lunes, 18 de julio de 2022

Pasto de las llamas


 Pues no, aunque os parezca extraño, hoy no voy a hablar de mi corazón, de mis emociones ni de mi realidad. No voy a tratar de encontrar las metáforas más acertadas y las analogías perfectas para jugar de forma ingeniosa con el fuego, los incendios y mi corazón. Este ha sufrido quemaduras de tercer grado y está bastante calcinado, por lo que voy a dejarlo en la UCI para ver si se recupera, y hoy, voy a hablaros de algo que me tiene sobrecogido y no lo he descubierto en los labios de una mujer, sino en los campos, las sierras y los bosques de mi tierra. 

Como canta Nino rota en este precioso tema siciliano que utilicé no hace mucho para referirme a lo que me despertaba en el interior del pecho alguien terriblemente especial que se instaló en mi alma,"Brucia la terra mia, e abbrucia lu me cori"(arde mi tierra y arde mi corazón). Y es que mi tierra está ardiendo y son ya miles y miles de hectáreas las que se han consumido devoradas por el fuego.

Esta ola de calor que estamos atravesando ha traído en la faltriquera un ramillete de incendios que se están llevando por delante no solo gran parte de nuestras reservas naturales, para desgracia de nuestros pulmones necesitados de oxígeno, sino también campos de cultivo, empobreciendo a los agricultores que depositaron en ellos sus esperanzas y sus sueños, centenares de cabezas de ganado, zonas de ocio y esparcimiento como las destinadas a campamentos infantiles, docenas de  colmenas, viviendas, edificios públicos y también vidas humanas. Por no hablar de cómo las diversas especies animales que habitan nuestro ecosistema ven desaparecer su hábitat natural y tratan de subsistir lejos de sus territorios naturales. Y las toneladas de madera que podrían haberse utilizado con fines muy diversos, pero siempre controlando la tala con cuidado exquisito para no deforestar esta España nuestra.

En muchas ocasiones estos incendios nacen de la acción de los rayos, de las tormentas eléctricas, de las temidas tormentas secas, y de la inevitable fuerza destructora de la propia naturaleza, pero en no pocas son fuegos provocados por la irresponsabilidad humana, por su dejadez, su falta de conciencia y también en algunos casos por su avaricia o por su afán de notoriedad. Hay personas que en su enfermedad y en su sinrazón, disfrutan provocando incendios que arruinarán no solo a sus vecinos, sino también a todos los que disfrutamos del senderismo, de la naturaleza, de lo hermoso de lo que nuestros ancestros colonizaron y habitaron y de lo que la generosidad y la variedad de la orografía española nos ofrece.

No estoy libre de pecado, también he sido imprudente y bastante estúpido. El año pasado durante otra ola de calor un conductor detenido delante de mi en un semáforo se apeo del vehículo, y se acercó hasta mi para reprocharme que hubiera tirado por la ventanilla la colilla del pitillo que me acababa de fumar, y aunque avergonzado traté de excusarme diciendo que la había arrojado al lado del asfalto donde no había ningún peligro, no le faltó razón al desmontar mi pobre argumento diciendo que un golpe de aire la llevaría en cuestión de segundos hasta el lado de la calzada que lindaba con las tierras que flanquean la urbanización donde resido, y que de generarse un incendio podría lamentarme mucho más por las posibles desgracias aparejadas a mi imprudencia, que por aquel merecido rapapolvo educativo. No he vuelto a arrojar una colilla. Aprendí la lección.

Tengo la inmensa fortuna de conocer bien a trabajadores del servicio de extinción de incendios forestales de la Junta de Castilla y León, y me consta su esfuerzo y su sacrificio constante, con continuas guardias y agotadoras jornadas laborales, para atender y controlar, o tratar al menos de identificar lo antes posible la aparición de un fuego que pueda propagarse en el espacio que ellos supervisan. Y junto a los hombres y mujeres que no escatiman recursos materiales y humanos para sofocar las llamas en primera línea, aún a riesgo de sus vidas, también están aquellas mujeres y aquellos hombres que desde sus puestos en los centros base organizan la logística y el control de cada intervención, ocupándose con tesón y acierto de calibrar las situaciones, organizar los equipos físicos y humanos, preparar la intendencia y el avituallamiento,  e incluso gestionar los alojamientos para brigadistas y desplazados, en caso de haberlos.  Todo este personal cualificado, muy preparado y muy involucrado con su labor, sacrifican sus vacaciones y soportan el calor asfixiante y el agotamiento físico y mental de estas estresantes situaciones en post de la seguridad y el disfrute de cuantos residen en mi comunidad o la visitan.

Esta noche ha fallecido un brigadista a quien el fuego rodeó y atrapó cuando se encontraba intentando aplacar la ira de  las llamas con su motobomba. Sea este texto mi sentido homenaje y mi reconocimiento y agradecimiento tanto a él, como a cuantos han sentido esta vocación de velar por su tierra, por  sus vecinos y por sus bienes.

Cruzo los deditos para que no tengamos que lamentar más vidas ni más perdidas, sean del tipo que sean, y para que las hadas que habitan las llamas y que planean sobre incandescentes  pavesas, se apiaden de la fragilidad de un planeta que clama al cielo pidiendo una tregua.

domingo, 17 de julio de 2022

Las ilusiones robadas


Es curioso cómo te puede remover una película. Bueno...igual no es tan curioso, pues el cine no deja de ser un arte y el arte es subjetivo, y cada uno lo interpretamos como queremos. Y si esa película esta basada en una obra literaria del calibre de Las ilusiones perdidas del gran Honoré de Balzac, pues dos y dos son cuatro de toda la vida, incluso para alguien de letras puras como yo.

 Me ha parecido una buena adaptación y creo que el director ha conseguido situar a la perfección al espectador en la época y en el lugar donde se desarrolla la acción.  Desde luego no puedo poner ninguna objeción a la factura del film ni seré yo el que pretenda hacer de este post una crítica cinematográfica. No me arrogo el criterio necesario ni es lo que pretendo con este texto.

En cuanto a la obra de Balzac que da lugar a esta producción, cualquiera que haya leído a don Honoré sabrá que su pluma era terriblemente inmisericorde a la hora de retratar la Francia de su época y lo turbio de la sociedad que pretendía ser un ejemplo para el mundo civilizado. 

Más allá de lo que podría escribir sobre la forma, me voy a centrar en escribir sobre el fondo, pues inequívocamente me ha removido por dentro hasta la saciedad al haber establecido demasiadas analogías reales entre la historia de Luciane, el protagonista de este drama, y mí propia historia. 

No ha sido un visionado casual, alguien de mi entorno más cercano y de mi pasado más presente me recomendó esta cinta y he de pensar que al hacerlo, quería ayudarme a abrir los ojos y a mirarme desde fuera. Y lo ha conseguido. Los he abierto hasta tal punto que he `podido ver el fuego desatado  en el interior de mi pecho al identificar demasiada momentos vividos, sufridos y perdidos, como las ilusiones a las que se refiere el título de este compendio de aterradoras realidades en mi ego. Y al hacerlo he decidido renunciar a mi pasado de una vez por todas y abandonar al Juan que fui, a ese Juan que se equivocó una vez tras otra aferrándose con uñas y dientes a unas ilusiones que no perdió, le arrebataron de la forma más cruel. Puede que después de ver esta película me haya dado de bruces con ese punto de inflexión en mi vida que llevo persiguiendo desde hace ya un tiempo. Puede.

Esta obra es un verdadero drama, pues más allá de lo inmensamente triste de las historias de amor que vive el joven poeta con sueños y aspiraciones, lo más demoledor es ver como prostituye su talento, su creatividad y sus sueños. Y como fracasa irremediablemente.

El final es un final abierto al espectador y puedes decidir en tu psique si quieres que al entrar desnudo en el lago, el fracasado poeta de corazón destrozado se de un baño emocional que lo limpie y lo ayude a a reinventarse, o  simplemente que camine en busca de una inmersión que termine de una vez por todas con su sufrimiento. Yo prefiero pensar que el desdichado protagonista se aferra a que rendirse no puede ser una opción y decide simplemente refrescar cuerpo, alma y mente, y desandar lo andado hasta llegar sano y salvo a la orilla. Pero claro...ese es mi final, el final que a mi me gustaría que cerrara el metraje de la cinta.

En cualquier caso mientras veía la película he identificado demasiados errores, me he reconocido en demasiadas escenas y me he torturado con demasiadas tomas protagonizadas en el mundo real poco tiempo atrás. Y me ha roto el alma en dos. O en tres. O en una barbaridad de pequeños trocitos esparcidos por el vendaval de la realidad  que sinceramente creo que aunque pueda encontrarlos todos si los busco con calma y paciencia, nuca podré volver a pegarlos. Así que sencillamente voy a diseñarme un alma nueva, un corazón a estrenar y un futuro a la altura de las pocas ilusiones que aún conservo, y de la que me despierta la mujer sana, sencilla y honesta que se ha cruzado en mi camino. Quizá tenía que encontrarla y quizá ella tenía que encontrarme a mi, Y no sé que sucederá pasado mañana, o la semana que viene y, eso precisamente es lo maravilloso de su presencia, que esta obra se escribirá en verdaderos folios en blanco y con la tinta de la sinceridad más absoluta.

Puede que sea una obra maestra. Puede que sea otro fracaso y que un día decida volver al lago y caminar hacia el lugar donde el oxígeno sea tan solo un recuerdo más.

Pienso demasiado, lo analizo todo en exceso y me torturo cuanto me permito, que es mucho. Pero eso forma parte de la intensidad que me lleva a escribir y me ayuda a vivir, aunque a veces esta misma intensidad que no no pedí, haga de mi vida una espiral de lamentos y de fracasos. Soy como soy y no voy a disculparme por ello. No pienso hacerlo más.



 

martes, 12 de julio de 2022

Pólvora entre majuelos



El sargento Alonso decidió que era el momento de terminar con el circo mediático y ordenó a dos de los agentes destacados para salvaguardar la escena del crimen que disolviesen a la multitud y procedieran a desalojar a los periodistas que se habían hecho eco de la noticia. No hizo falta hacer un uso excesivo de la autoridad dado que algunos de los más exaltados curiosos congregados allí eran conocidos del sargento. Alonso acostumbraba a compartir vinos y chascarrillos con más de uno en los distintos bares y mesones del pueblo al terminar su turno. y no fue necesario tan siquiera cambiar el gesto o levantar la voz.

Los agentes del SECRIM enviados por la comandancia se entregaron con vehemencia a su labor de criminalística para rescatar cuantas evidencias pudieran encontrar en la zona acordonada. Antes de que cayera el sol sobre las viñas todo estaba consumado y apenas quedaba algún curioso recorriendo las tierras cuyos majuelos habían ocultado el cuerpo de Roque “el lejía”, asesinado de dos disparos en el pecho, efectuados con una escopeta de pequeño calibre, del 12 para ser exactos.

Al llegar a la casa cuartel Alonso se preparó la cena y abrió una botella de sus caldo favorito de la zona que reservaba en la puerta del frigorífico pues disfrutaba siempre del verdejo bien fresquito.

Mientras apuraba un vaso del excelente vino de Rueda recordó la discusión con el cabo Izastegui, un bilbaíno encantador con el que solía salir de vinos y acudir a las bodegas cuando no estaban de servicio. Izastegui había sido trasladado y desde hacía un par de meses se ocupaba de la seguridad y el bienestar de los vecinos de un pequeño pueblo burgalés del condado de Treviño. Poco antes de despedirse de los compañeros de Rueda, Izastegui le había discutido la originalidad de la vendimia nocturna de una de las bodegas de la zona, aludiendo a que hacerlo a la luz de la luna era ya una práctica habitual en la antigua Grecia, cosa que Alonso le discutió con vehemencia argumentando que recolectar a mano y con la escasa luz que ofrece el blanco satélite comparado con vendimiar a la luz del sol no le parecía en absoluto productivo y que además este tipo de vendimia se había comenzado a realizar en los tiempos modernos gracias a los procesos mecanizados. Al no poder encontrar en Internet referencias a esta práctica en la Grecia milenaria, el cabo abandonó la defensa de su afirmación y se refugió en las ventajas de la vendimia nocturna por la rehidratación de la uva y por la menor temperatura de la noche y el ahorro en refrigeración. El vasco y el sargento pucelano habían forjado una sólida amistad compartiendo años de servicio, conocimientos sobre las beldades de las uvas y muchas copas de vino en los bares y las bodegas de la zona. La cena y los recuerdos de tiempos más tranquilos junto a su amigo y compañero de catas lo llevaron a relajarse y no tardó en conciliar el sueño.

A la mañana siguiente Alonso organizó la investigación con todos los medios a su alcance y ordenó a dos agentes que indagasen entre los vecinos si se conocía alguna diferencia entre el finado y la familia propietaria de la bodega entre cuyos majuelos se había cometido el crimen. Él mismo se ocuparía de interrogar a Justo, el capataz que dirigía las cuadrillas de temporeros. No tenía sentido investigar a estos pues los trabajadores llegaban con una mochila o una pequeña maleta en la que portaban recambios de ropa, artículos de aseo personal y como mucho algún libro, algún dispositivo tecnológico - tabletas u ordenadores portátiles- con los que navegar por la red o ver una película o el capítulo de alguna serie de moda, y poco más, nada de armas.

Encontró a Justo poniendo orden entre los temporeros. Al ver llegar a Alonso despachó los últimos asuntos y se prestó al coloquial interrogatorio. Tenía la coartada perfecta, pues el día

anterior había estado en Valladolid acompañando a su hijo mayor ingresado en el hospital Rio Hortega.

Tras descartar a Justo como sospechoso, Alonso centró su interés en Jonás, el pequeño de los Barrondo, la familia dueña de las tierras donde se halló el cuerpo sin vida del exlegionario. Roque había servido en el Tercio de Ceuta y había participado en innumerables misiones de paz. Su formación militar y su participación en arriesgadas misiones en distintos puntos del planeta no dejaban lugar a dudas de que en ningún momento había tenido la sospecha de enfrentarse a un peligro, por lo que obviamente el asesino debía de ser alguien conocido.

Jonás era un tipo trabajador y disciplinado, apenas se le conocían excesos más allá de las borracheras en las fiestas del pueblo y las juergas con su pandilla de amigos, pues había formado una camarilla de parranda con los hijos de otros acaudalados bodegueros de la zona.

Antes de hablar con Jonás decidió charlar con Fortu y con Abel, los díscolos hijos de otro bodeguero que formaban parte de la pandilla de Jonás y con quienes siempre se le veía de fiesta.

Los encontró el taller de Paco, el mecánico del pueblo. El Mercedes descapotable de Abel necesitaba una revisión y Fortu había acompañado a su hermano para luego llevarlo en su Audi hasta la finca familiar.

—Menudo marrón te ha caído con lo del Lejía, ¿Verdad, Alonso? –preguntó Abel a modo de saludo al verlo llegar al taller.

—No tan grande como el que le ha caído a él, ni como el que le va a caer a quien le metió los dos tiros en el pecho –contestó Alonso tras dedicar a los hermanos el reglamentario saludo oficial llevándose los dedos a la sien.

—¿Sabéis ya quien ha sido el hijo de puta que ha matado a Roque? –preguntó Fortu con verdadera curiosidad. Al igual que todos sus amigos había comenzado en el trabajo de la bodega a muy corta edad. Las bodegas y las tierras habían pasado de padres a hijos durante generaciones y el que ahora el mundo del vino haya reportado a los bodegueros grandes ingresos por su sacrificado trabajo no había variado un ápice su condición de esforzados trabajadores ni su apego a la tierra que los vio nacer.

—Aún no lo tenemos claro, Fortu, por eso quería hablar contigo.

—No jodas que sospechas de mi hermano –preguntó Abel –antes de ayer estuvimos en casa, Nuestros padres celebraron sus bodas de oro y montaron un fiestón en la finca. Se trajeron incluso a los Jean Blazer desde Canarias, el grupo ese que hace música para vinos. Fortu se ocupó de todo y se acostó de los últimos.

Alonso sabía lo de la fiesta e incluso había sido invitado junto al resto de las fuerzas vivas del pueblo, pero declinó la invitación porque al fin había conseguido cenar con la mujer de la que se había enamorado como un colegial y no quiso renunciar a ello. Supuso que la pandilla al completo habría estado en la finca bebiendo y comiendo a la salud de los homenajeados, por lo que no dudó en lanzar su pregunta a bocajarro.

—Imagino que Jonás pararía de empinar el codo antes de coger su coche. Ese bólido es perfecto para fardar en Puerto Banús, pero me temo que no está preparado para correr por los caminos rurales.

—Pues te equivocas, sargento –contestó Fortu –Jonás se mamó como un piojo y de hecho el Olegario, el chico de los Cataño se ocupó de llevarle en su coche hasta la bodega, que tenía que haber apagado el generador antes de venir a la fiesta y le dio miedo dejarlo encendido toda la noche.

Aquello ubicaba a Jonás en la escena del crimen la noche de autos.

—Hablaré con Olegario. Ese chico tiene antecedentes por delitos menores, pero no creo que haya sido tan imbécil de asesinar a un vecino como Roque, a quien no se le conocían enemigos ni problemas con nadie de la zona. Tened cuidadito –añadió jocoso cambiando de tema antes de abandonar el taller –el día menos pensado le vais a quitar protagonismo al rallye de Montecarlo.

—En Montecarlo se morirían de gusto por venir aquí a correr y a beber vino en condiciones –dijo con arrogancia Abel mientras le palmeaba la espalda despidiéndolo.

Alonso enfiló el todoterreno oficial en dirección a las tierras de Olegario. El joven había heredado los campos de cultivo de sus padres fallecidos unos años antes en un desafortunado accidente de coche al impactar de frente con una cosechadora. Una vez superó el trauma y el dolor del incidente, Olegario se hizo cargo de los huertos y los campos de maíz, y consiguió rentabilizar su herencia. Durante el periodo que transcurrió entre el fatal accidente y su recuperación emocional el chico había bebido en exceso, y había sido detenido un par de veces por peleas en los bares durante las fiestas del pueblo. En una ocasión los amigos no pudieron pararlo a tiempo y le rompió la cabeza de un botellazo al impresentable de un pueblo vecino que le tocó el culo a la chica que le gustaba al deprimido y bebido heredero.

Al llegar a la propiedad e Olegario vio el Todoterreno de última generación aparcado a la entrada y al joven vaciando el maletero.

—¿Necesitas ayuda con algo? –Pregunto el benemérito a través de la ventanilla bajada.

—Gracias, Alonso, pero ya he terminado. Solo tenía que sacar unas cajas de tomates excesivamente maduros que no me han aceptado en la frutería del Hipercor y se los he cambiado por otros hace un rato.

Alonso se bajó del vehículo y se acercó hasta el coche de Olegario y este al verlo aproximarse cerró el maletero con prisas sin disimular su nerviosismo.

—¿Pasa algo, Olegario? ¿Hay algo que no pueda ver? A ver si ahora te dedicas al narcotráfico y yo sin saberlo –añadió sonriendo para quitarle hierro a las preguntas.

Entonces sucedió algo inesperado. Olegario salió corriendo como alma que llevaba el diablo evidenciando algo que Alonso no era capaz de explicarse. Corrió detrás del agricultor y lo alcanzó a poco más de doscientos metros del lugar donde habían mantenido la conversación.

—¡Se lo estaba buscando! –confesó entre sollozos Olegario –Le avisé de que se alejase de mi chica y él se río de mi delante de los de la partida en el Órdago, y me dijo que semejante hembra no era para mí. Jonás me ayudó a preparar la sorpresa citándolo en su bodega para ofrecerle unas hectáreas de cultivo que él ya no quería trabajar, y todo pasó muy deprisa. Le juro que no quería matarlo, solo iba a asustarlo, pero el muy gilipollas se puso en modo Rambo y trató de quitarme la escopeta con una llave de esas que aprendió en la Legión, pero en el forcejeo la paralela se disparó y me asusté. Al ver el lio en el que me podía meter y que si me denunciaba me podía joder la vida me asusté y lo rematé.

—¡No me jodas, Olegario! –alcanzó a decir Alonso mientras lo esposaba con los grilletes que sacó del cinturón –Acabas de joder dos vidas, la del Roque y la tuya. Por muy bueno que sea el abogado que puedas pagarte te aseguro que veinte añitos de cárcel no te los quita nadie.

En el coche de Olegario encontraron el arma del crimen y, esa misma tarde detuvieron a Jonás acusado de complicidad en el delito. En cuestión de horas la noticia de las detenciones de dos de los vecinos acusados de la muerte del exlegionario corrió por la comarca como la pólvora.

Alonso levantó la copa de verdejo brindando al aire por el alma del difunto y recordó lo que le dijo su instructor el primer día de academia, “las armas las carga el diablo y se les disparan a los gilipollas, a los borrachos y a los despiadados”.

viernes, 8 de julio de 2022

Ser y no ser...esa es la cuestión

Jugar con la frase más conocida del monólogo de Hamlet, mi obra preferida del bardo inmortal,  y con el título de este tema de El Chojin que encabeza la entrada, me ha resultado tan sencillo como divertido.

Obvia comentar la influencia de Hamlet en mi literatura, pues he tomado prestados una y otra vez a don William Shakespeare el pasaje de los consejos de Polonio a su hijo Laertes, y la composición moral que atribuyó al propio Laertes, para ese asesino homónimo que he creado como alter ego en mis textos más duros y más violentos y desagradables; en aquellos que han nacido del rencor y del odio, y que en la necesaria catarsis que es para mí la literatura, me han ayudado a vomitar todo lo que me estaba envenenando el alma.

Aquellos que leéis este blog con asiduidad os habréis percatado de que entre la música con la que suelo encabezar los textos de un tiempo a esta parte me decanto por la de esos poetas urbanos que son los raperos, y que de entre ellos escojo a los que suelen escribir temas con los que me siento muy identificado, y que no dudo en compartir con vosotros, pues en muchas ocasiones me lamento de no haber sido yo el que escribiera las letras de unas canciones que me describen y me representan. 

Rayden, Residente, El Chojín...para mi son los rapsodas de esta historia por fascículos que son mis vidas. 

Rayden ha sabido escribir mis momentos más dulces, más románticos, más irónicos y más sinceros. De hecho frases como "te comería a versos" ya las escribí yo hace muchos, muchos años, y por supuesto no me atrevería a acusar al de Talavera de plagio, simplemente de ahondar en las mismas emociones que yo y de compartir mi pasión por la literatura. Una cosa lleva a la otra.

La autobiografía de Rene, cantante portorriqueño más conocido como Residente, sirvió para acompañar mi propia autobiografía en este blog y para demostrarme que lo que yo siento y sufro lo sienten y sufren otras personas a miles de kilómetros de mi querida Invernalia.

El Chojín ha sido un descubrimiento más reciente y desde hace pocos meses no dejo de escucharlo pues tiene temas como este sobre el que estoy construyendo hoy la entrada, que de alguna manera parece que yo mismo le hubiera dictado palabra por palabra. Y escucharlo me ayuda, porque me sirve para darme cuenta de que no soy el único que se arrepiente de todo lo que no ha hecho, ni el único  que sueña con todo lo que quiere hacer y aún no se atreve. No soy el único que reconoce tener momentos de bajón ni que trata de explicar que no hay belleza en el dolor, aunque pueda convertir ese dolor en un texto hermoso. El Chojín también describe que se siente diferente y asegura no culparse por ello. 

Yo aún me culpo por no ser como los demás, por no pasar desapercibido cuando debería intentar llamar menos la atención y cuando mi forma de sentir y de vivir las emociones se considera intensidad, y termina resultándole molesta a algunos. 

Siempre hay una canción para cada momento, para cada sentimiento, para cada emoción y para cada persona. He encontrado las canciones perfectas que he asociado sin dudar a las mujeres que han marcado mi vida y que he podido escuchar junto a ellas. y al hacerlo reconocer en sus ojos , en sus caricias y en sus besos que en efecto, había dado con la banda sonora de nuestra historia de amor, de nuestro comienzo y de nuestra despedida.

Y estoy muy cansado ya de tener que despedirme, de perder con cada adiós un buen  trozo de ese músculo que bombea la sangre que corre por mis venas, y de creer que el amor que tanto ansío aún está por llegar, cuando realmente sé que me miento y que ese amor ya llegó y no supe estar a la altura. Y se convirtió en otra pérdida. 

Cada vez sé más de pérdidas y menos de victorias. Cada día coloco un nuevo fracaso en la vitrina de mi alma y cada día tengo menos ganas de volver a sufrir una derrota. Pero me conozco y sé que aunque en ocasiones se me pase por la cabeza el tirar la toalla, nunca lo haré porque llevo grabado a fuego en lo más profundo de mi  espíritu que rendirse no es una opción, y porque quiero creer que un día volverán a mirarme como me miraron una vez, a sonreírme con los labios y los ojos a la vez , y a besarme y a  acariciarme con la maestría de la artesana que al hacerlo está modelando mi ilusión y mi felicidad.

Creo en el amor como cura de todos los males que me llevan afligiendo desde que descubrí que había nacido para amar, pero no para ser amado. Quizás un día la mujer que amo, amé y amaré siempre, me quiera entregar su corazón a cambio de este pequeño músculo remendado y lleno de cicatrices, que pese a todo, a pesar de todo, sigue latiendo. 

martes, 5 de julio de 2022

Aplastar gusanos


 Laertes lo tiene más que claro, no va a haber piedad.

Ha tardado en hacerse de forma discreta con lo  necesario para este trabajo, pero desde que conoció a aquella sabandija humana algo le hizo ponerse en alerta y desconfiar de su falsa sonrisa, de sus palabras embaucadoras y de sus intentos de manipulación. Desde el primer momento supo que un día habría de cerrar para siempre aquella bocaza embustera.

Los capos del cartel que van a pagar su trabajo le han dejado bien claro que quieren que sufra y que no escatime en dolor. De hecho le han ofrecido un plus para que con el último adiós le administre una buena dosis de dolor y sufrimiento extra.  Desconoce las razones de los despiadados narcotraficantes para pagar la agonía del que fue su principal distribuidor en la montaña, pero este encargo que ha aceptado de buen grado, será más ocio que trabajo. Y piensa disfrutarlo.

Como ha planeado, aquel miserable gusano, creyendo que va a entregarle un nuevo cargamento, lo espera confiado tras la barra del bar del refugio de montaña que regenta y desde el que distribuye la cocaina a los pequeños camellos que surten a los consumidores de los más de cien pequeños núcleos urbanos establecidos a lo largo de la cordillera y de las faldas del macizo rocoso. Al ser una zona principalmente minera, hay mucho trabajador con buen sueldo dispuesto a enchufarse el achuchón necesario para aguantar con química y falsa firmeza el duro trabajo en las galerías. El negocio está garantizado y el dinero entra a raudales y con él, la avaricia y la ambición de quien lo recoge con una mano para entregarlo con la otra a los verdaderos amos. Y la ambición lo llevó a perder el norte y junto con la adicción al producto que distribuía, aquella rata terminó de cavarse su propia tumba.

Laertes espera a que baje las persianas del local y apague la luz del luminoso que anuncia la presencia del establecimiento. Una vez ha comprobado que no hay manera de que nadie pueda ser testigo de lo que va a suceder allí dentro, se relaja y se permite aceptar un vaso de whisky escocés con hielo. Saborea el primer trago mientras acaricia la culata de su Pietro Beretta de 9 mm y mientras apura el contenido del vaso que se lleva a la boca con la mano izquierda, con la derecha extrae el arma de la funda sobaquera y antes de que el asqueroso gusano pueda reaccionar le descerraja un disparo en el estómago.

Ha apuntado bien. Le ha perforado el intestino pero sin afectar a órganos vitales, por lo que el miserable que se retuerce de dolor en el suelo aún está consciente y tardará un buen rato en morir. Laertes guarda la pistola y se hace con la afilada navaja automática que porta siempre en su bota derecha. Se arrodilla junto a él agonizante despojo humano y sujetándole firmemente la cabeza le raja el cuello procurando no abrir demasiado la yugular para no acelerar el final. El angustiado y dolorido objetivo no puede gritar pues la sangre que mana en abundancia se lo impide.

Como regalito a los contratantes perfora ambos ojos con la punta de la navaja automática esmerándose en no alcanzar el cerebro. Que sufra, pero que aún no muera.

Este será su trabajo número treinta y dos. Bonito número. El rubio asesino de bigote bicolor se precia de no haber aceptado nunca eliminar menores ni mujeres, excepto a aquellas que amparándose en unas bonitas caderas o en unos labios seductores habían obrado como demonios escapados del averno. En esas circunstancias se debe a la paridad y no será él quien haga del suyo un ejemplo para el dominante patriarcado. Al fin y al cabo tanto los hombres como las mujeres que acepta eliminar son de todo menos personas, y entonces el género no es un elemento diferenciador.

Nota que su víctima comienza a respirar muy despacio y apenas puede moverse. El final está cerca. Pero aún no ha terminado con él. Que se lleve un buen recuerdo al círculo del infierno donde deberá cumplir eterna condena. Apoya la punta de la navaja entre sus costillas y va haciendo fuerza para que poco a poco se vaya abriendo hueco entre ellas y penetré de la manera más dolorosa posible. Ya está. No respira. No obstante vuelve a sacar su pistola, le apoya el cañón en la frente y de un solo disparo se asegura evitarse posibles sorpresas de último momento. 

Hacía tiempo  que no disfrutaba tanto al incrementar con unos cuantos ceros la cifra de su cuenta corriente.

Limpia todas las huellas que ha podido dejar en el vaso y en la barra, en el pomo de la puerta y en el cenicero donde apaga el pitillo de después de un trabajo bien hecho. Se asegura de no dejar rastro y abandona el local por la puerta del almacén. `

Previsor, antes de alejarse de la zona prende fuego al bidón de gasolina que ha vertido empapando lo más inflamable del mobiliario, de las puertas y las paredes exteriores, y del interior del local.  Desde la carretera que comunica la zona de montaña con la autovía del norte puede verse el impresionante fuego que arrasa el establecimiento y devora los restos de aquella cucaracha. Dios castiga sin piedra ni palo, para eso tiene a Laertes.