De repente la nada llegó a la tierra de fantasía y todo iba desapareciendo al ser devorado por esa sin razón que trataba de atraparme.
Yo corría desesperado y la nada se tragó la sonrisa más bonita del mundo, las manos más hábiles que estaban a punto de confeccionarme una felicidad a medida y ahora acechaba golosamente a la mirada más tierna.
En mi carrera sorprendí a Atreyu tratando de rescatar a su caballo Artax del pantano de la desesperación y al intentar ayudar, perdí pié y caí en la ciénaga.
La tristeza no me permitía regresar a tierra firme y cuanto más hacia por mantenerme a flote, más me hundía tragando penas constantemente al abrir la boca intentando respirar.
Para mi fortuna unos cuantos guerreros a lomos de unos caballos muy extraños y culones, aparecieron de repente y me lanzaron una cuerda a la que me agarré en último extremo y conseguí volver a tierra firme.
Encontré a la gran tortuga Vestusta Morla, quien me cantó la solución a los problemas y puse rumbo al palacio de la emperatriz de Fantasía, a quien yo llamaba princesa esmeralda, por el color de sus ojos.
Si la regalaba un nuevo nombre, la nada desaparecería como llegó y todo seguiría igual.
La nada se originó de los restos de mis historias de amor y se nutria de ellas, por lo que o solucionaba el tema o devoraría a toda a quien amase.
Con el tema de los jodios recortes tuve que volar a lomos de un gatete blanco y negro, ya que no alcanzaba para dragones con el presupuesto, pero el gatete se esforzó y me acercó a mi destino.
Por el camino, superé la prueba de las esfinges y vencí al lobo que trató de arrancarme la vida a dentelladas.
Todo parecía ir bien hasta que esa pequeña rubita se cruzó en mi destino.
No quise enamorarme, pero era mi destino y nada pude hacer.
La nada trató de engullirla al instante y ni tan siquiera mis queridos gigantes de piedra pudieron apartarla de su presa.
Segundos antes de desaparecer entre la nada, la pequeña rubita se volvió y me llamó por mi nombre, consiguiendo que de un salto, la rescatara de allí y la subiera a la grupa de gatete.
Encontramos a la princesa esmeralda, digo a la emperatriz de fantasía en su torre de marfil y rápidamente la bauticé con su nuevo nombre, nacido de mi corazón: "Quin".
La nada desapareció gracias al poder del alma de la emperatriz y yo comprendí que si quería ser feliz, tendría que abandonarla en los brazos del príncipe que ella escogiera y centrarme en mi pequeña rubita, que desprendía cariño a raudales.
Si la nada volvía, solo engulliría mi corazón y al menos dejaría tranquilo el resto del reino.
De momento, no temo otro final triste, ya que esta historia ni tan siquiera ha comenzado, y cuando comience, llamaré al bueno de Michael Ende y le pediré el favor de que me regalé un final de los suyos, más acorde a lo que siempre he soñado..
Si no se presta a ello, tengo una lista tremenda de escritores de confianza a los que puedo suplicar unos cuantos "y fueron felices y comieron perdices". Digo yo que alguno se apiadará de mi y si no volaré junto a mi siempre fiel Peter Pan, quien ahora me llama a diario, ya que Campanilla se le ha marchado con uno de tantos niños perdidos.
No pasa nada, la vida es un libro en blanco y se que puedo llenar sus páginas con la historia que siempre he querido protagonizar. Ahora tengo una nueva oportunidad para sentarme a escribir.
Este es mi homenaje a uno de los libros que marcó mi infancia.
Y a tu belleza.
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