miércoles, 26 de diciembre de 2018

Un millón de veces

Tengo mucho que celebrar. Se me concedió una segunda oportunidad cuando creo que no había hecho los suficientes méritos para merecerla, aunque el destino es caprichoso y entre sus muchos caprichos, decidió que encontrase al fin a la mujer que tanto he buscado.
Pese a que nadie apostaba un euro por ello, aun mantengo la capacidad de poder expresarme en negro sobre blanco y me entrego a este placer en cuanto puedo evadirme del resto de las obligaciones cotidianas. En breve publicaré mi tercer libro de relatos y sigo dando forma a la novela que siempre quise escribir, pero nunca supe como. Ya sé cómo hacerlo.
He tenido la increíble fortuna de conocer a personas que se han convertido en una parte muy importante de mi nueva vida, entre ellas mis queridos y admirados Blow, que encabezan este texto con un hermoso, original y potente villancico. Han decidido rodar el videoclip de este tema en su ciudad, que es la mía y ello hace que lo encuentre más hermoso aún.
Pero por encima de todo esto, me considero el más afortunado de los hombres por haber disfrutado de una maravillosa cena de Noche buena y de una impresionante comida de Navidad en compañía de nada más y nada menos que cuarenta miembros de mi familia.
Una de las cosas que aprendí al volver del coma es la verdadera importancia de palabras como FAMILIA y AMIGO. Hasta este doloroso pero necesario punto de inflexión, ambos significados ni siquiera se aproximaban a los reales. Pero ya lo tengo todo más que claro.
Antes de pasar por aquella catastrófica desdicha, las navidades eran esas fechas en las que uno con cierta permisividad concedida por la sociedad, se pasaba de la raya con la comida, la bebida y los gastos. 
Aprovechando lo festivo de los días, las pagas extras y las ganas de compartir cava con todo el mundo, la fiesta y el derroche rozaban casi lo obsceno. Sobre todo al olvidar el verdadero significado de estos días, incluso más allá de que los católicos celebren el cumpleaños de Jesucristo. Esta es la época de las  reuniones familiares por excelencia. Cuando aquellos que están lejos se acercan y aquellos que nunca tienen tiempo para los suyos, lo encuentran. También son fechas para echar de menos a los que ya se fueron, pero con una sonrisa en el corazón. Porque nadie se va del todo y aunque no podamos verlos ni abrazarlos, siguen a nuestro lado.
He podido juntarme con muchos miembros de mi familia, a algunos apenas los veo una vez al año, con suerte. Pero al reencontrarnos todo ha fluido de forma natural, sin forzar un abrazo ni un beso, sin impostar una sonrisa ni escatimar una caricia.
Y ese es el verdadero significado de la palabra familia. Ese calor que te inunda el pecho cuando vuelves a  ver a un primo al que hacía mucho que no veías y sabes que lo sigues queriendo igual y que él te corresponde. Familia es compartir lo mejor y lo peor con la misma fuerza y la misma energía. Porque todo sabrá mejor y dolerá mucho menos si lo compartes con los tuyos.
Sabes que morirías y matarías por todos ellos si llegase el caso y que lo harías gustoso.
Me he deleitado con el brillo de sus ojos al mirarme y transmitirme los mejores deseos, aunque apenas hayamos cruzado un par de wasaps en todo el año.
Me he sentido feliz. Y hoy quiero agradecerlo con este texto, que nace del inmenso cariño que me despiertan todos y cada uno de los parientes con los que me he reunido estos días.
Con la música de Blow de fondo, escribir estas lineas se me ha hecho mucho más emocionante aún. Cuando uno escribe con el corazón, canta con el corazón, pinta con el corazón o emplea el corazón para tratar de hacer algo bonito, se lee, se escucha, se ve y se siente.
Si pudiese elegirlo yo, volvería a nacer en esta familia que me tocó en suerte un millón de veces.
Feliz Navidad, queridos lectores. Y hacedme caso, disfrutad de vuestras familias.


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