Una cigüeña me sobrevuela crotorando sin cesar.
Hace algo de frió, pero me gusta sentir el aire fresco en el rostro.
Las tierras de labranza que rodean Villavaquerin y se extienden por todo el valle del Jaramiel, se han vestido de tonos verdosos, indicando de este modo que ha llegado el momento de recoger la remolacha.
Las grandes cosechadoras espantan a las negras bandadas de estorninos que buscan su sustento en el terruño labrado.
Un cernícalo, haciendo honor a su nombre, se cierne vigilante en las alturas, oteando en busca de alguna presa despistada.
El cuenta kilómetros no pasa de sesenta, llevo mas de diez minutos conduciendo sin cruzarme con nadie.
Solo estamos Laura y yo, y el mundo.
Hacemos una pequeña parada para contemplar el paisaje y hacer alguna foto.
Practicamente a nuestros pies levanta el vuelo una pareja de patos salvajes, con gran alboroto, rompiendo el absoluto silencio que reinaba en el momento.
De alguna manera, ese cubo de Rubik que es la vida, va ajustando los colores, y cada cara va tomando su forma definitiva.
Quien me lo iba a decir hace unos años!!
Durante un instante noto una sensación muy especial dentro de mi, una especie de calor interno que súbitamente se extiende por todo mi ser.
Un sabor dulzón me inunda el paladar y cuando Laura me coge la mano, me pregunto si esto no sera la felicidad.
Quisiera detener el tiempo, pero este se opone inexorable, obcecándose en avanzar segundo a segundo, robándome a cada paso una porción de vida, haciéndome cada instante un poco más sabio, un poco más anciano, un poco más ingenuo.
Apartándome más y más de aquel muchacho que fui, y que ya no volveré a ser.
Yo tambien empezaré a agostarme, tras la primavera de mi vida y sin darme cuenta apenas, voy trazando el rumbo del viaje definitivo.
Entonces miro a Laura, y se que no voy a viajar solo, su aliento me acompañará el resto de los días que me queden, llenándome los pulmones de aire fresco, de caricias y acuarelas, de pasión, de fingido enojo, de animalitos huérfanos y peces tropicales.
Minuto a minuto, vamos llenando nuestro equipaje común de buenos momentos, de recuerdos tan cercanos, de olvidos pactados, de besos.
Un zorrillo nos observa curioso a unos cuantos pasos tan solo del lugar donde nos hemos detenido. No parece tener miedo, al contrario, en su rostro asoma algo parecido a una sonrisa, o quizás, nos enseña un colmillo amenazante, quien sabe, el caso es que dan ganas de acariciarlo desde la cabeza hasta la punta de la cola, enorme, elegante.
Donde están ahora las hipotecas y las facturas... donde guardamos en ese trance tan especial, los problemas, los miedos, lo negativo lo cotidiano, lo feo...
Es como si por un ratito, pudieras quitarte la mochila, apoyar en el suelo el peso que trata de arrastrarte al fondo, y sentirte liviano y despreocupado.
Respiro por la nariz, abriendo bien los pulmones y llenándome de otoño, me siento bien.
El motor de la vespita comienza a traquetear y sobre el asiento de piel envejecida, nos alejamos de aquel remanso de paz, en busca de otro lugar donde mirarnos a los ojos.
Es sábado, son las once de la mañana, no tengo sueño, no tengo resaca, no tengo prisa alguna.
Hoy solo quiero vivir, y estoy haciéndolo bien.
Siento como Laura se abraza a mi pecho y sin poder evitarlo, suelto un enorme suspiro.
Hoy solo quiero vivir.