los cuatreros no se atrevían a asomar la cabeza y hasta que tropezó rompiéndose una pata, mi hermosa y fiable "Vespa" (mi yegua italiana), conocía a la perfección el camino hasta las puertas del Rosarillo.
El dueño del Saloon es un tipo honesto que decidió retirar la escopeta de debajo del mostrador y enfrentarse a los forasteros con la mejor de sus sonrisas y con sus ganas de hacer las cosas bien. Como él mismo dice, "las cosas bien hechas, bien parecen". El propietario está seguro en su local, ya que ha sabido rodearse de un estupendo equipo de colaboradores.
En la barra le acompañan dos jóvenes que a simple vista parecen tan solo unos amables y eficientes camareros pero que no dudo que llegado el momento, sabrán demostrar al mundo su rapidez con el revólver y desarmar certeramente a quien se atreva a desafiarlos.
Las camareras que allí trabajan también, además de preciosas, ocultan entre las enaguas de su profesionalidad y experiencia, el Derringer de pequeño tamaño y dos cañones, con el que atravesar el corazón del patoso de turno que piense que con la consumición y la sonrisa, le van a servir por obligación cualquier otro placer.
Al entrar en el Rosarillo, cuelgo en el perchero el cinturón del que pende mi Colt y, sé que allí estaré a salvo y no tendré ningún problema. Eso es algo muy difícil de encontrar en el mundo de los salones del salvaje oeste, creedme, sé de lo que hablo. Además de por su excelente whisky, su mejor zarzaparrlla, las estupendas melodías de la pianola y que la clientela siempre es de mi agrado (otros vaqueros como yo y muchas valientes pioneras que han volcado su futuro y sus esperanzas en el fondo de la carreta y se han atrevido a cruzar el Pisuerga, buscando tierras donde establecerse), os animo a acercaros a beber unos tragos pero os recomiendo cautela y buenos modos, en este Saloon, no nos gustan los problemas.
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