El cuerpo del otrora temible delincuente Milas Djuvick, ex combatiente de las milicias serbias y prófugo de la justicia al estar relacionado con distintos robos violentos en propiedades de familias acaudaladas de la provincia de Valladolid, yacía en el hall de entrada del ático que Pinacho, concediéndose un capricho que le llevó a desposarse con una entidad bancaria durante no menos de treinta años y un día había comprado en uno de los edificios más emblemáticos, pintorescos, mejor situados y lujosos de la urbe, la Casa Mantilla.
No tardó en avisar del incidente a su compañera, la recién ascendida inspectora Nogueira, para que comunicara al forense y al juez de guardia esta simpática distracción que amenizaría la mañana del domingo obligando a todos los implicados en el futuro levantamiento el cadáver a cancelar los planes de vinos y tapas que tanto gustaban a la sociedad vallisoletana durante los festivos. Adiós al vermú torero con final feliz. Pinacho envió un wasap escueto e irrebatible a la pelirroja periodista de menuda estatura y gigantesca sonrisa que le había robado el corazón desde los sucesos de aquellos famosos Crímenes de temporada que lo convirtieron en el policía mediático que debió fingir su propia muerte para desaparecer de escena durante una buena temporada. Al cambio de identidad y de domicilio, añadió un tinte que disfrazó su rubio cabello con un tono negro azabache, lentillas oscuras y el perfecto afeitado de su añorado, representativo y muy característico bigote bicolor.
Se le permitió conservar su afición por esos incomprendidos felinos que habitan entre nosotros y para darle un punto de interés a esta nueva personalidad a la que le obligó la secreta sociedad El faro del norte, se hizo con Dumas, el adorable y muy juguetón gato común europeo con el que compartiría vida y aventuras.
Al identificar el rostro de Milas y adivinar el arma bajo la chaqueta, Pinacho asoció de inmediato lo curioso de su presencia allí con la detención hace unos días del ladrón de obras de arte Pablo Lacarra, instalando el video portero de otro de los edificios nobles y blasonados de la ciudad. Demasiada coincidencia.
Mientras se servía un deliciosos tinto cultivado y elaborado en Peñafiel por su amigo Alberto (el "Rula"), Pinacho respiró profundamente, extrañando el pitillo que hasta hacía unos meses acompañaba el disfrute de los caldos de la ribera.
Indudablemente aquí había caso.
Una cosa siempre lleva a otra y el inspector Pinacho y su compañera en el grupo de homicidios de la policía nacional de Valladolid, Clara Nogueira, fueron colocando con cuidado las piezas del puzle que descubrieron cuando Pinacho tuvo que matar en defensa propia al peligroso delincuente serbio Milas Djuvick en el hall de su propia casa. En efecto y como Pinacho intuyó de inmediato, el que este delincuente balcánico y el ladrón de obras de arte, Pablo Lacarra, operasen bajo la tapadera de trabajadores de distintos gremios laborales al servicio de unas cuantas administraciones de fincas, no se trataba en absoluto de algo casual.
Desde El faro del norte , la secreta organización al servicio de los intereses de España con la que colabora, tuvieron la cortesía de suministrar a Pinacho y su fiel compañera los informes necesarios sobre las actividades delictivas de algunos de los nuevos trabajadores en nómina de los más importantes administradores de fincas del país, que bajo el paraguas de una asociación cuyas siglas inspiraban en el policía de bigote bicolor divertidos y chabacanos juegos de palabras, amparaban sin saberlo los delitos más variopintos.
Desde luego tanto Nogueira como Ulises, allá en la dirección de El faro del norte, sabían que IESA era una asociación perfectamente lícita y más que necesaria en muchos momentos, pues al unir a los grandes administradores de fincas, optimizaban recursos y acumulaban conocimientos y experiencia de cara a solventar todo tipo de problemas cotidianos que surgen en las comunidades de propietarios.
Lo que no sabían en IESA es que las mafias internacionales se frotaban las patitas al haber dado con una pantalla de semejante tamaño, que no solo les permitiría blanquear capitales al firmar contratos perfectamente legales, sino que pondría a su disposición información de primera mano para localizar a sus víctimas y para que hicieran de los listados de propietarios y bienes un perfecto catálogo en el que deleitarse eligiendo a lo Ábalos los más hermosos y codiciados bienes.
Ulises comunicó a Pinacho que habían podido colocar una agente de inteligencia que desde su tapadera como coordinadora jefe de cuantos teleoperadores tramitaban las llamadas de los vecinos a las administraciones inscritas en la asociación, iba facilitando a los agentes de campo aquellos avisos que le resultaban excesivamente sospechosos. Y como era de esperar, Pinacho y Nogueira también formarían parte de la red a la que Salomé pondría al corriente al menor indició de delito.
Dos días después del incidente con el difunto ex militar serbio, y mientras el enamoradizo inspector cambiaba el arenero de Dumas, el gato con el que compartía casa, el teléfono móvil sonó sobre la mesilla de noche, ofreciendo varios compases del tema Crep de Radio head, mostrando en la pantalla el nombre que Pinacho pronunció al descolgar.
—Salomé, espero que tengas algo realmente interesante que contarme.
—No lo dudes, Pinacho—respondió la eficaz agente de inteligencia infiltrada en la empresa de teleasistencia más potente y mejor considerada del país—te acabo de enviar un correo en copia a Ulises con los protocolos que debéis de seguir Nogueira y tu para evitar la inminente ejecución en su chalé de La alcaidesa, de la familia de uno de los capos de los cárteles de la droga más poderosos de La línea de la concepción.
—Una vez más El faro del norte nos pide que actuemos fuera de nuestra jurisdicción—ruge Pinacho viendo venir nuevos problemas a cientos de kilómetros de su comisaria.
—Y una vez más la organización pondrá a vuestra disposición todos los permisos y todos los medios, incluso los humanos que más os gustan, o al menos que más le gustan a tu compañera—ironiza Salomé haciendo referencia a Mira, el tirador de élite con el que Nogueira vive un apasionado romance desde hace ya más de un año.
—Muy bien Salomé—contesta Pinacho algo intrigado de la dimensión que parecía estar cobrando el caso si necesitaban de la cobertura de Mira—llamaré a Nogueira y esperaré a que venga para leer juntos el mail y comenzar con los preparativos. Imagino que Ulises ya habrá hablado con el comisario Estévez. No podemos marcharnos a la costa del sol cuando no sale de las gónadas así por nuestra cara bonita.
—Por supuesto, Pinacho...en esta ocasión la empresa os ha adjudicado a ambos las vacaciones pendientes casualmente a partir de pasado mañana. Disfrutadlo y traedme algo bonito—ironiza Salome antes de colgar.
Pinacho vuelve a dejar el móvil sobre la mesilla, termina de acomodar el wc del gato y elige una botella de tinto de toro, el favorito de la inspectora Nogueira. Pone "Fugitiva", el nuevo trabajo en vinilo de los vallisoletanos Blow, en el equipo del salón, y se sirve una copa para catar el caldo antes de que llegue su querida mano derecha.
Disfrutan del vino, preparan el viaje y se despiden hasta la mañana siguiente, cuando puntuales, bien armados y decididos a cumplir con su misión suben al coche en el que aprovechan para repasar las directrices durante el trayecto.
—A nuestro regreso tenemos que cruzar los datos de los robos con los partes abiertos por las compañías de seguros en nómina de las administraciones de fincas que Salomé nos ha marcado como posibles tapaderas de las mafias del norte de Europa—decide Pinacho mientras indica su próximo giro a la derecha para abandonar la autovía de la costa del sol por la salida a la urbanización La alcaidesa, donde afrontarán la misión que los encomendó El faro del norte.
—Salomé ha sido muy explícita en sus instrucciones—comparte Clara mientras revisa el documento impreso en el que figuran los protocolos específicos a seguir por los dos inspectores vallisoletanos en misión especial.
—Al parecer y según lo que me ha contado Estévez, Ulises fichó a Salomé de entre los más competentes agentes del CESID, y más allá de su certeza diseñando planes de acción fue durante un tiempo una de las más eficaces ejecutoras de los asesinatos selectivos de la organización.
—Si Ulises la ha infiltrado en SVAE ha sido por algo. Viendo la dimensión que está tomando su impoluta teleasistencia virtual y lo mucho que está creciendo, que El faro del norte tenga a alguien de su categoría controlando los avisos que llegan desde empresas de peritos informáticos a Notarias, pasando por administradores de fincas, bufetes de abogados, empresas de telecomunicaciones o alojamientos turísticos no es algo baladí.
—Bueno —ruge Pinacho—por el momento ya nos ha organizado esta escapadita para eliminar quirúrgicamente y sin dejar rastro de ningún tipo al clan rival de sus confidentes en el narcotráfico de la Línea de la concepción.
—Recuerda que nos ha dejado bien claro la importancia de este asunto. Los Suero no son solo claves en la costa de Málaga y Cádiz, también son de vital importancia para el control del paso del Estrecho y ya sabes que la droga no es la mercancía que más preocupa a Ulises.
—Cierto, Clara, las mafias que trafican con emigrantes están saturando de pateras con cientos de africanos desesperados las costas granadinas y malagueñas al encontrar cerrada la ruta Canaria, y los Suero están siendo de mucha utilidad para frenar la ambición y la falta de escrúpulos de las mafias argelinas y magrebíes, que no dudan en sacrificar a cientos de seres humanos haciendo naufragar adrede embarcaciones atestadas de mujeres y niños con tal de distraer la atención de los narco submarinos y las planeadoras cargadas hasta los topes con sus fardos de muerte, que aprovechan el caos en alta mar para alcanzar su destino.
—Salomé ha sido bien explícita con esto. Hoy dejaremos claro al resto de clanes que los Suero son intocables. Mañana regresamos a pucela y ancha es Castilla. Además Mira y dos de sus compañeros cubrirán nuestros movimientos con sus fusiles de precisión y se asegurarán de que corramos los riesgos justos.
Clara cambia la expresión de los ojos al recordar al tirador de las fuerzas especiales que le ha robado el corazón y Pinacho sonríe al percatarse de ello.
—Una lástima que no puedas pasar con él un par de días después de cumplir con la misión. Estoy seguro de que os gustaría regresar al hotel en el que os alojaron tras el tiroteo durante el torneo de esgrima de San Pedro de Alcántara en el que terminasteis con los clanes rusos de la droga que querían afincarse en España.
—Pues sinceramente, aunque sé que sería feliz con Mira todos y cada uno de los segundos que se nos concedan juntos, preferiría pasarlos en Asturias. Ya sabes, Iván...Asturias lo cura todo—dice clara parafraseando a su hasta hace unos meses rubio compañero, quien se ha declarado un enamorado de Asturias en multitud de ocasiones.
—Todo menos una bala en el cráneo, una hoja afilada entre las costillas o la rotura de la columna vertebral a manos de un sicario bien entrenado—ironiza el inspector Pinacho complacido al ver que tras más de 800km de viaje han alcanzado por fin el destino—ahora al lio. Nos toca ganarnos el pan, librar al país de unos cuantos desalmados y cumplir con nuestro cometido.
Un buen puñado de horas después y tras deshacerse de los cadáveres de los narcotraficantes que intentaron terminar con la familia Suero en el fallido asalto al chalé familiar, esta vez es la inspectora de homicidios Clara Nogueira la que se ocupa del volante del Renault Kadjar camuflado que El faro del norte puso a disposición de los dos policías de incognito en su viaje al sur de España, y enfila el vehículo en dirección Valladolid.
—Sabes que como todo en esta vida, los viajes son más llevaderos con un poquito de música—comenta Iván a Clara a modo de indirecta que la subinspectora capta al vuelo.
—Está todo pensado, compañero. En cuanto entremos en la autovía pondré en el equipo una de tus listas de Spotify, seguramente Catarsis, que es muy variadita y tienes de todo.
—Desde luego contigo da gusto, Clara. Eres igual de válida para ponerme la canción adecuada que para descubrir una pista en el caso más complejo o para romperle el cuello a un sicario de la mafia rusa.
—Bueno, gracias, Iván, viniendo de ti es todo un cumplido, pero la verdad—declara la inspectora Nogueira realmente convencida de ello—si me dan a elegir prefiero pinchar en un chiringuito en la playa que andar por ahí pegando tiros, arrastrándome por escenarios del crimen o dándome de hostias con energúmenos con más músculos que cerebro.
Tras unas cuantas horas de viaje y según lo acordado con la organización secreta que trazó el plan de acción y dispuso todo para que pareciese un ajuste de cuentas entre clanes rivales, Pinacho y Nogueira estacionan el vehículo en el parking de la plaza mayor de Valladolid y dejan la llave dentro de la guantera antes de irse.
—¿Un Tigretostón en Los Zagales?—pregunta Clara con algo de gusa tras haber conducido más de 800km.
—Sabes que me cuesta mucho decir que no a cualquiera de las propuestas de Toño o de su hermano Javi, por lo que no va a hacer falta que insistas, ya me has convencido.
—Si es que tengo una labia...—bromea Clara guiñando un ojo a su compañero y amigo. Tras caminar unos metros por la Calle de La pasión los dos policías llegan hasta el establecimiento que está hasta la bandera de vallisoletanos y visitantes que se deleitan con una copa de vino de cualquiera de las cinco diferentes D.O que atesora la provincia, mientras saborean las exquisiteces gastronómicas en miniatura que ofrece la carta de Los zagales de la abadía .
Una amable camarera, sonriente pese a la saturación de trabajo, les llena las copas de Protos 24, uno de los tintos vallisoletanos favoritos de la inspectora. —Lehaim, clara. — dice Iván levantando su copa a modo de brindis—Por la vida ——traduce del hebreo—aunque debamos quitar más de una cuando la ocasión así lo requiere.
Clara brinda con su compañero y le guiña un ojo. Un par de copas de caldos de la ribera acompañadas por su maridaje gastronómico más tarde, los dos amigos se despiden al final de la calle Santiago, junto a la Plaza del poeta que ensalzó a Don Juan Tenorio.
Al acostarse con la satisfacción del deber cumplido, ninguno era consciente de lo que los aguardaba a la mañana siguiente, cuando Salomé llamó con insistencia al teléfono del otrora rubio policía hasta conseguir sacarlo de la cama.