He tenido la suerte de haber podido meterme un buen atracón de recuerdos durante estos cinco últimos días.
A veces tumbado en la cama intento recordar cosas puntuales y no soy capaz, cosa que me desespera y me enerva sobremanera pero he descubierto el truco.
He estado cinco días fuera. Puede que como periodo vacacional sea algo escaso pero a mi estos cinco días me han dado mucho.
Para empezar el subir a un avión yo solito ya de por si era una prueba de fuego (una más) y puedo decir con algo de orgullo que la he superado, ya que el miedo a volar es lo único que tengo en común con M.A y mira que he volado.
Al haber vivido en Inglaterra y en Italia, el avión era la manera más rápida de acercarme a mi tierra y a mi gente y me he comido los nervios muchas veces porque el fin casi siempre justifica los medios.
Siempre he volado acompañado, bien a Génova, a Atenas, a Estambul, a donde fuera que me llevara el destino, he intentado tener siempre a alguien a mi lado por si las turbulencias querían amargarme el trayecto.
Esta vez ha sido un vuelo cortito, poco más de una hora me ha llevado llegar hasta donde me esperaba el cariño y la amistad con diferentes rostros y diferentes nombres.
Al pisar Barcelona recordé súbitamente mis dos últimos viajes a la ciudad condal: el primero pletórico de energías y con la muchacha de sonrisa más hermosa que haya visto nunca y el segundo buscando el abrazo y el cariño de una buena amiga que vive allí para tratar de superar uno de los desengaños amorosos que más me han dolido.
Esta vez quería superar otras muchas cosas y esta buena amiga me esperaba de nuevo para darme su calor.
Junto a ella me he trasladado a otra localidad de la costa catalana donde por avatares residen otros muy buenos amigos que lo son desde hace ya un porrón de años. Me hago mayor, manejo cifras demasiado grandes.
Al llegar allí con Begoña y encontrar a Noe y a Campu recuperé un ejército de buenos recuerdos de forma tan brutal que casi perdí el equilibrio.
Cerré el círculo al ver a otra buena amiga a quien la vida ha llevado también a residir en esa zona.
Ver a Carmen ha sido maravilloso puesto que como compartí grandes experiencias con ella en Italia, no sabía muy bien que hacer con tantos recuerdos que me llegaban por todas partes.
Quizás una de las cosas de las que más he disfrutado ha sido conocer a la pequeña Adriana, sobrina de mi amiga Noe que estaba allí con sus padres y que con tan solo un añito me ha dado una verdadera lección de vida.
Adriana ha comenzado a dar sus primeros pasos mientras yo estaba con ellos. Sin miedo ninguno, siempre sonriendo y mirando fijamente a la vida.
Tantas ganas de vivir en un cuerpecito tan pequeño y tanta alegría para derrochar constantemente, han sido un bálsamo, como abrazar a mis amigos y compartir con ellos mi primer baño en el mar desde que al rascar mi boleto me salió un "Sigue jugando".
Si a ese estado de felicidad le añado el que como dice la canción arriba colgada "Entre miles de recuerdos sobreviven los más bellos", no podéis ni imaginar la de sensaciones que me han sacudido estos días.
He recuperado recuerdos espectaculares que no se donde coño los almacenaba mi disco duro después de ese reseteo salvaje al que me he visto sometido pero me da igual, porque no se han ido del todo.
No sé donde podrán estar algunas carpetas de archivos pero sé que no se han eliminado y ya irán volviendo todas.
Este viaje me ha venido fenomenal y no solo para desconectar un poco de mi rutina diaria, si no para enfrentarme con algunos miedos absurdos, para disfrutar de la mirada franca y sincera de mis amigos y para demostrarme que si se quiere, claro que se puede.
Soy un tipo de 41 años con toda la vida por delante y aunque siempre echaré de menos a algunas personas me consta que soy el hombre más rico del mundo, porque tengo muchos y muy buenos amigos.
A veces me pregunto que he hecho bien para recibir tanto cariño y aunque no termino de dar con la respuesta me quedo con el premio.
Que ciego he estado tantos años al no ser capaz de ver la suerte que tenía.
Creo que en el lugar del accidente junto a la Vespa destrozada se quedaron mi bastón y mi perro lazarillo.
Me paso el día con las gafas de sol puestas ya que el brillo de tantas personas no deja de deslumbrarme.