Pablo guarda el arma y organiza a su equipo para que todo quede asépticamente listo para revista. Tras hablar con Ulises, da las pertinentes instrucciones a Salomé, quien se ocupa de los detalles más complejos. Después de asegurarse de que no habrá indicios de sospechas entre los serviciales y eficaces tramitadores de llamadas de SVAE que han asistido atónitos a lo sucedido, deja que sea Txus quien avise a la policía nacional al ver que Pedro ha regresado de aparcar en el lugar convenido del polígono industrial donde se ubica la sede de SVAE. A escasos trescientos metros de la sede de la tapadera de unos cuantos efectivos sagaces y resolutivos servidores públicos, los efectivos del patrulla de la Policía Nacional que recibirá el anónimo aviso encontrará la furgoneta del poco afortunado equipo de agresores, con los cadáveres de todos ellos en el interior, ocultos por los cristales tintados de miradas indiscretas, tal y como ha ordenado Ulises.
Alma realiza una discreta pero exhaustiva ronda de reconocimiento por los alrededores, y siguiendo las instrucciones de Pablo, cuando se cerciora de que no hay ninguna otra amenaza, entra a tomarse un café en el bar restaurante que linda con la vecina estación de gasolina de la nacional Repsol, y saluda sonriente a las camareras como si unos minutos antes no hubieran tenido que erradicar la mortal amenaza que se presentó en el edificio que alberga el servicio virtual de asistencia a empresas.
Mientras saborea el café con leche de soja sin azúcar ni edulcorante alguno, no puede evitar sonreír al recordar la habilidad de Pedro al utilizar la navaja, y lo sorprendente de asistir al descubrimiento de Laertes como eficaz y resuelto pistolero. Pablo, el jefe del operativo, ya le ha hecho una oferta que el rubio y aparentemente tímido Laertes no ha podido rechazar, y desde hace apenas media hora ha pasado a formar parte de la unidad que al servicio de España, opera desde el vallisoletano polígono de San Cristóbal.
En el otro extremo de la piel de toro, Clara e Iván se aseguran de que el disoluto hijo del emir de Runara no haya echado en falta ninguna de sus muchas y formidables pertenencias, ni tan solo uno de los euros de entre esos millones que esa misma noche llevará al casino Nueva Andalucía, en Puerto Banus, para respaldar sus corazonadas sobre el número acertado, rojo, par y falta, que le hará un poquito más asquerosamente rico, si eso es posible.
Pues ya va siendo hora de volver a casa, Bebé—dice Clara cariñosamente haciendo referencia al nombre clave que asignaron a su amigo y compañero los hombres de las fuerzas especiales inspirados en el hoy rasurado bigote color del inspector Pinacho—Al final la gente de Ulises se habría podido apañar perfectamente sin nosotros. No entiendo cómo no nos ordenaron que abortásemos misión y nos diésemos la vuelta.
—Pues te vas a reír, Clarita—le contesta Iván mientras siguiendo el protocolo habitual elimina el recién recibido wasap de audio tras escucharlo—Se acerca la hora de la verdad. En la dura estepa castellana ha habido un choque de fuerzas y eso ha llevado a la gente de inteligencia de la organización a tirar del hilo. Al parecer han encontrado ciertas grabaciones en el smartphone de uno de los sicarios que habían enviado a terminar con nosotros y con nuestra tapadera y las órdenes no las recibía únicamente de una organización criminal. No te vas a creer quien se esconde tras ciertas maniobras de corrupción, chantaje, apropiación indebida y demás lindezas.
—Pues si mi corazonada no falla, creo que los mismos que se ocultan tras la capacidad de poder generar un apagón en toda la península llevando a 0 a la red eléctrica nacional—contesta Clara con rapidez.
—Pues no te equivocas, cielo. Pero se acerca la hora de la verdad, y al parecer alguien mucho más arriba de lo que podríamos habernos imaginado, va a tener que dar muchas explicaciones.
—Bueno....yo tengo mucha imaginación, Jefe—chincha a Iván sabedora de que no le gusta nada que lo llame así—pero la experiencia em dice que ese tipo de gentuza a tan alto nivel , ni da explicaciones, ni asume responsabilidades. Ya veremos que pasa.
Iván abre galantemente la puerta del puesto de copiloto del vehículo para que su compañera se acomode, espera a que lo haga sin prisas y después se dirige al asiento del conductor, donde tras asegurarse de poder salir sin peligro de colisión, arranca, pisa el embrague y mete primera enfilando el coche hacia la tierra del insigne poeta decimonónico que escribió con gran acierto: "Lo falso a lo verdadero, lleva ventaja infinita, la mentira es más bonita y yo siempre la prefiero."
Hace muchos,
muchos años, cuando no había internet ni teléfonos móviles con los que llamar
al 112, y los barcos aún no tenían motores y dependían del viento, navegaba por
los mares del sur un temible pirata conocido como el Capitán bicolor.
Su nombre se
debía a la particularidad del color del bigote que adornaba su cara, pues era
un bigote mitad rubio y mitad blanco y cuentan los marineros en las tabernas, que se le puso medio blanco del susto que le dio un tiburón cuando se tiró al
mar a refrescarse sin darse cuenta de que el enorme devorador de hombres nadaba
junto a su barco. El capitán bicolor siempre tuvo mucha suerte y de todos los
enormes tiburones blancos que infestaban las aguas del pacífico fue a coincidir
justo con el único que se había hecho vegano, pero claro, él no lo supo hasta
que el tiburón pasó a su lado ignorándolo por completo y masticando un chicle
de algas. Se llevó tal susto que su hermoso bigote rubio pasó a ser mitad
rubio, como su pelo, y mitad blanco como las sábanas de las literas de su
camarote.
Pues bien,
una mañana de agosto el Capitán Bicolor y sus hombres avistaron una vela en el
horizonte y al comprobar con el catalejo que era un barco mercante, se lanzaron
en su persecución en busca de riquezas y de una docena de huevos, ya que se les
estaban terminando los de la bodega, porque había sido el cumple del grumete y
el cocinero le hizo una tarta enorme que repartieron entre todos, y ya no
quedaban casi huevos para las tortillas de la cena. Y eso de que hay unos piratas sin huevos, resulta bastante curioso.
Izaron todas
las velas y aprovechando el viento que soplaba de popa salieron corriendo tras
el barco mercante y no tardaron en alcanzarlo.
Bicolor y
sus piratas se lanzaron al abordaje del mercante y con el sable en la mano y
una pistola en la otra, su pequeño cuerpo de rubia melena cayó sobre cubierta
seguido por los más sanguinarios piratas de los mares del sur.
La
tripulación del mercante no ofreció resistencia y se rindió de inmediato,
pidiendo que por favor no los mataran y se llevaran lo que quisieran. Bicolor
que era un gran pirata, pero una buena persona, se apiadó de ellos y les
prometió que, si se sentía satisfecho con lo que pudiera llevarse, les
perdonaría la vida.
En la bodega
encontraron unos cuantos barriles de ron, cerdos y corderos como para darse un
montón de festines y huevos y patatas suficientes para mil tortillas, aunque
nada de oro ni de cofres con tesoros.
No obstante,
Bicolor y los suyos se iban contentos y perdonaron la vida a la tripulación del
barco asaltado.
Estaban a
punto de irse cuando uno de los piratas le dijo a Bicolor que habían encontrado
a una noble dama escondida bajo la cama de un camarote.
La dama en
cuestión iba a las américas a casarse con un virrey español, por lo que Bicolor
decidió que se la llevaría y pediría un buen recate por ella.
Era una
mujer muy hermosa, pero el terror se reflejaba en su rostro y Bicolor le dijo
que no se preocupara que no le haría nada y que no pensaba quedarse con ella,
que en cuanto le pagaran el rescate la liberaría porque las mujeres no servían
para nada y en un barco eran solamente una molestia y un estorbo.
Ella se
enfadó mucho y todos los piratas se rieron al ver como su cara blanca de miedo
había pasado a estar roja de ira por ser capturada por un pirata y además por
uno tan machista.
Bicolor le
dijo al capitán del mercante que avisara al virrey de que la dama estaba en su
poder y de que o le pagaba cinco cofres de oro o la haría pasar por la borda
para que fuera pasto de los tiburones, incluso del vegano que se le comería el
cabello confundiéndolo con algas.
El barco
pirata navegó por los mares del sur esperando a que vinieran a pagar el rescate
y se llevaran a la dama.
Durante unos
cuantos días la dama se aburrió de lo lindo pues los piratas no la dejaban
hacer nada. Para ellos las mujeres no sabían hacer nada y no valían para nada,
hasta que un día estalló una brutal tormenta y paso lo que hizo que cambiaran
de opinión.
El viento
huracanado estaba a punto de hundir el barco y los piratas se esforzaban en
achicar el agua que inundaba la cubierta. Permitieron a la dama que ayudara en cubierta
pues les impresionó y les sorprendió ver con que velocidad achicaba agua y con
que agilidad felina subía por las jarcias para cumplir con las órdenes del
capitán Bicolor, que había ordenado arriar todas las velas menos la mayor,
pensando que así podría aprovechar el fuerte viento si conseguían girar el
timón y enderezar el velero para salir de allí. Pero las cosas se estaban
poniendo muy mal y todos pensaban que iban a morir. Entonces la dama subió al
castillo de popa desde donde el capitán daba las órdenes y se ató al timón para
no ser arrojada al mar por la fuerza de las olas. Con rostro pensativo estudió
la situación y lo vio todo muy claro.
¡Arriad la
mayor! ¡izad las Génovas y los tormentines! Grito con tanta fuerza y tanta
decisión que el capitán bicolor asintió con la cabeza y los piratas la
obedecieron de inmediato. El barco basculó unos segundos, pero para asombro de
todos la astuta maniobra de la dama secuestrada dio resultado y el barco salió
de la tormenta poniendo a salvo al capitán y a todos los piratas.
Al fijarse
en ella el capitán la vio sonreír con alegría y su sonrisa le pareció lo más
bonito que había visto en su vida.
—Perdóname,
noble y hermosa dama –dijo bicolor—estaba equivocado con las mujeres. Pensé que,
aunque también sabéis hacer algunas cosas, valíais menos que los hombres, y de
no ser por ti ahora estaría en el fondo del mar visitando a las almejas y a los
cangrejos. Sé que no es escusa, pero tanto yo como mi tripulación, hemos crecido rodeados de micromachismos y se nos ha educado en que la mujer es tan solo el más hermoso complemento para la vida del hombre. Pero hoy me he dado cuenta de lo confundido que he estado siempre y a partir de este momento, le cambiaré el nombre a mi barco y lo llamaré "Igualdad", en tu honor.
—Te perdono,
capitán Bicolor, pero espero que hayas aprendido la lección y que a partir de
ahora no se te ocurra volver a pensar que las mujeres no valemos para nada.
Y así fue.
El Capitán
Bicolor se enamoró de la dama y cuando llegó el barco que transportaba el
rescate le dijo a su capitán que no la cambiaría ni por un millón de cofres de
oro, pues era la persona más valiente y astuta que había conocido. Y le debía
la vida.
La dama se
emocionó al ver que prefería su compañía a tanta riqueza y entonces se dio
cuenta de que Bicolor no estaba mal y que, aunque no era ni muy alto ni muy
fuerte era un tipo muy majete y tenía unos ojos azules muy bonitos, pero lo que
más le gustaba de él, era el oficio que había elegido desempeñar. Y le dijo al
capitán del barco que llevaba el rescate que no se preocupara, que estaba muy a
gusto con los piratas y que le dijera al virrey que lo sentía mucho, pero que
se quedaría para navegar con el capitán pirata y que había descubierto su
verdadera vocación y también se haría pirata.
Y así fue. La
capitana Gran sonrisa se convirtió en una excelente pirata y convenció al
capitán bicolor para que enrolase mujeres en la tripulación. El Igualdad, que
así llamaron a su barco desde entonces, se convirtió en el más peligroso de los
barcos piratas de los mares del sur, pues al unir sus habilidades los hombres y
las mujeres de abordo, no tenían rival y piratearon hasta el infinito y más
allá. Aún hoy en la isla de la Tortuga y en las tabernas de todos los puertos
se recuerda con simpatía y admiración aquel barco pirata en el que mujeres y
hombres al trabajar juntos se convirtieron en el azote de todas las embarcaciones
que hacían la ruta de las indias.
Me acuso de escribir mojando siempre la pluma en el tintero del alma, y en ocasiones intento darle forma a tanta sensibilidad y a tanta emoción que la prosa no me sirve, y trato de expresarme en verso, aunque ese no es mi terreno y corro el peligro de caer en una poza o de hundirme entre movedizas arenas.
Ruego a mis amigos poetas y a cuantos lectores aman la poesía disculpen mi atrevimiento.
Espero que sepáis interpretar cuanto sentimiento recogen estos versos y al hacerlo perdonéis mi osadía.
No se me
puede llamar poeta.
Mi pasión no sigue métrica alguna, no acepta orden ni
estructura ni está sujeta al estilo que indican los eruditos.
El amor que me inspira una sola de tus sonrisas no hallará
jamás el término exacto para construir la metáfora adecuada.
Ergo no puedo llamarme poeta, no pueden llamarme poeta.
Y no lo necesito, porque siento, luego existo, amo luego
insisto, te pierdo y te gano, te tengo y te alejas, me sangra el cerebro, me
tiembla la mano.
Te busco en cada sombra y te encuentro siempre en la luz.
Eres el sol que es vida y si no me iluminan tus ojos me
siento morir.
Y eso me desespera porque no puedo acusar al destino, ni al
dios que todo lo puede, ni a los caprichosos hados que ni tan siquiera existen
más allá de mis fracasos.
Tan solo conozco una gran verdad, y no es otra que habitas
en cada una de las palabras con las que construyo la más feliz de las historias
que me gustaría vivir junto a ti,
Pero es solamente real en negro sobre blanco.
Entonces igual sí que soy poeta.
Que me llamen como quieran,
yo me llamo como me
nombran tus besos y no deseo seudónimos
Relato en el que he tratado de rendir homenaje a esas personas que más allá de su lugar de nacimiento, raza, condición social, ideologías y creencias, se rigen por unos valores que a mi entender son lo que deberían regir el mundo, Sé que soy excesivamente idealista y utópico,, por no decir ingenuo e incluso algo iluso, pero bueno...me gusta pensar que personas como el Jonás de mi texto abundan en el mundo.
El agua cae con la presión y la temperatura adecuada sobre
el bueno de Jonás, que se enjabona y se frota con tanto empeño que, sin
pretenderlo, se levanta las postillas de las manos y los antebrazos. Estas
costras se las levantó primero, al arrancar sin cuidado ni método las uvas de
las primeras vides de las muchas hectáreas de viñedo que abastecen la
producción de una conocida bodega de la Ribera del Duero, antes de aceptar los
guantes y las tijeras que le ofreció el capataz que se hizo cargo de su
cuadrilla durante la vendimia en aquellas tierras de Valladolid. Las costras
que no terminaban de cerrar, pues no podía evitar levantárselas continuamente,
eran las de las heridas adquiridas con las puntas de acero clavadas en las
tablas a las que se encaramó al subir a bordo de la patera, después de lanzarse
al Mediterráneo a intentar rescatar a Aminata, una joven en avanzado estado de
embarazo, pocas semanas antes.
La mujer cayó al mar después de que uno de los pasajeros de
la precaria embarcación sobreocupada esgrimiera el afilado y curvo cuchillo que
extrajo con rapidez de entre sus ropas, y que a punto estuvo de atravesar el
corazón de su marido, Mamadu, durante la refriega, obligándolo a saltar por la
borda para evitarlo.Ella perdió el
equilibrio al tratar de mediar entre su hombre y el desesperado y violento marroquí,
llamado Khaled, quien creyó ver amenazada su llegada a la costa española,
cuando aquel enorme africano le pidió en un extraño y desconocido dialecto que
no supo interpretar que le dejase a su mujer un poco más de espacio en
consideración a su abultada barriga.
Jonás no juzgó la reacción del magrebí, quien obviamente se
asustó mucho al no entender el idioma de aquel subsahariano que gesticulaba
moviendo los brazos como enormes y musculadas aspas de molino al dirigirse a
él, y que al ver los gestos y no comprender el significado de aquellas voces,
creyó que le estaba ordenando que le cediera su plaza a la mujer. El billete
para aquella travesía le había costado los ahorros de muchos meses de duro
trabajo y no pensaba renunciar sin pelear a la oportunidad de llegar a España y
de labrarse el futuro que en su tierra le estaba vedado.
Al ver que la situación se había descontrolado de tal
manera, y que ni Mamadu, ni su embarazada esposa sabían nadar, Jonás se zambulló
sin pensarlo y buceó unos metros hasta que consiguió aferrar por debajo de las
axilas a la mujer que presa de la histeria había comenzado a hundirse. Una vez
la tuvo bien sujeta, comenzó el ascenso hasta la superficie. Mientras, Hassan,
uno de los ocupantes de la frágil embarcación que chapurreaba el dialecto de la
accidentada pareja, explicó a su nervioso compatriota lo que Mamadu realmente
le había pedido y, este, al percatarse de lo desproporcionado e injusto de su
reacción, guardó el cuchillo y se prestó a auxiliar a quien segundos antes
había estado a punto de acuchillar.
Aquel viaje era la última parte de un infierno que todos
habían vivido en mayor o en menor medida, y la mayoría de ellos habían
abandonado su humanidad por el camino.
Cuarenta y cuatro personas subieron a bordo en las playas
de Alhucemas con destino a la costa de Málaga, pero para la inmensa mayoría, el
trayecto hacia sus sueños había comenzado mucho antes, en Mali, Senegal y otros
países de la sabana del Sahel. Los
marroquís, minoría en aquella patera provenían de las aldeas más pobres del Rif.
Todos sin excepción, habían tenido que pagar a las mafias argelinas
que controlaban las rutas de la emigración y las salidas de las precarias
embarcaciones, y que no escatimaban balas, crueldad y golpes en caso de que
alguien se negase al pago de las desorbitadas cantidades que cobraban por
facilitar jugarse la vida en el mar, a los más desesperados habitantes del
continente africano.
El negocio era de tal magnitud, que distintos clanes
mafiosos de las más dispares procedencias, pugnaban por hacerse con el control
del dinero, los bienes y la esperanza
que movía a hombres, mujeres y niños a arriesgarlo por todo por huir de la miseria
provocada por la avaricia de las grandes multinacionales europeas y americanas,
de la guerra que convertía en soldados a los niños de los poblados, y del
hambre que secaba de leche de los pechos
de las madres que cometían la insensatez de traer criaturas a un mundo en el
que el color de la piel y el lugar de nacimiento dictaban sentencias de muerte.
Algunas de estas mafias ya se habían ganado su reputación con el hachís y tras
años de burlar a las policías de sus países y a las patrulleras de la Guardia
Civil española, habían decidido cambiar por seres humanos los fardos de hachís que
transportaban de contrabando cruzando el estrecho. Si el mar hundía una patera
llena de inmigrantes, las mafias tan solo lamentarían perder a uno de sus empleados
de menor categoría, y no cientos de kilos de una droga que les podría reportar
un seguro dinero en el mercado negro.
El sol de agosto parecía haberse conjurado para abrasar la
piel de los improvisados argonautas, que cruzaban las aguas del traicionero y
peligroso estrecho en busca de su particular vellocino de oro abarrotando
aquella paupérrima nave de apenas diez metros de eslora, y el infernal calor y
la enloquecedora sed se fueron adueñando poco a poco de su voluntad y su razón
hasta convertirlos en fieras presas de sus ilusiones y cautivas de sus escasas
posibilidades.
Los individuos que les garantizaron la llegada a la costa
española a través de una ruta supuestamente segura les indicaron que la última
parte del viaje, la que cubriría el paso de este pequeño accidente geográfico
que separaba dos continentes, apenas les llevaría quince horas de tranquila
navegación propulsados por el minúsculo y obsoleto motor que controlaba el
único individuo que parecía tranquilo, bien alimentado y sano, en aquella nave
directa a la incertidumbre. Este peón de las mafias portaba un revolver de gran
calibre, largo cañón y cachas de madera en la cintura, y aquel arma, a la vista
de todos, evidenciaba que con él no podía discutirse ni perder las formas. Su
voluntad era la única ley a bordo y aunque no era más que un soldado sin rango en
la organización, en aquel punto del Mediterráneo era el único dios al que
obedecer y rendir pleitesía.
Jonás se había ganado la amistad y el eterno agradecimiento
del matrimonio que había estado a punto de morir ahogado, y el reconocimiento
de cuantos viajaban a bordo, que vieron como aquel maliense de cuerpo atlético,
expresión bonachona y sonrisa amable, se había lanzado al mar sin dudarlo,
exponiéndose a perder la vida o lo que es peor aún, la posibilidad de construirse
un futuro en Europa, tan solo por ayudar a dos desconocidos.
Cuando todo parecía volverse realmente insoportable, el
mafioso que controlaba la embarcación dijo algo levantando al tiempo la
barbilla en dirección a proa que hizo que todos sonrieran con una mezcla de
nerviosismo y felicidad y aplaudieran, y algunos incluso comenzaron a cantar a
los dioses dando gracias, pues en el horizonte divisaron la costa de Málaga. La
alegría desapareció por completo unos minutos más tarde, cuando el piloto sacó
el arma y apuntando al grupo los ordenó abandonar la patera y ganar la costa a
nado, agarrados a sus escasas pertenencias. No obstante, dentro de su egoísmo,
pues el mafioso intentaba por todos los medios no encontrarse con una
patrullera en la cercanía de la costa, se acercó cuanto pudo a la playa y al asegurarse
de que a esa distancia los viajeros tendrían posibilidades de llegar a ella,
insistió en que se lanzasen al mar.
Jonás supo que para evitar muertes deberían organizarse y
avanzar en grupos repartiéndose quienes supieran nadar con quienes no sabían
hacerlo y con la ayuda de Hassan que le sirvió de intérprete y nadando
continuamente de un grupo a otro para ayudar a que incluso los más asustados de
entre sus compañeros se mantuvieran a flote, logró que todos los ocupantesde la embarcación, qué libre del peso de la
carga volaba de vuelta a la costa de Alhucemas, alcanzaran tierra firme, para
el asombro de los bañistas y veraneantes que abarrotaban aquel trozo de tierra
prometida. Diversos agentes de la Guardia Civil y cuerpos médicos y distintos
miembros de organizaciones de ayuda al inmigrante no tardaron mucho en
personarse en el lugar y en prestar ayuda a los agotados y asustados africanos
que habían conseguido llegar a suelo español.
Jonás fue uno de los primeros en abandonar el CETI en el
que los internaron, para formar parte del grupo de compatriotas que subieron al
autobús con destino a Valladolid, donde los capataces de muchas de las bodegas
de las cinco distintas denominaciones de origen que hacían de aquella provincia
castellana la capital del vino español, contrataron mano de obra inmigrante, asesorados
por miembros de organizaciones religiosas y no gubernamentales que luchaban por
poder ofrecer a los desesperados seres humanos que arriesgaban sus vidas cruzando
el mar un trabajo y una verdadera posibilidad de residencia y de futuro.
Aquella mañana, la voluntaria de la ONG que le había
conseguido el trabajo y una plaza en el albergue en el que se estaba duchando,
llamó al centro para comunicarle que Aminata había alumbrado a una hermosa niña
sana y de ojos tan grandes como los de Mamadu, su padre, quien en el momento del
parto se encontraba en el autobús con rumbo al trabajo en unos viñedos de la
D.O Rueda y que pasaría el día contando los minutos para regresar a Valladolid,
acudir al hospital y abrazar a su mujer y a su hija.
Jonás, se secó en el vestuario de las duchas y se vistió
con las ropas donadas por otros vallisoletanos que, junto a aquellos
voluntarios, religiosos y dueños y capataces de bodegas, le habían devuelto la
fe en la humanidad.
El ser humano es un animal, si, y en ocasiones el hombre
puede ser un lobo para el hombre, pero los misioneros que hace ya más de veinte
años lo bautizaron con el nombre de un profeta tras convertirlo a la verdadera
fe, le explicaron que Cristo vive en todos y cada uno de nosotros y que a veces
solo hay que dejarle guiar nuestros actos para que triunfe el bien.
Enfrascado en sus pensamientos y con una sonrisa de oreja a
oreja que dejaba al descubierto su espectacular dentadura, Jonás acudió al
comedor para desayunar, y al tomar su bandeja y la taza de café caliente que le
correspondía, agradeció a la Santísima Trinidad los alimentos, y sobre todo el
no tener que volver a empuñar un arma y a matar a otros seres humanos para
conseguir un pedazo de pan. Al pensar en su suerte lloró, pero esta vez las
lágrimas de alegría sustituyeron a las lágrimas de sal que derramó al caer
extenuado en la playa de San pedro de Alcántara.
La jornada de trabajo en el campo estaba siendo casi
festiva pues la cosecha estaba completamente recogida ya y estos últimos días
eran de limpieza de los viñedos y cuidados de aquellas cepas que, sin
pretenderlo, habían resultado dañadas por la maquinaria y los peones, y el
capataz lo había seleccionado junto a otros buenos trabajadores para formar
parte de la cuadrilla estable que ayudaría en la bodega con todos los trabajos
que necesitasen de brazos fuertes y firme voluntad.
Poco antes de subir al autobús que lo devolvería al
albergue en la ciudad, Jonás comenzó a escuchar hablar de la terrible DANA que
había sacudido el este del país que lo había acogido y donde parecía
presentarse un futuro esperanzador.
En el salón comunal en el que se reunían a ver la
televisión algunos residentes antes de acostarse, Jonás ya había podido ver las
escalofriantes imagines que los telediarios transmitían prácticamente en bucle
y el índice de muertos y de desaparecidos no dejaba de aumentar con el paso del
tiempo.
Al día siguiente la realidad se volvió aún más insoportable
y la desgracia y la angustia se extendió por toda la geografía española, pues
además de aquellos que tenían familiares o amigos en la zona afectada, la
población española en su totalidad había empatizado por completo con las
víctimas de la tragedia, con quienes habían perdido seres queridos, casas,
negocios, bienes…
Desde los pueblos de la comunidad valenciana se pedía ayuda
para localizar a los desaparecidos y para limpiar y despejar las calles, pues muchos
no podían regresar a lo que quedaba de sus hogares y lo que era aún peor,
algunas personas estaban atrapadas solas o incluso en compañía de los cadáveres
de quienes habían fallecido durante el tiempo que estaba durando la emergencia.
La solidaridad de sus anfitriones emocionó a Jonás, quien
no dudó en unirse a otros agradecidos inmigrantes y solicitar a las
organizaciones que los atendían y a los empresarios que los habían contratado
la oportunidad de subirse a uno de los transportes que trasladaban a
voluntarios armados con palas, cubos, fregonas y ganas de aportar cuanta ayuda
está en sus manos y cuanta esperanza albergan sus corazones.
Jonás, y otros muchos voluntarios que no escatimaron
esfuerzo en devolver su esplendor a las calles de Valencia, sabían bien lo que
era verse sumergidos bajo las aguas y perder en ellas a seres queridos. Por eso
cada una de las lágrimas derramadas en el este de España tenía para ellos
restos de salitre, y se parecían mucho a las derramadas por quienes habían
cruzado el estrecho o saltado la vaya que separaba la muerte de la vida, el
odio del amor, el miedo de la esperanza.
Hoy, bajo la dirección de aquel bombero valenciano que tomó
el mando de su cuadrilla y supervisó los trabajos, todos eran hermanos en el
esfuerzo, y no había distinciones de credos, países de nacimiento ni colores de
piel.
Como era de esperar en el control de acceso del residencial Benamara, en plena costa del sol, se habían concentrado los mejores electricistas de la provincia de Málaga, atraídos por la urgencia en reparar la instalación que daba servicio al caprichoso hijo del multimillonario emir de Runara, quien al parecer tenía el dinero por castigo y maldición familiar. En la entrada de la urbanización se produjo un curioso embotellamiento entre los vehículos comerciales de las empresas eléctricas, los coches de los guardias de seguridad de la comunidad, los de protección privada del hijo del emir, un par de Nisán de la Guardia Civil y un vehículo de la policía local, cuyos ocupantes desplazados hasta allí nada más conocerse el origen del apagón global que al parecer ya afectaba a toda la península, se desesperaban en organizar aquel caos.
Según le comentó a Iván el miembro de la benemérita de mayor graduación, quien se había hecho cargo de lo referente a la investigación preliminar del suceso, alguien sin saber cómo, cuando, ni porqué, se había hecho pasar por un empleado municipal para acceder a los enormes generadores de seguridad y había colocado el ingenioso y minúsculo temporizador que hizo que un pequeño detonador de fabricación militar hiciera estallar el explosivo plástico adherido a un conmutador en la central eléctrica de Estepona. Todo sucedió justo en el momento en el que el hijo del emir había tecleado el código de apertura de la caja fuerte empotrada en el muro de carga del chalé alquilado para introducir los cerca de seis millones de euros que había traído para jugar en las mesas de ruleta francesa del casino Nueva Andalucía, de Puerto Banús.
—Desde lo más alto se nos hizo acudir aquí a los pocos minutos de producirse el apagón. No entiendo cómo ha sido posible que pudieran interconectar los sucesos con tanta rapidez—le dice el uniformado y bigotudo picoleto—Si al final va a ser que los servicios de inteligencia son inteligentes y todo.
Iván y Clara cruzaron una mirada y una sonrisa al escucharlo y ambos pensaron en el acto en las mismas personas, sin saber que una de ellas, Salomé, estaba a punto de enfrentarse a un peligro para el que Ulises no había podido prevenirla aun.
—A nuestros queridos amigos no les va a gustar que gracias a las sospechas de Salomé y a su rápida información a Ulises les hayan arruinado el negocio.
—Si. Es verdad—concede Iván— Se ve que esta agente destinada a SVAE es de lo mejorcito de nuestros servicios secretos. No creo que vayan a permitir que siga con vida. El intento de acabar con ella no tardará en repetirse y quien sabe, quizás con mayor fortuna.
Lo de dejar sin energía durante unos minutos a toda la población española y portuguesa para hacerse con los millones de euros en metálico del de Runara, y con la inmensa fortuna que traslada en joyas además cada vez que se mueve por Europa, se les fue un poquito de las manos a estos tipos. Pero también nos han dejado claro hasta donde pueden llegar y la profesionalidad de algunos de sus secuaces. Esto indiscutiblemente ha sido obra de alguien con formación militar y con una increíble preparación en actos de sabotaje,
A poco más de 800 kilómetros de allí, los peores presentimientos de Iván estaban a punto de hacerse realidad. Un sicario de la organización criminal que habían descubierto operando infiltrada en los gremios a los que recurrían las administraciones de fincas y otras empresas que se podían contratar a través internet, jaqueó sin la menor dificultad el código que abría la puerta de acceso al parking donde los tramitadores de llamadas y sus responsables, coordinadores y formadores dejaban aparcados sus coches durante las horas de turno presencial. Al abrirse el portón, una pequeña furgoneta con las lunas tintadas accedió al parking y de ella saltaron con rapidez cuatro hombres armados hasta los dientes que no tardaron en derribar la puerta del call center y en encañonar a los trabajadores que allí se encontraban, ordenándolos que identificaran a Salome sino querían que abrieran fuego.
Lo que no sabían era que el destino, que es tan caprichoso como juguetón, había decidido que en ese momento Salomé estuviera en la pequeña sala de juntas anexa al call center, en la que tenía una de las periódicas reuniones que Pablo, el CEO de la empresa, solía celebrar con su equipo de confianza y un café y unos churros de por medio. Además de Salomé y Pablo, estaban allí Alma, la risueña y adorable formadora de los nuevos trabajadores que se iban incorporando a la empresa y Pedro Pérez, un coordinador corpulento y musculado, pero de naturaleza afable, aunque a todas vistas capaz de afrontar cualquier tipo de situación sin despeinarse. También estaba Txus, otro de los coordinadores quien fue el primero en darse cuenta de que algo no iba bien al ver a través de los vinilos serigrafiados que decoraban la luna de la sala confiriéndola al tiempo algo de intimidad, a un grupo de individuos de aspecto sospechoso entrar a toda prisa en las oficinas.
—Bueno, Pedro, Alma...—dijo Salomé al comprobar la situación a través del cristal— , creo que no hace falta que os diga que lo que nos temíamos ha terminado sucediendo.
—¿Se puede saber qué está pasando aquí?—preguntó Pablo al ver como aquella informal y cotidiana reunión de empresa se había convertido en algo completamente diferente a lo que imaginaba.
—No sé si estamos autorizados a contarte según que cosas—dijo Salomé extrayendo una pequeña pistola automática de la funda oculta dentro del maletín de trabajo y ofreciéndosela a Alma, quien declinó su ofrecimiento al hacer aparecer como por arte de magia un revolver de gran calibre con las cachas nacaradas de entre los pliegues de su larga falda baquera.
—Yo me ocuparé con discreción del que cubre la salida —aseguró Pedro apretando el resorte que permitió aflorar la larga y afilada hoja de su navaja automática—vosotras desaceos de los demás y procurad que no lleguen a abrir fuego. Tenemos a tres compañeros en la sala y por encima de todo debemos garantizar su seguridad y ponerlos a salvo.
—Ulises no me había hablado de esto—masculló Pablo para sorpresa de todos mientras sacaba su Smith and Wetson del 45 de la funda sobaquera oculta bajo su impecable americana—vamos al lio, equipo.
—¡Joder! —exclamo Txus apoyándose en el bastón que utilizaba para ayudarse en su casi imperceptible cojera—No gana uno para sorpresas.
Entonces se escuchó un disparo dentro de la sala y para su asombro vieron salir a tres de los intrusos desarmados y con las manos entrelazadas tras la nuca. Y siguiéndolos con paso firme y decidido y apuntándolos con su Pietro Beretta aún humeante a Laertes, el rubio teleoperador de ojos tan azules como tristes y palabras siempre cuidadosamente escogidas.
Guardad las armas y disimulad, equipo—ordena Pablo—vosotros y yo ya hablaremos luego. Y Ulises, claro. Me parece que tiene mucha cosas que explicarnos a todos.
Tal y como había acordado con Salomé, la inspectora Nogueira se presenta en las oficinas de SVAE el día indicado a la hora establecida, y tras ser presentada como una nueva trabajadora en prácticas al resto de teletramitadores que se encuentran allí, se le asigna un puesto de trabajo, una dirección de correo electrónico corporativa y una extensión para el uso de la centralita. Clara, quien ya había desempeñado una misión trabajando como infiltrada entre los cárteles de la droga de la costa del sol, no tiene el menor problema en asumir el rol de su nueva identidad y de presentarse a todos como Inés Sánchez, palentina, titulada como secretaria de dirección por una prestigiosa academia de Madrid, de esas de "a cojón de mico" el diploma, y dispuesta a desarrollar de la mejor de las maneras las competencias de secretariado virtual que exigen su nuevo empleo. El cabello recogido en un moño alto sujeto por un divertido lazo de gatitos, una indumentaria lo suficientemente estilosa para ir "arreglá, pero informal" y unas gafas de montura infantil de Agatha Ruiz de la Prada, completan su acertada imagen para no levantar sospechas. En la mochila PUMA en la que porta la taza para los desayunos, los Smint para refrescar y aclarar la garganta, las llaves del coche y de casa, una libreta para notas y un par de bolígrafos, oculta también los grilletes, la placa, un 38 especial y algo de munición extra por si las cosas se ponían serias.
Alma, la coordinadora a la que Salome ha asignado su formación, se acerca sonriente y solícita a explicarle su cometido y a ayudarle en cuantas dudas pudieran surgirle. A Clara de inmediato le cae bien aquella coordinadora. Su aspecto inocente y empático y su evidente compromiso con el buen ambiente en el trabajo, la hicieron sentirse tan a gusto que de no ser por el requerimiento casi inmediato de Salomé se habría olvidado de qué coño era lo que la había llevado a trabajar allí.
—Inés—llama Salomé—Si no estás en llamada ven un momento a mi mesa.
Clara se levanta solícita y acude a la mesa desde donde la agente de El Faro del norte controla no solo a los trabajadores a su cargo, sino todas las llamadas de aquellos clientes cuya tramitación podía levantar sospechas y ser susceptible de abrir la puerta a las fuerzas del mal que utilizan esos nuevos pasadizos virtuales para obtener información sobre las viviendas de algunos objetivos, y el acceso a las mismas bajo las más insospechadas e inocentes identidades.
—Dime Salomé. ¿Todo bien? Creo que he entendido bien lo que me ha explicado Alma y estoy segura de que en breve cogeré las llamadas sin meteduras de pata—, disimula Clara en voz alta para que nadie sospechase el verdadero motivo de su requerimiento.
—Bien, Inés—contesta Salomé también en voz alta. Solo quiero que escuches conmigo la grabación de la llamada que acabas de atender para marcarte algunas cosas que puedes mejorar simplemente leyendo bien los protocolos y siguiéndolos sin omitir nada ni añadir nada de tu cosecha personal—le dice Salomé mientras la invita a colocarse los auriculares, que Clara acomoda sobre su orejas soltando con una mano el lazo que aseguraba el cabello recogido.
La grabación como ya esperaba no era la de una de sus gestiones, sino la de una reciente gestión de Laertes, un teleoperador de aspecto soñador y melancólico y de maneras tan dulces que era capaz de apaciguar con dos acertadas frases a quienes llamaban para quejarse a una administración de fincas de la ausencia de luz en el portal, o a una compañía de telecomunicaciones de la caída de la red en su municipio. Lo que nadie sabía era la clase de persona que se escondía tras esas amables palabras y ese relajado y amable tono de voz, pero esa es otra historia.
En esta ocasión, Laertes había atendido al guardia de seguridad de la urbanización de Benamara, en Estepona, quien llamaba para informar de que no funcionaban las cámaras de seguridad ni las barreras de acceso en la garita de entrada. Misteriosamente se había ido las luces de la urbanización y todos los controles estaban informatizados. El problema está en que aquel fallo en el sistema eléctrico coincide con la llegada hace apenas media hora del sequito de Yasir, el hijo menor y casquivano del emir de Runara, heredero de una de las más grandes fortunas de oriente medio, quien había alquilado una "pequeña" villa de 800m2 cpn 8 dormitorios, 6 cuartos de baño, sala de cine, piscina climatizada y casa de invitados, para pasar de incógnito el puente del 1 de mayo jugándose los millones de su padre en el casino Nueva Andalucía sin llamar la atención de los periodistas de la prensa rosa que asedian las urbanizaciones vecinas a Puerto Banus.
Clara cruzó la mirada con Salomé y no hicieron falta palabras. En el acto la inteligente y resolutiva agente secreta se hace con su teléfono móvil para avisar a Ulises, la directora de la secreta agencia que vela por los intereses de España, cuando de pronto la luz de las oficinas también se fue sin previo aviso, y lo que es peor, los teléfonos móviles dejaron en el acto de estar operativos, fuera cual fuera el operador bajo el que encontrasen la red.
Clara se levantó fingiendo tener que encontrar un teléfono operativo para interesarse por el estado de su único hijo ingresado en el hospital para unas delicadas pruebas médicas y abandonó las oficinas en busca de Iván, sin saber que este ya estaba arrancando su vehículo encubierto para recogerla y emprender de nuevo camino a la costa del sol.
—Vamos a tener que solicitar traslado a la comisaria de San pedro de Alcántara—bromea Iván al abrir la puerta del copiloto a Clara apenas diez minutos después.
—Pues si. Y yo venderé mi coche eléctrico—. responde su compañera y amiga tan irónica como preocupada—el apagón es a nivel peninsular. España y Portugal se han ido a negro.
—¡Cojonudo!—ruge Iván—festival del delito. Hoy se han abierto las puertas de todos los garitos para que los chorizos disfruten de una inesperada barra libre.
Tras cada noche llega una nueva mañana, tras la oscuridad nocturna vuelve a iluminarnos el sol y tras cada periodo de angustia regresa tímida y prudente, pero firme y oportuna la esperanza.
Pensé que había llegado el ocaso a mis días de creatividad y de efervescencia literaria, pero no, tras pensarlo mucho he comprendido que tan solo es que no me he atrevido a sentarme ante el teclado para alimentar el blog durante estos últimos 15 días, y no he sido capaz de hacerlo porque me he dado cuenta de que lo que he alimentado principalmente son los demonios que habitan en mi interior y que están deseando que abra la caja de los truenos y permita que asuman mi escritura. He preferido regalarme pequeños momentos creativos en distintas RRSS con las que a modo de dosis de metadona he conseguido quitarme el mono y detener los temblores, calmar los delirios y eliminar los sudores.
Y es que ya lo he escrito en muchas ocasiones, para mi escribir no es una afición, un hobby o un oficio, es sencillamente una necesidad vital, y si no puedo expresarme por escrito en algún momento del día, sé que sencillamente me agostaré y dejaré de respirar. Otra vez. pero esta vez de forma definitiva, sin sorprendentes despertares y sin segundas oportunidades. Y es que además tengo la certeza de que si no pudiera escribir preferiría estar muerto.
En breve verá la luz la novela que ha supuesto un verdadero cambio de tercio en mi trayectoria literaria, un punto de inflexión y un ejercicio de madurez, Incluso lo bueno. Mientras, sigo trabajando muy despacito, cual meticuloso y exigente artesano en Inocentes, y para matar la inmediatez que me define y que rige mi existencia, he comenzado a escribir en este blog una novela por entregas, un juguete, un divertimento al que he titulado Buscar el gremio, y para el que he resucitado a mi querido inspector Iván Pinacho (cosa que quizás no debiera haber hecho bajo ningún concepto).
Me he apartado un poco de la parte más personal de este vuestro blog, intentando contener ese exhibicionismo emocional que caracteriza muchas de mis entradas, aunque lo disfrace con vestidos de cuentos y relatos, o aunque pretenda camuflarlo con recursos literarios.
Pero como también he escrito alguna vez, el que nace lechón, muere cochino, y renace más lechón que nunca.
Así que nada, aquí estoy de nuevo. Mis inseguridades, mis angustias, mis miedos, mis alegrías y mis penas, mis momentos de éxtasis amoroso y de insoportable ausencia de luz y mis circunstancias vitales, emocionales y existenciales volverán a ocupar páginas en La espinilla cuando besa, aunque sé que esto será motivo de celebración de aquellos que me odian y se esconden tras seudónimos y cobardes avatares ficticios para insultarme y tratar de destruir mi autoestima y de apagar mi luz. Pero lo siento, "amigos" (y "amigas", que de todo hay), esta luz no entiende de apagones innecesarios nacidos del odio, de la ambición, de la envidia o de la mediocridad.
Vivo, luego escribo. Pienso, luego insisto: todo termina llegando, incluso lo bueno.
Una vez más las letras de este impresionante poeta urbano parecen estar escritas para acompañar mi realidad, mi emoción y mis textos. Me pasa con él exactamente lo mismo que he sentido al escuchar algunos temas de Ryden y de Residente. Los escucho, los siento míos, los amoldo a lo vivido y a lo que quisiera vivir y los convierto en partes de mi historia y de mis recuerdos. Mi historia...
Ayer se cumplieron once años del que quizás fue el momento más duro de mi historia, y el verdadero punto de inflexión que me ayudó a despojarme de mucho de lo que me lastraba como persona y a correr más libre, más seguro, más completo. Ayer esta efeméride me alcanzó en Toledo y allí entre en una iglesia a darle gracias a mi Dios, a mi familia, a mis amigos y a la gente que quiero, porque como canta El Chojin yo soy yo y la gente que quiero, y sin la gente que quiero soy un ser incompleto.
Gracias. A todos. Por tanto. Por todo.
He aprendido a decir gracias, pero también aprendí a decir los siento, y a pedir perdón. Quizás este aprendizaje salvaje y realmente duro ha sido tan necesario como eficaz para ayudarme en mi empeño de convertirme en el mejor Juan que pueda llegar a ser. Y ese Juan estará construido por lo mejor de lo que me ha regalado ese verdadero ejército de personas maravillosas que se negaron a verme morir y que con sus oraciones, su energía y sus buenos deseos, consiguieron que regresara de esos minutos de muerte clínica y que despertara de esa semanita durmiendo junto a la pálida señora ese sueño difícil y complejo al que llamamos coma.
`Ya está. La vida pasa y pesa, pero gracias a Dios todo sigue girando y aún tengo mucho que vivir, que disfrutar y que sufrir. Aún tengo mucho que contar y que escribir.
Pero aprovecho este blog para dejar constancia de algo, SOY UN TIPO TAN AFORTUANDO COMO AGRADECIDO, y siempre pago mis deudas, y cumplo mis promesas.
Dumas se cansa de escuchar en bucle la canción de los Radiohead que suena como tono de llamada en el teléfono del inspector de homicidios que decidió adoptarlo y compartir espacio, vida, tiempo y cariño con él. Creep le gusta mucho, pero una vez tras otra y con la calidad de audio de un smartphone resulta demasiado cansino incluso para un gato común europeo de menos de un año. En un alarde de valor salta sobre el pecho de su humano de compañía y acomodándose junto a su rostro comienza a ronronear con tanta fuerza que el inspector Pinacho termina despertándose.
Al recuperar la conciencia, Iván acaricia al gato que ha decidido que ya es hora de arrancar la jornada y escucha la persistente llamada que anuncia el teléfono sobre la mesilla de noche, junto al paquete de Chesterifield y a su Pietro beretta de 9mm.
Al hacerse con el teléfono y con un cigarrillo y el mechero, y no por ese orden precisamente, Pinacho lee en la pantalla, Salomé, y descuelga de inmediato sorprendido pro su temprana llamada.
—Todavía no han pasado las burras de leche, Salomé—ironiza el servidor de la ley aspirando una intensa calada de la sustancia que terminará con su vida si no lo hace antes una bala, un cuchillo o un mal golpe en alguna zona vital —. Ya me dirás que tripa se te ha roto a las siete y media de la mañana.
—Buenos días también para ti, Pinacho—gruñe Salomé indignada por la respuesta del rubio agente de homicidios—. A mi no se me ha roto ninguna, pero a cierto fulano de tez extremadamente picada por la viruela, que me aguardaba con una navaja de barbero en la zurda oculto tras uno de los pocos coches que ya estaban aparcados en el parking de las oficinas de la empresa, se le ha roto un poco el cuello.
Pinacho sabía que Salomé era mucho algo más que una agente de inteligencia y cuando le comentaron que había sido una de las más eficaces agentes de campo de la organización, sabía que se refería a cosas como esa.
—Imagino que los de casa ya se habrán desecho del cadáver.
—No te quepa duda—confirma Salomé—, han tardado menos de veinte minutos en acudir con una motocicleta de gran cilindrada, una chupa de su talla y un casco integral para hacerse con él y simular un mortal accidente de tráfico en la vecina ronda VA30.
—Da gusto lo bien que se trabaja en este país—ironiza Pinacho apurando una nueva calada del pitillo—. Y al margen de lo de tu nueva muesca en la culata, ¿tienes algo más que contarme?—pregunta mientras aparta con delicadeza a Dumas y se levanta para prepararse el primer café de la mañana.
—Pues claro, majete, a ver si te crees que lo que más me gusta a estas horas del día es escuchar tu voz. El hecho de que este individuo al que los compañeros de la científica ya han podido identificar se haya acercado por SVAE con la intención de presentarme sus respetos no ha sido casual. Al registrar su cadáver y encontrar su teléfono, hemos hecho un volcado de las conversaciones de wasap y en una de ellas hemos localizado un mensaje con la lista de objetivos que le habían notificado, en la que además de mi, estabais tu y tu querida compañera.
Al escuchar esto Pinacho tuerce el gesto. Si han incluido en la misma lista de objetivos sus nombres junto al de aquella agente trabajando de incógnito como encargada de una empresa de asistencia virtual, es obvio que han descubierto su relación. Y eso no quiere decir otra cosa que hay un topo en El faro del norte, y que la nueva mafia de muy lucrativa actividad delictiva, descubierta a raíz de haber eliminado a aquel sujeto en el hall de su casa, no está dispuesta a renunciar a la impresionante fuente de información que han encontrado en las llamadas de los angustiados vecinos que solicitan un técnico, un fontanero, un persianista, un electricista, un cristalero o al profesional del gremio oportuno para solucionar los más inmediatos problemas en alguna de los cientos de comunidades de vecinos interconectadas con los asistentes virtuales que trabajan a las órdenes de Salomé.
—Ulises me ha pedido que te avise, y de paso me dado una orden que creo que no te va ha hacer ninguna ilusión.
—Dispara—dice Iván mientras bebe un primer trago del negro café costarricense recién hecho.
—Se me ha ordenado que Clara entre a trabajar con nosotros como teleoperadora del turno de tarde. Quiere que ella misma contraste llamadas conmigo y que te facilite algunas cosas.
—Joder—brama Pinacho—éramos pocos y pario la abuela.
—A mi tampoco es que me haga una ilusión loca, ricura, pero ya sabes, donde hay patrón no manda marinero. Además tras haber estudiado vuestras hojas de servicio, imagino que esto será cuestión de meses o mejor aún, de semanas como mucho.
—No creo que te haga falta que te explique la teoría de la relatividad, Salomé, ni lo mucho que vamos a disfrutar de cada segundo de los que nos toque emplear en resolver este caso, pero te aseguro que será mejor que esta calaña que pretende desvalijar a nuestros queridos conciudadanos contratase un seguro de vida lo suficientemente generoso como para dejar cubiertos a sus hijos en caso de toparse conmigo antes de haber podido saborear el segundo café de la mañana. Ahora te dejo—se despide—voy a llamar a la inspectora Nogueira y a ponerle al corriente de las novedades.
—Haz lo que consideres oportuno, Pinacho, pero no dejes de seguir los protocolos que marca la organización para que todo salga de la mejor de las maneras posibles.
—No te preocupes, reina, así lo haré.
Tras colgar el teléfono acaricia a Dumas entre las orejas y enciende otro cigarrillo. Una ducha de agua fresca que tonifique sus músculos y un poco de contorno de ojos, le devolverán un aspecto más o menos agradable. Eso y una camisa limpia a juego con sus azules ojos de niño bueno.
A veces da algo de pereza afrontar el día, y hoy le apetece más bien poco vivir, pero bueno, esto es parte del trato.
Aunque sinceramente...no estoy muy seguro de sentirlo de verdad.
No quería hacerlo, pero no me has dejado otra opción. He tenido que matarte, he tenido que hacerte mucho, mucho daño, pero como es algo irreal y literario, que tan solo sucede en negro sobre blanco, no estoy infringiendo ninguna ley, tan solo la que me conmina a perdonarte o a poner la otra mejilla. He tenido que escribirte el más cruel de los sufrimientos que he sido capaz de escribir, más cruel aún que cada uno de tus falsos te quiero, y me has obligado a disfrutar con ello. Y mucho me temo que aunque me arrepiento de haber sido capaz de conjugar tanta maldad en presentes continuos, participios y gerundios, algo me dice que volvería a hacerlo.
En el pasado te escribí las palabras mas bellas, de hecho recolecté aquellas más delicadas y más hermosas, las mejores, aunque entonces ninguna me parecía lo suficientemente buena para describir lo que me ardía dentro del pecho cada vez que cruzaba la mirada contigo, pero me enseñaste a dejar de querer, y yo que pensé que no sabía hacerlo y que nunca sería capaz de aprender a renunciar a un recuerdo bonito. te odio por haberme enseñado a odiar, y te maldigo por haber conseguido que te maldiga en todas mis lágrimas.
Al escribir la última frase Laertes, asiente con la cabeza en el universo paralelo en el que obedece a quien escribe su realidad cotidiana, arranca la cuartilla del cuaderno y sin detenerse siquiera a rubricar esta carta sin destinatario ni remitente, la clava al pecho del cadáver de la mujer que un día lo llevó a plantearse cambiar de vida, renunciar a la violencia y abandonar todas las sombras entre las que había construido su realidad, su razón de ser y su futuro.
La conoció por avatares del destino y por avatares del destino la besó por vez primera. El destino también hizo que ella amaneciera en su vida un día tras otro y el destino, que es tan juguetón como tramposo y mal perdedor, lo empujó a apretar el gatillo y a atravesarle el cráneo con una bala de 9mm cuando la suerte estaba echada, los hados se habían rendido a las evidencias y el último beso sabía a traición, a veneno y a otros labios.
El destino de Laertes es rubio y tiene los ojos azules y tristes, pero muy expresivos, escribe en cuanto tiene un minuto que robarle a sus obligaciones y sabe que es el único dios de un universo imaginario en el que su voluntad es ley.
Al fin y al cabo Laertes lleva años viviendo de una de las profesiones más antiguas de este mundo, la de asesino a sueldo, y sonríe al pensar que ha sido a un tiempo sicario, cliente y víctima, juez jurado y verdugo, y que pese ha haber desempeñado tantos oficios al tiempo, no ah cotizado por ninguno de ellos, ni malgastado un euro.
Antes de arrojar el cuerpo al interior de la pira preparada para tal fin, le echa un último vistazo. Aparentemente es una mujer de la que cualquiera podría haberse enamorado, pese al rigor mortis, pero esas adorables facciones ocultan el verdadero rostro del súcubo más feroz que jamás poseyó a una mortal.
Ya está. Alea jacta est.
Laertes enciende un cigarrillo con su viejo y fiable mechero de gasolina, aspira profundamente la primera calada y se gira abandonando aquel tétrico ritual en el que junto a ella quema los restos de un corazón que un día amó más de lo que jamás ha amado un corazón en este sistema solar. Se permite el lujo de una única, solitaria y extremadamente salada lágrima, se promete no volver a enamorarse jamás y durante un par de segundos acaricia la culata de su Pietro Beretta planteándose pegarse un tiro allí mismo y terminar con todo. Pero la vida sigue. Como escuchó una vez y escribió mil veces, la vida pasa y pesa. Pero sigue, y Laertes decide seguir respirando, pase lo que pase y le pese a quien le pese. O al menos eso es lo que decide su destino, su hacedor y su sacra némesis antes de guardar el archivo y apagar el ordenador.