Estaba aquí, sentado al ordenador, bebiéndome una copa con el gato en el regazo y la televisión encendida, sin prestar demasiada atención a ninguna de las cuatro cosas cuando de repente un anuncio de una entidad bancaria me llamó la atención.
Generalmente me suelen provocar arcadas, porque todos son tus amigos y quieren lo mejor para ti y te ofrecen el oro y el moro hasta que las circunstancias se complican y la suerte te abandona.
Es ahí, cuando dejas de pagar una o dos, o tres mensualidades de la hipoteca y te sacan de tu casa a patadas, cuando ves el tipo de amigos que te has echado.
Aunque de ese tipo de amistades ya hablaremos otro día, porque de amigos perros, sanguijuelas y traidores tengo mucho que contar.
El caso es que estos "amiguitos" vestidos de naranja, hablaban de depositar la palabra "comisiones" en el cesto de las palabras inútiles.
Y me pareció un buen título para un texto.
Supongo que ese cesto del que hablan en el anuncio será de mimbre, como todos los cestos que me vienen a la cabeza, pero enorme, gigantesco.
Hay demasiadas palabras inútiles, o mejor, han convertido en inútiles muchas palabras que siempre tuvieron un significado útil.
Imagino que cada uno tendremos nuestro cesto, porque lo que para unos no tiene utilidad alguna, para otros si, pero en su vasta arrogancia, desde esta entidad se atreven a condenar a la inutilidad un sin fin de palabras que ni tan siquiera comprenden.
Han buscado en un diccionario palabras cuyo significado desconocen, pero que suenan altamente incomprensibles e inútiles en vez de arriesgarse a realizar un ejercicio de sinceridad y arrojar a ese cesto público y en letras de colores, palabras cuyo significado si conocen, pero les siguen resultando de igual modo incompresibles e inútiles.
Palabras como solidaridad, humanidad, clemencia, honradez,comprensión...
Hoy son incapaces de pronunciarlas.
Solo componen sus versos con números y balances.
Y son números y balances para ellos las lágrimas que brotan de los ojos del que tiene que abandonar su hogar y lanzarse a la vida, arrojando a su vez a ese gran cesto, otras palabras como alegría, ilusión, esperanza...
Y de esta manera el cesto se va llenando poquito a poco y la tapadera ya casi no cierra, para hacerlo tienen que poner sus culos cebados con la desgracia de muchos encima.
Y si aún no cierra con ese peso odioso y odiado, se le coloca además, el peso de los cerca de cuarenta mil millones de euros que durante treinta años pagaran céntimo a céntimo los honrados trabajadores de este país
Para que cierre su puto cesto de las palabras inútiles.
Hay que ver...que grandes publicistas y que osados son estos "amigos" que nos hemos echado.
viernes, 30 de noviembre de 2012
lunes, 26 de noviembre de 2012
Resumen
Que siendo muy pequeño pusieron un libro en mis manos y desde entonces sigo pasando páginas con la misma curiosidad, aunque con menor esperanza.
Que los otoños aún siguen precediendo a los inviernos, como antaño, pero ahora me doy cuenta de que las hojas caídas no volverán a decorar las ramas desnudas.
Y que hace más frío cuando te sorprendes a ti mismo comentando la película de La2 con el gato.
Hubo sotanas y estampitas de santos negros y vírgenes llorosas, golpes con la regla y canciones en el coro de la iglesia. Compañeros de pupitre con apellidos compuestos y sueños prefabricados y excursiones en Polaroid.
No demasiado pronto pero si demasiado tarde descubrí los entresijos de la condición humana y me salieron tan solo cuatro o cinco granitos, a la sombra del futuro bigote que comenzó enseguida a apuntar su peculiar paleta de colores.
Poquito después, llegaron las chicas.
Todo se volvió mucho más interesante, excitante, desafiante, decepcionante, de nuevo interesante, excitante, desafiante, decepcionante y, así una y otra vez. Y así sigue siendo hoy en día.
Las cervezas, los ratitos de tasca, las peleas con los chicos de otros colegios o entre nosotros mismos, para terminar después todos abrazados en una fiesta de hormonas.
El olor de la perrita que me acompaño desde niño, aunque con los años volviera a nacer una y otra vez con las mismas orejotas, el mismo pelo rojizo y diferentes nombres.
El primer dolor al descubrirme traicionándome a mi mismo, que fue lo bastante hondo como para no querer volver a hacerlo.
El dolor más intenso al traicionar a un amigo.
La promesa de no traicionar a nadie más ni volver a traicionarme.
Recuerdo por encima de todo la felicidad que producía la ausencia de responsabilidades y el absurdo deseo de querer comenzar a asumirlas.
Derecho, magisterio, el servicio militar donde aprendí a dormir con un ojo abierto.
Abandonar mi tierra y deambular durante años por otras plagadas de distintos acentos, nuevas amistades y nuevas experiencias.
Volver con los míos.
Durante treinta y tantos años me he reído mucho, muchísimo y espero seguir haciéndolo, pase lo que pase y caiga quien caiga, cueste lo que cueste.
Nunca he renunciado a la risa, ni al placer de la buena compañía.
Escogí lo que no debía unas cuantas veces, lo reconozco, pero de los errores se aprende más que de los cuadernos sin borrones.
De alguna manera incluso equivocarse puede llegar a convertirse en algo sustancialmente atractivo. Será por eso que no me canso de hacerlo.
Hoy llevo a cuestas alguna pena, muchas alegrías y la certeza de saberme vivo.
Y de que aún me quedan muchos párrafos por hilvanar.
También mucho por aprender.
Y muchas conversaciones con mi gato.
martes, 20 de noviembre de 2012
Vuelo rasante.
Hacia ya un buen puñado de semanas que no me enfundaba las calzas, el jubón y el gorrito con la pluma.
Se estaban apolillando en el fondo del armario, junto al arenero que le puse a los monstruos para que hicieran allí sus cositas y no me despertasen a medianoche con necesidades tan mundanas.
Últimamente cambié el modelito por otro a base de chaleco, camisa y corbata.
Por el modelo "demuéstranos lo que vales".
Pero en días como hoy, la corbata me oprime en exceso la traquea y los cuadros de la camisa pierden su color como los de aquél payaso en la lavadora.
Necesitaba volar un rato y sentir el frío de Valladolid en el rostro, mientras planeaba en un vuelo rasante sobre los tejados de mi ciudad.
Aún puedo volar.
Por muchas intentos que haga por abandonar el traje de Peter, siempre termino volviendo a él, como un borracho a su trago o una corista a las medias de rejilla.
Será que me gusta el verde.
La diferencia entre la realidad y la fantasía radica básicamente en que al espolvorear sobre mi cabeza el polvo de hadas, desaparecen los agobios, las penas y las barreras.
Los amigos dejan de morir y todos los perritos de este mundo tienen dueño.
Solo necesito de unas horas para desaparecer del gris y sumergirme en los colores.
Solo de un poco de estar tranquilo siendo yo.
Este es un otoño frío y al caer el sol, el humo de las chimeneas decora con sus estalagmitas de hollín el cielo cuajado de nubes.
Me gusta sortearlas con los brazos pegados al costado, girando sobre mi mismo una y otra vez, como quien esquiva los charcos en un pinar embarrado.
Volar siendo quien solo soy a veces, cuando me repudio a mi mismo.
Me poso en la espadaña de un campanario y observo desde arriba a los que caminan con prisa.
Que son casi todos.
Puedo ver a la castañera de la Plaza del Portugalete repartiendo calor envuelto en papel de periódico.
A los municipales dirigiendo el tráfico ateridos, golpeando las botas contra el asfalto para calentar los pies.
Al niño que llega tarde a clase de violín, con el instrumento a la espalda y el cuaderno de música en una mano, la otra agarrando la mano de su madre.
O de una amiga de su padre.
Las estudiantes de Derecho arregladas para ir a clase como quien se acicala para la visita de un amante.
Un anciano oteando a través de las vayas de las excavaciones de la Antigua, ahora decoradas de clamor popular.
Vuelo hasta la plaza mayor llena de vida, de comercio, de Riberas y de tapas de concurso.
Sin que nadie se de cuenta, me detengo a descansar unos segundos sobre las sienes plateadas del poeta Zorrilla.
"Cuan gritan esos malditos", repito para mi.
El Campo Grande, con sus pavos reales, sus estanques y sus paseantes tristes y solitarios.
La Academia de Caballería, el homenaje al regimiento de Cazadores de Alcántara, terriblemente ignorado mientras carga al paso entre autobuses, coches y viandantes presurosos.
Vuelo sobre la plaza de toros, escenario de tantos crímenes sin resolver.
El Pisuerga, caudaloso y oscuro.
Entro por la ventana tratando de no sobresaltar al gato que duerme ajeno a todo y me descubro sentado al teclado, con el pitillo en la boca y un café abandonado y ya tibio sobre la mesita del salón.
Paso de puntillas por detrás de mi y vuelvo a guardar el traje en el armario.
Que bien me ha sentado el paseo.
Como añoraba volar.
Se estaban apolillando en el fondo del armario, junto al arenero que le puse a los monstruos para que hicieran allí sus cositas y no me despertasen a medianoche con necesidades tan mundanas.
Últimamente cambié el modelito por otro a base de chaleco, camisa y corbata.
Por el modelo "demuéstranos lo que vales".
Pero en días como hoy, la corbata me oprime en exceso la traquea y los cuadros de la camisa pierden su color como los de aquél payaso en la lavadora.
Necesitaba volar un rato y sentir el frío de Valladolid en el rostro, mientras planeaba en un vuelo rasante sobre los tejados de mi ciudad.
Aún puedo volar.
Por muchas intentos que haga por abandonar el traje de Peter, siempre termino volviendo a él, como un borracho a su trago o una corista a las medias de rejilla.
Será que me gusta el verde.
La diferencia entre la realidad y la fantasía radica básicamente en que al espolvorear sobre mi cabeza el polvo de hadas, desaparecen los agobios, las penas y las barreras.
Los amigos dejan de morir y todos los perritos de este mundo tienen dueño.
Solo necesito de unas horas para desaparecer del gris y sumergirme en los colores.
Solo de un poco de estar tranquilo siendo yo.
Este es un otoño frío y al caer el sol, el humo de las chimeneas decora con sus estalagmitas de hollín el cielo cuajado de nubes.
Me gusta sortearlas con los brazos pegados al costado, girando sobre mi mismo una y otra vez, como quien esquiva los charcos en un pinar embarrado.
Volar siendo quien solo soy a veces, cuando me repudio a mi mismo.
Me poso en la espadaña de un campanario y observo desde arriba a los que caminan con prisa.
Que son casi todos.
Puedo ver a la castañera de la Plaza del Portugalete repartiendo calor envuelto en papel de periódico.
A los municipales dirigiendo el tráfico ateridos, golpeando las botas contra el asfalto para calentar los pies.
Al niño que llega tarde a clase de violín, con el instrumento a la espalda y el cuaderno de música en una mano, la otra agarrando la mano de su madre.
O de una amiga de su padre.
Las estudiantes de Derecho arregladas para ir a clase como quien se acicala para la visita de un amante.
Un anciano oteando a través de las vayas de las excavaciones de la Antigua, ahora decoradas de clamor popular.
Vuelo hasta la plaza mayor llena de vida, de comercio, de Riberas y de tapas de concurso.
Sin que nadie se de cuenta, me detengo a descansar unos segundos sobre las sienes plateadas del poeta Zorrilla.
"Cuan gritan esos malditos", repito para mi.
El Campo Grande, con sus pavos reales, sus estanques y sus paseantes tristes y solitarios.
La Academia de Caballería, el homenaje al regimiento de Cazadores de Alcántara, terriblemente ignorado mientras carga al paso entre autobuses, coches y viandantes presurosos.
Vuelo sobre la plaza de toros, escenario de tantos crímenes sin resolver.
El Pisuerga, caudaloso y oscuro.
Entro por la ventana tratando de no sobresaltar al gato que duerme ajeno a todo y me descubro sentado al teclado, con el pitillo en la boca y un café abandonado y ya tibio sobre la mesita del salón.
Paso de puntillas por detrás de mi y vuelvo a guardar el traje en el armario.
Que bien me ha sentado el paseo.
Como añoraba volar.
domingo, 4 de noviembre de 2012
Retales
Se me ocurrió vestirme con los retales de un vestido blanco que siempre me vino estrecho.
Y largo, tan largo que tropecé con el bajo y me caí de bruces en el peor de los charcos, el de agua más turbia y restos de vómitos.
Soy el padrino de la mayor de mis desgracias y sostengo la cabeza del retoño sobre la pila bautismal, sin saber que coño contestar a la perorata del cura.
El caso es que renuncio a Satanás y a sus pompas.
Tengo un pompero propio con el que crear unas enormes que lleguen hasta el cielo antes de estallar en cientos de miles de pedacitos jabonosos.
Dentro de todas ellas viajan las palabras que no encontré el día que cerraste la puerta y al reventar en el aire, llueven sobre mi mojándome el cabello y los hombros. Y el vestido blanco, estrecho y largo.
Lo acabo de poner a secar y me he dado cuenta de que ya no es bonito, es tan solo un hilvanado de retales que se sostiene armado con parches.
Me enciendo un cigarrillo.
Las réplicas de todos los terremotos que me han sacudido el alma y el tabaco rubio terminaran matándome.
Pero me importa una mierda.
Me siento a fumar en la barandilla del balcón, junto a mi gato, él mastica regaliz y me observa mientas silbo a todas las chavalas que pasan por la calle...y a los chavales, que cojones, aunque solo sea para conseguir que me llamen maricón.
Y reparen en mi.
Solo llevo puestas las calzas, ni el jubón ni el gorrito con la pluma.
El torso desnudo y los pezones avisándome del tamaño de la pulmonía que me aguarda.
Las cicatrices, de un tono más rosado que el resto de mi piel, me sirven para recordar que antes de abrir la boca para decir "te quiero" hay que tenerlo claro y contar hasta siete millones muy despacito.
Se ha hecho de noche.
Cada día que muere me acerca más y más a lo que se que me espera.
Lo que me espera.
¿Y lo que yo espero de la vida?
Supongo que necesito que me quieran.
Y eso es un problema serio, porque no están las cosas para esperar amor.
Creo que la mayoría de las personas han asumido que el amor no es del todo necesario, dadas las circunstancias que nos rodean ahora.
Con amor no extiendes cheques ni pagas facturas, ni compras birras en el Mercadona.
El amor parece un bien prescindible.
Pero yo no puedo prescindir de ello.
Así que consumo el cigarrillo y vuelvo a entrar en casa, me sirvo un whisky con hielo y me siento ante el teclado, para decirte que sigo aquí, que estoy aquí, y tras contar muy despacito hasta siete millones, para decirte que te quiero.
Y largo, tan largo que tropecé con el bajo y me caí de bruces en el peor de los charcos, el de agua más turbia y restos de vómitos.
Soy el padrino de la mayor de mis desgracias y sostengo la cabeza del retoño sobre la pila bautismal, sin saber que coño contestar a la perorata del cura.
El caso es que renuncio a Satanás y a sus pompas.
Tengo un pompero propio con el que crear unas enormes que lleguen hasta el cielo antes de estallar en cientos de miles de pedacitos jabonosos.
Dentro de todas ellas viajan las palabras que no encontré el día que cerraste la puerta y al reventar en el aire, llueven sobre mi mojándome el cabello y los hombros. Y el vestido blanco, estrecho y largo.
Lo acabo de poner a secar y me he dado cuenta de que ya no es bonito, es tan solo un hilvanado de retales que se sostiene armado con parches.
Me enciendo un cigarrillo.
Las réplicas de todos los terremotos que me han sacudido el alma y el tabaco rubio terminaran matándome.
Pero me importa una mierda.
Me siento a fumar en la barandilla del balcón, junto a mi gato, él mastica regaliz y me observa mientas silbo a todas las chavalas que pasan por la calle...y a los chavales, que cojones, aunque solo sea para conseguir que me llamen maricón.
Y reparen en mi.
Solo llevo puestas las calzas, ni el jubón ni el gorrito con la pluma.
El torso desnudo y los pezones avisándome del tamaño de la pulmonía que me aguarda.
Las cicatrices, de un tono más rosado que el resto de mi piel, me sirven para recordar que antes de abrir la boca para decir "te quiero" hay que tenerlo claro y contar hasta siete millones muy despacito.
Se ha hecho de noche.
Cada día que muere me acerca más y más a lo que se que me espera.
Lo que me espera.
¿Y lo que yo espero de la vida?
Supongo que necesito que me quieran.
Y eso es un problema serio, porque no están las cosas para esperar amor.
Creo que la mayoría de las personas han asumido que el amor no es del todo necesario, dadas las circunstancias que nos rodean ahora.
Con amor no extiendes cheques ni pagas facturas, ni compras birras en el Mercadona.
El amor parece un bien prescindible.
Pero yo no puedo prescindir de ello.
Así que consumo el cigarrillo y vuelvo a entrar en casa, me sirvo un whisky con hielo y me siento ante el teclado, para decirte que sigo aquí, que estoy aquí, y tras contar muy despacito hasta siete millones, para decirte que te quiero.
viernes, 26 de octubre de 2012
Ese punto de dulzor.
Solamente sucede muy de vez en cuando.
Se alinean los astros, cae una estrella, arde un planeta y entonces me miras con esa luz en los ojos.
Y me pregunto porque coño vas a alejarte de mi.
Pero te irás a otra vida dejándome más confuso que nunca para que viva la mía afrontando un día tras otro sin verte sonreír.
Y cuestionándome las reglas de todo.
A veces creo que alguien te puso en mi camino con alguna intención, a veces creo que esta costumbre tan mía de perderme entre palabras terminará por llevarme a una playa muy lejana donde estaré solo.
La soledad no me hace bien, por eso me echo a la calle.
Cuando estoy solo acostumbro a etiquetar los errores, les pongo una anillita en los dedos de los pies y un chip detrás de las orejas, así puedo saber cuando están cerca y salir corriendo.
También me delito recordando lo suave de tu piel y el sabor de tus labios.
Ahí es cuando me echo a la calle, para quitarme de la boca ese punto de dulzor que me dejaste.
Yo te he empujado a irte.
Siempre termino haciéndolo.
Del mismo modo que me doy la vuelta para saber si también tu vas a volverte, como en las comedias románticas.
Entonces se apaga la luz del portal y me doy cuenta de que vuelvo a estar solo, rodeado de gente.
Se alinean los astros, cae una estrella, arde un planeta y entonces me miras con esa luz en los ojos.
Y me pregunto porque coño vas a alejarte de mi.
Pero te irás a otra vida dejándome más confuso que nunca para que viva la mía afrontando un día tras otro sin verte sonreír.
Y cuestionándome las reglas de todo.
A veces creo que alguien te puso en mi camino con alguna intención, a veces creo que esta costumbre tan mía de perderme entre palabras terminará por llevarme a una playa muy lejana donde estaré solo.
La soledad no me hace bien, por eso me echo a la calle.
Cuando estoy solo acostumbro a etiquetar los errores, les pongo una anillita en los dedos de los pies y un chip detrás de las orejas, así puedo saber cuando están cerca y salir corriendo.
También me delito recordando lo suave de tu piel y el sabor de tus labios.
Ahí es cuando me echo a la calle, para quitarme de la boca ese punto de dulzor que me dejaste.
Yo te he empujado a irte.
Siempre termino haciéndolo.
Del mismo modo que me doy la vuelta para saber si también tu vas a volverte, como en las comedias románticas.
Entonces se apaga la luz del portal y me doy cuenta de que vuelvo a estar solo, rodeado de gente.
lunes, 22 de octubre de 2012
Bailarines
Estaba sentado ante el ordenador, trasteando de una página en otra con la televisión encendida (me hace mucha compañía y a mi gato le encanta) redactando propuestas de espectáculos para colegios y centros cívicos y en general, matando las horas.
En "La sexta3" estaban emitiendo " El hijo de la novia", la película que hace ya unos cuantos años hizo que me convirtiera en un ferviente admirador del cine argentino.
No se si la habéis visto, si no, os la recomiendo. Es una película de esas que cuando terminan, consiguen que abandones la butaca deseando ser mejor persona.
Los argentinos son especiales, tan pronto te revuelven las entrañas tocándote la fibra más sensible, como te nacionalizan una empresa a cara descubierta.
El caso es que aunque esta película la he visto en varias ocasiones, no he podido evitar ir centrando mi atención paulatinamente en la pantalla del televisor.
Unas cosas llevan a otras y esta vez, no he podido evitar pensar en mis padres.
Mi padre no prepara tiramissu y mi madre no tiene altzeimer, pero inevitablemente, ver a dos personas que llevan juntas más de cuarenta años, queriéndose como el primer día me evoca la figura de mis padres.
En las escenas finales, Ricardo Darín observa desde la distancia a sus padres en la ficción y comenta en voz alta: "es como ver bailar a Fred Asteire, parece tan fácil..."
Y es cierto.
Yo también les veo como bailarines que se enfrentan a las piezas más difíciles con la habilidad de dos virtuosos.
Han tenido cinco hijos, algunos, les hemos dado más problemas que alegrías.
Han quemado cientos de cartuchos tratando de darnos lo mejor de ellos mismos.
Siempre bailando.
La semana pasada nos sentamos a su mesa para celebrar cuarenta y dos años de coreografías perfectas y al poner la tarta sobre la mesa, colocaron en el centro, entre nata y chocolate, las figuritas de los novios que decoraban otra tarta, cuarenta y dos años atrás.
Y yo no pude evitar pensar¿ porqué nunca aprendí a bailar?
Lo intenté, pero creo que pisé demasiadas veces a mi pareja de baile y al final encontró quien la llevara mejor.
Es cierto que en ocasiones mis padres pueden perder el compás, la vida es dura, pero enseguida marcan el ritmo mentalmente y vuelven a acompasarse con la melodía.
Y es muy bonito ver como se mueven, abrazados, la cabeza de mi madre en el hombro de mi padre, tan segura junto a él y el tan orgulloso de que ella siga elijiendole entre todos los hombres del salón.
Y nosotros tan felices, sabedores de que ya casi nunca se baila así, y tratamos de aprender, de seguir sus pasos.
Espero que la orquesta aún les reserve muchas piezas y que el día de mañana, sigan bailando en otra pista, una en la que bailando, siempre bailando, nos esperen a nosotros para seguir dándonos otra lección magistral.
Joder con los argentinos...le hacen a uno llorar.
En "La sexta3" estaban emitiendo " El hijo de la novia", la película que hace ya unos cuantos años hizo que me convirtiera en un ferviente admirador del cine argentino.
No se si la habéis visto, si no, os la recomiendo. Es una película de esas que cuando terminan, consiguen que abandones la butaca deseando ser mejor persona.
Los argentinos son especiales, tan pronto te revuelven las entrañas tocándote la fibra más sensible, como te nacionalizan una empresa a cara descubierta.
El caso es que aunque esta película la he visto en varias ocasiones, no he podido evitar ir centrando mi atención paulatinamente en la pantalla del televisor.
Unas cosas llevan a otras y esta vez, no he podido evitar pensar en mis padres.
Mi padre no prepara tiramissu y mi madre no tiene altzeimer, pero inevitablemente, ver a dos personas que llevan juntas más de cuarenta años, queriéndose como el primer día me evoca la figura de mis padres.
En las escenas finales, Ricardo Darín observa desde la distancia a sus padres en la ficción y comenta en voz alta: "es como ver bailar a Fred Asteire, parece tan fácil..."
Y es cierto.
Yo también les veo como bailarines que se enfrentan a las piezas más difíciles con la habilidad de dos virtuosos.
Han tenido cinco hijos, algunos, les hemos dado más problemas que alegrías.
Han quemado cientos de cartuchos tratando de darnos lo mejor de ellos mismos.
Siempre bailando.
La semana pasada nos sentamos a su mesa para celebrar cuarenta y dos años de coreografías perfectas y al poner la tarta sobre la mesa, colocaron en el centro, entre nata y chocolate, las figuritas de los novios que decoraban otra tarta, cuarenta y dos años atrás.
Y yo no pude evitar pensar¿ porqué nunca aprendí a bailar?
Lo intenté, pero creo que pisé demasiadas veces a mi pareja de baile y al final encontró quien la llevara mejor.
Es cierto que en ocasiones mis padres pueden perder el compás, la vida es dura, pero enseguida marcan el ritmo mentalmente y vuelven a acompasarse con la melodía.
Y es muy bonito ver como se mueven, abrazados, la cabeza de mi madre en el hombro de mi padre, tan segura junto a él y el tan orgulloso de que ella siga elijiendole entre todos los hombres del salón.
Y nosotros tan felices, sabedores de que ya casi nunca se baila así, y tratamos de aprender, de seguir sus pasos.
Espero que la orquesta aún les reserve muchas piezas y que el día de mañana, sigan bailando en otra pista, una en la que bailando, siempre bailando, nos esperen a nosotros para seguir dándonos otra lección magistral.
Joder con los argentinos...le hacen a uno llorar.
viernes, 19 de octubre de 2012
Se te cae
el alma a trozos cuando ves como evoluciona esta mierda de mundo.
Cuando tienes miedo a preguntarle a un amigo ¿Qué tal te va todo? porqué sabes que seguramente se habrá ido al paro, o estará en un tris de perder su trabajo.
Cuando sabes que te has convertido en un puto número, en un esclavo sumiso, en un producto perfecto que generará beneficios a los hijos de puta de siempre hasta que dejes de hacerlo, y te aparquen en una esquina, en un cajero entre cartones, o en una botella de vino peleón.
Eso si no te ha dado por saltar desde la ventana del piso que te va a embargar un puto banco de mierda, o por abrirte las venas con el filo de la tarjeta de crédito con la que agotaste la última oportunidad.
Somos todos carne de cañón, todos ¿o es qué no lo vemos?
Está anunciado con neones de colores.
Nos despojan de cualquier medio de evasión, trabajamos para pagar techo, comida y facturas escandalosas a las compañías que aprovechan los recursos naturales (que son de todos) y nos venden sus excedentes a precios desorbitados con el beneplácito de los carroñeros que mueven los hilos.
Que por cierto...todos sabemos quienes son, no son entes abstractos, tienen nombres, apellidos, mansiones y deportivos de lujos, jets privados y cuentas en paraísos fiscales, mamporreros con siglas como CEE, ONU, FMI...
Nos roban la cultura, nos chulean el ocio, la diversión, la felicidad.
Nos imponen sus razones a golpe de extorsiones legales como los consabidos "Rescates".
Y seguimos tragando.
No se pueden tener hijos, no alcanza para mantenerlos ni podemos ofrecerles una mísera oportunidad para ser felices, porque nosotros mismos estamos dejando de serlo.
En el momento en el que nos unimos para alzar la cabeza, inventan rápidamente motivos para separarnos, confrontaciones absurdas que ni nos van ni nos vienen, pero saben perfectamente que el "divide y vencerás es una máxima bastante acertada.
Yo no tengo problema alguno con mis vecinos, hablen la lengua que hablen, vistan como vistan, adoren a Dios, Alá, Tinky Winky o al trasero de Jenifer Lopez.
No necesito que me empujen a odiar a nadie, simplemente porque no creo que el odio sea la solución a ninguno de los problemas que esta calaña se ha entretenido en crear, para que no reparemos en el mayor de todos: ellos.
No comulgo con ninguno de los partidos existentes, ni con esta pseudo-democracia de cartón piedra que no es más que una dictadura encubierta.
No acepto que mi libertad de decisión pase por apoyar un programa electoral que fallecerá el mismo día en el que el partido que lo sostiene obtenga la victoria en las urnas, convirtiendo su cadáver en pasto de gusanos corruptos y prevaricadores, embusteros y ambiciosos.
No creo que el progreso pase por crear monstruos nucleares y exterminar la naturaleza, envenenar los océanos y deforestar los continentes o por ampliar las redes de comunicación creando autopistas virtuales para degenerados, delincuentes y fanáticos.
No me siento con derecho a erradicar ninguna especie y al paso que vamos, conseguiremos terminar con todas, una detrás de otra.
¿Y nosotros?
Relegan a nuestros mayores a pudrideros donde terminar sus días entre pañales y largas tardes mirando pasar la vida por un ventanal sucio.
Convierten a los jóvenes en autómatas carentes de motivación, de ilusión, de esperanza, enganchados a una vida virtual paralela, porque la real, aquella en la que se sufre, se ama y se lucha, ya no vale la pena.
Nos asfixiamos con la soga de la hipoteca, de la nómina cada vez más ridícula, del horrible "fin de mes".
Poco a poco exterminan el teatro, la música, la literatura, la danza, la pintura, la poesía...todo lo que simbolice una mirada más allá de los barrotes que han fabricado con tanto esmero.
Mantenemos burócratas sin escrúpulos y perros de presa.
Yo, ya estoy más que harto, harto hasta un extremo que empieza a ser peligroso.
Y me niego a ser un indignado, porque no quiero serlo, quiero ser feliz.
Quiero trabajar y ganarme el pan honradamente y acostarme cada noche con la certeza de que estoy viviendo, no sobreviviendo.
No quiero que me roben, ni que me fuercen a tratar de recuperar todo lo que me están robando.
Porque me están robando la vida.
La mía, la vuestra, la de todos.
Y no quiero veros llegar a perder los nervios, ni perderles yo.
Pero algo tendremos que hacer.
Digo.
Cuando tienes miedo a preguntarle a un amigo ¿Qué tal te va todo? porqué sabes que seguramente se habrá ido al paro, o estará en un tris de perder su trabajo.
Cuando sabes que te has convertido en un puto número, en un esclavo sumiso, en un producto perfecto que generará beneficios a los hijos de puta de siempre hasta que dejes de hacerlo, y te aparquen en una esquina, en un cajero entre cartones, o en una botella de vino peleón.
Eso si no te ha dado por saltar desde la ventana del piso que te va a embargar un puto banco de mierda, o por abrirte las venas con el filo de la tarjeta de crédito con la que agotaste la última oportunidad.
Somos todos carne de cañón, todos ¿o es qué no lo vemos?
Está anunciado con neones de colores.
Nos despojan de cualquier medio de evasión, trabajamos para pagar techo, comida y facturas escandalosas a las compañías que aprovechan los recursos naturales (que son de todos) y nos venden sus excedentes a precios desorbitados con el beneplácito de los carroñeros que mueven los hilos.
Que por cierto...todos sabemos quienes son, no son entes abstractos, tienen nombres, apellidos, mansiones y deportivos de lujos, jets privados y cuentas en paraísos fiscales, mamporreros con siglas como CEE, ONU, FMI...
Nos roban la cultura, nos chulean el ocio, la diversión, la felicidad.
Nos imponen sus razones a golpe de extorsiones legales como los consabidos "Rescates".
Y seguimos tragando.
No se pueden tener hijos, no alcanza para mantenerlos ni podemos ofrecerles una mísera oportunidad para ser felices, porque nosotros mismos estamos dejando de serlo.
En el momento en el que nos unimos para alzar la cabeza, inventan rápidamente motivos para separarnos, confrontaciones absurdas que ni nos van ni nos vienen, pero saben perfectamente que el "divide y vencerás es una máxima bastante acertada.
Yo no tengo problema alguno con mis vecinos, hablen la lengua que hablen, vistan como vistan, adoren a Dios, Alá, Tinky Winky o al trasero de Jenifer Lopez.
No necesito que me empujen a odiar a nadie, simplemente porque no creo que el odio sea la solución a ninguno de los problemas que esta calaña se ha entretenido en crear, para que no reparemos en el mayor de todos: ellos.
No comulgo con ninguno de los partidos existentes, ni con esta pseudo-democracia de cartón piedra que no es más que una dictadura encubierta.
No acepto que mi libertad de decisión pase por apoyar un programa electoral que fallecerá el mismo día en el que el partido que lo sostiene obtenga la victoria en las urnas, convirtiendo su cadáver en pasto de gusanos corruptos y prevaricadores, embusteros y ambiciosos.
No creo que el progreso pase por crear monstruos nucleares y exterminar la naturaleza, envenenar los océanos y deforestar los continentes o por ampliar las redes de comunicación creando autopistas virtuales para degenerados, delincuentes y fanáticos.
No me siento con derecho a erradicar ninguna especie y al paso que vamos, conseguiremos terminar con todas, una detrás de otra.
¿Y nosotros?
Relegan a nuestros mayores a pudrideros donde terminar sus días entre pañales y largas tardes mirando pasar la vida por un ventanal sucio.
Convierten a los jóvenes en autómatas carentes de motivación, de ilusión, de esperanza, enganchados a una vida virtual paralela, porque la real, aquella en la que se sufre, se ama y se lucha, ya no vale la pena.
Nos asfixiamos con la soga de la hipoteca, de la nómina cada vez más ridícula, del horrible "fin de mes".
Poco a poco exterminan el teatro, la música, la literatura, la danza, la pintura, la poesía...todo lo que simbolice una mirada más allá de los barrotes que han fabricado con tanto esmero.
Mantenemos burócratas sin escrúpulos y perros de presa.
Yo, ya estoy más que harto, harto hasta un extremo que empieza a ser peligroso.
Y me niego a ser un indignado, porque no quiero serlo, quiero ser feliz.
Quiero trabajar y ganarme el pan honradamente y acostarme cada noche con la certeza de que estoy viviendo, no sobreviviendo.
No quiero que me roben, ni que me fuercen a tratar de recuperar todo lo que me están robando.
Porque me están robando la vida.
La mía, la vuestra, la de todos.
Y no quiero veros llegar a perder los nervios, ni perderles yo.
Pero algo tendremos que hacer.
Digo.
miércoles, 17 de octubre de 2012
No se por que
hay días en los que uno se sienta ante el teclado y se descubre completamente incapaz de escribir nada coherente, o nada de lo que sentirse orgulloso.
Y no creo que sea un asunto de inspiración o de musas.
La verdad es que no tengo ni la más remota idea de porqué sucede esto.
Creo que en mi interior hay dos vasos divergentes, en uno fluye lo que considero hermoso en la vida y en el otro la realidad.
En ocasiones por azar o por motivos que también desconozco una gota de un vaso salta al otro y al llorar la mezcla brotan hadas, días de sol y mundos repletos de oportunidades.
Como un alquimista desesperado trato de entender el secreto y pruebo nuevas pociones que ensombrecen las probetas con distorsiones de todo, de lo hermoso y de lo real.
También creo que estoy muy cerca cuando me pincho con una de las espinas que me tienen reservadas, porque si sangro, me acerco a lo que quiero crear.
Pero enseguida retrocedo.
No puede salir nada hermoso en esencia a raíz del dolor, por mucho que algunos se empeñen en que a partir de la miseria se pueda crear belleza.
Lo siento, pero eso tampoco funciona.
En cualquier caso será caduca y terminará rompiéndote el corazón, aunque la plasmes en un texto, un lienzo, una partitura o un beso.
Tampoco puedo crear vida a partir de la nada y me empeño en vivir a través de algo que aún no está formado.
No se si seré capaz de escribir lo que quiero escribir.
No he sido capaz de vivirlo, tan solo lo he soñado y me mantengo a sorbos de lo que recuerdo al despertar.
Hay días en los que uno se sienta ante el teclado y se descubre aborreciendo lo que más le gusta hacer.
En días así, es mejor renunciar.
Por hoy lo dejo...mañana será otra vida.
Y no creo que sea un asunto de inspiración o de musas.
La verdad es que no tengo ni la más remota idea de porqué sucede esto.
Creo que en mi interior hay dos vasos divergentes, en uno fluye lo que considero hermoso en la vida y en el otro la realidad.
En ocasiones por azar o por motivos que también desconozco una gota de un vaso salta al otro y al llorar la mezcla brotan hadas, días de sol y mundos repletos de oportunidades.
Como un alquimista desesperado trato de entender el secreto y pruebo nuevas pociones que ensombrecen las probetas con distorsiones de todo, de lo hermoso y de lo real.
También creo que estoy muy cerca cuando me pincho con una de las espinas que me tienen reservadas, porque si sangro, me acerco a lo que quiero crear.
Pero enseguida retrocedo.
No puede salir nada hermoso en esencia a raíz del dolor, por mucho que algunos se empeñen en que a partir de la miseria se pueda crear belleza.
Lo siento, pero eso tampoco funciona.
En cualquier caso será caduca y terminará rompiéndote el corazón, aunque la plasmes en un texto, un lienzo, una partitura o un beso.
Tampoco puedo crear vida a partir de la nada y me empeño en vivir a través de algo que aún no está formado.
No se si seré capaz de escribir lo que quiero escribir.
No he sido capaz de vivirlo, tan solo lo he soñado y me mantengo a sorbos de lo que recuerdo al despertar.
Hay días en los que uno se sienta ante el teclado y se descubre aborreciendo lo que más le gusta hacer.
En días así, es mejor renunciar.
Por hoy lo dejo...mañana será otra vida.
martes, 16 de octubre de 2012
Con sumo gusto
me hubiera subido en la capsulita blanca y hubiera cortado los amarres a dentelladas.
Para subir tan alto como él, a la estratosfera, o a cualquier otro lugar ahí arriba desde donde contemplar el mundo como si fuese el hacedor.
Y al llegar a lo más alto que soportase mi organismo enfundado en un traje mega chulo y extra resistente,sacar la manita por la ventanilla a ver que tal hace fuera y luego saltar.
No me hubiese importado caer dando vueltas.
Total...vivo dando vueltas, así que unas poquitas más, la verdad, no habrían de suponer una gran diferencia.
Caer...
También vivo cayendo.
Y callando.
Seria genial caer durante casi seiscientos segundos dando berridos y sacándolo todo fuera.
Igual despertaría a Dios, que debe de andar dormido ahí arriba, porque si no está dormido es que es una gotica cabroncete y al verse de nuevo en "modo activo on", le podría dar por bajar a poner orden entre todo este caos de miseria programada.
O igual no existe...y no despierto a nadie.
Pero bueno, caer, de cualquier forma caer.
Y caer porque a mi me sale de los cojones, no porque a algún hijo de puta se le haya metido entre ceja y ceja que es divertidísimo hacerme perder el equilibrio.
Treinta y nueve mil metros no son nada, me he levantado de ostias mucho más gordas (aunque a menos altura) y aquí estoy.
Así que si a alguien le apetece financiarme una excursión a lo más alto para verme saltar después, que no se lo piense dos veces y vaya preparando la pasta, pero si lo que quiere es tratar de derribarme aquí, en la tierra, en el puto suelo de mi ciudad, que se ande con cuidado, porque no será fácil.
Ya no.
Y dicho esto, me voy a preparar una ensalada, a abrir una botella de Ribera y a ponerme un disco de Los Pecos.
Y a preguntarme como coño se hace para viajar en el tiempo y conocer a una princesa Azteca.
jueves, 4 de octubre de 2012
Era todo
terriblemente extraño, demasiado extraño incluso para un sueño o incluso para un capítulo de Tween Peaks.
Muy surrealista y tal.
Al fondo de la sala, entre sombras, un pianista cantaba "A quien le importa" con la misma voz de Alvin (el de Alvin y las ardillas).
Imagina si era surrealista que en el tugurio donde se desarrollaba todo, se podía fumar.
Del otro lado de la barra, Jesús Gil preparaba huevos fritos con puntillas mientras Carmencita Polo, encaramada al mostrador vestida de Cat-woman, emulaba a Jessica Alba contoneándose lujuriosa al compás de la música.
El caso es que ahí estaba yo, de lo más animado pidiendo "otra, otra" a voz en grito, mientras apuraba a grandes sorbos un whiskazo tras otro.
De repente dos agentes de la Stassi deribaron las puertas del local a patadas y precedida por un coker spaniel sin apetito (y eso es muy raro) entró ella.
Ella.
La melena lárguisima, muy larga y rubia, tan larga que al avanzar por la pista de baile se la pisó en dos o tres ocasiones y en una de ellas llegó incluso a perder el equilibrio.
Pero daba igual, porque de inmediato me cautivó por completo.
Unas hechuras de "real hembra", con las formas más redondas y turgentes que mi inconsciente pudiesen dibujar, embutidas en un skyjama de esos de los de toda la vida, gris y rojo.
Fumaba en pipa, como Holmes y de la cazoleta emergía un humo azul que al ascender dibujaba formas absurdas en el aire: un cohete, un solomillo de buey, un espárrago de Tudela (sin cocer), una tricotosa...
Claro, no me quedó más remedio que tumbarla en el suelo y tratar de besarla.
En el preciso instante en el que mis labios se posaron sobre los suyos, comenzaron a caer globos del techo y Mercedes Milá, conteniendo la orina a duras penas, como Concha Velasco, dió paso a la publicidad.
Barak Obama se acercó muy correcto y yo diria que hasta cordial a saludarme y hubo barra libre para todos.
Pero yo no quería más whisky, yo la queria a ella y trataba de de encontrarla entre las largas filas de guerreros de terracota que un repartidor de telepizza colocaba a lo largo del establecimiento con precisión de cirujano, uno detrás de otro, absolutamente centrados, en hileras simétricas.
Al final di con ella cuando estaba al borde del llanto y con un gesto a un tiempo sexy y rudo, me invitó a acercarme.
De pronto estabamos solos allí, todos habian desaparecido como por arte de magia, incluso los guerreros de terracota y una cosa llevó a la otra.
Fue uno de esos polvos que no se olvidan nunca, no se como se puede medir el tiempo en un sueño, pero a ojo, calculo que debimos estar haciendo el amor durante más de diez minutos.
Hay que ver...como es esto de soñar.
Succionar uno de esos pezones era como degustar el helado más sabroso y refrescante del mundo (pero sin oblea) y su boca era una mezcla de lechazo churro y lechazo merino asados en horno de leña.
Absolutamente erótico todo.
Entrar en aquel producto de mi imaginación me supuso una de las penetraciones más placenteras de mi vida y verla arquear la espalda como una contorsionista nepalí, me transtornó los sentidos hasta la locura.
No nos dimos tregua.
Al terminar todo, sudorosos y extenuados y como colofón surrealista, decidimos casarnos en una ceremonia civil oficiada por Jose Luis Moreno.
Y tener setenta y cuatro niños, la mayoria de ellos rubios y con los ojos azules, alguno moreno y siete u ocho muy altos.
Me desperté muy excitado, obviamente.
Y aquí estoy, planteándome volver a soñar con ella aunque conociendome como me conozco y ante semejante perspectiva de familia numerosa, saldré corriendo a soñar con eternas estepas heladas y vacias de cualquier cosa que no seamos mi gato y yo.
Muy surrealista y tal.
Al fondo de la sala, entre sombras, un pianista cantaba "A quien le importa" con la misma voz de Alvin (el de Alvin y las ardillas).
Imagina si era surrealista que en el tugurio donde se desarrollaba todo, se podía fumar.
Del otro lado de la barra, Jesús Gil preparaba huevos fritos con puntillas mientras Carmencita Polo, encaramada al mostrador vestida de Cat-woman, emulaba a Jessica Alba contoneándose lujuriosa al compás de la música.
El caso es que ahí estaba yo, de lo más animado pidiendo "otra, otra" a voz en grito, mientras apuraba a grandes sorbos un whiskazo tras otro.
De repente dos agentes de la Stassi deribaron las puertas del local a patadas y precedida por un coker spaniel sin apetito (y eso es muy raro) entró ella.
Ella.
La melena lárguisima, muy larga y rubia, tan larga que al avanzar por la pista de baile se la pisó en dos o tres ocasiones y en una de ellas llegó incluso a perder el equilibrio.
Pero daba igual, porque de inmediato me cautivó por completo.
Unas hechuras de "real hembra", con las formas más redondas y turgentes que mi inconsciente pudiesen dibujar, embutidas en un skyjama de esos de los de toda la vida, gris y rojo.
Fumaba en pipa, como Holmes y de la cazoleta emergía un humo azul que al ascender dibujaba formas absurdas en el aire: un cohete, un solomillo de buey, un espárrago de Tudela (sin cocer), una tricotosa...
Claro, no me quedó más remedio que tumbarla en el suelo y tratar de besarla.
En el preciso instante en el que mis labios se posaron sobre los suyos, comenzaron a caer globos del techo y Mercedes Milá, conteniendo la orina a duras penas, como Concha Velasco, dió paso a la publicidad.
Barak Obama se acercó muy correcto y yo diria que hasta cordial a saludarme y hubo barra libre para todos.
Pero yo no quería más whisky, yo la queria a ella y trataba de de encontrarla entre las largas filas de guerreros de terracota que un repartidor de telepizza colocaba a lo largo del establecimiento con precisión de cirujano, uno detrás de otro, absolutamente centrados, en hileras simétricas.
Al final di con ella cuando estaba al borde del llanto y con un gesto a un tiempo sexy y rudo, me invitó a acercarme.
De pronto estabamos solos allí, todos habian desaparecido como por arte de magia, incluso los guerreros de terracota y una cosa llevó a la otra.
Fue uno de esos polvos que no se olvidan nunca, no se como se puede medir el tiempo en un sueño, pero a ojo, calculo que debimos estar haciendo el amor durante más de diez minutos.
Hay que ver...como es esto de soñar.
Succionar uno de esos pezones era como degustar el helado más sabroso y refrescante del mundo (pero sin oblea) y su boca era una mezcla de lechazo churro y lechazo merino asados en horno de leña.
Absolutamente erótico todo.
Entrar en aquel producto de mi imaginación me supuso una de las penetraciones más placenteras de mi vida y verla arquear la espalda como una contorsionista nepalí, me transtornó los sentidos hasta la locura.
No nos dimos tregua.
Al terminar todo, sudorosos y extenuados y como colofón surrealista, decidimos casarnos en una ceremonia civil oficiada por Jose Luis Moreno.
Y tener setenta y cuatro niños, la mayoria de ellos rubios y con los ojos azules, alguno moreno y siete u ocho muy altos.
Me desperté muy excitado, obviamente.
Y aquí estoy, planteándome volver a soñar con ella aunque conociendome como me conozco y ante semejante perspectiva de familia numerosa, saldré corriendo a soñar con eternas estepas heladas y vacias de cualquier cosa que no seamos mi gato y yo.
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