No os preocupéis, no me ha dado por creerme Hércules ni Jasón, pero como siempre me ha gustado la mitología griega más que una modelo de ropa interior, hoy no he podido evitar encontrar ciertas similitudes con una de las leyendas que más me han apasionado siempre: La de Orfeo.
Vale, yo no soy un cantor como él, capaz de detener el curso de un río o de que incluso le escucharan emocionadas las rocas, a mi como mucho cuando me pongo a cantar, me tiran unas cuantas piedras.
El caso es que en la mitología griega Orfeo quería tantísimo a su esposa, Eurídice, que cuando esta fallece, presa del desconsuelo realiza un viaje en su busca al inframundo y apiadándose de él, Hades y Perséfone al oír su voz, le permiten que se la lleve de vuelta con la única condición de que no podrá mirarla hasta haber salido de allí y claro, Orfeo cantaba de mimo pero no dejaba de ser un hombre y dice la leyenda que al fijar su vista en ella (no dice en que parte de su anatomía, pero me hago una idea) Eurídice desaparece de nuevo y se queda más solo que la una.
A ver, mi analogía es a la inversa, el que se fue en busca de un ramito de asfódelos (la flor de los muertos para los griegos) fui yo, que aunque soy más de ir a setas, el hecho de regalar flores siempre me gustó y mi Eurídice particular se merece cualquier cosa.
Fue ella quien se dio un pirulo por mi inframundo adosado y con vistas al mar, apretando mi mano mientras yacía en coma en la cama del hospital y aunque tuvo la delicadeza de no cantar (será porque ponerse a cantar coplas en la habitación del hospital como que no quedaba bien) si que me hablaba constantemente y fue el sonido de su voz lo que hizo que se apiadasen de ella aquellos que parten el bacalao y la permitieron traerme de vuelta.
Obviamente no fijó su mirada en mi anatomía, cosa absolutamente comprensible dado lo ridículo del camisón que me pusieron allí, que me pasaba el día con el culo pajarero y está claro que era mucho más agradable mirar a cualquier otra parte.
El caso es que desperté junto a ella y heme aquí, dispuesto a disfrutar lo que pueda y más de esta segunda temporada. Además resulta que te dejas un dineral en los peajes del inframundo, porque lo del Caronte ese es un robo, pero como tiene el monopolio pues nada, no te queda otra que aflojar la pasta.
Luego está lo del perrito ese de tres cabezas, el "can Cerbero" ese, que tiene nombre de portero de futbol en buena época, aunque este más que parar balones lo que hace es vigilar la entrada al inframundo, que claro, muy bien pensado lo del animalico este, con tres cabezas, me lo imagino chuperreteándote la cara, oliéndote el culo o mordiéndote los tobillos, no sabían nada los griegos estos.
La pena es que Eurídice tiene su propio club de fans y una vida más ajetreada que la Pantoja, siempre de sarao en sarao.
Yo de todas formas la estoy muy agradecido y la he pedido que me grabe unas cintas con su voz para llevar siempre encima por si las moscas, que mola mucho más darle al play en un "loro", que tiren de desfibrilador de esos, que menudo numerito más desagradable.
El caso es que Eurídice se ha debido de liar con Julián Muñoz, así que nada, yo dientes dientes, que les jode.
Ahora ando tratando de conquistar a mi nueva Eurídice, pequeñita y hermosa.
Sirva esta paranoia mía de homenaje a su belleza y como se que es lectora de este blog, aprovecharé para decirla que bien sabe que yo iría a cualquier lugar detrás de ella, incluso sería capaz de hacerme todo el camino cantando.
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