Sus hermanas Ginger y Bamby dormían enroscadas a las piernas de Pablo, su humano de compañía. Whisky siempre fue más noctámbula y al escuchar a Almu (la humana líder de la manada) levantarse a beber agua, ella fue detrás.
Hace una noche preciosa. Whisky se encarama al rascador, colocado para su deleite y solaz regocijo junto a la ventana y a través de esta puede ver un impresionante luna llena que lo ilumina todo y que influye en las mareas de océanos y mares y en la conciencia y en la voluntad de los humanos. También en la voluntad de los gatos.
A su cabeza llega de inmediato el recuerdo de Gatete, aquel adorable y atractivo felino que vivía con un humano muy particular a escasos doscientos metros de su casa. Sus humanos de compañía nunca llegaron a saberlo, pero Gatete y ella vivieron una apasionante historia de amor y en noches como la de hoy, Gatete solía venir a visitarla y tirando de la ironía y el atrevimiento adquiridos de los años compartidos con su humano, acostumbraba a decirle: "Nada me haría más feliz que disfrutar de este whisky a la luz de la luna".
A Gatete lo mató la vida hace unos meses. La inesperada, desgraciada e inoportuna rotura de columna al menos lo libró de asistir a una pandemia global que obligó a los humanos a quedarse en casa y a salir con bozal. El miedo se adueño de esa especie que se obceca en creerse y denominarse superior al resto, y que sigue destruyendo su ecosistema y aniquilando manadas con cualquier pretexto a lo largo y ancho del mundo, con el único fin de quedarse con su alimento.
Whisky sabe que hay individuos de la especie humana que son diferentes. Pablo y Almu, al igual que Juan, el humano de compañía del difunto Gatete, son de los que saben que pese a lo que digan algunos, el ser humano es el virus más peligroso del planeta.
Aquellas noches de luna llena, vasos de escocés con hielo y ronroneos junto a aquel minino encantador ya forman parte del pasado. Pero Whisky no pierde la esperanza y hoy, al contemplar la luna, sabe que volverán los días de vino y rosas.
Almu vuelve a la cama y al verla contemplando la luna llena se acerca hasta ella, le acaricia el lomo con cariño, la toma en brazos y amorosamente la acuesta junto a Ginger y Bamby, quien al notar la incorporación de Whisky se despereza y se estira maullando perezosa.
Mañana saldrá el sol y Almu y Pablo volverán a levantar la persiana del establecimiento donde además de repartir felicidad en forma de bebidas y viandas, permiten y celebran la presencia de peludos de diferentes especies, y un día más, las tres gatas compartirán juegos, conversaciones y caricias.
El influjo de la luna llena a veces permite vislumbrar la esperanza a través de la noche.
A veces me quedo callado observándote y disfrutando de tu presencia. Al percatarte de ello te pones un poco nerviosa y en seguida preguntas si pasa algo. No. No pasa nada. Simplemente no soy capaz de despojarme de esta ridícula timidez, de este miedo infantil que me obliga a permanecer callado y de estos absurdos reparos que me condicionan desde niño, y me impiden decirte que eres absolutamente maravillosa, y que soy el hombre más afortunado del mundo por compartir el aire que respiras, por besar los labios con los que me dices que me quieres y por sentir tu calor y el roce de tu piel en la cama.
Pertenezco a una generación que se educó en la estupidez de que demostrar públicamente los sentimientos era cosa de mujeres, de afeminados y de débiles. No soy ninguna de las tres cosas, pero haber llegado a la madurez rodeado de tanto prejuicio, condiciona mi natural instinto de elegir las palabras adecuadas con las que tratar de hacerte saber que simplemente al mirarte, acepto y comprendo que debe de existir un Dios para haberle dado vida a una criatura tan deliciosa y completa. Y no consigo que ni una de esas palabras abandone mi boca, por lo que debo conformarme con pensarlo, con saborearlo y con darle forma por escrito, para que un día si te apetece, lo leas.
Entiendo que no termines de asumir que soy incapaz de dejarlo salir de viva voz. No creas que es un problema de falta de confianza o de comunicación entre nosotros, ambas cosas son fantásticas y sumadas al mutuo respeto, a la ilusión y a la atracción, han hecho que esta relación crezca; que la semilla del amor que sembramos florezca y de los mejores frutos y, que pese a lo difícil de las circunstancias, hayamos conseguido devolvernos la fe en el ser humano.
Plasmar esto en negro sobre blanco es parte de la necesaria catarsis emocional que me lleva a escribir novelas en las que abundan asesinos y criminales a los que quitar de en medio con la munición adecuada, y relatos en los que el héroe baja al inframundo, charla con Caronte y navega por la laguna Estigia decidido a enfrentar sus miedos.
No busco la complicidad de los lectores, el apoyo de seguidores, la aprobación de los críticos ni el aplauso de aquellos que vivan o sientan algo parecido. No pretendo que te contentes con hacerlo público, porque nadie sabrá por mi quien eres, a que dedicas tu tiempo libre ni en que lugar me enamoré de ti. Solo pretendo decirte que te quiero, que eres lo más hermoso que hay en mi vida y que me siento realmente feliz a tu lado, sin levantar la voz ni hacer el menor ruido.
No cuidamos las palabras, no medimos las miradas ni sujetamos los reproches. Evitamos las caricias y renunciamos a los besos. Y eso es lo que nos ha traído hoy aquí.
Hace frio, el hielo se ha trasladado desde nuestros dolidos corazones a un paisaje que vuelve gélidas las disculpas y los cisnes intentan entrar en calor nadando incansables en esa piscina natural llena de muertes y de desgracias arrojadas desde los puentes que es el Pisuerga a su paso por Valladolid.
Pensé que apenas debería navegar para regresar hasta aquello que nos hizo creer en el amor verdadero, en eso del lo que hablan los rapsodas, pero he tenido que cruzar océanos de tiempo y la travesía me ha dejado exhausto.
Te quiero. No hace falta que me lo preguntes. Te sigo queriendo y confío, espero y deseo que tú me quieras a mí.
Han sido semanas muy difíciles. Hemos tenido que enfrentarnos a demasiados enemigos. Hemos tenido que combatir un virus asesino, rechazar los embistes de la miseria y afrontar las brutales cargas de la incertidumbre más feroz. Pero nos creíamos tan fuertes que en ningún momento nos paramos a pensar que debíamos cerrar filas y pelear espalda con espalda sin bajar ni un segundo la guardia. Permitimos que la cama perdiera su calor y se convirtiera en un lugar de descanso donde arrojarnos agotados al terminar la jornada y olvidamos que no hace mucho era nuestro santuario particular, nuestra pista de baile y nuestro altar de sacrificios.
Quiero escucharte cantar junto a mi. Quiero sentir tu canción muy dentro de mi pecho y quiero volver a hacerte los coros. Quiero que perdones mis continuos errores, quiero que admitas que me asustaron las circunstancias y quiero que comprendas que el temor al ver los arrecifes me llevó a abandonar el timón y a arrojarme al agua tratando de sobrevivir al oleaje,
Podemos arreglarlo. El amor no es mirarse embobados a los ojos, el amor es que ambos miremos en la misma dirección. Mira junto a mi, enfoca el futuro conmigo y acepta mis disculpas.
Yo omitiré los recuerdos en los que apenas te reconozco, olvidaré que apostataste de lo nuestro y me arrancaré uno a uno los dardos afilados con los que me atravesaste el alma para arrojarlos a la hoguera donde aún perduran las ascuas de nuestra pasión.
Los océanos de tiempo no son más que los ríos que van a dar a la mar, que es vivir sin ti, o lo que es lo mismo, morir,
Ven. Canta conmigo, coge mis manos, convénceme de que no ha pasado nada y de que mañana volverá a salir el sol.
Un soldado con uniforme del cuerpo de artillería se acerca hasta la posición y me pregunta en algo parecido a mi idioma si necesito municionar o si aún tengo suficiente munición. Reviso los bolsillos del chaleco y al encontrar tres cargadores completos declino su ofrecimiento y le pido que continúe preguntando a los compañeros de trinchera.
Los del ejército regular no suelen ser demasiado amables con nosotros, los brigadistas. Al parecer agradecen la iniciativa de haber venido desde muy lejos para ayudarlos en la lucha por la democracia, pero de alguna manera les toca los cojones que nuestros mandos quieran tomar decisiones y se opongan a utilizarnos como carne de cañón, como esas ovejas que sin rechistar son enviadas al matadero.
Las brigadas internacionales solemos ser punta de lanza en todas las ofensivas, defender las posiciones más difíciles de defender y atacar las inexpugnables en las que las pilas de cadáveres caídos en la ofensiva sirven de parapeto a la siguiente oleada de voluntarios enviada para conquistar el emplazamiento. Desde que llegué a esta tierra y me incorporé a la brigada ya he visto caer a demasiados compañeros y sé que en cualquier momento, con suerte una mano amiga me cerrará los ojos y recogerá mi identificación para entregarla al suboficial encargado del recuento de bajas. En mi pueblo seré considerado un héroe y un valiente, pero eso es porque no han visto como me he meado encima al escuchar los alaridos de las hordas de decididos y encarnizados enemigos cargar contra nosotros.
La ciudad es bonita, mucho más bonita de lo que había visto en las fotos de los libros o en el cine. Por supuesto me hubiera encantado descubrirla con mi mujer y en tiempos de paz, cuando las calles estaban llenas de personas dirigiéndose al trabajo o a los bares, restaurantes, teatros y cines. Y con los plazas y los parques abarrotados de niños jugando sin miedo a la explosión de un obús o a las balas perdidas. Pero el mundo se estremeció con el caos creado por la insurrección de civiles y militares descontentos con los últimos resultados electorales y desde muchos países se levantó la voz, alarmados con las cifras de muertos y represaliados por ambos bandos en lo que degeneró en una guerra fratricida.
Decenas de miles de hombres y mujeres habían caído ya enarbolando la misma bandera y gimiendo y llamando a sus madres en el mismo idioma.
Enfrascado en mis pensamientos apenas me doy cuenta de que el enemigo avanza, y solo salgo de mi ensimismamiento al notar como una bala impacta en el saco terrero donde trato de parapetarme y responder al fuego. Al accionar el cerrojo de mi fusil de precisión, una bala del cargador se aloja en la recámara y tras fijar el objetivo con la mira telescópica y asegurarme de que será un buen disparo , contengo la respiración durante un segundo y aprieto el gatillo.
La bala da en el blanco y el extraño personaje ataviado con un penacho de guerra, típico de nativo americano, y con el rostro pintado con las barras y estrellas, se lleva las manos al corazón y se desploma sobre las escaleras de El capitolio.
Puede que reconquistemos el edificio y logremos hacer retroceder al enemigo al ver como el símbolo de su revolución vuelve a estar en manos de los amantes de la democracia. Una vez que la facción republicana se avenga a parlamentar y se firme el alto el fuego, podré regresar a España, a intentar que nuestra clase política aprenda de lo sucedido aquí y contenga a los más exaltados para evitar que la democracia conseguida con tanto sacrificio, no se quede en un intento de convivencia torpedeado por nostálgicos de un pasado convulso y por supuestos progresistas que ya están dejando ver lo negro y falso de sus corazones y lo imposible de sus promesas electorales.
La guerra se alimenta de guerra y crece en campos abonados por la mentira, la miseria y el descontento popular. La guerra es esa maldición que afecta por igual al que maldice y al maldito.
Sinceramente me encantaría volver a ver mi tierra llena de extranjeros, pero dejándose la pasta en restaurantes y chiringuitos, emborrachándose en las fiestas populares y tratando de seducir a las chicas del pueblo; no pasando a cuchillo a mis paisanos, ni muriendo junto a la tapia del cementerio de la villa.
Una granada de mano hace explosión a escasos metros de mi posición esparciendo peligrosa metralla entre mis compañeros y yo. Una esquirla de mármol me atraviesa el pecho y se aloja junto a mi corazón. Creo que estoy listo de papeles. Se acabó.
Espero que me entierren en los campos de Castilla.
Es domingo, hace frio ahí fuera, los caminantes blancos acechan detrás de cada esquina y me he dejado la daga de obsidiana en el hotel donde me refugié la noche previa a la presentación de mi último libro. Porque cada vez que presento un libro, la noche anterior tengo que dormir fuera de casa y suelo olvidar lo más importante en habitaciones individuales con baño propio y el desayuno incluido. Ya es una tradición y eso me ayuda a sentirme escritor. Ya ves...que gilipollas.
Hoy me ha dado por hacer un breve repaso de mi vida, de mis sueños, de los conseguidos y de los que se quedaron en el camino. Que son la inmensa mayoría.
Y soy lo más parecido al hombre feliz que creo que puedo llegar a ser. Sobre todo cuando mis seres queridos piensan que ya tengo bastante con seguir aquí y que debería estar agradecido. Y lo estoy, pero me niego a pensar que ya está. Porque no, no está.
Siendo un niño soñaba con ser escritor. Pensaba que escribir libros y que la gente me leyera y me entendiera, me haría muy feliz porque yo era feliz leyendo. Y en parte he cumplido mi sueño. He publicado libros y la gente me lee, pero algo me dice que un alto porcentaje de los lectores no me entienden. Que coño...creo que no me entiendo ni yo.
Me he empeñado en llenar mi vida de otras vidas. He leído muchas vidas en libros de todos los géneros y he escrito un montón de ellas inspiradas en mi realidad y en mis deseos, pero no consigo sacarle a la mía todo el jugo. Vivo. Contra todo pronóstico sigo vivo, pero no sé si estoy viviendo bien. No sé si lo hago bien. no sé si se puede hacer mejor o si se debe hacer mejor. Y no sé si debo vivir agradeciendo constantemente la oportunidad y volviendo al momento del reseteo vital una y otra vez. Me cansa, me aburre, me termina por cabrear y a veces me despierto llorando.
Cuando era pequeño soñaba con ser el héroe que rescataba a la chica, que acababa con los malos y que con el cigarrillo en la comisura de los labios, le guiñaba un ojo a la cámara mientras fundía en negro. Y en parte lo conseguí. Le guiñé un ojo a la cámara sonriendo mientras fundía en negro y la música llenó la sala ahogando los aplausos, pero ni terminé con los malos ni rescaté a la chica. Ni mucho menos fui un héroe, solo un tipo con suerte. La chica me ha rescatado a mi. Después de haber sucumbido a los encantos de diversos súcubos lujuriosos y de haber caído en las garras de alguna arpía vestida de terciopelo negro, al fin llegó la que tenía que rescatarme. Lo hizo al optar por ignorar mis miserias, mis rarezas y mis muchísimos defectos. Y por perdonar mis continuos errores y aceptar mis besos de disculpa y mis caricias de promesa. Me rescató al ser sincera al decirme que me quería y al enseñarme que decirlo si se siente es algo liberador y reconfortante.
Escribo y leo. Leo y escribo. Vivo tanto en negro sobre blanco, tanto, que cuando me decido a saborear unos bocados de la vida real a veces busco el índice, las notas del autor y la eterna fe de erratas que debería ser visible a pie de página, de cada página, para ayudarme a entender la puta realidad que me ha tocado en suerte.
Me desespero intentando escribir el texto perfecto y el poema perfecto, pero creo que para llegar a eso primero he de abandonar el disfraz de artista prometedor y desnudarme por completo, despojándome de este ego que siempre me queda demasiado grande y algo ridículo, aunque me coja los bajos y me remangue por encima del codo. Cuando saque del armario mi abandonado traje de aspirante a ser alguien, lo planche, le quite las manchas con cebraline moral y me atreva a ponérmelo y a salir a la calle con él, puede que sea capaz de hilvanar adecuadamente las palabras para coser versos y bordar párrafos con acierto.
No sé si voy a ser capaz de cumplir mis deseos más ocultos. No sé si voy a ser capaz de alcanzar mis objetivos, de llegar a la meta y de colocar mi bandera en lo alto del promontorio. No sé si podré silbar We are the chanpions desde el borde del acantilado sin perder el equilibrio y volver a estrellarme contra las rocas. No sé si aguantaré el fuego enemigo y conseguiré calar la bayoneta y saltar de la trinchera cuando las bengalas iluminen el cielo en la noche más larga y más oscura.
Hace cuarenta y seis primaveras que salí a escena llorando y sonriendo a la vez. Hace cuarenta y seis primaveras que comenzó la turné, y mucho me temo que ya no lleno salas, que el público comienza a aburrirse y que la clac se ha cansado de aplaudir mis ocurrencias.
Realmente me asusta no saber quien soy, pero lo que más miedo me da es no saber lo que quiero. Creo que ese es el verdadero problema, ya que la respuesta solo está dentro de mi y, dentro de mi hay cosas que no quisiera volver a ver al bajar al sótano de mi alma y revolver entre los baúles de mi conciencia.
Pero me niego a sucumbir al desaliento. Soy peleón y rendirse nunca es una opción, así que cogeré a mi chica por la cintura, me armaré de valor y le pediré que me preste un par de cargadores del calibre de mi pluma y devolveré el fuego con metáforas, alegorías y algún hipérbaton. Arrojaré granadas de onomatopeya y llenaré de versos de arte mayor la bandera blanca que desesperado me pregunto si debe izarse ya, de tal forma que nunca pueda enarbolarse en señal de rendición.
Hala...a vivir, que son dos días. A ver si empiezo a hacerlo mejor y consigo convencerme de que realmente ha merecido la pena. A ver si consigo dejar de defraudar a la gente que quiero. Y dejar de defraudarme, que es algo muy doloroso.
Laertes sabe que perfectamente podría morir mañana. Incluso esta misma noche. Mañana es un futuro distante e incierto en su vida y dada su profesión, cada noche al acostarse bien solo o bien acompañado, le da gracias a Dios.
Y es que Laertes es un asesino de lo más atípico. Católico practicante devoto de la Virgen de La Fuencisla y de San Juan Pablo segundo, pese a toda la mierda que traga en su trabajo y la variedad de los encargos que recibe, cree en el amor verdadero y en la pareja para toda la vida. Nunca mejor dicho, para toda la vida. A veces esa vida termina con las indicaciones de un marido celoso que no repara en gastos para lavar su honor, o con la llamada telefónica de una acaudalada mujer harta de que su marido le cruce la cara cada vez que se ha tomado un clarete de más.
Eligió esta profesión porque la sociedad terminó de asquearle y de sacar lo peor de él. También es cierto que su formación en las fuerzas especiales del ejército español y las misiones "de paz" en la antigua Yugoslavia, en Irak o en Afganistán ayudaron en su decisión y, tras licenciarse como capitán de las C.O.E. comenzó su nueva vida. Una vida en la que él y solo él marcaría los objetivos, tomaría la decisión final y sacaría rentabilidad a cada bala empleada.
Su pequeño apartamento en el centro de una capital de provincias conocida por el frio de sus inviernos, lo excepcional de sus caldos y la impresionante oferta gastronómica, está lleno de libros. Laertes lee cuanto cae en su manos y emplea buena parte de sus ingresos en abarrotar de volúmenes las estanterías de obra que se extienden a lo largo de los cincuenta metros de vivienda, cuarto de baño incluido. A veces también gusta de escribir, pero no puede evitar que su trabajo influya en su autocomplaciente y privada obra literaria. Los crímenes por encargo son el leit motiv de la mayoría de sus textos, Y el amor.
Es un romántico empedernido, aunque tiene serías dificultades para decirle a una mujer de viva voz que la quiere. Puede que eso se deba a heridas del pasado que llenaron su alma y su corazón de cicatrices. Puede que en el fondo, sea tímido y que con el tiempo haya llegado a convencerse de que no lo es, de que simplemente es un hombre discreto por deformación profesional.
Guarda en el trastero una completa y mortífera colección de armas de fuego cortas y largas, munición suficiente para todas ellas y también una maleta con diversas navajas, con cuchillos de todo tipo e incluso con una pequeña espada japonesa llamada Tanto, con la que un samurái del siglo XIX cometió seppuku al deshonrar a sus antepasados. En ocasiones el trabajo debe ser realizado con la discreción más absoluta y entonces el uso de armas blancas se vuelve necesario.
Es bueno en lo suyo, seguramente el mejor en toda España. Pero no es tan imbécil como para creerse invencible o para suponer que no ha nacido aún el policía capaz de atraparlo, el sicario capaz de alojarle una bala en el cráneo o la más estúpida circunstancia que lo lleve a cometer un error.
Nunca fue un tipo alto. Entro por los pelos en el ejército y es de esos que tiene que hacerse con un hueco en las barras abarrotadas o nunca conseguirá que le sirvan el whisky con hielo que lo acompaña en su esporádico ocio nocturno. Es un hombre fuerte, eso si. Desde muy joven trabajó sus músculos con ejercicios diarios aprendidos de un buen amigo deportista de élite, Huye de los gimnasios. Detesta el rollito cachitas poligonero o "tronista tatuado". En ocasiones recibe heridas de bala o de arma blanca y no acostumbra a exponer su anatomía en lugares públicos para no despertar sospechas y no generar preguntas indiscretas movidas por la curiosidad de quienes no comprenden que el vecino del quinto pueda aparecer con una cicatriz de un balazo del 38 en la espalda o al mes siguiente con la de un tajo de albaceteña en las tripas.
Si hay algo que le pierde es una mujer inteligente, bonita y sexy. Tonto del todo resulta que no va a ser. Bueno, puede que sí, porque suele cometer la torpeza de enamorarse hasta las trancas de cada una de las mujeres con las que ve amanecer y si ha habido algo capaz de desarmarlo ha sido una mujer presa de un sincero llanto.
En menos de una hora caerá el sol y Laertes tendrá que salir a ocuparse de un encargo que le reportará más de cien mil euros. Hoy ha sido contratado para terminar con la vida de un conocido empresario al que su socio intentó convencer para acometer un arriesgado proyecto que no le gustó lo suficiente. Tras varias reuniones infructuosas todo terminó en una llamada a la persona adecuada, una transferencia y un correo electrónico con indicaciones para ocuparse del empresario al salir del club de golf donde acostumbra a jugar unos hoyos al terminar la jornada cada día. Como única exigencia para recibir la segunda transferencia que completará el pago por sus servicios, Laertes deberá hacer que parezca un accidente y no deberá dejar el menor indicio que pueda relacionarlo con la parte contratante.
El rubio asesino acaricia al gato que ronronea en su regazo, se pone una cazadora de cuero negro y saca de la caja de herramientas lo necesario para manipular el flamante deportivo de la víctima que morirá en un trágico accidente de tráfico este viernes de enero.
Lo de que el campo de golf se encuentre al final del complicado tramo de curvas de una carretera convencional de doble sentido y sin arcén, lo convenció por completo tras el primer estudio de la zona que el potentado golfista recorre a diario y de los movimientos y hábitos del objetivo, quien gusta de pisar un poquito el acelerador que hace rugir los más de trescientos caballos de potencia de su descapotable.
Laertes conduce en dirección al campo donde su objetivo estará sin duda disfrutando de un buen Ribera de Duero en el hoyo diecinueve junto a sus compañeros de recorrido. Todo saldrá bien. Todo tiene que salir bien. Mañana será otro día.