Sinceramente, aún no lo sé.
Está claro que ya no soy aquel que fui y que no volveré a serlo. Y sinceramente, creo que tampoco quiero recuperar por completo mi pasada personalidad. Lo único que pretendo es vivir con todo lo aprendido y no volver a decepcionarme, ni a decepcionar.
Es cierto que el dolor es real. Y es una putada muy grande ver que ya ha empezado la época en la que pierdes un ser querido tras otro.
Sin darme cuenta he pasado de ese momento en el que acudes a los esponsales de muchos amigos (e incluso tu mismo terminas por dar un contraproducente y dañino "si quiero" con fecha de caducidad), al tiempo en el que acudes a un tanatorio tras otro, e incluso yo mismo estuve muy cerca de ser el protagonista de un entierro o de una cremación (cualquier opción para abandonar la carcasa me resulta válida).
"Es ley de vida", acostumbran a decirte mientras estrechan tu mano o te abrazan en las tristes y sombrías salas donde despides los cuerpos de aquellos que amaste y, no se dan cuenta de que hay leyes que por naturaleza quisiéramos incumplir, desafiando a los legisladores y a la justicia divina.
La vida es un continuo aprendizaje, estamos de acuerdo. Pero hay lecciones que no quisiera aprender y asignaturas en las que me gustaría no haberme matriculado, como "Llorar a quien no debería haberse ido tan pronto" o "Pasar noches en vela preguntándome porqué duele tanto amar".
Hay heridas de las que sé que no podré recuperarme nunca, pero también hay personas que ejercen en mi alma un sorprendente poder analgésico. Y a ellas me agarro, con ellas camino y de ellas aprendo.
Algunos me preguntan porqué de un tiempo a esta parte he abandonado a Peter Pan y utilizo a Laertes como seudónimo e incluso como alter ego en muchos de mis textos.
Aquí va la respuesta:
Ya no es tiempo de niños perdidos ni de hadas diminutas. Es tiempo de madurar, de vivir con los pies en el suelo, de aprender de los buenos consejos y de agradecer las enseñanzas.
Tuve la inmensa fortuna de contar con un Polonio que me amó lo indecible y que perdonó mis múltiples fallos. Y hasta el final de sus días trató de corregir mi sendero y de ayudarme a encontrar el camino correcto.
Lloré y lloro aún el no haberle llegado a decir lo mucho que lo quise, pero me debo a los consejos que tomó prestados de Shackespeare por lo acertados y que me repitió en muchas ocasiones:
Llévate mi bendición
y graba en tu memoria estos principios:
no le prestes lengua al pensamiento,
ni lo pongas por obra si es impropio.
Sé sociable, pero no con todos.
Al amigo que te pruebe su amistad
sujétalo al alma con aros de acero,
pero no embotes tu mano agasajando
al primer conocido que te llegue.
Guárdate de riñas, pero, si peleas,
haz que tu adversario se guarde de ti.
A todos presta oídos; tu voz, a pocos.
Escucha el juicio de todos, y guárdate el tuyo.
Viste cuan fino permita tu bolsa,
mas no estrafalario; elegante, no chillón,
pues el traje suele revelar al hombre,
y los franceses de rango y calidad
son de suma distinción a este respecto.
Ni tomes ni des prestado, pues dando
se suele perder préstamo y amigo,
y tomando se vicia la buena economía.
Y, sobre todo, sé fiel a ti mismo,
pues de ello se sigue, como el día a la noche,
que no podrás ser falso con nadie.
Adiós. Mi bendición madure esto en ti.
Trato de conducirme por su código de honor y venero su recuerdo. Algún día llegará a estar orgulloso de mi, porque aunque ya no esté a mi lado, su recuerdo me sigue educando.
Por eso el dolor es algo real, porque cuanto más aprendo de él, más reconozco mis fallos.
No sé en quien me he convertido, pero si sé quien quiero llegar a ser.
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