Puede que está canción aún tenga algo de sentido, o puede que no. Da igual.
El eterno nostálgico, supo que no pasaría de aquella noche.
Al perder el que sin lugar a dudas fue, el amor de su vida, enloqueció de dolor y se entregó a la alquimia emocional, tratando de convertir el plomo en oro o lo que es lo mismo, el deseo en amor. Pero todo fue un fracaso detrás de otro.
Al leer a Mary Shelley, decidió que él mismo podría llegar a ser un moderno y romántico Doctor Frankestein y sería capaz de construirse a su mujer ideal, a la compañera perfecta que sustuituyese a aquella que se marchó,rompiéndole una vez más el corazón y dejando su pecho en llamas.
Para ello, tomó lo que le apasionó de cada una de las mujeres con las que no conseguía dejar de soñar, incluso con los ojos abiertos y a la luz del día.
De una de ellas, tomó la sonrisa, una sonrisa que por justicia, debería ser declarada patrimonio de la humanidad. De otra, a la que jamás perdonó el daño que le hizo, tomó, al fingir amarlo más que a nada, su caída de ojos, su estudiada expresión de cordera degollada. De la más pasional de todas ellas hizo un molde de las caderas. Unas perfectas caderas de bailarina oriental, que ella utilizó con él como moneda de cambio, para dejarle sin crédito en el banco de la auto estima. En la selección de elementos para el diseño de su mujer perfecta, dio un lugar preferente al valor, la picardía y la fuerza de la amazona, que siendo solo una niña, domó y colocó la silla a su corazón desbocado, convirtiendose en el eterno amor recurrente, que por unas cosas o por otras, jamás terminó de cuajar. Los pechos los dibujó de memoria, idénticos a los de la misma modelo de la que tomo prestada la sonrisa y, el trasero lo moldeó a imagen y semejanza, del de la mujer más noble y sentimental de todas con las que había yacido y con quien por desgracia, no había ya ninguna posibilidad real de volver a hacerlo. Poco a poco, fue llenando las paredes de su casa de tétricos bocetos y macabros planos y poco a poco fue allanado cementerios y exhumando cadáveres con los que ir dando forma al producto de su locura.
Invirtió su dinero en material quirúrjico, arcones congeladores, distintos compuestos químicos, potentes motores eléctricos, turbinas de avión e hidrógeno líquido.
Estudió al dedillo el temario completo del nivel más avanzado de informática, durante las pocas horas que conseguía arrebatarle al agotamiento de cada día de su macabro proyecto y, elaboró un software para implantar en el cerebro de su criatura. En él, instaló programas de literatura, legislación, artes plásticas y escénicas, defensa personal, arqueología, trabajo social, y ciencias médicas.
Cómo capricho personal instaló también las obras completas de Hernandez, Dario, Lorca, Benedetti y Rosalia de Castro.
Dudó entre teñirle los cabellos de rubio ceniza o de rojo intenso, dos tonos que simbolizaban a dos mujeres muy especiales con las que creyó haber encontrado la felicidad.
Compró lentillas de todos los colores y aunque al modelo original, le concedería la vida con los ojos verdes, cada día los iría cambiando para poder reflejarse en todos los ojos donde una vez se había sentido un hombre completo.
Aquella noche, tras mucho tiempo cincelando a golpe de bisturí a su criatura e hilvanando con el hilo más fino, las costuras, según las indicaciones de tan funesto patrón definitivo, terminó su obra.
Al igual que Pigmalión, aquel escultor de la antigüedad que se enamoró de su estatua mas hermosa, él sintió como el corazón se le escapaba del pecho al contemplar aquella maravilla.
Era perfecta, la amó en el acto. Era sencillamente lo que cualquier hombre podría soñar.
Conectó los cables a los puntos clave, insertó los electrodos y las conexiones cerebrales, encendió el más potente desfibrilador construido hasta el momento y entonces reparó en algo que le llevó a apoyarse la pistola en la sien: había olvidado implantar el corazón.
En su mente enferma, desde un primer momento dejó de lado aquel órgano, pues por experiencia sabía que nunca encontraría uno como el que él soñaba para su pareja perfecta. Y no es que no existiese; había conocido uno del tamaño perfecto y con la calidad adecuada pero pertenecía a alguien que nunca sería para él, pues había entregado su amor a otro; a la que jamás quitaría la vida y a quien no quisiera ver morir, ni para convertirse al hacerlo en la perfecta donante.
Hasta aquí llegó su sueño y en ese momento, justo antes de apretar el gatillo y volarse la cabeza, recuperó la cordura. La reciente lucidez de sus pensamientos le hicieron verse como un monstruo ambicioso, ingenuo, inocente y estúpido. Es decir, como un hombre completamente enamorado.
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