lunes, 29 de abril de 2024

Aquellos que habitan mi literatura


 Acostumbro a decir a mis alumnos de los distintos talleres literarios donde comparto lo que he aprendido a lo largo de mi trayectoria como escritor, que uno es el único dios de su universo literario y que puede crear y quitar vida sin ningún tipo de trauma ni repercusión legal. Pero esto no es del todo cierto.

Y no lo es quizás porque yo no escojo a los personajes que habitan mis historias, sino que son ellos quienes me buscan y me convencen para protagonizar aquello que escribo.

El problema radica en que siguiendo el consejo de una excelente editora y amiga, llevo tiempo tratando de escribir desde fuera de mi, tratando de construir un personaje que  no solamente viva por mi aquello que me gustaría vivir, que no necesariamente sufra aquello que ya no soporto más en la vida real y que no  obligatoriamente  consiga cuanto me gustaría conseguir en mi día a día. Que escriba evitando que aquellos que me conocen, me tratan y me sufren, puedan ponerle mi rostro al alter ego seleccionado, y eso no es en absoluto nada fácil.

Escribo mucho, mucho, y me esfuerzo mucho, mucho en despojar de mi apariencia tanto física como sicológica y emocional a mis personajes, pero es este un hueso muy duro de roer.

El inspector del grupo de homicidios del cuerpo nacional de policía de Valladolid, Iván Pinacho, protagonista de las novelas de mi trilogía Crímenes de temporada  nació en las páginas de Temporada de setas como un atípico policía con quien guardo demasiadas semejanzas, pese a que yo no llevo placa ni pistola. Pinacho es rubio,tiene los ojos azules, un particular bigote bicolor y una intensidad excesiva a la hora de enfrentarse a la vida. Pinacho es un enamoradizo compulsivo y un servidor de la ley excesivamente confiado, con tendencia a querer salvar al mundo y una natural buena disposición para matar o a morir por aquellos que ama. Aunque evolucionó un poco en Temporada de sustos y muchos lectores reconocieron cierta madurez en él, al llegar a Temporada de caza ha dejado bien claro que el que nace lechón muere cochino, y renace más lechón que nunca.

El teniente John Dumas, de la caballería de Carolina del sur, protagonista de Incluso lo bueno fue a nacer en el continente americano a mediados del siglo XIX y pese a que no frecuenta mis ambientes ni a mi gente, no habla como yo y no se me parece en exceso(bueno...es rubio y tampoco excesivamente alto) no puede evitar enamorarse hasta las cejas de Ella, pues Ella también protagoniza mis textos y en ellos parece estar a punto de confirmarme que es la mujer que el destino decidió que se cruzara en mi camino, para lo bueno, y para lo malo.

Rizando el rizo y el "más difícil todavía", al comprobar que no era capaz de separarme de mi en las novelas, construí a Lucio Galvano, recién ascendido a decurión de la Legión Primera, destinada en la Judea del año 0.

Lucio es un tipo moreno, reflexivo, podría decirse que incluso algo antipático y que prioriza lo práctico por encima de lo hermoso y lo romántico. Bravo servidor de las fuerzas al servicio de su emperador, decidió renunciar al amor en pos del mejor servicio que pudiera aportar a Roma. Y aunque sus compañeros de armas lo respetan y lo aprecian en la batalla, lo prefieren mantener a distancia en los tiempos de paz, pues no juega y no bebe con ellos, ni tan siquiera disfruta de los saqueos en las poblaciones ocupadas para hacerse con el botín de guerra que complementa el estipendio de los soldados victoriosos.

Pero esta vez, el Juan Pizarro que habita todos sus alter egos, ha visto la luz en la sonrisa y el valor de una hermosa hebrea por la que Lucio descubre que si en verdad existen los dioses, su mayor creación es la mujer que le ha robado el corazón. Ella ha viajado desde los recién constituidos EEUU y se ha apropiado de la que espero sea mi mejor novela hasta la fecha y sé que tomará posesión de todas y cada una de mis obras, sean o no del gusto de la crítica y el público.

Sé también que lo haga mejor o peor, nací para escribir y sé para mi desgracia, que lo haga mejor o peor, nací para amar.

Mucho me temo que en mi universo, lejos de ser el único dios, no soy más que un evolucionado primate que salta de párrafo en párrafo y de verso en verso intentando no romperse el cuello y no recibir más cuchilladas en el corazón.

A ver como explico esto a mis alumnos.


martes, 23 de abril de 2024

En los libros



Me harto de recomendar la lectura como el tratamiento ideal para muchos de los males que afligen al ser humano, y de proclamar a los cuatro vientos que la literatura salva vidas. Y es que esta es una de las grandes verdades que me ha enseñado la vida, que tiende a ratificar eso de que la letra con sangre entra.

Leyendo a diario no solo entrenamos nuestro cerebro y lo preparamos para afrontar las más peligrosas circunstancias y retrasar nuestra inevitable obsolescencia programada, sino que también enriquecemos nuestra cultura con tantos conocimientos y tantos datos que asusta, pues todo está en los libros. Si a esto le sumamos el que es el mejor y más económico de los planes de ocio, que la lectura nos permite viajar por todo el universo sin movernos del sillón, que nos permite besar a princesas, descubrir impostores, apalear villanos, luchar en mil batallas y conquistar infinitas metas sin sudar, sin fatigarnos y sin derramar una sola gota de sangre, pues apaga y vámonos. Leer debería ser una rutina diaria y no una distracción ocasional.

Y para colmo llega un día en el que descubres que necesitas escribir tus propias historias y perpetrar tus propios libros para ser feliz, para soportar la existencia que te han adjudicado los dioses, para evitar que cuando menos lo esperes, tu corazón se termine de resquebrajar. Para demostrarte que tienes algo que ofrecer al mundo y para rendir homenaje a aquellos que en el pasado también sintieron que tenían que compartir con la humanidad las historias que llevaban dentro, y nos regalaron Hamlet, El Principito o El amor en los tiempos del cólera, por poner algún ejemplo de esos libros que todos deberíamos leer al menos una vez en la vida.

Llega el momento en el que te sientas a escribir y te entregas por completo a esa impresionante catarsis emocional que es la escritura, y comprendes que al escribir, purgas tu alma, vomitas las penas, expulsas demonios, planificas los más felices finales para la vida que te hubiera gustado vivir, o cometes el más atroz de los crímenes que en la vida real jamás cometerías.

Eres el dios de tu propio universo literario y más allá de publicaciones, premios, ventas, firmas y charlas, te sientes bien porque al ser el único dueño del destino de tus personajes, te permites el lujo de escribirles el beso perfecto, la sonrisa ideal, el abrazo más cálido, el puñetazo más oportuno o el más certero disparo entre los ojos.

Un escritor no se mide en el número de ejemplares que la editorial consiga vender, sino en esa necesidad vital que lo lleva a desnudarse en negro sobre blanco, a entregarse por completo a la persona amada a través de las palabras adecuadas y a evitar esa liberadora muerte que todos los escritores hemos deseado en algún momento, al ser conscientes de que nuestra vida real atesora excesivo dolor, excesiva miseria, excesiva frustración y un montón de baúles abarrotados de ilusiones perdidas.

En mis libros soy valiente, soy decidido, soy apasionado y soy necesario. Incluso soy un poco más alto. Pero lo mejor de todo es que en mis libros consigo derrotar al mal, impartir justicia, construir una sociedad mejor y perderme en sus labios porque en mis libros Ella no mira hacia otro lado cuando dice que me ama, ni teme preguntarse si en realidad soy yo aquel que el destino decidió presentarle para completar su existencia.

En mis libros no tengo miedo a vivir, no me duele vivir, no me aterra vivir. En mis libros nada temo, pues si quiero, el sol iluminará el interior de todas las grietas y eliminará las sombras que insisten en perseguirme a cada paso, en cada lágrima y en cada tropiezo aquí en la vida real.

En mis libros soy valiente, y soy bueno. En mis libros me ama y no me miente. 

Y por eso, sobre todo y por encima de todo, soy escritor.

Feliz día del libro.

 



 

lunes, 15 de abril de 2024

Un pie delante del otro


 Suena sencillo eso de poner un pie delante del otro y comenzar el camino hasta donde quieres y necesitas llegar, pero no lo es. Por desgracia, según vas cumpliendo años, te aburguesas y te dejas llevar por la comodidad de las rutinas sencillas, por la amabilidad de las palabras condescendientes, por la seguridad de tu espacio de confort y por la tranquilidad de la ausencia de difíciles objetivos.

Pero casualmente acabo de cumplir diez añitos (metafóricos por supuesto, aunque por mi tamaño, y de no ser por las visibles marcas de la vida, podría dar el pego).

En estos últimos años de mi nueva temporada me he relajado un poco y me he entregado a vivir sin exigirme demasiado, algo peligroso pues cuando te das cuenta de que necesitas avanzar para llegar al lugar que te gustaría ocupar, emprender el camino resulta más costoso y requiere de un verdadero alarde de fuerza de voluntad.

Me jacto de ser peleón, de no rendirme, de no tirar jamás la toalla y de ser muy cabezota cuando me propongo algo. Por eso lo estoy verbalizando ahora, porque ayer sentí como si mi mente y mi alma hubieran hecho un motivado clic y tras un buen rato de reflexión y de introspección, me he recordado que en ocasiones he librado  peores y más duras batallas y he conseguido salir victorioso. Así que me he decido a avanzar, y pienso hacerlo.

Toca esforzarse en muchos y en muy distintos ámbitos de mi vida. Me harto de escribir que sueño con llegar a ser el escritor que me gustaría llegar a ser y cuento con la ilusión, la creatividad, las herramientas, las ganas y las personas que pueden ayudarme a ello. Quiero recuperar la forma física que conseguí alcanzar hace un par de años y que poco a poco he ido abandonando. Necesito poner paz en mi mente y orden en mi corazón, y optimizar cuantos recursos tengo a mi alcance. Puedo conseguir que muchos de esos proyectos laborales y cultuales que he ido desarrollando al generar sinergias entre lo que  se hacer, lo que me gustaría hacer, lo que puedo aportar a la sociedad, y por lo que puedo ganar un digno salario, dejen de ser proyectos y se conviertan en realidades. He encontrado mi ikigai, mi camino, y lejos de emprenderlo, me he detenido en el punto de salida a contemplar lo hermoso de su trazado.

Toca avanzar. Y me he conjurado para hacerlo. Ahora viene la parte más dura, que es la de agarrarme a esa decisión y no decepcionarme.

Gracias a Dios, la profesional con la que acudo a menudo a reforzar mi psique, me ha dado las pautas para aprender a escucharme, a perdonarme, a quererme y a demostrarme que si quiero, puedo. Hoy es 15 de abril de 2024, y he comenzado una nueva vida. Es curioso, pero lo de las nuevas vidas se ha convertido en el leit motiv de mi historia.

Ya veremos que sucede, pero no pienso dejarme nada en el tintero, tirar toallas, cortar hilos rojos o agotar munición. Tan solo me esforzaré en aprovechar bien la tinta, mantenerme en pie, no tensar hilos ni disparar sin apuntar con precisión.


viernes, 5 de abril de 2024

Aún no está todo perdido


 Ni para mi, ni para el planeta.

Supongo que todos habréis escuchado esa frase que dice que, hace siglos, una ardilla podía recorrer de lado a lado la península ibérica saltando de rama en rama. Imagino que debía de tratarse de una ardilla en buena forma y con espíritu aventurero, pero como metáfora era bastante bonita.

No hace mucho pudimos ratificar que el auténtico virus que está asolando el planeta es el ser humano, ya que durante el confinamiento al que se nos sometió durante los peores momentos de la pandemia del Covid 19, volvimos a ver corzos por las calles de las ciudades, cientos de jabalíes circulando por las carreteras, millones de pájaros en el cielo, lobos bajando a las playas y osos visitando municipios de las  sierras españolas. Durante esos duros meses en los que se detuvo la actividad humana, la atmósfera se limpió, se cerró un poco el agujero de la capa de ozono y hasta que llenamos los océanos de mascarillas, los mares, infestados de increíbles criaturas de todo tipo, eran un hervidero de vida. Pero no tardamos en volver a tomar las calles y se restauró esa esperada "nueva normalidad", a la que yo llamo "vieja barbaridad", y no aprendimos nada. Nada.

Hoy no he podido evitar sonreír y que un escalofrió de placer recorriera mi espalda hasta la nuca cuando casualmente me he topado en el Facebook con esta foto de Inés Vaquero.

De inmediato me han venido a la cabeza ideas  a cual más bonitas. Primero he recordado a mi querida Cristina Calleja, una mágica artista de la gravedad, que junto a la música y el talento de su chico, David, nos ayudan a flotar cuando disfrutamos de la altura de sus espectáculos. 

Acto seguido ha sido esa famosa ardilla la que me ha venido a la mente (mi dañado y maltrecho, pero resistente cerebro, ahora funciona llevando al extremo la asociación de ideas) y una hermosa ardilla circense y juguetona ha sustituido en mi imaginación la silueta de esta hermosa y circense artista que es Inés Vaquero, quien posa para la cámara demostrando que como escribió Antoine de Saint Exhupery en ese libro imprescindible que es El principito , "lo esencial es invisible a los ojos".

Gracias a Dios también he pensado que puedo aportar mi grano de arena para que la sociedad comprenda que el planeta Tierra nos necesita y que no podemos seguir haciendo como si no pasase nada, pues ahora nuestras ardillas apenas podrían llegar a coger unas nueces en el pueblo de al lado.

Por favor...hagamos un esfuerzo. Seamos responsables. Que esta preciosa fotografía  sacuda nuestras conciencias y nos ayude a salvar el planeta.

miércoles, 3 de abril de 2024

Tatuajes

A fecha de hoy el tatuaje ya no es un elemento decorativo que pueden lucir en exclusiva pictos,  marineros, presidiarios, legionarios, miembros de maras, de la Yakuza y de la mafia rusa, o guerreros maoríes.

Quien más quien menos exhibe tinta perpetua en su cuerpo y yo mismo, que luzco mucha tinta perpetua en el alma, he decorado antebrazos, codo, muñeca y tobillo con dibujos que cuentan un momento de la historia de mis vidas, y que si acaso volviera a quedarme en blanco, su sola contemplación me ayudaría a recordar el porqué de esas horas de dolor en el sillón de un profesional al que pagué para mancillar mi piel.

Quizás el único tatuaje que no me borraría jamás es la pequeña marca azul que decora mi tabique nasal, marca casi imperceptible ya, pero presente desde hace 9 años y 355 días. Ese tatuaje sin aguja y sin tinta, es el recuerdo de la estupidez que me llevó a perder una de mis vidas, y que el tatuador celestial, diseñó con la ayuda de la visera de la casqueta al romperme el tabique durante el impacto contra el asfalto. Aquella noche se rompieron muchas cosas más, y al margen de secuelas, cicatrices y marcas, lo que más daño causó no puede señalarse a simple vista.

Nunca cometí el error de tatuarme en el cuerpo un nombre de mujer, pues esos nombres grabados a fuego en mi corazón no se borrarán jamás ni serán exhibidos públicamente. Quien de verdad quiera conocer la lista de musas que inspiraron mis versos, deberá bajar al fondo de mi alma para solicitar una visita guiada por los rincones más ocultos de mi corazón, por esos lugares que no se abren a los turistas y ni tan siquiera se permite la entrada  a quienes tienen pase VIP o carné de socio.

La aguja del tatuador en el salón de tatuajes duele cuando se percute en las zonas del cuerpo más próximas al hueso, pero la del tatuador celestial que trabaja los diseños en tu alma, es mil veces más dolorosa y no se te permite anestesiar tu razón con drogas ni alcohol, tan solo en un gesto de clemencia se te permite morder fuerte una ilusión y ahogar tus gritos con el estruendo que provoca un corazón cuando estalla en mil pedazos.

Hay muchas historias tatuadas y no todas son de amor, abandono u olvido. Muchas hablan de muertes a cambio de una pesada bolsa repleta de monedas de plata, de balas sin destinatario fijo ni acuse de recibo, de sueños cumplidos y de pesadillas por cumplir, de ilusiones pérdidas o de quimeras conquistadas, de fortuna, de azar y suerte, de dados golpeando el canto de la mesa para sumar la cifra adecuada al tercer bote, y de animales que son tu pasado, tu presente, tu futuro y tu tótem.

En mi próxima vida tan solo me dibujaré un pequeño felino en el exterior del pecho, porque en el interior del pecho ELLA ya se instaló para el resto de mis vidas y mi corazón no necesita más adornos que su sonrisa.