jueves, 16 de julio de 2015

Títulos (literarios, no nobiliarios)

Tenía la absoluta certeza de que aquello era la "Crónica de una muerte anunciada".
Tuvo que escoger entre "La escritura y la vida" como Semprún y se decantó por escribir.
Sabía que la temática natural sería la que rodeara el romanticismo porque llevaba entregado al amor desde que supo manejar un ordenador y aunque ahora escribía sobre "El amor en los tiempos del cólera" no dejaba de ser amor. El médico le confirmó que no era cólera, si no algo más llevadero.
Para poder permanecer tranquilo en "La honorable sociedad" debía encontrar "El camino" pues lo perdió durante "La conjura de los necios" en que se vio envuelto y prescindió de aquellas caricias equivocadas que ella le entregaba con sus "Garras de astracán".
No tenía muy clara su posición en la vida, a veces se sentía como "El guardián entre el centeno" y a veces como "La huella del hombre pisado".
De todas maneras se armó de valor y pensó "Consumatum est", todo está consumado.
Prefería unirse a la manada de "Perros verdes" y abandonar la "Khimera" emocional que se había fabricado a medida en la que escribir le conduciría directo hasta "La isla del tesoro".
Valoró las consecuencias de su decisión y supuso que el alto tribunal existencial le podría condenar a "Cien años de soledad" por haberse apartado de la senda trazada pero aun así prefirió continuar su "Viaje a ninguna parte" y consultó decenas de mapas y "La carta esférica" para ver si llegaría hasta esa tierra prometida por R.L Stevenson o se perdería "De la tierra a la luna".
Bostezó, se dio la vuelta en la cama y supo que aquella era otra de sus "Historias para según qué días".
Se estaba empezando a cansar de tantos "Cuentos inconclusos" y por un momento pensó si había elegido la opción adecuada.
Decidió que cuando se levantara y se pegase una ducha se iría a buscar una buena máquina de escribir en "La tienda de antigüedades"  para tratar de dotar a los textos de algo de clase, más allá de "La insoportable levedad del ser" con la que siempre terminan empañándose.
Ya que estaba en esas, cuando llegó a la tienda terminó comprándose también "El tambor de hojalata" que adornaba el escaparate con la sana intención de desfogarse a golpe de baqueta y vaciarse las entrañas de una forma que no fuese a base de llenar folios.
También se compró una carabina de esas de aire comprimido con la que mataría a "Las ratas" que siempre se acercan a olisquearle los pies cuando se sienta a escribir.
Pensando en otro amigos escritores con los que compartía algo más que afición pensó en crear una asociación a la que llamaría " El club Dumas" o "Los santos inocentes", dependiendo de lo que quisiera la mayoría.
Encendió un pitillo, se preparó un café y al sentarse frente a la máquina fumando una calada tras otra se sintió por un momento "El señor de los anillos".
Solo había pasado un día más dentro de "La historia interminable" en la que se había convertido su vida.
Como en aquella película, pensó  que siempre le quedaría París, puede que porque "París era una fiesta" o porque le era más agradable vivir entre los recuerdos amables.
Sonrió al detectar movimiento en la "Cuna de gato" que había instalado para su animal de compañía en el salón y comenzó un nuevo texto. 


Aquí lo dejo, si no me controlo puedo estar escribiendo títulos de libros que he leído a lo largo de mi vida hasta que llegue "El apocalipsis"









No hay comentarios: