martes, 31 de diciembre de 2024

Ira y fuego


 Segundas partes nunca fueron buenas (excepto en El Padrino, que podría decirse que fue incluso mejor que la primera), pero lo que viví ayer en el cine viendo Gladiator II fue mucho más que una absoluta decepción, una triste desilusión y un imperdonable insulto a mi inteligencia. Fue la ratificación de que incluso los grandes directores como Ridley Scott, son capaces de ponerle precio a su alma y a su talento.

Si el general Máximo Décimo Meridio (más conocido como El Hispano) levantara la cabeza rodarían muchas en los despachos de Hollywood.

Más allá de que la población númida la conformaran ciudadanos mauritanos y libios en su mayoría, y algunos mestizos de las mezclas con cartagineses y fenicios, el que apenas puedan verse durante la batalla con las huestes romanas uno o dos guerreros de raza africana, ya indica un poquito el rigor documental de la película. Mejor no hablar de los datos históricos, de la organización política y militar de Roma y de otras cosas que los creadores de esta cinta se han pasado por el forro de las gónadas porque sino nos vamos a poner pedantes y no procede.

Mejor no entremos en los artilugios bélicos que despliega la armada romana durante el asalto a la ciudad númida porque sino nos va a dar la risa. La risa me dio en la sala de proyección cuándo un plano general de la aldea númida donde ocultan al sobrino de Cómodo, muestra a un grupo de niños jugando al futbol (deporte africano por excelencia que ya se practicaba en el siglo I D.C.).

La estupidez de la cinta roza la ciencia ficción cuando los prisioneros de guerra son obligados a enfrentarse en la arena del circo con monos mutantes venidos de alguna galaxia muy muy lejana, o cuando salta a ala arena un temible campeón a lomos de un rinoceronte.

Y no hablemos de las Naumaquias (batallas navales) que el gran Julio Cesar llevó al coliseo a fuerza de crear un lago artificial junto al monumental edificio dedicado a los juegos, que alimentándose de las aguas del Tíber, inundaba la arena por medio de un inteligente sistema de ingeniería . En esta ocasión, el señor Scott nos regala además de la batalla naval el ataque de diversos escualos que debieron crecer y desarrollarse en las aguas del Tíber para la ocasión, y que se dieron un banquete con los gladiadores que cayeron por la borda.

En cuanto al guion, carente de la menor dignidad, nos presenta una ridícula trama cogida con alfileres para conseguir una mínima relación con la película que dio origen a esta nefasta secuela.

Creo que sin duda esta ha sido la peor película que he visto en los últimos 20 años ( y mira que he visto joyas como Karate a muerte en Torremolinos y algún que otro título para frikis) y que con la de gente pasando necesidades y gatitos que necesitan de cuidados, invertir casi 15€ en ver esta peli con tu pareja es un atetado contra la amoral.

Por mi, quemaría todas las copias. A mi señal, ira y fuego.


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