miércoles, 17 de diciembre de 2014

La increible historia de Salomé e Ícaro, el pequeño absurdito.



Hace mucho, bueno, no demasiado tiempo y en un país mucho más cercano de lo que se piensa, vivía en el bosque una hermosa campesina que cuidaba de su huerto y de sus animales y gustaba de dormir todo lo que le permitía su trabajo y de danzar en cuanto tenía ocasión.
Un día, un pequeño habitante de la comarca cercana, se cruzó con ella paseando y sintió como algo le aguijoneaba el pecho.
Ella también sintió que aquel tipejo despeinado y con carita de pena, le había tocado algo en el interior y siendo una muchacha decidida y valiente como era, se acercó a hablar con él.
Una cosa llevó a la otra y quedaron en varias ocasiones, terminando por dar rienda suelta a su pasión y entregándose a las cosas del cariño.
La joven Salomé enseguida se dio cuenta de sus diferencias, ya que él era un tipo algo timorato, más preocupado de no volver a sufrir que de disfrutar de la vida.
El joven Ícaro le contó su historia apesadumbrado, ya que en los últimos meses se había enfrentado a unas cuantas experiencias bastante duras, pero eso no era motivo suficiente para frenar la vitalidad de Salomé, para la que su vida ya era bastante complicada como para tener que hacerse cargo de los miedos y las preocupaciones de alguien que para ella, no tenía mayor problema que la incapacidad de dar el paso necesario para salir del bache en el que se había metido.
Ícaro era consciente de que aquellos temores suyos al sufrimiento le podían llevar a sufrir una vez más al perder la oportunidad que se le presentaba con aquella campesina, pero lejos de enfrentarse a sus miedos, se escondía de ellos aún alimentándolos  con una imaginación desbordante y más que peligrosa.
Cuando ícaro se sentía seguro con aquella muchachita, desparecían los nubarrones negros que le oscurecían el corazón, pero como si el mismo invocara a la tormenta, no podía disfrutar en exceso de aquella sensación tan agradable que compartía con la joven campesina.
Ella que era una chica inteligente, auguró un final difícil para aquella relación que acababa de comenzar y no puso freno a su carácter a la hora de enfrentarse a los titubeos de Ícaro, quien sufría aún más al ver que Salomé esgrimía argumentos irrebatibles.
Al tiempo que andaban buscando la forma de solucionar su problema, él continuó con su vida y su trabajo, algo más cohibido ante el día a día quizá que unos cuantos meses antes y culpó de ello a sus desafortunadas circunstancias recientes.
Salomé obviamente decidió no cambiar ni un ápice sus rutinas ni su forma de vida, ya que gustaba de dejar la granja siempre que tenía ocasión, para bailar y disfrutar con sus amigos, cosa que a Ícaro le generaba una absurda inseguridad, puesto que sabía a ciencia cierta que si quería que Salomé fuese feliz, no debería tratar de hacerla cambiar lo más mínimo, eso sería completamente contraproducente.
Una noche que ambos se encontraban amándose en el pajar, un terrible ogro fue a dar con ellos y Salomé  al verlo venir, se preparó para enfrentarlo con la horca con la que colocaba la paja en el silo.
Ícaro viendo el peligro al que se iba a enfrentar Salomé, recuperó súbitamente el valor y aún sabiendo que aquella muchacha sabía defenderse perfectamente sola, se lanzó de un salto y con las manos desnudas contra el horrible ogro quien comenzó a golpearle con ambos puños, enormes y sólidos  como mazas, derribando al pequeño muchacho en el acto.
En el momento en el que el ogro iba a arrancarle los miembros a ícaro, Salomé le atravesó el pecho con un poderoso ataque con aquella horca de puntiagudos extremos de madera.
El ogro cayó muerto en el acto y Salomé se arrodilló junto a aquel muchacho que la sorprendió al enfrentarse desarmado a aquella terrible criatura.
Ícaro abrió los ojos y aunque lo intentó, no pudo corresponder a las caricias de la preciosa campesina, estaba demasiado malherido por los golpes del ogro, que le había destrozado el cráneo.
-Me muero (dijo Ícaro con voz débil) pero me voy orgulloso de ti y contento por saber que ya no corres peligro.
Salomé, enfadada con lo acontecido, permitió fluir su rabia y aunque le dolía perder a aquel muchacho, por otro lado no pudo contener su enfado ante la imprudente y torpe reacción de Ícaro
-Si te mueres es por tu estúpida idea de que las mujeres necesitamos que alguien nos salve de todos los peligros y eso es una estupidez, como habrás podido comprobar, tan prudente que creías ser y tus erróneas ideas te han llevado a esto.
-Solo quise que no te pasará nada, pero me ha salido un poquito mal, sabes que soy torpe aunque no es el primer ogro al que me he enfrentado, te lo juro y ya te he dicho que yo nunca miento.
-Pues debían de ser unos ogros muy ridículos aquellos, y no se te ocurra echarle la culpa a que estabas convaleciente o débil, simplemente no has sabido como tenías que combatir a este ogro, que tampoco es que fuera el más terrible de su especie-
En ese momento el pobre muchacho de cabellos desordenados comenzó a vomitar sangre y sintió como el corazón se le rompía, cosa que le hizo llorar al saber que su historia terminaba allí.
Encontró el aliento suficiente para despedirse de Salomé y algo avergonzado la dijo con cariño:
-Se que me debes de considerar un poco absurdito, pero este ogro al que me he enfrentado era ni más ni menos que la vida. Tienes razón, no he sabido como derrotarlo, pero te aviso de que si terminas así con la vida, la muerte querrá que formes parte de su equipo y eres demasiado vital para pasarte al lado oscuro, cuídate mucho amor, sé que no he estado a tu altura, pero eso no quiere decir más que me ha encontrado mi destino, del que llevo escondiéndome mucho tiempo.
Te echaré de menos, trata de ser feliz y huye de los problemas, no aguantes lo que no tienes que aguantar, nadie debe amargarte la vida ni borrar esa sonrisa tan tuya.-
-No ha nacido quien (dijo Salomé sollozando conmovida por aquello) ni siquiera tú con tu adiós me harás renunciar a mis sueños.
Te quiero-
Tras estas últimas palabras lo abrazó y le depositó un cálido e intenso beso en los labios, notando al besarle como se escapaba a vida a través de sus labios en un último estertor.
Depositó con cariño el cadáver de Ícaro junto a lo más florido del jardín, enjugó sus lágrimas y se encerró a dormir junto a su gato, quien la aguardaba en el lecho.
Colorín colorado este cuento se ha acabado, no fueron felices ni comieron perdices, simplemente fueron ellos mismos hasta el final y aunque el joven Ícaro falleció aquella noche, se fue contento por haber  reunido el valor necesario para enfrentarse a su final. Salomé sigue bailando aún en las fiestas de la aldea e incluso la reclaman de palacio, dado lo hermoso y lo espectacular de su danza.
La vida sigue creando ogros y de vez en cuando los envía a por aquellos que se esconden de sus designios.
Puede que algún día esta horrorosa especie de monstruos desaparezca, aunque hoy por hoy nacen cada vez más fuertes y temibles.

Fin

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