Besó a sus amigas, abrazó a sus amigos y pago la última consumición al camarero de enormes biceps que le había servido la copa con desgana y algo de antipatía. Le dejó la vuelta de propina con cierta mala leche y, abandonó el local en busca de un taxi que lo devolviese sano y salvo a su casa.
Al llegar al pequeño apartamento en una zona residencial de las afueras de la ciudad, saludó a su gato, encendió el ordenador, puso música en el estereo del salón y se sentó frente al teclado. Una vez más se decidió por Bunbury, que casi siempre tenía la canción oportuna para cada texto que le brotaba del alma. Dejó que sonase un poco el primer tema del compacto y encendió un cigarrillo dispuesto a escribir del tirón, como acostumbraba a hacer cuando sentía que un nuevo texto trataba de escaparse del interior de su pecho, golpeando la caja torácica al ritmo frenético de los latidos de un corazón que regía todos su actos.
Antes de escribir la primera palabra, cerró un momento los ojos, expulsó el humo del cigarrillo por la nariz y trató de relajarse.
Queridas mías,
vosotras no tenéis la culpa de todo esto. Vosotras no sois cómplices del intento de asesinato que ha sufrido Cupido en mi cerebro. ni del robo de las pocas reservas de amor que guardaba en la caja de seguridad oculta tras mis costillas. Vosotras fuisteis lo mejor que me ha pasado. Todas y cada una de vosotras me enseñasteis como se juega a esto. Me ayudasteis a comprender las reglas de la partida más difícil que un hombre puede jugar con las cartas que le repartió el destino y me ayudastéis a saborear el éxito de una buena mano. Pero no me hablasteis de la posibilidad de abandonar la mesa sin previo aviso y me dejasteis esperando la suerte en la siguiente mano, una suerte que es caprichosa y efímera y que nunca quiso quedarse mucho tiempo a mi lado. En su lugar, ocuparon su puesto diversos súcubos que me despojaron de las ganacias con sus tretas de tahúras de la carne.
No os guardo rencor, al contrario. Os estaré eternamente agradecido por cada noche que me regalasteis. Por cada beso con los que me hicisteis creer que lo ansiado era posible y por cada te quiero que se os escapó entre gemidos, aunque tuviesen fecha de caducidad.
Cada minuto que pasé a vuestro lado me ayudó a crecer y me hizo convertirme en lo que soy ahora. Cada caricia con que definisteis mi camino , me sirvió de guia y las recordaré durante el resto de mis vidas. A esas otras, tramposas y miserables que nada tuvieron que ver con vosotras, las maldeciré eternamente y las condenaré a vivir para siempre en el pozo de mi desprecio. Pero a vosotras siempre os guardaré una copia de la llave que abre la cerradura de mi ser y que enciende el motor que hace vibrar mis sentidos. Y fuisteis diferentes entre vosotras, pero tan maravillosas en vuestras diferencias y tan semejantes en lo que despertasteis en mi.
Os juro que siempre fui sincero cuando os dije que os quería y que erais la mujer de mi vida. Porque mi vida erais vosotras, cada una en el momento en el que permitisteis que os quisiera y decidistéis quererme. No os reprocho que os marcharáis cuando ya habías amado. No os reprocho que abandonaseis los sueños y los proyectos de futuro cuando el futuro llegaba de repente y se convertía en rutina. No os culpo de mis males porque simplemente se nos rompió el amor,de tanto usarlo, como dice la canción. Con vuestro amor comprendí el concepto de obsolescencia programada. Ahora tan solo quiero encontrar un amor perenne, un amor que se auto regenere en el propio amor y al que pueda alimentar sin necesidad de dejarme la vida al hacerlo. Pero sé que es muy difícil de encontrar. Tan solo el que busca halla y soy el eterno buscador.
Os deseo la mayor de las felicidades posibles en las mejores vidas que podáis vivir, aunque no sea conmigo. Os deseo todo lo que quise daros y no supe, todo lo que quise compartir y no pude y todo lo que siempre soñé y no llegué a conseguir.
Si leéis estas lineas, no dudéis que os quise como a nadie. A todas vosotras.
Siempre vuestro
Tras releer las lineas que escribió con una suerte de escritura sintomática, en la que el músculo que tanto le había dolido con cada una de sus despedidas le inspiró, se levantó y se sirvió otro whisky escocés. Esta vez solo. Si iba a beber solo, lo haría con todas las consecuencias.
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