No querer crecer va más allá de retener la infancia, ya no es un tema de amor por lo inocente y lo pueril que vivimos hace años, si no más bien es la negación a aceptar las responsabilidades que conlleva el ser adulto, el miedo a enfrentarse a la vida adulta, a la muerte de los sueños de aquel niño que vivía sin más preocupaciones que las propias de su edad, que eran escasas y casi intrascendentes.
Ser un Peter Pan, ha derivado hoy en día en ser un pelín egoísta, cosa que de alguna manera ofendería al personaje original, pues no se movía por egoísmo alguno.
A ese egoísmo de buscar la comodidad en no tener que resolver problemas, le podemos sumar la cobardía de no enfrentarse a ellos y Peter Pan era de todo menos cobarde.
Vivir auspiciado por las ventajas de padecer ese síndrome te puede llevar a renunciar a muchas de las cosas buenas que implica la madurez y el hecho de convertirte en un adulto. A la larga, si lo sopesas con algo de autocrítica y toda la equidad posible, llegará un día en el que decidas que ya es hora de hacerte mayor.
Decidir crecer es decidir vivir en el sentido más amplio de palabra, reuniendo agallas para enfrentarte a la vida y resolver lo que se pueda presentar en cualquier momento, porque eso es lo que nos toca, queramos o no.
Es fácil recibir cariño y querer siendo un niño, pero es muy diferente asumir que aquello que recibes ha de ser devuelto con creces cuando eres un adulto y sobre todo aceptar que un día puede desaparecer y por mucho que busques debajo de la cama o en el armario de los juguetes, no lo encontrarás.
Es genial volar con hadas pero te arriesgas a enamorarte y cuanto más alto te eleves, más dura puede ser la caída.
¿Pero que sería de Peter sin mirar a los ojos a su Campanilla y saber que en esa mujer ha descubierto los sentimientos más hermosos y la certeza de que ya no querrá vivir en otro mundo donde ella no esté?
No se quien le podrá explicar que ese vínculo que siente que le ata a su hada, va ganando intensidad con el paso del tiempo y se convierte en algo tan maravilloso, que antes preferirá estar muerto a asumir que no serán felices ni comerán perdices.
Los piratas no llevan parche en el ojo ni tienen patas de palo, suelen pedirte mogollón de papeles engorrosos y en ocasiones inexistentes, para cualquier cosa o directamente te deniegan la ayuda que necesitas para pasar las malas rachas.
De repente un día las personas más queridas comienzan a irse a un país que está más allá de Nunca Jamás y te sientes morir un poco con cada despedida en el tanatorio.
Te empeñas en dar con el hada adecuada y en muchas ocasiones fracasas, pero el verdadero fracaso será emprender ese viaje eterno sin haber amado de verdad.
Con suerte tendrás un trabajo y por mucho que no te guste será eso, un trabajo y aprenderás a valorarlo y a esforzarte para no perderlo porque ese trabajo por duro que te parezca será el que te financie todo lo que anhelas.
Tras pasar por varios años en los que me agarré a mi síndrome de Peter Pan, como el que se agarra a las crines de un caballo desbocado, llegó el día en que decidí crecer.
Lo más increíble de todo es que en la vida adulta también he encontrado magia e ilusión y de ambas hay a raudales y cada día que pasa los sueños se van volviendo más reales y accesibles y no hay porque renunciar a ellos. Si lo hubiese hecho, no habría besado a Campanilla como la besé una vez, ni habría conocido a cierta hadita, abordado el navío de Garfio ni bailado con la princesa india más hermosa de todas las naciones apaches.
Ser adulto no está nada mal y de alguna manera aún conservo algo de aquella inocencia, se que no la perderé nunca.
En mi vida habrá muchas fechas importantes, pero una de las señaladas será la del día que decidí aceptar las consecuencias del paso del tiempo y recibir todo lo que la madurez tenía que ofrecerme.