La sinrazón y la barbarie se alimentan de sinrazón y barbarie, y como nos hemos cansado de escuchar millones de veces, la violencia solo engendra violencia.
No vamos a entrar a juzgar si primero fue el huevo o la gallina, ni mucho menos a valorar si debimos aplastar el huevo contra el asfalto o retorcerle el cuello a la gallina, el caso es que ahora de aquellas aguas vienen estos lodos que están poniendo perdida la conciencia del planeta.
Una salvaje matanza de seres indefensos e inocentes derivó en una salvaje matanza de seres indefensos e inocentes, y o se detiene pronto esta escalada bélica que algunos incluso justificamos en un principio, o no sabemos a donde podrá llevarnos.
No voy a ser hipócrita rasgándome ahora públicamente las vestiduras ante la matanza que el gobierno israelí está llevando a cabo en la franja de Gaza, pues aplaudí las primeras reacciones a la nauseabunda acción criminal del grupo terrorista Hamas, por eficaces y más que justificadas, pero desde luego desde aquí me ratifico en la consideración de que se les ha ido demasiado de las manos y lejos de estar acabando con esos desgraciados que lo empezaron todo, están creando mártires al ejecutar sin misericordia alguna ya no solo a ciudadanos inocentes en edad de combatir o de inmolarse en el nombre de Alá, sino a miles de niños que no saben siquiera en que se basan las diferencias entré ellos y los otros niños, más allá de que unos deban estudiar el Talmud y otros el Corán.
A la guerra, como canta Residente, le dan miedo los abrazos, y quizás la humanidad debería abrazarse más y matarse menos, sentarse a charlar sobre ese amor de Dios tan monopolizado por cada fe de las autodenominadas verdaderas, que enarbolan la exclusiva de la elección del creador por su pueblo y compartir un te, un vino de Rueda, un zumo de sandia o una esperanza en el mundo futuro.
Amen (sin tilde).