Esta imagen captada por el objetivo de la vallisoletana Elena Parrilla, puede que valga más que mil palabras. Pero lo que no refleja son las cerca de mil palabras, reproches y lamentos que cruzó con su madre el niño que abandona el grupo, antes de enjugarse las lágrimas y decir adiós.
Khaled no quiere ir a Europa. Khaled no quiere abandonar la tierra donde está enterrado su padre y convertirse en otro refugiado del que se apiaden esos rubios y poco hospitalarios europeos del norte, que en el pasado llenaron la arena del Sahara de tanques y cañones, en un brutal intento de hacerse con el dominio del planeta.
Este orgulloso y decidido niño, sabe que son muchos los que mueren en el mar al intentar alcanzar las costas de una tierra que nunca fue la prometida por nadie y donde nunca se les consideró bienvenidos.
Su madre ha invertido todo lo que pudo rescatar de su tienda carbonizada por las bombas, en asegurar un hueco en la lancha para ella y sus dos hijos supervivientes, Khaled y Fátima. Pero Khaled no abandonará el sueño de su padre. No olvidará que hubo un tiempo en el que cada mañana imaginaba un futuro feliz sobre el tazón de leche que bebía antes de coger su cuaderno y caminar hasta la escuela, donde aprendió que la tierra que lo vio nacer se había convertido en parte de ese mal llamado tercer mundo. No hay mundos de tercera solo personas de tercera.
Los mismos europeos que les niegan la entrada y los llaman ilegales esquilmaron sus recursos naturales, amparados por unas cuantas naciones unidas y por la fuerza de las armas y de ese poderoso demonio llamado dolar.
Si tiene que morir, prefiere hacerlo bajo las estrellas que le arropaban cada noche y escuchando a los camellos que criaba en su tierra y no en medio de una tormenta en alta mar, o en las frías calles de una ciudad lejana, donde los transeúntes no se detendrán siquiera a mirarlo.
Algo tiene que cambiar. Nunca se solucionarán las cosas convirtiendo un pueblo en tristes estadísticas y en lamentables reportajes, que emitirán los canales internacionales en los informativos del mediodía, para tratar de despertar las entumecidas conciencias de los telespectadores que correrán a cambiar de canal para que la visión de la desgracia ajena no arruine su comida.
Pero no todos los europeos los han abandonado a su suerte. Aún hay esperanza. Khaled ha sabido de muchas personas del primer mundo que tampoco están de acuerdo con el absurdo reparto de la suerte a lo largo del planeta y que bajo las siglas de valientes organizaciones no gubernamentales, se esfuerzan por realizar los necesarios cambios, aún a costa de sus propias vidas en muchas ocasiones.
Él ayudará en los cambios, pondrá su vida a disposición de la esperanza y no del abandono de la huida y la tristeza del corazón de los apátridas.
No quiere peces, quiere que le enseñen a pescar. Será un gran pescador, sera un hombre libre que construirá una familia que llegará a estar tan orgulloso de él, como él lo estuvo de su padre.
Tiempo al tiempo.
1 comentario:
...Nunca entenderé las fronteras...
Zeroide :-*
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