Y entre estos recuerdos, rescató los de docenas y docenas de mujeres de todas las edades que habían acompañado sus besos con cariñosas caricias, intensos abrazos, sonrisas lascivas, promesas de amor eterno y otros tipos de mentiras oportunas.
Hubo un tiempo en el que alcanzar tan preciado, húmedo y dulce regalo de una muer, era casi una obsesión y con cada ruptura, con cada abandono,con cada herida infligida a su habitualmente indefenso y desnudo corazón, descubría que al menos el destino le reservaba la posibilidad de descubrir otra boca, otro tacto, otra oportunidad para encontrar el oxígeno necesario en esa común y sumamente infravalorada demostración de cercanía entre dos almas.
Al despertarse a la mañana siguiente y encender aún entre tinieblas uno de los pitillos que lo terminarían quitando de en medio, trató de hacer un repaso y de encontrar las respuestas a las preguntas que llevaban semanas atormentándolo: ¿Quien? ¿Cuando? ¿Donde?¿Cómo? pero sobre todo y por encima de todo, ¿Porqué?
Lo que tenía más que claro es que aquel primer beso, lejos de ser un hermoso regalo del amor adolescente, había sido la primera dosis de una droga que lo estaba matando muy lentamente y para la que no existía cura, antídoto, ni forma de desintoxicación. Y además, no quería dejarla, estaba agradecido por haberse enganchado y sabía que siempre habría alguien dispuesto a aliviarle el mono, aunque fuese con una dosis adulterada o de mala calidad. El síndrome de abstinencia tenía fácil remedio y consistía en hacer la llamada oportuna y en estar dispuesto a agachar la cabeza, renegar de sus principios y romper una promesa hecha a sí mismo en un reciente pasado doloroso, donde se juro no volver a entregar sus labios a quien no los valorase.
Lo más duro para él, era saber que aún no había degustado el beso perfecto, el roce de los labios con los que sueña y para los que todavía cree no estar capacitado y no ser merecedor. Puede que ese beso no sea más que una leyenda, mitología carnal, fe y esperanza. Puede que aunque ya está plenamente seguro de los labios donde nacerá, lo que realmente le asuste sea no disfrutar jamás de esa miel que se le antoja ambrosía de los dioses. Pero aún así, reza cada noche con soñar que lo consigue, que la besa, que acaricia su nuca y sus mejillas mientras se pierde en su boca, se sumerge en ese océano de aguas cálidas y seguras que es su alma y pierde el conocimiento con el roce de su lengua.
Todo llegará, todo termina llegando y no solo lo bueno, también lo perfecto.
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