Vivimos en una sociedad en la que solo parece haber espacio para los triunfadores, y se nos entrena para perseguir la victoria a toda costa. La competitividad es algo positivo, siempre y cuando sea una lucha por mejorar y avanzar, por conseguir un objetivo a fuerza de trabajo, talento, sacrificio, esfuerzo... pero nunca a cualquier precio. Lo de que "el fin justifica los medios", ha sustituido al despreciado "lo importante es participar". Nos confunden alimentando egos y tratando de convencernos de que solo se puede ser un ganador en aquello que te propongas, y que no vale solo el pelear por aquello que deseas. Según los estándares actuales si no consigues el premio , la medalla, el contrato, el título, la casa perfecta, el coche perfecto, el cuerpo perfecto, el hijo perfecto, la vida perfecta... eres simplemente un perdedor y tienes que aprender a vivir con la derrota y agachar la cabeza, o directamente quitarte del medio. Y el verdadero fracaso es no intentarlo, porque si no lo intentas siquiera, es cuando realmente fracasas. Intentar conseguir tu objetivo, ponerle ilusión, alma, corazón y ganas, ya es de por si una victoria.
Y lo peor llega cuando has puesto toda tu energía en conseguir algo y lo consigues, porque entonces las envidias, los celos y todo ese conjunto de miserias humanas afloran en aquellos que prefieren echar por tierra tu esfuerzo y sugieren que simplemente has tenido suerte, que era un fin más sencillo de lo que pensabas, o que de haberlo intentado ellos, te habrían arrebatado el triunfo. Pero lo que no saben es que podrían arrebatarte la medalla, el contrato, el título...podrían quitártelo todo, pero nunca podrán quitarte la sensación de haber conseguido superar el reto, vencer el límite o alcanzar tu sueño. Que nadie podrá arrebatarte la satisfacción del deber cumplido, y que nadie usurpará el lugar que te corresponde en el alma al saber que lograste cumplir con tu objetivo, aunque intenten empequeñecer y despreciar tu logro. Aunque te obliguen a bajar un escalón, aunque le entreguen a otra persona los merecidos laureles que debían ceñir tu frente, atendiendo a intereses particulares, compromisos ocultos, o a cualquier motivo que justifique el despojarte de ellos, en tu interior sabrás siempre que ganaste, que lo conseguiste y que si lo hiciste una vez podrás volver a hacerlo cuantas veces te propongas. Y aprendes a perder, a renunciar a tu galardón y a asumir la derrota, justa o no.
La vida es una continua lucha, un eterno campo de juego, una suma de victorias y de derrotas y un continuo caer para volver a levantarte. Cae las veces que tengas que hacerlo, pero nunca hagas caer a otro solo por el deseo de cruzar antes la linea de meta, nunca trates de desdeñar su triunfo y nuca te quedes llorando en el suelo. La verdadera derrota es renunciar a la lucha y acomodarte en la lona.
Vivir duele, el adversario tiene mil rostros, músculos de acero, un increíble juego de piernas y unos puños demoledores, pero no tengas miedo. Prepárate a encajar, a resistir y a encontrar el momento para conectar el golpe perfecto que lo mande al suelo. Y ten en cuenta que cuando veas al arbitro contando hasta diez sobre él y consigas estudiar su rostro agotado y lleno de sangre, será tu cara la que veas, porque el más implacable enemigo y el más duro adversario eres tu mismo cuando te exiges demasiado, cuando caes en el juego sucio y cuando permites que te digan si vales o no vales, si eres o no suficiente.
Hazme caso, porque sé bien lo que se siente al abandonarte a la lástima y a la ira. Sé bien lo que es quedarse llorando en tu rincón sin atreverte a levantar la cabeza y a sostenerle la mirada al destino. Si te decides a saltar al cuadrilátero, pase lo que pase, vales, sirves y eres suficiente. Al menos para ti. Y eso es lo más importante. El único perdedor es el que rehúye el combate. Te hagas o no con el cinturón en tu peso, consigas o no levantar la copa, te ciñan o no los laureles o te cuelguen o no la medalla, si lo has intentado de verdad y te has decidido a luchar por tus sueños, ya has ganado. Si tienen que acompañarte al rincón y limpiarte las heridas porque la sangre no te permite ver, si deben llevarte a la enfermería porque apenas eres capaz de respirar por ti mismo, o si los jueces entregan a quien no ha merecido tanto como tú la corona de laurel, quédate con la experiencia, con el aprendizaje, con el intento, coge aire, ajústate los guantes y vuelve a saltar al ring. Si lo haces levanta los puños y siéntete como el campeón que eres.
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