Carámbano es un títere de calcetín.
Han tardado en darle forma menos de tres horas.
Carámbano tiene la nariz enorme y roja y los ojos tristes, el pelo azul y largo y un gorrito marinero.
Carámbano, como casi todos nosotros, tiene una misión en la vida.
La suya va a ser irse muy lejos, hasta Nicaragua, para ayudar como pueda en las terapias que allí se realizan con las niñas víctimas de violaciones, abusos sexuales y violencia física y psicológica.
Carámbano tiene cuerpo de nylon, ojos de botones forrados con tela y nariz de metal recubierta de gasa.
Pero su corazón es humano...muy humano.
Su creadora ha donado un poquito de su corazón, para que viaje hasta el otro lado del mundo, y me consta que ha sido un acto generoso, porque en estos momentos su corazoncito está pasando una mala racha.
Os necesitamos, os necesitan.
Aquí sufrimos cuando nos bajan un cinco por ciento del salario, o cuando nos suben tres céntimos el precio del litro de combustible.
Nos enfadamos si un sábado no podemos salir de copas porque "hay que ajustarse el cinturón".
En nuestro mundo, si haces tres comidas ligeras al día es que estas a dieta, y si alguien te levanta lo más mínimo la voz, te sientes maltratado y humillado.
En otros lugares, hay niñas de cinco años que no pueden dormir, porque creen que si cierran los ojos volverá ese monstruo que les arranca la vida y la infancia a través de "esa parte" de sus pequeños cuerpos sin formar.
En otros lugares, hay muchas personas que suspiran por conseguir algo de alimento, por escaso que sea, para llevar a sus hijos.
En otros lugares hay muchos bárbaros que en cuanto se han bebido sus miserias en la taberna, vuelven al "hogar", para "ajustarse el cinturón" sobre la espalda de su mujer, o de su hija, vomitando con cada golpe de correa la rabia que provoca la pobreza y la desesperanza.
En otros lugares, hay algunos sujetos que no dudan en pagar los tres céntimos de más en la gasolina, y después rocían con ella un cuerpo frágil y asustado, y arrojan una cerilla.
Podéis entrar, si os apetece, en el blog: www.titeresenruta.blogspot.com y pinchar en la ventana "tu títere y tu", allí iremos colgando las fotos que nos envíen aquellas personas que están manufacturando títeres para enviar a Nicaragua.
Os animo a aportar vuestro granito de arena, a informaros de esta iniciativa, que lleva el respaldo y el cariño de muchas personas, y a construir un títere, por sencillo que sea.
Desde aquí, os lo agradezco de corazón.
viernes, 25 de marzo de 2011
martes, 22 de marzo de 2011
Remar.
La vida es eso, un continuo remar.
En ocasiones las aguas están mansas y casi no cuesta trabajo. Uno podría tumbarse con la cabeza apoyada en la popa y dejarse llevar, contemplando las ondas que producen las gotas de lluvia al impactar contra el mar.
Así es estupendo, lo malo viene cuando se levanta el temporal.
El mar se revuelve y en la inmensidad de la vida, la pequeña chalupa que es tu persona se torna excesivamente frágil y es practicamente inevitable sentir terror.
Hay dos opciones, la primera es dejarse hundir, a sabiendas de que una vez que te sumerjas va a ser muy difícil volver a tomar aire y la segunda, agarrar con fuerza los remos y dejarte los brazos y las muñecas en cada palada.
Cuanto más te esfuerzas en llevar la barca a la seguridad de la playa, más ímpetu ponen las olas en darle la vuelta a tu existencia y arrastrarte hasta lo más profundo.
Remas y remas y las sienes parecen reventar, pero no te amilanas, porque sabes que por encima de todas las cosas quieres vivir.
Yo quiero vivir.
Ahora mismo estoy remando aferrado a este teclado, empapado y muerto de frío, asustado pero decidido a llegar a tierra.
Mi barca hace aguas, y siento como las corrientes tratan de hacerme perder el rumbo, pero no dejo de remar.
Un esfuerzo y otro y otro más y de nuevo esa ola que rompe contra la quilla haciendo que la embarcación pierda estabilidad, aprieto los dientes y cierro los ojos.
Remar, remar es todo lo que puedo hacer y aunque ya no sienta los brazos tengo que remar.
Al mirar a mi alrededor puedo ver un gran número de embarcaciones de todos los tamaños, esquifes, chalupas, motoras, pesqueros, canoas, petroleros, embarcaciones de recreo de todo tipo, barcos de guerra, cientos, miles, millones.
Algunos abandonan y se hunden, pero yo no, yo no voy a a abandonar, pienso remar mientras me quede coraje para ello.
Y tu...¿qué vas a hacer?
domingo, 20 de marzo de 2011
Amiga lectora
Este es un pequeño reconocimiento a una lectora de este blog.
La amiga Mirinda, tiene parte de culpa de que uno se siente ante el ordenador a vaciarse las entrañas, así que si tenéis que pedir responsabilidades a alguien, buscadla por Madrid.
Me consta, por su forma de escribir y las referencias que suele hacer, que es una persona culta e instruida y eso me aterroriza y me llena de orgullo al mismo tiempo.
El nacimiento de este blog, sucedió como la mayoría de las cosas que ocurren en mi vida, de forma absurda.
Me gusta leer y siempre me hubiera gustado escribir, pero uno es más perro que "Niebla" y jamas me he tomado nada demasiado en serio.
Laura (mi señora esposa) diseña páginas web y blogs para sus clientes y medio de broma le pedí que me hiciera uno, puesto que yo soy un absoluto inútil informático.
La muchacha se tomó su tiempo y desarrolló este espacio, con lo que no me quedó más remedio que empezar a escribir en él.
Rápidamente me enganché, porque entre otras cosas, escribir es una forma maravillosa de ahorrarse un pastón en psicólogos y poco a poco empecé a crearme la necesidad de plasmar lo que sucede en mi mente a través de este blog.
Para mi sorpresa, descubrí que hay personas al otro lado de la pantalla, que de vez en cuando entran y leen mis sandeces.
A algunos les parecen divertidas y algunos otros sencillamente no vuelven a entrar. Solo unos pocos han tenido fiebre alta y visión borrosa.
Mirinda lee y participa asiduamente, comentando muchos de los post y sinceramente se lo agradezco, porque de alguna forma hace que trate de superarme e incluso ha conseguido que en ocasiones pase el corrector ortográfico.
Gracias por estar ahí, espero no decepcionarte y si he conseguido que en algún momento, al leer este blog hayas pasado un rato agradable, me sentiré tremendamente feliz.
Un beso grande y mi más profundo agradecimiento.
Juan.
miércoles, 16 de marzo de 2011
Haiku
Aunque jamás temió enfrentarse a la muerte, el samurai pensó que le hubiera gustado morir de otra manera, con honor.
Encaramado en el tejado de su modesta vivienda, Hiruto contempló en silencio la desolación que se extendía a su alrededor.
Todo estaba completamente arrasado.
Recuerdos de su infancia afloraron rápidamente, aquella gran explosión, los campos de arroz, la cosecha perdida, su aldea destruida, los millares de cadáveres calcinados y mutilados.
No había podido ayudar a su esposa. La gran ola llegó con asombrosa velocidad y no dio tiempo más que a cruzar una mirada, mientras el empuje del mar arrastraba a la anciana. Segundos después desapareció bajo el agua y tan solo tuvo tiempo para aferrar su katana y trepar a la parte más alta de su hogar.
Aquella espada había pertenecido a sus antepasados por generaciones, simbolizando el honor y el orgullo de una larga estirpe de Samurais.
El padre de Hiruto murió combatiendo a los duros guerrilleros vietnamitas, su abuelo cayó ante las tropas rusas una fría mañana de enero, cuando la Santa Barbara de su navío fue alcanzada por un obús.
La mayoría de los hombres de su familia había muerto en combate, y aquello le despertaba cierta sensación de impotencia, de rabia e incluso si su férreo código se lo hubiera permitido, de envidia.
De todas formas esto tenia que suceder más tarde o más temprano.
La tierra en Japón acostumbraba a quejarse, sacudiendo de vez en cuando aquello que le arañaba el lomo, pero todo tiene un límite y en la guerra feroz que enfrentaba al hombre contra el planeta, tenían que darse batallas como esta.
Hiruto cerró los ojos y respiró hondo.
Meditó su último Haiku:
"como el recuerdo,
mi vida se empaña,
por la desgracia"
Algo tétrico quizás, pero iba a morir y no estaba la cosa para hablar de pájaros ni de jardines.
Un alarido lo sacó de su ensimismamiento.
Al abrir los ojos aun pudo ver como la mano de un niño trataba de aferrarse al parachoques de un camión que era arrastrado por la fuerza del mar.
Que absurdo, pensó, los niños no deberían morir así, no han tenido tiempo de comprender.
El nivel del agua subía rápidamente y en breve sería engullido completamente por el mar.
Hiruto desenvainó la espada de forma solemne y adoptó la posición de ataque, con la vaina perpendicular a sus ojos y la hoja de la katana dirigida hacia el sol.
Un helicóptero del canal internacional de televisión NBC se aproximó hacia su posición.
El cámara observó impresionado la figura de un anciano que empuñaba una espada desafiante mientras el mar lo cubría por completo.
No se movió un ápice, no cambió un milímetro el rictus de su rostro.
Tan solo, desapareció.
El reportero quedo sobrecogido ante aquella demostración de valor, o de resignación ante el fin.
Pocos segundos después el tsunami había hecho desaparecer por completo aquella población, arrastrando embarcaciones, viviendas y vehículos en medio de un caos espantoso, pero los ojos de aquel anciano le habían transmitido serenidad.
El japones es un pueblo muy extraño, pensó para si, hizo un gesto al piloto y cambiaron la dirección de la aeronave, poniendo rumbo hacia la capital.
Mientras, una vieja espada samurai transportada por el agua se atoró entre las traviesas del tren y la fuerza del mar rompió su hoja.
Encaramado en el tejado de su modesta vivienda, Hiruto contempló en silencio la desolación que se extendía a su alrededor.
Todo estaba completamente arrasado.
Recuerdos de su infancia afloraron rápidamente, aquella gran explosión, los campos de arroz, la cosecha perdida, su aldea destruida, los millares de cadáveres calcinados y mutilados.
No había podido ayudar a su esposa. La gran ola llegó con asombrosa velocidad y no dio tiempo más que a cruzar una mirada, mientras el empuje del mar arrastraba a la anciana. Segundos después desapareció bajo el agua y tan solo tuvo tiempo para aferrar su katana y trepar a la parte más alta de su hogar.
Aquella espada había pertenecido a sus antepasados por generaciones, simbolizando el honor y el orgullo de una larga estirpe de Samurais.
El padre de Hiruto murió combatiendo a los duros guerrilleros vietnamitas, su abuelo cayó ante las tropas rusas una fría mañana de enero, cuando la Santa Barbara de su navío fue alcanzada por un obús.
La mayoría de los hombres de su familia había muerto en combate, y aquello le despertaba cierta sensación de impotencia, de rabia e incluso si su férreo código se lo hubiera permitido, de envidia.
De todas formas esto tenia que suceder más tarde o más temprano.
La tierra en Japón acostumbraba a quejarse, sacudiendo de vez en cuando aquello que le arañaba el lomo, pero todo tiene un límite y en la guerra feroz que enfrentaba al hombre contra el planeta, tenían que darse batallas como esta.
Hiruto cerró los ojos y respiró hondo.
Meditó su último Haiku:
"como el recuerdo,
mi vida se empaña,
por la desgracia"
Algo tétrico quizás, pero iba a morir y no estaba la cosa para hablar de pájaros ni de jardines.
Un alarido lo sacó de su ensimismamiento.
Al abrir los ojos aun pudo ver como la mano de un niño trataba de aferrarse al parachoques de un camión que era arrastrado por la fuerza del mar.
Que absurdo, pensó, los niños no deberían morir así, no han tenido tiempo de comprender.
El nivel del agua subía rápidamente y en breve sería engullido completamente por el mar.
Hiruto desenvainó la espada de forma solemne y adoptó la posición de ataque, con la vaina perpendicular a sus ojos y la hoja de la katana dirigida hacia el sol.
Un helicóptero del canal internacional de televisión NBC se aproximó hacia su posición.
El cámara observó impresionado la figura de un anciano que empuñaba una espada desafiante mientras el mar lo cubría por completo.
No se movió un ápice, no cambió un milímetro el rictus de su rostro.
Tan solo, desapareció.
El reportero quedo sobrecogido ante aquella demostración de valor, o de resignación ante el fin.
Pocos segundos después el tsunami había hecho desaparecer por completo aquella población, arrastrando embarcaciones, viviendas y vehículos en medio de un caos espantoso, pero los ojos de aquel anciano le habían transmitido serenidad.
El japones es un pueblo muy extraño, pensó para si, hizo un gesto al piloto y cambiaron la dirección de la aeronave, poniendo rumbo hacia la capital.
Mientras, una vieja espada samurai transportada por el agua se atoró entre las traviesas del tren y la fuerza del mar rompió su hoja.
miércoles, 2 de marzo de 2011
Retales del pasado
¡¡Atiende que sujeto!!
Este señor, es el Padre Loring, Jesuita, predicador y autor de un Best seller que ha vendido más de un millón de ejemplares en sus cinco ediciones.
Es famoso por sus sermones en Youtube y por las polémicas apariciones en diferentes cadenas de televisión.
La primera vez que lo vi en acción, el pánico impidió el natural control de mis esfínteres y me oriné en los pantalones.
Cuando era pequeño, mis padres en su afán por darme la mejor educación posible, me matricularon en un colegio privado de jesuitas, donde pasé muchos años de mi infancia y adolescencia, hasta que los curas perdieron la batalla por la salvación de mi alma y claudicaron de la peor de las formas posibles: expulsándome.
Antes de que llegará aquél día, un 12 de septiembre de 1990, se emplearon a fondo conmigo para tratar de "enderezarme".
Podría contar cientos de miles de anécdotas de todo tipo, pero generalmente, yo escribo en este blog para pasarlo bien, y para tratar de que vosotros lo paséis bien.
Hasta octavo de E.G.B (lo que hoy equivaldria en edad a 2º de la E.S.O y en conocimientos a 2º de la L.O.G.S.E) fui un niño bastante normalito, yo diría que incluso "bueno" en el sentido más católico de esta palabra.
No me metía en problemas, aprobaba los cursos, ayudaba a mis papás y acudía a misa dos veces por semana, e incluso una vez al mes, oficiaba de monaguillo en la Eucaristía del colegio.
Además era un niño muy mono, muy educadito y muy limpio (también en el sentido más católico de la palabra).
No se que paso en mi interior al llegar a aquel curso, pero de una forma sorprendente, comencé a alterar mi conducta.
Suspendía, faltaba a clase, robaba a mis padres, me encaraba con los profesores y descubrí el fabuloso placer que ocultaba mi entrepierna.
Encararte con un jesuita de metro noventa y manos como palas, es un acto de heroísmo.
Los guantazos más dolorosos y potentes de mi vida los he recibido de manos de estos siervos de Dios (ciervos de Dios, como a mi me gustaba llamarlos).
En el colegio había al menos una docena de jesuitas navarros, hombres recios y severos, excedentes de la "reserva espiritual de occidente" que consagraron su vida a mantener ideales de un tiempo mejor (para ellos) y retales del pasado.
Fui encerrado, humillado públicamente, golpeado, castigado de todas las formas posibles e incluso, tratado con "mucho cariño" por parte de alguno de estos tipejos, que confundían los sentimientos y castigaban sus poluciones nocturnas a golpe de cilicio.
El encontrarme con los vídeos de este "Padre", ha despertado los fantasmas del pasado, y ahora, con treinta y seis años, el bigote blanco y los co...nes negros (bueno, en mi caso rubios) me gustaría plantarme frente a él y rebatir todos sus argumentos educativos uno por uno.
La letra con sangre solo ha dejado cicatrices imposibles de borrar en muchos de aquellos niños.
No voy a entrar a discutir si una bofetada a tiempo es o no una gran medida didáctica (puedo entender que un padre, en determinadas ocasiones tenga que darla) pero de ahí a que un desconocido, te golpeé hasta que no puedas resistirlo, hay un inmenso trecho.
En una ocasión, mi padre tuvo que acudir al colegio, porque el profesor de dibujo, me golpeo duramente ante toda la clase, por mi incapacidad para dibujar un caballo de su gusto.
Me arrastró de las patillas por el aula y me regaló una docena de aquellos famosos "capones" que tanto les gustaban.
Obviamente ante mi padre se vino abajo (seria porque es abogado) y el claustro presentó sus excusas.
Hoy, envidió la capacidad de mi mujer para dibujar cosas bonitas, a mi me mataron esa habilidad y soy incapaz de coger un lápiz o un pincel.
Espero que ese millón de personas que ha comprado el libro del "Padre Loring" , recapacite antes de poner en práctica sus consejos.
Insisto, no soy de los ñoños que piensan que puedes traumatizar a un niño por decirle que ha hecho algo mal, o por tratar de corregirle y ayudarle. El aprendizaje forma parte de la vida de todo ser humano y en ocasiones ha de ser duro.
Lo que detesto hasta a saciedad, es el abuso de autoridad, la imposición de ideas mediante la violencia y la prepotencia del fuerte sobre el débil.
Y lo peor de todo, es que quieran venderlo encima, como la palabra de Dios.
Ojo, porque primero despertarán sus ideólogos y después, y cuando ya no podamos evitarlo, vendrán de nuevo aquellas mentes confundidas, que te entregaran a la hoguera, te harán beber hierro fundido o te someterán al "potro" por afirmar que "sin embargo...se mueve".
Este señor, es el Padre Loring, Jesuita, predicador y autor de un Best seller que ha vendido más de un millón de ejemplares en sus cinco ediciones.
Es famoso por sus sermones en Youtube y por las polémicas apariciones en diferentes cadenas de televisión.
La primera vez que lo vi en acción, el pánico impidió el natural control de mis esfínteres y me oriné en los pantalones.
Cuando era pequeño, mis padres en su afán por darme la mejor educación posible, me matricularon en un colegio privado de jesuitas, donde pasé muchos años de mi infancia y adolescencia, hasta que los curas perdieron la batalla por la salvación de mi alma y claudicaron de la peor de las formas posibles: expulsándome.
Antes de que llegará aquél día, un 12 de septiembre de 1990, se emplearon a fondo conmigo para tratar de "enderezarme".
Podría contar cientos de miles de anécdotas de todo tipo, pero generalmente, yo escribo en este blog para pasarlo bien, y para tratar de que vosotros lo paséis bien.
Hasta octavo de E.G.B (lo que hoy equivaldria en edad a 2º de la E.S.O y en conocimientos a 2º de la L.O.G.S.E) fui un niño bastante normalito, yo diría que incluso "bueno" en el sentido más católico de esta palabra.
No me metía en problemas, aprobaba los cursos, ayudaba a mis papás y acudía a misa dos veces por semana, e incluso una vez al mes, oficiaba de monaguillo en la Eucaristía del colegio.
Además era un niño muy mono, muy educadito y muy limpio (también en el sentido más católico de la palabra).
No se que paso en mi interior al llegar a aquel curso, pero de una forma sorprendente, comencé a alterar mi conducta.
Suspendía, faltaba a clase, robaba a mis padres, me encaraba con los profesores y descubrí el fabuloso placer que ocultaba mi entrepierna.
Encararte con un jesuita de metro noventa y manos como palas, es un acto de heroísmo.
Los guantazos más dolorosos y potentes de mi vida los he recibido de manos de estos siervos de Dios (ciervos de Dios, como a mi me gustaba llamarlos).
En el colegio había al menos una docena de jesuitas navarros, hombres recios y severos, excedentes de la "reserva espiritual de occidente" que consagraron su vida a mantener ideales de un tiempo mejor (para ellos) y retales del pasado.
Fui encerrado, humillado públicamente, golpeado, castigado de todas las formas posibles e incluso, tratado con "mucho cariño" por parte de alguno de estos tipejos, que confundían los sentimientos y castigaban sus poluciones nocturnas a golpe de cilicio.
El encontrarme con los vídeos de este "Padre", ha despertado los fantasmas del pasado, y ahora, con treinta y seis años, el bigote blanco y los co...nes negros (bueno, en mi caso rubios) me gustaría plantarme frente a él y rebatir todos sus argumentos educativos uno por uno.
La letra con sangre solo ha dejado cicatrices imposibles de borrar en muchos de aquellos niños.
No voy a entrar a discutir si una bofetada a tiempo es o no una gran medida didáctica (puedo entender que un padre, en determinadas ocasiones tenga que darla) pero de ahí a que un desconocido, te golpeé hasta que no puedas resistirlo, hay un inmenso trecho.
En una ocasión, mi padre tuvo que acudir al colegio, porque el profesor de dibujo, me golpeo duramente ante toda la clase, por mi incapacidad para dibujar un caballo de su gusto.
Me arrastró de las patillas por el aula y me regaló una docena de aquellos famosos "capones" que tanto les gustaban.
Obviamente ante mi padre se vino abajo (seria porque es abogado) y el claustro presentó sus excusas.
Hoy, envidió la capacidad de mi mujer para dibujar cosas bonitas, a mi me mataron esa habilidad y soy incapaz de coger un lápiz o un pincel.
Espero que ese millón de personas que ha comprado el libro del "Padre Loring" , recapacite antes de poner en práctica sus consejos.
Insisto, no soy de los ñoños que piensan que puedes traumatizar a un niño por decirle que ha hecho algo mal, o por tratar de corregirle y ayudarle. El aprendizaje forma parte de la vida de todo ser humano y en ocasiones ha de ser duro.
Lo que detesto hasta a saciedad, es el abuso de autoridad, la imposición de ideas mediante la violencia y la prepotencia del fuerte sobre el débil.
Y lo peor de todo, es que quieran venderlo encima, como la palabra de Dios.
Ojo, porque primero despertarán sus ideólogos y después, y cuando ya no podamos evitarlo, vendrán de nuevo aquellas mentes confundidas, que te entregaran a la hoguera, te harán beber hierro fundido o te someterán al "potro" por afirmar que "sin embargo...se mueve".
martes, 22 de febrero de 2011
Carolina.
Aquella morena pequeñita de nariz respingona me estaba trastornando completamente, poniéndome el corazón a bailar merengue cada vez que su mirada se cruzaba con la mía.
Coincidimos durante tres semanas en unas clases de expresión corporal y ya desde el primer día, en que el destino nos seleccionó para realizar un ejercicio por parejas, supe que esa sonrisa al tiempo infantil y maligna, cambiaría mi vida.
Y vaya si la cambió.
Fue un viernes por la tarde, al salir del aula sudorosos y extenuados, cuando se acerco a mi pizpireta y terriblemente hermosa, y sin darle importancia alguna a la proposición, como si fuera lo más natural del mundo, me invitó a cenar en su casa esa misma noche.
Corrí hasta casa en una suerte de trance místico-nervioso y mientras me duchaba fantaseé con cientos de situaciones en las que ella me apartaba el pelo del rostro buscando mis labios, acariciaba mi nuca con las uñas en pleno éxtasis o simplemente, se despojaba de la ropa en un erótico baile a ritmo de blues.
Antes de salir de casa, asalté la cava de mi padre y escogí una botella de Moet del ochenta y dos, no porque entendiera de champanes franceses y añadas, simplemente porque ese fue el año de Naranjito y tan simpático personaje no podía asociarse más que a diversión y locura.
A punto estuve de matarme por el camino.
Conduje como un loco, con la Vespa hiper-revolucionada echando humo del esfuerzo, solo quería llegar, estar allí con ella, besarla, apretarla contra mi.
Carolina vivía en un pequeño apartamento en el barrio de Aluche, junto al "Corte Inglés".
Un cuarto piso sin ascensor.
Creo que no hizo falta ni que llamara a la puerta, los latidos de mi corazón se oían hasta en Majadahonda.
Abrió con una sonrisa enorme en el rostro y me pidió que pasara en voz muy bajita, como si me estuviera invitando a entrar en otro lugar, muy muy privado.
Estaba preciosa.
Unos vaqueros ceñidos, de tiro bajo que moldeaban con la precisión de un escultor su impresionante trasero y que permitían de forma "accidental" que asomara unos milímetros el elástico de unas braguitas blancas de algodón.
El color beige de una sencilla camiseta de tirantes realzaba el miel de sus ojos almendrados y no pude evitar lanzar una fugaz mirada a su pecho, donde encontré para mi deleite unas formas pequeñas y desafiantes que parecían querer atravesar a golpe de pezón erecto la licra de la camiseta.
Estaba tan excitado que no podía ni hablar.
Ella lo notó, seguro, y rompió aquel momento contemplativo cogiéndome con suavidad de la mano y pidiéndome que la acompañara a la cocina.
Al mismo infierno la hubiera acompañado.
Estaba cocinando algo especial para mi, me dijo, una receta vegetariana a base de pastel de champiñón y salsa de pepino.
No se si fue mi mente calenturienta, pero aquella manera de pronunciar "pepino", deteniéndose en la "e" con una lujuria fuera de lo normal para una chica de veinte años, hizo que mi cuerpo entrara en un estado de erección permanente, casi febril.
Me estaba poniendo realmente enfermo.
Puso un cd de blues americano, donde un hombre con la voz muy grave acompañado de la guitarra más melancólica del universo, parecía susurrar una advertencia.
Putada grande la de no hablar ingles.
Cenamos a la luz de las velas y poco a poco, entre charla y risas, dimos cuenta de todo el pastel bien cubierto completamente por esa salsa griega llamada "satsiki" (salsuki, según Belén Esteban).
Yo quería ser el comensal perfecto y que ella notara que adoraba todo lo que me ofrecía.
En mala hora.
Ya en los postres, comencé a notar unos extraños movimientos en mi intestino.
Probé a ignorar tan desagradable sensación y traté de concentrarme en el momento que se avecinaba.
Mentalmente preparé la estrategia y propuse tomar una copa de champagne francés en el sofá.
Ella accedió solícita y sirvió el Moet en dos copas alargadas y estrechas.
Probé a besarla y con gran placer descubrí su lengua rozando la mía casi al instante.
Las copas cayeron al suelo derramando aquel líquido acarbonatado de "a cojón de mico" la botella, pero todo daba igual.
Introduje mi mano derecha por debajo de su camiseta y pronto confirme lo que ya sabía: no llevaba sujetador.
Al rozar con la yema de los dedos uno de sus pezones, su cuerpo se estremeció y note como en un movimiento absolutamente instintivo y natural, sus piernas se relajaron, abriéndose lentamente.
Estaba preparada y comenzamos a despojarnos de la ropa.
En ese momento una punzada horrorosa en mi estómago, hizo que me doblara en un gesto de dolor y a duras penas pude controlar una terrible flatulencia.
Esto no podía estar pasando.
De nuevo otra punzada...aún más intensa que la anterior.
Aterrorizado me incorporé disimulando lo mejor que pude y pregunté por el baño.
Ella, entre molesta e impaciente me indico con la cabeza una puertecita que se hallaba justo en frente del sofá donde habíamos comenzado a amarnos.
Rezando porque la música amortiguara el sonido de lo que se avecinaba entre en el excusado y tras cerrar con pestillo, me despojé de pantalones y calzoncillos y caí desolado sobre la taza del wc.
No podía creerlo, el pepino del Sasiki, me estaba arruinando la mejor noche de mi vida.
Una terrible y estruendosa diarrea se apoderó por completo de mi cuerpo y antes de que pudiera a penas controlarlo, mi estomago se descompuso completamente.
Recuerdo que supliqué a Dios que no terminará nunca el Cd, ya que apenas cinco metros separaban aquella taza del sofá donde esperaba incómoda carolina.
Pero los dioses son caprichosos.
Justo en el momento en el que mi cuerpo produjo el segundo estallido anal, la música se detuvo.
Traté de disimular tosiendo estruendosamente, pero lejos de amortiguar la escandalera, solo conseguí maquillarla malamente y que Carolina golpeara la puerta preguntándome si me encontraba bien.
Un hilo de voz respondió por mi asegurando que si, que era cuestión de un segundo.
Entonces ella pronunció una frase que me paralizo el corazón: "por cierto...no hay papel"
En ese momento deseé estar a mil kilómetros de Madrid, en un iglú en el polo o a bordo de una cápsula espacial, girando en la órbita de la tierra.
Con pavor eché un vistazo a aquél desaguisado y a tenor de lo que pude ver, me iba a ser imposible salir de allí con un mínimo de dignidad.
Me temblaban las piernas del esfuerzo y no sabía como escapar de aquella situación.
Mi entrenamiento como Boy -scout afloró repentinamente desde el subconsciente y en un golpe de audacia, me despojé de los gayumbos y tras romperlos en dos mitades, los utilicé para tratar de devolver su antiguo esplendor a mis posaderas.
Tiré de la cadena y tras un buen trabajo de escobilla, me decidí a salir de aquel baño.
Entonces me di cuenta de que no podía dejar allí los dos trozos del calzoncillo salvador.
Gracias a Dios soy de los que utilizan vaqueros anchos, de enormes bolsillos así que doblé aquellos restos impregnados como pude y me los eché a los bolsillos traseros.
Como soy fumador, una cerilla oportuna disolvió sin problemas el aroma del wc y tras lavarme las manos y la cara, salí del baño.
Ella opto por disimular y hacer como si no había oído nada, cosa que le agradeceré eternamente y volvimos al sofá.
Tras un buen rato de besos y caricias, se levantó y tomándome del brazo me condujo hasta el dormitorio.
Nos desnudamos lanzando la ropa sobre una silla junto a la cama y pasamos a la acción.
Cuando me disponía a entrar en ella, en el último momento, me pidió que utilizara un preservativo.
-en mis vaqueros- dije yo y antes siquiera de que me diera tiempo a reaccionar, Carolina se levantó y para mi desgracia introdujo su delicada mano en el bolsillo trasero de mis pantalones, buscando la fastidiosa goma.
Aún recuerdo su grito de horror.
Entro en fase "histeria-inmediata" y entre gritos y lágrimas, no dejaba de mirarse la mano, que había restregado por dentro de uno de los trozos de calzoncillo sucio, impregnándose hasta la muñeca de los restos del pastel de champiñón y del puto Satsiki.
No me quedé a ver como solucionó la situación.
De un salto me lancé sobre los pantalones y la camisa y corrí, corrí como si me persiguiera el mismo diablo y maldiciendo mi mala fortuna abandoné aquel apartamento , dejando allí a la chica más hermosa y más dulce que había besado en mi vida, literalmente, llena de mierda.
Unos meses después, conseguí que mis padres me pagarán la matricula de la facultad en Oslo, y aún no he vuelto por España.
De vez en cuando, sueño con Carolina.
Nunca supe más de ella.
No he vuelto a probar el Satsiki...ni a enamorarme.
Justo en el momento en el que voy a besar a una chica, el pánico se apodera de mi y siento una extraña flojera en el cuerpo.
Coincidimos durante tres semanas en unas clases de expresión corporal y ya desde el primer día, en que el destino nos seleccionó para realizar un ejercicio por parejas, supe que esa sonrisa al tiempo infantil y maligna, cambiaría mi vida.
Y vaya si la cambió.
Fue un viernes por la tarde, al salir del aula sudorosos y extenuados, cuando se acerco a mi pizpireta y terriblemente hermosa, y sin darle importancia alguna a la proposición, como si fuera lo más natural del mundo, me invitó a cenar en su casa esa misma noche.
Corrí hasta casa en una suerte de trance místico-nervioso y mientras me duchaba fantaseé con cientos de situaciones en las que ella me apartaba el pelo del rostro buscando mis labios, acariciaba mi nuca con las uñas en pleno éxtasis o simplemente, se despojaba de la ropa en un erótico baile a ritmo de blues.
Antes de salir de casa, asalté la cava de mi padre y escogí una botella de Moet del ochenta y dos, no porque entendiera de champanes franceses y añadas, simplemente porque ese fue el año de Naranjito y tan simpático personaje no podía asociarse más que a diversión y locura.
A punto estuve de matarme por el camino.
Conduje como un loco, con la Vespa hiper-revolucionada echando humo del esfuerzo, solo quería llegar, estar allí con ella, besarla, apretarla contra mi.
Carolina vivía en un pequeño apartamento en el barrio de Aluche, junto al "Corte Inglés".
Un cuarto piso sin ascensor.
Creo que no hizo falta ni que llamara a la puerta, los latidos de mi corazón se oían hasta en Majadahonda.
Abrió con una sonrisa enorme en el rostro y me pidió que pasara en voz muy bajita, como si me estuviera invitando a entrar en otro lugar, muy muy privado.
Estaba preciosa.
Unos vaqueros ceñidos, de tiro bajo que moldeaban con la precisión de un escultor su impresionante trasero y que permitían de forma "accidental" que asomara unos milímetros el elástico de unas braguitas blancas de algodón.
El color beige de una sencilla camiseta de tirantes realzaba el miel de sus ojos almendrados y no pude evitar lanzar una fugaz mirada a su pecho, donde encontré para mi deleite unas formas pequeñas y desafiantes que parecían querer atravesar a golpe de pezón erecto la licra de la camiseta.
Estaba tan excitado que no podía ni hablar.
Ella lo notó, seguro, y rompió aquel momento contemplativo cogiéndome con suavidad de la mano y pidiéndome que la acompañara a la cocina.
Al mismo infierno la hubiera acompañado.
Estaba cocinando algo especial para mi, me dijo, una receta vegetariana a base de pastel de champiñón y salsa de pepino.
No se si fue mi mente calenturienta, pero aquella manera de pronunciar "pepino", deteniéndose en la "e" con una lujuria fuera de lo normal para una chica de veinte años, hizo que mi cuerpo entrara en un estado de erección permanente, casi febril.
Me estaba poniendo realmente enfermo.
Puso un cd de blues americano, donde un hombre con la voz muy grave acompañado de la guitarra más melancólica del universo, parecía susurrar una advertencia.
Putada grande la de no hablar ingles.
Cenamos a la luz de las velas y poco a poco, entre charla y risas, dimos cuenta de todo el pastel bien cubierto completamente por esa salsa griega llamada "satsiki" (salsuki, según Belén Esteban).
Yo quería ser el comensal perfecto y que ella notara que adoraba todo lo que me ofrecía.
En mala hora.
Ya en los postres, comencé a notar unos extraños movimientos en mi intestino.
Probé a ignorar tan desagradable sensación y traté de concentrarme en el momento que se avecinaba.
Mentalmente preparé la estrategia y propuse tomar una copa de champagne francés en el sofá.
Ella accedió solícita y sirvió el Moet en dos copas alargadas y estrechas.
Probé a besarla y con gran placer descubrí su lengua rozando la mía casi al instante.
Las copas cayeron al suelo derramando aquel líquido acarbonatado de "a cojón de mico" la botella, pero todo daba igual.
Introduje mi mano derecha por debajo de su camiseta y pronto confirme lo que ya sabía: no llevaba sujetador.
Al rozar con la yema de los dedos uno de sus pezones, su cuerpo se estremeció y note como en un movimiento absolutamente instintivo y natural, sus piernas se relajaron, abriéndose lentamente.
Estaba preparada y comenzamos a despojarnos de la ropa.
En ese momento una punzada horrorosa en mi estómago, hizo que me doblara en un gesto de dolor y a duras penas pude controlar una terrible flatulencia.
Esto no podía estar pasando.
De nuevo otra punzada...aún más intensa que la anterior.
Aterrorizado me incorporé disimulando lo mejor que pude y pregunté por el baño.
Ella, entre molesta e impaciente me indico con la cabeza una puertecita que se hallaba justo en frente del sofá donde habíamos comenzado a amarnos.
Rezando porque la música amortiguara el sonido de lo que se avecinaba entre en el excusado y tras cerrar con pestillo, me despojé de pantalones y calzoncillos y caí desolado sobre la taza del wc.
No podía creerlo, el pepino del Sasiki, me estaba arruinando la mejor noche de mi vida.
Una terrible y estruendosa diarrea se apoderó por completo de mi cuerpo y antes de que pudiera a penas controlarlo, mi estomago se descompuso completamente.
Recuerdo que supliqué a Dios que no terminará nunca el Cd, ya que apenas cinco metros separaban aquella taza del sofá donde esperaba incómoda carolina.
Pero los dioses son caprichosos.
Justo en el momento en el que mi cuerpo produjo el segundo estallido anal, la música se detuvo.
Traté de disimular tosiendo estruendosamente, pero lejos de amortiguar la escandalera, solo conseguí maquillarla malamente y que Carolina golpeara la puerta preguntándome si me encontraba bien.
Un hilo de voz respondió por mi asegurando que si, que era cuestión de un segundo.
Entonces ella pronunció una frase que me paralizo el corazón: "por cierto...no hay papel"
En ese momento deseé estar a mil kilómetros de Madrid, en un iglú en el polo o a bordo de una cápsula espacial, girando en la órbita de la tierra.
Con pavor eché un vistazo a aquél desaguisado y a tenor de lo que pude ver, me iba a ser imposible salir de allí con un mínimo de dignidad.
Me temblaban las piernas del esfuerzo y no sabía como escapar de aquella situación.
Mi entrenamiento como Boy -scout afloró repentinamente desde el subconsciente y en un golpe de audacia, me despojé de los gayumbos y tras romperlos en dos mitades, los utilicé para tratar de devolver su antiguo esplendor a mis posaderas.
Tiré de la cadena y tras un buen trabajo de escobilla, me decidí a salir de aquel baño.
Entonces me di cuenta de que no podía dejar allí los dos trozos del calzoncillo salvador.
Gracias a Dios soy de los que utilizan vaqueros anchos, de enormes bolsillos así que doblé aquellos restos impregnados como pude y me los eché a los bolsillos traseros.
Como soy fumador, una cerilla oportuna disolvió sin problemas el aroma del wc y tras lavarme las manos y la cara, salí del baño.
Ella opto por disimular y hacer como si no había oído nada, cosa que le agradeceré eternamente y volvimos al sofá.
Tras un buen rato de besos y caricias, se levantó y tomándome del brazo me condujo hasta el dormitorio.
Nos desnudamos lanzando la ropa sobre una silla junto a la cama y pasamos a la acción.
Cuando me disponía a entrar en ella, en el último momento, me pidió que utilizara un preservativo.
-en mis vaqueros- dije yo y antes siquiera de que me diera tiempo a reaccionar, Carolina se levantó y para mi desgracia introdujo su delicada mano en el bolsillo trasero de mis pantalones, buscando la fastidiosa goma.
Aún recuerdo su grito de horror.
Entro en fase "histeria-inmediata" y entre gritos y lágrimas, no dejaba de mirarse la mano, que había restregado por dentro de uno de los trozos de calzoncillo sucio, impregnándose hasta la muñeca de los restos del pastel de champiñón y del puto Satsiki.
No me quedé a ver como solucionó la situación.
De un salto me lancé sobre los pantalones y la camisa y corrí, corrí como si me persiguiera el mismo diablo y maldiciendo mi mala fortuna abandoné aquel apartamento , dejando allí a la chica más hermosa y más dulce que había besado en mi vida, literalmente, llena de mierda.
Unos meses después, conseguí que mis padres me pagarán la matricula de la facultad en Oslo, y aún no he vuelto por España.
De vez en cuando, sueño con Carolina.
Nunca supe más de ella.
No he vuelto a probar el Satsiki...ni a enamorarme.
Justo en el momento en el que voy a besar a una chica, el pánico se apodera de mi y siento una extraña flojera en el cuerpo.
jueves, 17 de febrero de 2011
Lo bonito de los sueños.
Lo más hermoso de un sueño, es que se puede hacer realidad.
Diferentes corrientes psicológicas y filosóficas ha profundizado en los sueños a lo largo de la historia del Ser humano.
Yo no voy a entrar en teorías ni corrientes, simplemente me gusta soñar.
Siempre he soñado mucho, la mayoría de las veces despierto.
Desde muy pequeñito, he tenido la suerte de ver como muchos de mis sueños se iban haciendo realidad, incluso en algunas ocasiones, la realidad ha superado al sueño.
En una ocasión soñé que me enamoraba de una chica preciosa, y al despertarme lloré porque no podía recordar su rostro.
Han tenido que pasar más de veinte años para volver a verla y casarme con ella.
Otra noche soñé que conducía una moto que iba muy despacito, y me daba tiempo a fijarme en los colores del campo, en la forma de las nubes y en los pájaros posados en los hilos del teléfono.
Ahora salgo a rodar en mi vespita, con un buen grupo de compañeros que soñaron lo mismo, y que detienen los escuters en cualquier cuneta, para contemplar el paisaje y dedicarte una sonrisa.
Soñar es genial.
Soñé que me hacia mayor y viajaba con mis amigos de siempre y ahí estamos...unos más calvos, otros más gordos o más arrugados, pero todos juntos en el mejor de los viajes, que es la vida.
Soñé que mi perrita se escapaba y no podía encontrarla, por más que corriera parque arriba y parque abajo, y una madrugada mi perrita se escapó dejando su correa y su mantita en el sofá de casa y se marchó a correr por otros campos.
También soñé que un gigante con muchas cabezas me perseguía y trataba de comerme, y aún sigue intentándolo, lanzándome dentelladas con olor a crisis, a paro y a miseria, pero yo corro y corro, y por mucho que me pesen las piernas, no dejaré que me atrape.
En ocasiones me doy la vuelta en la cama y ya despierto, trató de retener todos los detalles del sueño, sumergiendome en el abismo onírico de un salto, y noto como caigo al vacío.
Sueño con mi abuelo que me habla y siento su presencia junto a mi, el sonido hueco de la contrera del bastón golpeando el suelo al caminar y la fragancia de su colonia.
Hay veces que sueño por todos y me duele la cabeza y al despertar me encuentro con alguna noticia en la prensa que me reafirma en los soñado.
Soñé que un grupo de niños se colaban por una rendija abierta en la carpa de un circo, y allá que me fui con mi caravana pintada de rojo, a reírme y a hacer reír.
Los sueños son la carta de ajuste de la vida.
Me gusta soñar, y me gusta que la gente aún tenga sueños.
Diferentes corrientes psicológicas y filosóficas ha profundizado en los sueños a lo largo de la historia del Ser humano.
Yo no voy a entrar en teorías ni corrientes, simplemente me gusta soñar.
Siempre he soñado mucho, la mayoría de las veces despierto.
Desde muy pequeñito, he tenido la suerte de ver como muchos de mis sueños se iban haciendo realidad, incluso en algunas ocasiones, la realidad ha superado al sueño.
En una ocasión soñé que me enamoraba de una chica preciosa, y al despertarme lloré porque no podía recordar su rostro.
Han tenido que pasar más de veinte años para volver a verla y casarme con ella.
Otra noche soñé que conducía una moto que iba muy despacito, y me daba tiempo a fijarme en los colores del campo, en la forma de las nubes y en los pájaros posados en los hilos del teléfono.
Ahora salgo a rodar en mi vespita, con un buen grupo de compañeros que soñaron lo mismo, y que detienen los escuters en cualquier cuneta, para contemplar el paisaje y dedicarte una sonrisa.
Soñar es genial.
Soñé que me hacia mayor y viajaba con mis amigos de siempre y ahí estamos...unos más calvos, otros más gordos o más arrugados, pero todos juntos en el mejor de los viajes, que es la vida.
Soñé que mi perrita se escapaba y no podía encontrarla, por más que corriera parque arriba y parque abajo, y una madrugada mi perrita se escapó dejando su correa y su mantita en el sofá de casa y se marchó a correr por otros campos.
También soñé que un gigante con muchas cabezas me perseguía y trataba de comerme, y aún sigue intentándolo, lanzándome dentelladas con olor a crisis, a paro y a miseria, pero yo corro y corro, y por mucho que me pesen las piernas, no dejaré que me atrape.
En ocasiones me doy la vuelta en la cama y ya despierto, trató de retener todos los detalles del sueño, sumergiendome en el abismo onírico de un salto, y noto como caigo al vacío.
Sueño con mi abuelo que me habla y siento su presencia junto a mi, el sonido hueco de la contrera del bastón golpeando el suelo al caminar y la fragancia de su colonia.
Hay veces que sueño por todos y me duele la cabeza y al despertar me encuentro con alguna noticia en la prensa que me reafirma en los soñado.
Soñé que un grupo de niños se colaban por una rendija abierta en la carpa de un circo, y allá que me fui con mi caravana pintada de rojo, a reírme y a hacer reír.
Los sueños son la carta de ajuste de la vida.
Me gusta soñar, y me gusta que la gente aún tenga sueños.
martes, 15 de febrero de 2011
Apaga y vamonos
El señor Burns quiere amasar otro billón...o algo así.
El caso es que los que deciden que el leer por las noches, sea un artículo de lujo, han vuelto a dar otra vuelta de tuerca.
Sinceramente opino que no son más que unos ladrones, otros ladrones.
Por eso os pido a todos que esta noche quitéis el chivato oportuno, y por un ratito prescindáis de la electricidad de vuestros hogares.
Podéis aprovechar para silbar, para dormir, para sentaros en el rellano de la escalera a echar un pitillito o si tenéis con quien o con que, echar otra cosita, o un par de ellas.
No se si va a ser efectivo o no. No se si va a ser contraproducente o no.
Lo que si se, es que va siendo hora de que nos juntemos para decir basta, y que se escuche bien fuerte, que llegue hasta sus poltronas de cuero.
Que sepan que las cosas están cambiando y que llegará el día en el que no nos dejaremos chulear más.
Haced lo que os dicte vuestra conciencia, pero que sepáis que yo, de diez a diez y media estaré apagado.
Ojo...no vale aprovechar para desvalijarme la casa...cabrones.
lunes, 7 de febrero de 2011
Si la vida es sueño...¿a que hora suena el despertador?
Actuar es una de las cosas que todo el mundo sabe hacer.
Desde que nacemos estamos actuando, bien por el placer de la recompensa en forma de beso o caricia o bien para obtener lo que deseamos.
Todos, absolutamente todos, actuamos a diario.
Actúa el que le da largas al de la cruz roja por la calle, fingiendo tener mucha prisa, o hablar por el móvil.
Actúa el empleando del banco cuando te dice que va a estudiar tu solicitud, a sabiendas de que no te van a dar ni un duro.
Actúas cuando te toca sentarte al lado de una persona que no soportas, en la boda de un primo segundo.
Actúas cuando te pillan mirando el escote de la rubia que está poniendo los cubatas y no quieres que su novio te rompa la cabeza, o que tu mujer te rompa la cabeza, o que la rubia, su novio y su mujer se pongan de acuerdo y te rompan la cabeza.
Actúas cuando llaman de Orange, de Movistar o de Vodafone y te apetece "contestar a una sencilla encuesta" como sentarte en un charco.
Actúas cuando te sometes a un interrogatorio, digo...a una entrevista de trabajo.
En cada gesto cotidiano, sale el actor que llevamos dentro, en mayor o menor medida.
Por supuesto hay gente que es incapaz de actuar, pero son los menos y suelen estar internados.
Yo siempre he dicho que para mi ha sido muy sencillo compaginar mi trabajo en el sector inmobiliario, con el grupo de teatro.
La vida es teatro, continuamente teatro.
Hay grandes funciones, donde puedes llegar a bordar un orgasmo.
Uno de mis papeles preferidos, es el de "tipo que se ríe ante un chiste que ya conoce, o no le hace puta gracia". Ese se me da muy bien.
Para mi actuar es vivir, y vivir es actuar, con lo que cada día que pasa es salir a un escenario, con la única diferencia del número de público asistente.
En ocasiones el aplauso está garantizado.
Animo a todo el mundo a que acuda al teatro siempre que pueda, para formarse y pulir el estilo.
Vamos, no me sean cínicos, no se me rasguen las vestiduras, todos, absolutamente todos, somos personajes en busca de autor.
Desde que nacemos estamos actuando, bien por el placer de la recompensa en forma de beso o caricia o bien para obtener lo que deseamos.
Todos, absolutamente todos, actuamos a diario.
Actúa el que le da largas al de la cruz roja por la calle, fingiendo tener mucha prisa, o hablar por el móvil.
Actúa el empleando del banco cuando te dice que va a estudiar tu solicitud, a sabiendas de que no te van a dar ni un duro.
Actúas cuando te toca sentarte al lado de una persona que no soportas, en la boda de un primo segundo.
Actúas cuando te pillan mirando el escote de la rubia que está poniendo los cubatas y no quieres que su novio te rompa la cabeza, o que tu mujer te rompa la cabeza, o que la rubia, su novio y su mujer se pongan de acuerdo y te rompan la cabeza.
Actúas cuando llaman de Orange, de Movistar o de Vodafone y te apetece "contestar a una sencilla encuesta" como sentarte en un charco.
Actúas cuando te sometes a un interrogatorio, digo...a una entrevista de trabajo.
En cada gesto cotidiano, sale el actor que llevamos dentro, en mayor o menor medida.
Por supuesto hay gente que es incapaz de actuar, pero son los menos y suelen estar internados.
Yo siempre he dicho que para mi ha sido muy sencillo compaginar mi trabajo en el sector inmobiliario, con el grupo de teatro.
La vida es teatro, continuamente teatro.
Hay grandes funciones, donde puedes llegar a bordar un orgasmo.
Uno de mis papeles preferidos, es el de "tipo que se ríe ante un chiste que ya conoce, o no le hace puta gracia". Ese se me da muy bien.
Para mi actuar es vivir, y vivir es actuar, con lo que cada día que pasa es salir a un escenario, con la única diferencia del número de público asistente.
En ocasiones el aplauso está garantizado.
Animo a todo el mundo a que acuda al teatro siempre que pueda, para formarse y pulir el estilo.
Vamos, no me sean cínicos, no se me rasguen las vestiduras, todos, absolutamente todos, somos personajes en busca de autor.
martes, 1 de febrero de 2011
Adios...Corderos
No soy un revolucionario...faltaría más. Soy demasiado bajito y me falta valor. En cuanto las tropas cargaran sobre nosotros, fingiría un angina de pecho o un parto prematuro, me escondería bajo los cuerpos de la muchedumbre pisoteada o saldría corriendo como el correcaminos.
Los disparos me dan cosica y el olor a pólvora me desagrada más que el de coliflor cocida.
Además...la sangre sale fatal de las ropa blanca, y a mi el blanco me sienta realmente bien.
No obstante, me pido el papel de agitador, que va mucho más acorde con mi personalidad.
Ha llegado el momento.
Lo estamos viendo en Egipto y en Túnez y si además, lo canta Macaco, tiene que ser verdad.
Hay mucha gente cansada de deslomarse y pasar hambre, para que el gobernante de turno (y su familia y amigos, of course) se forren a costa de sus sufrimiento.
Es el momento de que el pueblo le ponga ruedas a todos esos fulanos y los largue del país.
Sin violencia, a ser posible.
Al fin los ejércitos empiezan a cerrar bocas, ya que hoy por hoy, lejos de ser elementos de represión, se están posicionando al lado de sus hermanos para facilitar y asegurar la transición a la democracia.
La de punkis que van a tener que meterse la lengua en el orto.
Y es que es normal, los soldados también tienen madre, hijos, hermanos y mascotas, y a nadie le gusta que los suyos pasen un mal trago.
En Egipto y en Túnez esta sucediendo, quizás es la hora de que el resto de los países que tragan con la misma mierda, se harten de tanta corruptela, de tanto traje a medida, de tanta bajada de pantalones, de tanto subastar deudas, bajar pensiones, cerrar empresas.
Puede que sea la hora de fletar un "Estrella polar" del tamaño del Queen Mary y llenar los camarotes de políticos "sucios", banqueros sin alma y ladrones de sueños, para fletarlo alegremente y hundirlo después en alta mar.
Se iban a poner ciegos los escualos, no iban a tener dinero bastante para comprar Almáx y Omeprazol.
No hace falta poner bombas ni que mar cajeros, no hace falta asaltar palacios, saquear comercios, agredir periodistas.
Es tan sencillo como salir a la calle a gritar "Ya está bien" y demostrar que la unión hace la fuerza.
Somos poderosos porque somos suficientes, bastantes, demasiados.
Hay que aprender de lo que está sucediendo aquí al lado, tomar nota y aprovechar el ejemplo.
Lo único que me da miedo, es que en España solo sale la gente a la calle para celebrar as victorias de Futbol, o para reivindicar el humo en los bares.
Lo demás, parece que nos da igual.
No soy un revolucionario, pero si lo fuera, se iban a enterar.
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