Berenice entregó la entrada comprada con más de un mes de antelación y accedió especialmente contenta al interior del recinto. Mientras caminaba por los jardines de la ciudadela palatina andalusí, comenzó a experimentar una sensación extraña y familiar de reconocimiento y vuelta al hogar. Aquella mezcla de fortaleza y palacio, la recibió con un sol esplendido y una luz que al filtrarse a través del artesonado de madera labrada y las columnas de mármol, le acarició las mejillas con su calor. Berenice se fue distanciando poco a poco del grupo de la visita guiada que escuchaba atentamente las explicaciones del experto en arte, contratado para informar a los turistas de las particularidades de las construcciones de la época Nazarí. Ella no era una turista. Berenice pertenecía a la Alhambra. Supo en el acto que muchos años atrás, había disfrutado de las vistas de Granada desde lo alto de sus torres y había refrescado su cuerpo en las fuentes de los jardines decorados con leones. Todo en aquel lugar le era terriblemente familiar. Cada azulejo, cada yesería, cada vidriera, cada celosía, le devolvían un recuerdo de tiempos de música y felicidad. Al acceder al harén, o zona privada del sultán, sintió que se le abrían unas puertas de acceso al pasado que habían estado cerradas durante demasiado tiempo en el interior de su alma. Y entonces comprendió. Ella había habitado aquel lugar. Ella había sido él y después ella. Y luego él de nuevo y, durante muchas, muchas vidas, el canto del almuecín recitando los versos del Corán y alabando al profeta, habían resonado en su corazón.No hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta. La vida es una baraca, una bendición y volver a casa es un regalo con el que Dios compensa las desdichas y las miserias a las que se ha visto obligada a enfrentarse en esta reencarnación. Su cabello rizado y su piel morena, sus caderas que parecen querer moverse solas al son de la darbuka y sus ojos oscuros que han visto la gloria de la la media luna levantarse sobre los vencidos ejércitos cristianos, son el más claro ejemplo de que ella pertenece a aquella colina donde se levantó la más hermosa de las moradas. Su hogar. Y en aquellos años, él que ahora dibuja su sonrisa cuando tiene ocasión, también le sirvió fielmente en otros cuerpos, con otros fines. La vida es una eterna espiral donde todo se encuentra y a la que todos retornan.
Desde luego mi creador será un científico extraordinario, pero con la aguja y el hilo, es una auténtica vergüenza. Si no me hubiese cosido los miembros de forma tan bochornosa, no habría llamado la atención de todos los vecinos en cuanto puse un pie en la calle del pueblo. Y luego la estupidez esa de colocarme tornillos en las sienes para acoplar las dos mitades del cráneo donde introdujo el cerebro que robó del cementerio municipal. Soy un esperpento e incluso en los tiempos que corren, con tanto hípster y tanto gótico, punki y demás, no paso desapercibido en ninguna parte. Cometió el terrible error de ponerme el corazón de aquel suicida egocéntrico y vanidoso que se ahorcó por no haber sido seleccionado para entrar en Operación triunfo y claro, en cuanto me miré en un espejo, me vinieron unas espantosas ganas de machacarle la cabeza y arrancarle la espina dorsal. Como soy un monstruo bueno, procuré que no sufriera y traté de anestesiarlo con un disco de Raphael. Casi lo conseguí, pero el muy imbécil se puso a tararear uno de los temas y a llevar el ritmo con los pies. También se los arranqué. Asco de aprendices.
Un día más, se puso su disfraz de dios todopoderoso y confiado al creer que ya sabría utilizar con acierto sus recién adquiridos conocimientos que deberían perfeccionar las innatas habilidades, se dispuso a crear nuevos mundos donde todo discurriese de la mejor de las maneras, aunque los escribiese con renglones torcidos. Como cada mañana, hizo un esfuerzo por despojarse de sus miedos y de sus frustraciones y anhelos y quiso diseñar un hombre a su imagen y semejanza. Un hombre que al fin cumpliera los sueños que él no había podido cumplir y aspirase a sentarse a su derecha en un mundo futuro.Pero como cada mañana, fracasó al dar vida a la que escribió para entregarle como compañera, nacida de una de sus metáforas y, a la que convirtió en ella, en la esperada, en la anhelada. En la que siempre lo querría y jamás le rompería el corazón. Pero de nuevo se obcecó en dotar de la capacidad de amar a quien no la merece y terminó por destruir su creación. Los personajes creados aquel día para ser juzgados y condenados al caer el sol, nacieron con el estigma de un pecado original imperdonable y tampoco se ganaron su perdón. Al fin y al cabo no podía evitar crearlos a su imagen y semejanza. Trató de escribirlos en un mundo de belleza y acierto, con las mejores circunstancias. Un mundo donde poder concederles ese oscuro objeto del deseo que llamamos felicidad, pero una vez más el planeta de relatos no pudo soportar las atmósferas de presión a las que le sometió la trama argumental que cual ser vivo, evolucionó para convertirse en un ser independiente y devoró las posibilidades de un final feliz. Horrorizado vio como su idea volvió a desvirtuarse y se convirtió en algo informe y terrorífico que cayó como una plaga bíblica sobre los seres a quienes había llamado hijos y los destruyó. El diluvio de desgracias no cesó hasta que inundó el texto e hizo naufragar el arca donde trató de salvar al menos a una pareja de cada recurso literario, con la absurda creencia de que podrían reproducirse y llenar de belleza este nuevo mundo prometido. Como cada noche, se acostó sabedor de que no tenía sentido conservar la esperanza en un mundo futuro al que llamar paraíso. Como cada noche se prometió dejar de escribir y de jugar a ser dios. Pero los personajes que habrían de venir y nacían una y otra vez en el interior de su cerebro y de su alma, no dejaron de rezarle y de suplicar vida y, desde la infinita angustia que le atormentaba constante e implacablemente, se prometió concederles la oportunidad de redimirse de un pecado del que solamente él era culpable. Antes de apagar la luz, se aseguró de haber limpiado la sangre de la hoja del cuchillo con el que documentaba los textos y que hoy había bebido de otra mujer a la que reconoció como el eterno diablo que tentaría a sus hijos. Suspiró y antes de dormir, repitió su letanía diaria: podéis ir en paz.
Se levantó nervioso y un poco asustado. Y ¿por qué no? emocionado también. Su madre le dejó la ropa nueva preparada sobre la silla junto a la cama. Cuando consigue pasar de la cama a la silla, agarrándose a los asideros haciendo un considerable esfuerzo que le lleva a derramar las primeras gotas de sudor del día, decide dejar la ropa sobre el lecho y pasar al cuarto de baño. Lo han adaptado para que pueda asearse sin necesidad de ayuda. Se ducha, se afeita con cuidado y se rinde a la evidencia de que su pelo ya no cede ante ningún peine y es mejor dejarlo a su libre albedrío. Vuelve a la habitación y se viste con esmero, procurando no caerse al ponerse los pantalones. Es un esclavo de las modas y aunque ya no los lucirá como antes, le siguen gustando mucho los pantalones pitillo. Pitillo. Sabe que fumar en ayunas no es precisamente bueno para la salud pero aprovecha la intimidad de su dormitorio y se enciende el primero del día con su mechero de gasolina. Oye ruidos en la cocina y deduce que su padre le está preparando el desayuno. Apaga el cigarrillo y se acerca a darle los buenos días y a por el primer café de la mañana. Hoy es un día especial. Hoy celebra el que aquella viga que le cayó encima hace ya cuatro años no terminase de cumplir el cometido que le encargó el destino y no lo matase. Hoy además, comienza una nueva etapa. Una amigo de la infancia, le ha dado la oportunidad de trabajar para su empresa multinacional y no piensa defraudarlo. Debe estar en las oficinas en menos de una hora y aunque tiene el vehículo adaptado en la puerta de casa, no quiere renunciar al desayuno y la conversación con el hombre que le regaló la vida, las vidas. Sin la ayuda de su padre no habría superado el accidente y aún se emociona al recordar cómo se cayeron juntos un día que intentó mantener la verticalidad por si mismo y que al fallarle las piernas, se fue al suelo y, su padre en el intento de frenar la caída, cayó con él. Quiere a ese hombre, al que ve como un verdadero Dios, de infinita bondad e infinita sabiduría Mientras comparten desayuno y charla, se arma de valor y superando la vergüenza, lo mira directamente a los ojos y le dice que le quiere. Es absurdo que la sociedad se haya empeñado en intentar convencer a toda una generación de que los chicos no lloran y no demuestran sus sentimientos. El ha llorado. Y mucho. Él sabe que no quiere volver a dejarse nada en el tintero y que es de bien nacido ser agradecido, por lo que a costa de quedar como un ñoño, le dice: "te quiero mucho, papá. Gracias por todo y perdona por todo". Su padre lo abraza en un gesto de infinita ternura y dándole un cariñoso pescozón en la coronilla, le avisa de que se le está echando el tiempo encima y llegará tarde. Y de paso le dice que el también le quiere mucho y no tiene nada que perdonarle. La vida a veces viene de una forma y a veces de otra, pero juntos y en familia, podrán con todo. Aprovecha el íntimo momento con su hijo para volver a citar los atemporales y acertados consejos de Polonio a Laertes, que escribió Shackesperare y al terminar, comienza a exprimir zumos para su mujer y su hija pequeña, que a tenor del ruido en el cuarto de baño, también se han levantado para despedir al chico y desearle suerte en el primer día de trabajo. Piensa que por muchas hostias que le de la vida, mientras empuja las ruedas de la silla, el renovado muchacho, sabe la suerte que tiene por contar con una familia maravillosa y unos amigos estupendos. Y lo demás, no importa.
Esta imagen captada por el objetivo de la vallisoletana Elena Parrilla, puede que valga más que mil palabras. Pero lo que no refleja son las cerca de mil palabras, reproches y lamentos que cruzó con su madre el niño que abandona el grupo, antes de enjugarse las lágrimas y decir adiós. Khaled no quiere ir a Europa. Khaled no quiere abandonar la tierra donde está enterrado su padre y convertirse en otro refugiado del que se apiaden esos rubios y poco hospitalarios europeos del norte, que en el pasado llenaron la arena del Sahara de tanques y cañones, en un brutal intento de hacerse con el dominio del planeta. Este orgulloso y decidido niño, sabe que son muchos los que mueren en el mar al intentar alcanzar las costas de una tierra que nunca fue la prometida por nadie y donde nunca se les consideró bienvenidos. Su madre ha invertido todo lo que pudo rescatar de su tienda carbonizada por las bombas, en asegurar un hueco en la lancha para ella y sus dos hijos supervivientes, Khaled y Fátima. Pero Khaled no abandonará el sueño de su padre. No olvidará que hubo un tiempo en el que cada mañana imaginaba un futuro feliz sobre el tazón de leche que bebía antes de coger su cuaderno y caminar hasta la escuela, donde aprendió que la tierra que lo vio nacer se había convertido en parte de ese mal llamado tercer mundo. No hay mundos de tercera solo personas de tercera. Los mismos europeos que les niegan la entrada y los llaman ilegales esquilmaron sus recursos naturales, amparados por unas cuantas naciones unidas y por la fuerza de las armas y de ese poderoso demonio llamado dolar. Si tiene que morir, prefiere hacerlo bajo las estrellas que le arropaban cada noche y escuchando a los camellos que criaba en su tierra y no en medio de una tormenta en alta mar, o en las frías calles de una ciudad lejana, donde los transeúntes no se detendrán siquiera a mirarlo. Algo tiene que cambiar. Nunca se solucionarán las cosas convirtiendo un pueblo en tristes estadísticas y en lamentables reportajes, que emitirán los canales internacionales en los informativos del mediodía, para tratar de despertar las entumecidas conciencias de los telespectadores que correrán a cambiar de canal para que la visión de la desgracia ajena no arruine su comida. Pero no todos los europeos los han abandonado a su suerte. Aún hay esperanza. Khaled ha sabido de muchas personas del primer mundo que tampoco están de acuerdo con el absurdo reparto de la suerte a lo largo del planeta y que bajo las siglas de valientes organizaciones no gubernamentales, se esfuerzan por realizar los necesarios cambios, aún a costa de sus propias vidas en muchas ocasiones. Él ayudará en los cambios, pondrá su vida a disposición de la esperanza y no del abandono de la huida y la tristeza del corazón de los apátridas. No quiere peces, quiere que le enseñen a pescar. Será un gran pescador, sera un hombre libre que construirá una familia que llegará a estar tan orgulloso de él, como él lo estuvo de su padre. Tiempo al tiempo.
Poco antes de alcanzar la cima de la colina,levantó la vista del suelo y se giró para ver si ella aún le seguia. Asustado al no verla, comenzó a gritar su nombre. Entonces escuchó una risotada a su espalda y una voz que dijo cariñosa y molesta al tiempo: "hace más de media hora que te adelanté, pero ni me viste hacerlo". ¿Cómo no haberlo supuesto? Se culpó por su despiste. Ella es montañesa, es una criatura de la naturaleza acostumbrada a coronar las cumbres más duras, las más escarpadas, las más peligrosas. Su día a día es un rocódromo. Su vida es una continua ascensión sin arnés y sin casco, sin pies de gato y sin piolet. Avanza con su coraje, sus uñas de lince y su cuerpo menudo y ligero, que se amolda a las oquedades y a las fisuras. A él le faltan aún unos cuantos metros para llegar junto a la bandera de su sonrisa, plantada en otra de las metas necesarias y cuando logra alcanzarla y estrecharla entre los brazos, siente su felicidad a través de la piel. Las vistas son estupendas, el clima agradable, la luz perfecta, sus labios deliciosos. Mientras la besa, intuye que quiere decir algo e interrumpe aquel sabroso manjar para permitirla hablar. Entonces ella se yergue desafiante sobre el vació y grita. Su grito le brota del interior del pecho, de lo más hondo de su alma, de lo más profundo del corazón. Es un grito de victoria sobre una existencia feroz, sobre unas circunstancias implacables, sobre unas cadenas que al fin ha conseguido romper. Con cariño y con infinito respeto, la coge fuerte de la mano y deja salir su propio grito para que en un acto de amor, se una al de ella en una estridente y catártica polifonía. Las aves posadas en las rocas, asustadas levantan el vuelo, los ratoncillos corren despavoridos y ni el eco es capaz de devolver todo lo que aquellos gritos simbolizan. Son gritos de victoria sí, pero también de hartazgo, de enojo infinito. De venganza y desafío. Y de perdón. Con sus gritos, están perdonando al destino por todas las emboscadas y por todos los intentos de terminar con sus sueños. Durante más de un minuto, solo se escucha ese grito constante y fuerte, hasta que se apaga al unísono. Agarrados de la mano, se tumban sobre el manto de lirios que crecen hasta adornar lo más alto de aquella colina y solo tienen que mirarse un segundo a los ojos, para saber que el futuro es suyo, que la vida es suya y que nadie podrá nunca arrebatarles sus sueños, porque él sueña con ella y ella con él.
Había esperado a que el grupo que amenizaba el baile en aquella boda tocase los primeros acordes de la canción adecuada para pedirle que saliera a bailar con él. Llevaba toda la noche observándola. Sara parecía estar allí por compromiso y al igual que él, evidenciaba su hastío y sus ganas de despertar en cualquier lugar del mundo lejos de allí. Ella trabajaba en la sección de atención al cliente de la empresa; Iván era uno de los ejecutivos contratados meses atrás para tratar de cambiar la dirección de la flecha en los gráficos de beneficios. Ambos habían recibido la invitación del jefe de personal,con una nota adjunta que cual amenaza velada, decía: "No puedes faltar", por lo que armados de valor y ataviados para la ocasión, acudieron al juzgado donde se celebró el enlace. Una vez en los salones del hotel donde se desarrollaría la parte gastronómica y lúdica del evento, descubrieron que los habían sentado juntos en una de las mesas reservadas para el personal sin apellido compuesto. Y sin pareja. Junto a ellos cenaron otros cuatro compañeros de trabajo con los que no tenían más trato que ese que por educación, te lleva a dar los buenos días al coger el ascensor cada mañana y las buenas tardes, al abandonar el céntrico edificio donde se encontraba la sede provincial de la multinacional que pagaba sus nóminas puntualmente el día 28 de cada mes. Parece que tanto Iván como Sara habían coincidido también, en la esperanza de que su presencia aquella noche se camuflase entre los vapores del vino y, bebieron tantas copas como se pudieron servir sin llamar exclusivamente la atención. La escasa conversación entre los forzados comensales de su mesa giró únicamente al rededor del trabajo, de los rumores sobre recortes y despidos y sobre el éxito de la competencia. Aquello se convirtió en la peor de las pesadillas cuando tras haber degustado la tarta nupcial, los recién casados inauguraron el baile con uno de esos valses que salen en todas las películas. Al menos había barra libre y con una absurda excusa, Iván se levantó de la mesa y se refugió bajo la sombrilla de un daikiri, al que rápidamente siguieron otros dos, antes de pasar al whisky con hielo. La oberserbaba con disimulo desde su alcohólico escondite y cada vez que apuraba una copa, trataba de acercarse al rincón donde ella fingía hablar por teléfono para sacarla a bailar. El miedo a que una mujer tan hermosa, tan inteligente, educada y discreta lo rechazase, le hacia abortar misión una vez tras otra y pedir nuevos lingotazos, lamentando su cobardía. Entonces, la banda comenzó a tocar aquel tema clásico que habían versionado en un ya lejano pasado sus idolatrados Guns and roses y, haciendo acopio de valor, puso un pie delante del otro y se encaminó hacía Sara. Cuando iba llegar a su lado, sucedió algo que sumado a su exceso de alcohol, hizo que estuviese a punto de perder el equilibrio y cayese de bruces contra la pareja de bailarines más cercana. Aquella tímida compañera de la empresa que había pasado la velada callada y con cara de circunstancias, se interpuso entre la feliz pareja y apartando al joven esposo de un empujón, agarró a la novia por la cintura, la atrajo hacia si y la besó con tal pasión que la sensual pelirroja recién desposada, la abrazó y la acarició ardientemente mientras decía entre lágrimas: "lo siento, mi amor. Ha sido un error. Nunca debí haberme rendido a las dudas." Al pedir la última copa en la barra, Iván no pudo evitar pensar lo buena pareja que hacían aquellas preciosidades. Y lo feliz que podría haber sido él con cualquiera de ellas dos. Las dos eran su tipo,aunque no se pareciesen en nada.
Me armé de valor y conseguí tomar una buena decisión. Ignoré el frio y la lluvia,los temores infundados y a los buitres que se posan sobre todas las miradas.Y me encaminé al concierto que nos propuso ese ángel de eterna sonrisa que desde hace poco se ha instalado en nuestras vidas,enriqueciéndolas. La sala se fue llenando poco a poco de público entusiasta y mis nervios desquiciados se hicieron un hueco en la barra. Entonces él artista comenzó a cantar. Que despliegue de metáforas,que acertadas estrofas,cuanta belleza planeando sobre nosotros. Traté de concentrarme en su voz y en el muestrario de perfectas sentencias músicadas. Pero me pudo el miedo. Y te diste cuenta de que había comenzado a temblar. Y te acercaste a mi y me sostuviste con las alas del cariño que batiste al ritmo de los acordes de una guitarra bien afinada. Agarraste fuerte mi mano y me diste un beso en la sien,insuflando la necesaria ternura que alimentó mi fámelico valor. Yo te besé en la mejilla,sabedor de que nuestros besos volaban como las cometas sin hilos de la canción de Marazú y se encontraron en el cielo. Tanto cariño,tanto amor verdadero; ese que nació de una mirada cómplice y creció con cada demostración de amistad. Y te quise mi amiga,te quiero mi amiga y te querré mi amiga el resto de mis vidas. Eres la canción más bonita que he escuchado. Eres la suma de unos arpegios ideales. Eres la melodía en modo mayor,que alegra cada compás en este pentagrama vital que compartimos. Permiteme que a mi manera,desafinando y perdiendo el ritmo,siga haciéndote los coros.
Este relato lo escribí ayer tarde durante el evento organizado en la Casa de Zorrilla de Valladolid para conmemorar el día de la creativad. Después de recibir y saludar al público, pedí a algunos de los asistentes que me dijesen lo siguiente: Nombre femenino: Olga Nombre masculino: Luis Verbo: Amar Condiciones climatológicas: Lluvia Franja horaria del día: Ocaso Con estos datos, entre presentación y presentación de las lecturas y las intervenciones musicales, escribí un reato en un folio en blanco, sellado por la institución que organizó el evento. A los 50 minutos y al terminar el acto, se leyó acompañado por la guitarra de la canta autora y poeta Sandra García, que puso la nota dulce y musical al acto. Esto es el resultado, espero que os guste.
Impermeable Llueve, pero Luis se resiste a abandonar la plaza donde espera a Olga. Le da igual empaparse mientras aguarda su llegada. La ama y con cada enorme gota que cae sobre su empapado cabello, ratifica ese sentimiento. Se enamoró de ella al escucharla cantar en una oscura taberna de la ciudad, que Olga iluminó con su inmensa sonrisa y Luis no pudo evitar convertirse en su fan más entusiasta. Con el ocaso cesó la lluvia. Mientras trataba de colocarse el pelo revuelto para evitar presentar tan espantosa imagen ante su amada, Olga se acercó hasta él y lo besó apasionadamente. Ese beso secó sus ropas, su pelo y, el enorme charco que había empezado a formarse en el interior de su pecho, al creer que ella no llegaría nunca. Luis supo que esos labios habían vuelto impermeable su corazón y tomando a Olga de la mano, se encaminó hasta la cercana playa. Hicieron el amor en el mar durante toda la noche.
Han pasado más de cinco años desde que se llevaron a los pequeños de aquella camada. De un tiempo a esta parte ha creído reconocer su olor, rondando por las inmediaciones de su casa. Puede que no fuese más que el producto de su imaginación, de su nostalgía y de una mente torturada por la separación. No lo tenía demasiado claro pero hace un par de días vio a uno de aquellos cachorros, ya crecidito, desde la ventana. Era su pequeño, estaba claro. Ese porte chulesco y ese donaire de gato de la realeza, lo había heredado de aquel canalla que la sedujo con falsas promesas de amor eterno y maullidos en tercetos de rima asonante. Aunque el pelazo blanco y negro de su hijo nada tenía que ver con el de su madre, la espesura y la abundancia del mismo no dejaba lugar a dudas. Aquel gato que había venido a vivir con su humano de compañía a la calle contigua a la suya, era su hijo. Y quería volver a besarlo a sentir su hocico junto al suyo y a disfrutar de sus olvidados ronroneos. Aprovechó un descuido de Javier y Natalia, los humanos con los que había decidido compartir su casa e hizo algo que no había hecho en los casi nueve años que llevaba con ellos, se escapó. La lluvia y la oscuridad de la noche le hicieron perder el rastro y empapada y aterida de frío, además de triste por no haber conseguido su objetivo y por no saber regresar a su casa, buscó refugio debajo de un coche. Después de varias horas de gélido arrepentimiento por la audacia de la fuga, una humana la rescató de aquel infierno y pensando que podía haberse perdido y, preocupada por ella, llamó al timbre de la puerta principal de un chalé de la calle donde estaba aparcado aquel vehículo refugio. El humano que salió a atender la llamada le dijo que aquel gato no era suyo, pero que él también tenía gato y que haría lo posible por ayudarla a encontrar a sus propietarios. Parecía un buen tipo, aunque se lo veía indeciso pues en su casa había ya un gato y un perro y no sabía si era muy buena idea introducir otro animal que despertase los celos y el instinto territorial de los animales que vivían allí. La madre del humano se apiado de ella y le secó el cuerpo con una toalla, luego la envolvió en una mantita y la tumbó en su regazo. Las madres son así, sean de la especie que sean. De repente el perro de la casa entró olfateando el rastro y se acercó a ver que era aquello que tiritaba bajo la manta en el regazo de su humana. Enseguida comprendió que esa gatita estaba asustada y extenuada y no quiso interrumpir su descanso. Cuando todo parecía haberse calmado, el gato del hogar, un felino arrogante que se sabía un galán, se acercó al oler a una hembra. El abundante pelaje blanco y negro, el olor del pasado y la mirada idéntica a la de aquel amor de verano, reafirmaron lo que había sospechado: aquel felino lustroso y de paso firme, era su hijo. Solo hizo falta que cruzaran sus ojos unos segundos. Mara sintió en el interior de su pecho que aquella escapada había tenido un final feliz. Su pequeño, al que los humanos llamaban Gatete, se tumbó a los pies de la silla donde la humana la tenía recostada sobre ella y le daba calor. No necesitaba más calor. Su corazón y su alma se habían calentado con la mirada de su hijo. Los humanos que vivían con Gatete se movilizaron entre el vecindario, consiguieron averiguar que ella vivía con Natalia y Javier y los llamaron para avisarles de que la gata estaba a salvo. Poco después fueron a recogerla, agradecidos y emocionados por haberla recuperado. Mientras Natalia la cogía en brazos para llevarla a casa, Mara se giró un momento y le dedicó a su hijo la más tierna y amorosa de las miradas. El frío, el miedo, la lluvia...todo había merecido la pena.