viernes, 7 de enero de 2022

Rugidos


 Hay una frase que resume a la perfección aquello que lo condujo a las mayores pérdidas, los más grandes disgustos y al dolor y la tristeza que adornan muchos de sus recuerdos recientes, "ten cuidado con lo que toleras, estás enseñando como tratarte". Siempre fue un tipo confiado, sensible, de carácter afable, de naturaleza pacífica y de buen conformar. Su afán por agradar y por evitar discusiones y problemas, sumado a su natural simpatía y a su falta de asertividad, confundieron a algunas personas de su entorno que creyeron que era débil y que podrían aprovecharse de él, pero lo que nadie podía sospechar es que incluso en personas como él, todo tiene un límite y es mejor no despertar a la bestia dormida.

Cubre por completo el cadáver  con la tierra que extrajo de la fosa cavada en el más recóndito e inaccesible lugar del solitario pinar castellano, y se asegura de que las piedras colocadas encima impidan que algún animal atraído por el olor pueda desenterrarlo. No quería matar a aquel desgraciado, simplemente trató de dejarle claro que su paciencia tenía un límite, que ya no cedería más a sus exigencias y que era mucho mejor dejarlo tranquilo, pero se desató la tormenta cuando recibió el golpe que liberó al león que rugiendo se abalanzó sobre aquel al que un día consideró su amigo y en cuestión de segundos todo había terminado. Le rompió el cuello con un único y rápido movimiento. Al ejercer la fuerza adecuada y, al escuchar el chasquido que evidenciaba la lesión, mortal de necesidad, no sintió otra cosa que calma.
Tenía que haberlo hecho mucho antes, pero fiel a sus principios y a sus valores consintió en conceder una oportunidad tras otra esperando que las cosas cambiaran y que lo dejara en paz. Pero no. Al final lejos de permitirle vivir en paz, el ahora difunto despojo humano prefirió seguir aprovechándose de su buen corazón. ¿Buen corazón? Sin duda lo tenía. O lo había tenido, pero todo termina estropeándose si no se cuida y su dolorido músculo había soportado demasiado.
Fueron compañeros de trabajo en la multinacional que se instaló en la provincia asegurando un futuro mejor para aquellos que se unieran a la gran familia de trabajadores que hacía de las acciones de la  empresa mucho más que un gráfico en ascenso continuo en todas las bolsas del mundo. 
Desde el primer día en las oficinas de la delegación provincial en las que fueron ubicados, el finado confundió su buena disposición con servilismo y supo acceder a él mediante una impostada camaradería que adornó con una lacrimógena historia personal para conseguir llegar a su corazón. Lo demás fue una vertiginosa  escalada hasta la cumbre de sus mejores sentimientos, y una vez hubo coronado la cima, plantó su bandera y se dedicó a disfrutar de las vistas mientras el amable y confiado compañero con el que compartía despacho en la sección de marketing, trabajaba por los dos y sacaba adelante los proyectos y las necesidades del departamento, sacrificando su tiempo y esforzándose en cumplir con los objetivos que los marcaban desde dirección. La rémora que había decidido alimentarse del sudor de su frente había encontrado un filón en la única mancha que podía ensuciar el expediente del esforzado compañero, cuando este y con el único fin de ayudarlo y evitarle un posible despido, falsificó la firma de un cliente en un documento, firma que debía haber conseguido el hombre cuyo cuerpo ya había comenzado a alimentar a pequeños escarabajos y otros insectos del campo. Aquello sirvió para que durante meses aumentara el nivel de exigencia y todo tipo  de chantajes enmascarados en el  hipócrita discurso sustentado sobre la necesidad de ayudarse el uno al otro.
Hoy lo había citado en el chalé para supuestamente entregarle copia del extenso informe del departamento que deberían presentar a primera hora del día siguiente, lunes, pero cuando llegó a su casa y descubrió que lo había hecho ir con la única intención de poner las cosas claras entre ellos y detener ya el continuo abuso, el muy hijo de puta se permitió el lujo de perder los papeles y después de proferir todo tipo de insultos y amenazas, le golpeó en el rostro con el reverso de la mano. Y entonces la fiera que habitaba dentro de él y que llevaba muchos años aletargada despertó. Ni siquiera se planteó el tratar de anestesiarla y volver a dormirla, no quiso contenerla, simplemente permitió que se manifestara y se apoderase de sus actos, con fatídicas consecuencias para el asombrado compañero. Su rictus tras la muerte aún expresaba asombro.
Regreso a casa sonriendo y tras guardar la pala y los guantes de faena en el garaje, encendió un cigarrillo que fumo con el mismo placer con el que apuraba los deliciosos cigarrillos que seguían a cada encuentro sexual con sus ocasionales parejas.
Ahora debía pensar que hacer con la moto del difunto. Al caer la noche se pondría el casco integral que había dejado su propietario sobre el depósito de la máquina de gran cilindrada y la conduciría hasta uno de los barrios marginales de la vecina ciudad, donde la abandonaría sin candar y con las llaves puestas.  Se iría dando un paseo hasta el centro, disfrutaría de un buen escocés con hielo y cuando hubiese terminado de calmar la sed de la bestia a la que apaciguaba con ese tipo de  caprichos, cogería un taxi hasta el pueblo más cercano a su chalé, al que volvería caminando.
Todo termina bien, cuando aprendes a decir no y al hacerlo dejas de sentirte culpable.

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