lunes, 27 de diciembre de 2021

Beso de gorrión


Puede que este cuadro de Gustav Klimt sea uno de mis preferidos por lo intrínsecamente cálido de la escena que representa. No es un beso pasional, o al menos yo nunca lo he visto así. Me parece más bien un beso de esos que simbolizan el mayor de los cariños, el amor contenido en un instante, el roce furtivo de unos labios. 
Y es que hay muchos y muy distintos tipos de besos. Desde ese beso apasionado en el que las lenguas se buscan con avidez al paternal beso en la frente, nos encontramos un amplio abanico que abarca los adorables y sanadores besos en las sienes que representan vida, los correctos y corteses besos en las mejillas y los rápidos y nada desdeñables besos en las comisuras de los labios que dotan a quien los entrega del valor suficiente para arriesgarse a una acción que aunque por norma lleva aparejada amor, cariño o deseo, en ocasiones es tan solo un intento por acceder a lo que le está vetado.
Este año he descubierto los besos de gorrión y me han parecido algo precioso. Son esos fugaces besos en los labios que te entrega la persona amada sin pretender otra cosa que demostrarte que tu boca es territorio común, que pese a las seguridad impuesta por la temida distancia social aun hay formas de demostrar que entre las personas que comparten algo especial, hay también momentos para driblar el peligro y esquivar la enfermedad, pues apenas unas milésimas de segundo unen las almas a través de ambas bocas. Son besos generosos y deliciosamente frágiles que no se acompañan ni de caricias ni de palabras bonitas, que no necesitan de miradas incandescentes ni alteración de la frecuencia cardiaca, aunque luego al rememorarlos el corazón se te hinche y rebose felicidad.
Puede que cada uno vea en este cuadro lo que prefiera ver, eso es lo que tiene el arte, que aunque el artista pintase, esculpiera, compusiera o escribiese buscando transmitir una idea, aquellos que disfrutan de su creación no pueden evitar hacer suyo el momento de contemplación y atribuir a la obra su realidad, su deseo o su mayor ilusión. Yo en este cuadro veo a una pareja que se ama pese a todo, que se quiere pese a todo y que pese a todo, se regala un beso. 
Cuantos besos hemos dejado de darnos en estos años de pandemia, cuantos besos hemos detenido contra nuestra voluntad y cuantos besos se nos han arruinado a través de las mascarillas. Este año que termina me ha regalado dos besos que no olvidaré nunca, un beso excepcionalmente cálido y cargado de promesas que denominé beso del milenio, y un beso generoso y consolador de velocidad del rayo y mínimo contacto al que denominé beso de gorrión.
No todo está perdido.

martes, 21 de diciembre de 2021

Aportar


 Laertes enciende el que cree que será su último cigarrillo y aspira la primera calada con algo de sentimiento de culpa. Va a dejar de fumar, quiere hacerlo, puede hacerlo. Sabe que lo más seguro es que no llegué a la senectud, y que probablemente sepulten su cadaver con un par de agujeros de bala en la frente o en el pecho, pero no va a dejar de fumar por salud. Al fin y al cavo de algo hay que morir, y no será el tabaco el que termine con su vida. Lo va a dejar por ella, aunque ella no se lo ha pedido. Pero sabe que no le gusta que fume.

Es curioso. Mientras consume este último pitillo rubio cargado de recuerdos, viene a su mente la idea de que hasta hace más bien poco, nunca se había detenido a pensar en qué podría hacer para ayudar a una persona a ser feliz. Y es que debido a su profesión, el pensar profundamente en alguien conllevaba estudiar sus rutinas, sus horarios y sus puntos débiles para encontrar el mejor momento en el que terminar con su existencia sin testigos, sin complicaciones y sin dejar huellas, rastros o evidencias.

Dedicar toda su atención a una persona no era más que parte de la preparación del encargo y siempre iba asociado a la muerte. De un tiempo a esta parte no puede evitar pensar continuamente en ella y estos pensamientos son completamente opuestos a los que acostumbraba a dedicar a sus objetivos. Ahora solo piensa en vida, en su vida, en la vida en común, en proyectos de futuro. En todo lo que siempre pensó que le estaba vetado y que pertenecía únicamente a las letras de las canciones de amor, o al argumento de esas espantosas películas que ponen en Antena 3 los domingos después de comer, a esos poemas que  se escriben los adolescentes o la publicidad con la que te machaca El corte Inglés para aumentar las ventas en San Valentín. Pero no. Desde que conoció a esa hermosa y elegante pelirroja de dulces maneras y de ojos cargados de luz, algo cambió en el interior de su pecho y supo que sus días como profesional de la muerte estaban llegando a su fin. 

No ha sido en absoluto un cambio radical. Desde el día en que coincidió con ella en un concierto al que acudió realizando un seguimiento del objetivo al que debía eliminar, y que eliminó de dos certeros disparos en los baños del pabellón donde se celebraba el show, Laertes ha seguido siendo el más eficaz de los asesinos de la ciudad. A aquella víctima cuyos estertores fueron silenciados por las guitarras del grupo que levantó al público entre aplausos, le siguieron media docena más, todas eliminadas de forma impecable e inmisericorde, pero es cierto que a medida que su relación con esta maravillosa mujer fue creciendo, también crecieron en él distintos sentimientos a los que al igual que al amor, no estaba acostumbrado, y le confundían. No solo iba a dejar de fumar, también abandonaría su oficio. Quería aportar a la única mujer que consiguió conquistar su corazón y demostrarle que eso del amor es mucho más que una excusa para vender anillos, flores y cajas de bombones, todo cuanto estuviera en su mano para hacer de la vida un lugar a la altura de todo lo hermoso que había logrado despertar en él, y claro, esto de llenar  los cementerios y las portadas de los periódicos a costa de balazos y de puñaladas en la espalda precisamente hermoso no es que se diga.

El destino parece que le ha dado otra oportunidad, y esta vez va a seguir los neones de la vida que le indican el camino a tomar.

Arroja la colilla al rio desde el puente elegido para deshacerse del vicio, del paquete de tabaco con los restos de su adicción, del viejo y fiable mechero de gasolina, de su Pietro Beretta de 9 mm y de la afilada y eficaz navaja automática. Sonríe mirando al cielo donde luce un sol radiante que le recuerda a sus ojos y traga saliva antes de abandonar el lugar donde supo que un día tendría que venir para ponerle fin a todo. Y para comenzar todo.

jueves, 16 de diciembre de 2021

Obstáculos


 

Manchado era un potro de treinta meses nacido del encuentro entre Alba, una yegua torda de hermosas hechuras, y Pistolero, un poderoso semental, alazán y coqueto, que cubrió a Alba a la luz de la luna tras un rápido galanteo.

La manada vivía en las extensas praderas californianas y la abundancia de pastos y de agua permitía que hasta que llegó el hombre blanco, solo tuviera que preocuparse de los ocasionales ataques de pumas, lobos y otras criaturas con las que compartía territorio. Pero el hombre blanco llegó y con él los lazos, las cercas, los alambres de espino y las sillas de montar.

Pistolero había enseñado a Manchado que, aunque los hombres rojos eran respetuosos con la manada, en ocasiones se llevaban a alguno de los potros o de los adultos a sus poblados para utilizarlos como monturas o como animales de carga, pero sin la tortura de sillas, bocados o espuelas. Y el alambre de espino no delimitaba su nuevo hogar.

Manchado creció libre y feliz y cuando abandonó los cuidados de Alba y se unió a otros potros y sementales para aprender a ser un macho adulto, descubrió la responsabilidad de ser un verdadero miembro de la manada. Aprendió a defender a los más pequeños de los peligros, a emplear sus cascos y su poderoso cuello como armas de defensa y a correr atrayendo hacia a él a los depredadores para alejarlos de los más débiles a sus ataques.

Una soleada mañana de primavera la manada sufrió el ataque del más despiadado y cruel de los depredadores, el hombre blanco. Antes de que pudiesen darse cuenta media docena de aquellos desalmados humanos, cabalgando sobre sus tristes y sumisas monturas otrora nobles hermanos de la pradera, se lanzaron sobre ellos ondeando enormes lazos que al trabar entre las patas de Manchado y de dos de sus compañeros de agitado y desenfrenado galope, consiguieron derribarlos y reducirlos. Después llegó el infierno del látigo y la fusta, el doloroso y aterrador hierro que marcó su ancas y la desesperación del picadero, donde dos de los hombres blancos se turnaban para agotarlos y humillarlos hasta que los prisioneros accedieron a la mayor de las vejaciones y accedieron a la silla de montar y al bocado de castigo con el que si no obedecían las órdenes de mando recibidas a través de las riendas, sufrían la más dolorosa reprimenda en sus quijadas.

Manchado comprendió que la vida presenta obstáculos que hay que aprender a esquivar para no caer sin posibilidad de levantarse. Y al igual que aprendió a vadear los ríos evitando las fuertes corrientes, a correr junto a los árboles sin que las ramas golpeasen su cabeza y a calcular la potencia del salto para no caer por los desfiladeros, decidió esperar su momento para regresar junto a sus padres y al resto de los suyos.

Unas cuantas lunas después de su secuestro, cuando los hombres blancos creían haber doblegado su espíritu por completo y haber hecho de él otra obediente bestia, Manchado puso en práctica el plan que había trazado con la meticulosa precisión que le inspiró su deseo de libertad.

El hombre que lo fue a buscar a la caballeriza, conociendo la nobleza del potro, se confió al ensillarlo con la puerta del corral abierta, y antes de que pudiese apretarle las cinchas, cargó contra él con fuerza derribándolo y despojándose de la silla al ponerse de manos encabritado. No dudó en galopar hacía la puerta abierta y abandonar el vallado recinto. Una vez fuera solo tuvo que sortear los inútiles y torpes intentos de otros de aquellos crueles animales de dos patas que intentaron detener su carrera y galopar hacia las lejanas praderas cuyos pastos lo hicieron crecer fuerte y decidido. No se detuvo hasta que cayó el sol y aunque la espuma de su belfos y lo empapado de sus crines evidenciaban el tremendo esfuerzo empleado en su huida, el fogoso potro despreció el agotamiento y recuperado el resuello comenzó de nuevo el camino de regreso hasta su hogar.

Y es que en la vida a veces las circunstancias nos atrapan y nos retienen apresándonos y doblegándonos, pero si sabemos esperar el momento adecuado y no abandonamos la ilusión, volveremos a galopar libres.

domingo, 12 de diciembre de 2021

Con la cabeza bien alta

Se ajustó con delicadeza y esmero  el nudo de la corbata y antes de pedir a su secretaría que facilitara el acceso a los ejecutivos y abogados que participarían en la importante reunión, echó un vistazo a su imagen en el reflejo de la ventana. Todo bien, una vez más se encontraba impecable y eso para él era muy importante. En el mundo empresarial en el que a diario debía nadar entre voraces escualos, proyectar aspecto de hombre de éxito era algo fundamental, pues por desgracia lo de que una imagen vale más que mil palabras era una gran verdad.

Decidió hacer esperar a los citados en la sala de juntas unos minutos más y se encendió un cigarrillo en su despacho. Fumó con algo de cargo de conciencia pues le había prometido a su entrenador personal que abandonaría aquel dañino vicio y aunque ciertamente estaba reduciendo mucho el consumo, aún necesitaba de esos pitillos de recompensa y de los necesarios para calmar los nervios ante determinadas situaciones. Tampoco había renunciado al que fumaba tras hacer el amor con su chico, que le consentía hacerlo por generosidad emocional, dado que Rubén era un verdadero deportista y jamás había fumado.

Lo conoció en la universidad veinte años antes. Ismael aún no había salido del armario y quedar para estudiar con Ruben era algo habitual, sin otro interés que compartir apuntes y ayudarse mutuamente a resolver dudas. Ambos fueron aprobando los cursos de la carrera alternando la primera y la segunda posición en el ranking de calificaciones. Ismael entonces tenía novia formal, una estudiante de Derecho de buena familia y con un prometedor futuro en el bufete de su padre. Si bien es cierto que él disfrutaba mucho más cuando quedaba con Rubén para estudiar que cuando salía con Marta a cenar o a tomar unas copas, hasta que no se matriculó junto a su atractivo amigo en el más prestigioso Master de dirección de empresas, no comenzó a plantearse su sexualidad. Rubén dedicaba sus horas de ocio a modelar su escultural cuerpo y jamás le había conocido novia, ni novio alguno. Simplemente parecía que entre los estudios y el ejercicio su vida ya estaba suficientemente llena, y no necesitaba nada ni a nadie más que pudiera distraerlo de su cometido. 

Todo sucedió la noche previa a uno de los exámenes más difíciles del segundo año del Master. Una noche de café a espuertas, de complicados ejercicios prácticos de balances y cuentas, y de calor, pues estaba terminando un tórrido mes de junio en Madrid y el apartamento donde vivía Rubén situado en una buhardilla en las cercanías de la calle Princesa carecía de aire acondicionado por lo que el pequeño ventilador de sobre mesa apenas refrescaba el ambiente. Rubén se despojó de la camiseta y una cosa llevó a la otra. Tras un primer beso confuso y tímido, Ismael se dejó llevar por el torrente de sensaciones que le despertaba su amigo y enfrentándose a su educación tradicional católica y a los prejuicios asimilados durante su vida, que dotaban a las relaciones homosexuales de todo tipo de despectivos calificativos y de un acceso directo a los dominios de Belcebú en la prometida vida futura, no supo contener su pasión y el amanecer los sorprendió desnudos y abrazados en el sofá del minúsculo saloncito. Aprobaron el examen y cuando hizo pública la lista de calificaciones finales del Master otorgando a la feliz pareja matrícula de honor, Ismael telefoneó a Marta para contarle los resultados y que había encontrado al verdadero amor de su vida y los dos premiados estudiantes aprovecharon para hacer pública su relación.

La familia de Ismael pasó el trago a duras penas y aunque toleraron en sociedad la recién descubierta condición del que fue a ojos de todos el mejor de sus hijos, no se privaron de juzgarlo en un tribunal familiar que lo condenó al desprecio y el ostracismo.

Ismael no tardó en encontrar un buen trabajo en una multinacional de esas consideradas como empresas sin alma, que no dudaban en embargar su piso a una adorable ancianita ni en cerrar la fábrica de un esforzado pero desafortunado empresario. que a costa de mucho esfuerzo había conseguido emplear a los cientos de trabajadores que pasarían junto a él a engrosar las listas del paro.

La vida no es fácil, la vida no es amable y desde que Ismael decidió no ocultar su verdadera sexualidad lo sabía mejor que nadie. Pero haber reunido el valor suficiente para enfrentar a la hipócrita sociedad que aplaudía en público su coraje. y lo tildaba de despojo humano en privado, lo había ayudado a discernir entre la moral y la practicidad y tardó muy poco en convertirse en el más eficaz y meritorio de los ejecutivos de la delegación de su empresa en España.

Apagó el pitillo en el cenicero absorbe humos de su mesa, extrajo un caramelo de menta del oportuno paquete que llevaba en el bolsillo interior de su traje de Vitorio&Lucchino y le pidió a su secretaria que anunciase el comienzo de la reunión.

Espero un  minuto a que los asistentes ocupasen sus puestos en la enorme mesa de reuniones y. jugando con la puesta en escena, hizo su aparición al mismo tiempo que se apagaban las luces y en la pantalla gigante colocada en la pared principal de la sala, comenzaba la proyección del video donde su empresa detallaba la adquisición y remodelación de gran parte de los edificios del madrileño barrio de Chueca. Mediante una multimillonaria operación hostil en la que cerrarían un buen número de los negocios existentes y. solo facilitarían el acceso comercial a las empresas cuyas actividades pasaran su criba moral, lo despojarían de su conocida fama de barrio de ambiente con locales destinados al ocio gay y lo convertirían en la zona residencial más exclusiva destinada a familias de triunfadores de la clase media, elegantes matrimonios con niños que encontrarían en la zona colegios de élite, guarderías bilingües, ludotecas, modernas iglesias donde recibir catequesis para la primera comunión, y todo tipo de atracciones para  favorecer el gasto y la inversión de las familias acomodadas.

"Come o serás comido", pensó Ismael mientras finalizaba el video comercial, al fundir en negro la imagen de un matrimonio jugando con tres adorables mellizos en un parque infantil abarrotado de niños y elegantes baby sitters que vigilaban sus juegos.


 

jueves, 9 de diciembre de 2021

El porqué de esta pasión.


 Siempre he dicho que escribir es para mi una necesaria catarsis emocional. Y es una gran verdad.

Poder sacarte los sentimientos fuera y convertirlos en relatos, páginas de una novela, cuentos e incluso versos es una bendición, por eso cuando lo que me saco de dentro son ángeles y no demonios, las letras flotan sobre la pantalla del ordenador aleteando juguetonas y desplazándose alegres de un lado a otro hasta que ocupan su posición y conforman las palabras más amables y esperanzadoras. 

Sin embargo a veces, como canta Miguel Campello en el tema que encabeza esta entrada, "mancho las hojas con letras sin sentido, letras de lástima y pena, letras de olvido". En esos momentos, en los de tristeza, angustia o miedo, la catarsis es mucho más poderosa y violenta, porque aún siendo una terapia eficaz y reponedora escribir llega a dolerme y cuando termino el texto de desahogo al que me entrego, estoy cansado y me siento débil. 

Como escribió Saramago al hablar del paso de la correspondencia epistolar a la mantenida mediante correos electrónicos, "las lágrimas no podrán borrar las letras de un email", y es cierto. Desde hace unos años ya no he tenido que tirar a la papelera folios emborronados a base de tinta y lágrimas, ahora incluso los más tristes y los que más me han dolido al sacármelos de dentro sobreviven a la implosión de emociones que me revienta el alma. Puede que desde que escribo en el ordenador en vez de en cuartillas, si lloro mientras escribo todo quede en nada, en mejillas húmedas y suspiros, en hipo y en sensación de vacío, pero ya está, no hay que lamentar pérdidas materiales ni otros daños colaterales.

Quizás es por eso que compré un cuaderno para ella y en él escribo los relatos, los poemas y los textos que considero que no le interesan a nadie más ya que ella es la única lectora para los que los escribo. Puede que en alguna ocasión escriba en ese cuaderno alguno con pequeños borrones producidos por una lágrima inoportuna, pero no me avergonzará entregarle un día esta colección de textos inspirados por ella y cargados hasta el extremo de la más absoluta sinceridad.

Llevo una temporada alternando relatos nacidos de mi estrecha relación con la novela negra como escritor y como lector, con relatos y textos muy románticos nacidos de mi estrecha relación con sus ojos del color del sol. En los primeros, que utilizo como campo de pruebas para mis personajes o para situaciones de las distintas tramas de mis libros, pruebo a convertir en literarios los crímenes que me hubiera gustado cometer y los puñetazos que no llegué a pegar a aquellos que los merecieron. Y es una buena catarsis emocional pues mis demonios se apoderan del teclado y golpean, torturan y asesinan a aquellas personas que con otros nombres y otras realidades me han hecho daño en este plano en el que no me cubro con la armadura que protege al autor. Cuando es el miedo el que escribe por mi, llego a abrir las puertas de todos los armarios de mi alma y a mirar debajo de todas las camas de mi inconsciente y al convertir lo que veo en historias que puedo manipular, nada esta oscuro, nada me asusta y cuando termino de escribir no necesito más luz que la que aportan a mi vida la razón y la esperanza.

La angustia es algo tan humano como la alegría o la ilusión, y si bien es cierto que cuando me siento muy angustiado por circunstancias o experiencias demoledoras de mi día a día al sentarme al ordenador lo hago temeroso del resultado, ya sabéis que en mi credo personal rendirme nunca es una opción y, prefiero sacarme de dentro este sentimiento tan peligroso y tan dañino y me obligo a alejarlo de mi dando rienda suelta a la imaginación y  convirtiéndolo en energía positiva.

Mis textos románticos son quizás los más sinceros de cuantos escribo, porque en ellos me desnudo emocionalmente por completo y procuro ser fiel a lo que me dicta el corazón y a lo que me inspira ese sentimiento tan intenso que me alborota, a veces me confunde, pero siempre me colma. Y cuando escribo lo que cierta persona de nombre bifronte me regala con sus besos o sus caricias, al finalizar y leer lo escrito me emociono porque de alguna manera la leo a ella y solo la veo a ella. Y por supuesto me reafirmo en que del desamor nacen los textos más hermosos, por lo que prefiero que todos los que llegue a escribir durante el resto de mi vida no pasen de agradables o bonitos, no quiero que su rechazo o su abandono me llegue a inspirar lo suficiente para convertir la muerte de mi corazón en uno de esos hermosísimos textos.

Escribir es una suerte y un completísimo tratamiento para diversos males del ser humano. Al escribir estás obligando a esforzarse al cerebro y ejercitando neuronas y conexiones neuronales, estás limpiando el alma con una catarsis de lo más provechosa y estás trabajando concentración, introspección, atención y dedicación.

Por eso el día que me nombren presidente del gobierno uniré los ministerios de Cultura, Educación y Sanidad, para diseñar una medicación multifuncional a base de libros, folios en blanco y bolígrafos, o en su defecto de ordenadores personales y e-books. 


lunes, 6 de diciembre de 2021

La duda


 Siempre agradeceré el ser capaz de poder expresarme por escrito, de poder darle forma con palabras a lo que pienso, a lo que siento, a lo que me bulle en el cerebro, me late en el interior del pecho y me desborda el alma condicionando mi existencia. Siempre trataré de mejorar al sentarme ante un folio o ante el teclado de un ordenador. Pero aún me queda mucho por aprender.

Tengo a mi disposición multitud de recursos literarios, un buen número de puntos de apoyo en el verso y la prosa de autores de todos los siglos y la perfecta inspiración de cierta musa de ojos del color del sol que alimenta mi creatividad, mi vida, mi ilusión y mi esperanza en un mañana feliz lleno de folios en blanco para llenarlos con las metáforas que nacen de sus besos y de su mirada. Pero aún debo esforzarme en hilvanar correctamente las letras para tejer ese texto que cuando esté terminado hará justicia a lo que despierta en mi corazón y sabrá expresar de forma real, clara y sincera ese sentimiento al que siempre he querido cantar, pero no pasé de un ridículo tarareo.

Llevo mucho tiempo escribiendo, mucho. En ocasiones ser tan prolífico es contraproducente, pues si uno lo prolífico a lo confuso y lo desacertado de mis emociones en el pasado, me doy cuenta de que en muchos textos que escribí durante los años más difíciles no acerté al explicar el catálogo de sentimientos que trataba de exponer a mis lectores. Pero aunque sigo errando en la forma ya estoy seguro de acertar en el fondo. 

En ocasiones cuando finalice un texto creyendo haber sido capaz de regalarle párrafos escritos por y para ella no me habré dado cuenta de haber suscitado una duda al excederme en los recursos. Con cada empírica declaración de amor por escrito estaré acercándome al texto ansiado. Ensayo error para llegar hasta ella, para lograr acariciarle el alma a kilómetros de distancia. La distancia. Esa distancia que al escribir disfrazo de social, de física, de impuesta, de obligada. Esa distancia que en la discreción de un texto que tan solo era un canto a sus labios y a mi nostalgia de ellos, sirvió para ratificarme que aún estoy lejos de lo que persigo como escritor.

Puede que llegue el día en el que consiga acompañar su desvelo en las noches más difíciles y que al releer las páginas que crearé para que se sienta feliz en negro sobre blanco, consiga dormir tranquila y segura, con la sonrisa en esos labios que me han vuelto loco, y liberada de las angustias y los problemas que han interrumpido su descanso. Y si consigo hacerlo, podré decir satisfecho que al fin soy el escritor que siempre he querido ser. Porque ahora sé que la literatura en mi tiene un único sentido, y no es otro que devolver a mi musa parte de lo recibido y aportarle lo necesario para que sus ojos siempre brillen y regalen vida pese a que las sombras del mundo pretendan adueñarse de lugares donde no han sido invitadas.

Y ya sabéis. En mi credo personal rendirse nunca es una opción y creo que ya he demostrado que no estoy dispuesto a tirar la toalla, ni a arrodillarme implorando clemencia. Prefiero equivocarme mil veces y morir en el intento antes de abandonar el deseo de ofrecerle lo que merece.

Y esta es la llama eterna que arderá en mi alma y se alimentará del oxígeno que me regaló al acariciarme y besarme por primera vez. En aquella ocasión estuve a punto de perder el sentido y ahora sé que lejos de perderlo, encontré el sentido a todo. 

domingo, 5 de diciembre de 2021

¿Distancia social?




 Se puede acompañar de cualquier adjetivo, pero la distancia siempre será distancia y todo lo que me separe de ella merecerá cuando menos mi desprecio y mi repulsa.

Llegar hasta sus labios sorteando los obstáculos más peligrosos que el destino juguetón quiso añadir al camino, ya fue de por si bastante complicado, pero soy peleón y en mi credo personal rendirse nunca es una opción, por lo que a base de esfuerzo y de ilusión conseguí hacerme con ese fabuloso premio de su boca.
Al probar el nectar que guarda en la bodega de su sonrisa descubrí que mi vida ya tenía sentido, y al hacerlo me volví irremediablemente adicto a sus besos. Y sé que no habrá tratamiento ni terapia que me pueda desenganchar de ella porque soy el más feliz de los yonkis, y cada vez que me besa me santiguo agradeciendo a Dios el haberme permitido disfrutar de una nueva dosis.
Pero los hados siempre encuentran la manera de enloquecer y desesperar a los mortales, y al ver que yo había sido capaz de esquivar sus trucos y de superar las dificultades, se inventaron una nueva estratagema y la disfrazaron de virus extremadamente contagioso del que solo escaparíamos al evitar cualquier tipo de contacto estrecho, y al respetar lo conocido como distancia social. Lo que no saben es que no me importa lo más mínimo contraer el mal que pueda matarme, porque vivir sin saborear sus labios y sin sentir sus caricias es ya  la peor y más dolorosa de las muertes, y que además, me consta que nada malo vendrá de ella y que nunca encontraré en sus besos algo que pueda perjudicarme, pues aunque en el pasado hubo otras bocas cargadas de engaño, de mentira, de veneno y de traición, la suya solo alberga verdad, sentimientos hermosos y placer, y no voy a renunciar a ella, aunque se me amenace con la muerte. Morir es permanecer a distancia de lo que más me gusta y lo que más necesito. De lo único que me permite abrir los ojos cada mañana, respirar y desear seguir vivo. Morir es pretender subsistir sin besarla. Agonizar es la distancia, la distancia de ella. Querido destino, por favor, entiéndelo y no te lo tomes como algo personal, pero si me privas de sus besos me estarás forzando a renunciar a tu juego y a maldecirte por siempre. Volveré una vida tras otra para reivindicar mi derecho a amarla y a ser amado. Resurgiré de mis cenizas para intentar conquistarla y llegar de nuevo a su boca. y sobornaré a Caronte para que me cruce la laguna Estigia una eternidad tras otra escondido en su barca y así poder  besar cada día por última vez a la mujer más bonita a la que he besado nunca. Y moriré dichoso para resucitar al momento, y volver a besarla para morir dichoso y resucitar al momento, y volver a besarla. Y volver a besarla y a morir y a resucitar y volver a besarla.
Porque si no la beso no tengo nada, no quiero nada, no me sirve nada, no espero nada y nada me hará feliz...tan solo su recuerdo.

miércoles, 1 de diciembre de 2021

Jugando con palabras


 A veces la más bella esgrimista dialéctica se divierte jugando con las palabras y de uno de sus lúcidos y acertados momentos de diversión, surgió este relato, al darle una vuelta al título de una de mis novelas que en breve abandonará su lugar en el baúl de las novelas inconclusas. Espero que os guste. Que le guste. De su inspiración nacen los pasajes más hermosos.

           El banco de las almas errantes

Los niños de la pequeña capital de provincia se aseguran siempre de que sus juegos terminen antes de la caída del sol y de esa manera poder abandonar el más conocido parque de la ciudad sin aventurarse a un encuentro que podría helarles la sangre. Una vez se han cerrado las puertas de acceso, la ciudadanía abandona allí a su suerte a patos, cisnes, ardillas y pavos reales. Los animales no temen encontrarse con presencias del más allá y agradecen que la leyenda del banco de las almas errantes se haya extendido entre la población librándolos de esa forma de la moleta presencia humana durante al menos las noches.

Iker Jimenez y el equipo de su programa rodó allí un capítulo que batió records de audiencia y desde la noche de su proyección la policía municipal vallisoletana ha tenido que intervenir en numerosas ocasiones para desalojar del "Campo Grande" a intrépidos cazadores de fantasmas, exorcistas de andar por casa y buscadores de adrenalina a cualquier precio.

Según los ancianos del lugar, en  junio de 1936 un cadete de la Academia de Caballería se enamoró de una hermosa pelirroja que acudía al parque vecino al castrense edificio para pasear junto a su perrita cocker y charlar con algunas madres que pasaban allí la tarde vigilando los juegos de sus criaturas. Al principio coincidieron en momentos puntuales y aunque ambos se percataron de inmediato que el destino había decidido cruzarlos por una poderosa razón, intentaron evitar pasar de los educados y formales saludos. Pero el amor es poderoso y una tarde los astros se alinearon y durante un concierto de la banda de música municipal en la Pérgola del parque, él se armó de valor y se aceró a invitarla a bailar. Bailaron un vals manteniendo la distancia de seguridad entre sus cuerpos, pero al mirarse fijamente a los ojos durante los compases finales de la pieza, de alguna manera sellaron un acuerdo de mutua adoración para el resto de sus días.

Acostumbraban a citarse en un pequeño banco de piedra junto al estanque abarrotado de patos y cisnes donde el barquero de la villa paseaba en su elegante barcaza a los niños de las familias pudientes a cambio de unas monedas. Durante esos encuentros cada dos días siempre que él estuviese libre de servicio o no fuera arrestado con cualquier excusa de un superior, ambos se miraban a los ojos, se acariciaban y se besaban con cuanta contención y discreción les permitía su amor y hacían planes de futuro. Él quería terminar su formación, recoger su despacho de oficial y poder ofrecerle a ella una vida digna, pero ella, mujer adelantada a su tiempo, instruida culta y con aspiraciones, ya se había ocupado de labrarse un prometedor porvenir como experta en arte para una importante galería y no necesitaba nada de él más que a él. El tímido y rubio alférez de caballería  había conseguido acariciarle el alma y con eso era suficiente. Él era suficiente.

En Julio estalló la guerra más desoladora que puede afectar a un país, una fratricida guerra civil y los alumnos de la academia fueron movilizados por el bando nacional.

Antes de ser enviado al frente junto a su regimiento, pudieron encontrarse por última vez en el banco donde se prometieron que pasara lo que pasara, sus almas siempre estarían juntas. Y después de un abrazo largo, cálido, inmensamente tierno y muy sincero, se besaron en los labios sin saber que nunca volverían a hacerlo.

Poco más de un año después ella recibió la noticia de que su amado había caído en combate durante una carga a caballo a las afueras de Toledo y presa del dolor acudió al banco de sus citas  a tratar de exprimir los más bellos recuerdos junto a él. Pero él ya no llegaría nunca a la hora convenida.

La hermosa pelirroja de ojos del color del sol siguió acudiendo fiel a su banco dos veces por semana durante el resto de su larga vida llena de éxitos profesionales y personales, y cada vez que abandonaba el banco de los románticos encuentros con el único hombre al que amó de verdad, dejaba allí una flor, un diente de león que le recordaba la aparentemente  imposible fuerza y decisión del rubio oficial de caballería. 

Ella falleció a principios del siglo XXI y desde el día de su fallecimiento, primero el barquillero del parque, después el hijo del primitivo barquero que había dejado la plaza de marino de agua dulce a su linaje y después los empleados municipales de jardinería y del servicio de limpieza, comenzaron a relatar hechos asombrosos y fantasmagóricos.

La presencia de dos figuras humanas abrazándose junto a un banco del parque era habitual dos veces por semana al caer el sol y algunos que pudieron presenciar las apariciones llegaron a contar a quienes quisieron escucharlos que incluso habían oído la voz de un hombre que de forma amartelada decía, "solo sé una cosa, te voy a querer el resto de mis vidas".