
Era el tercer cadáver en menos de una semana.
Dos hombres y una mujer, todos españoles, caucásicos y de edades comprendidas entre los veinticuatro y los cuarenta y dos años.
El único nexo común: los tres fallecidos trabajaban como controladores de la zona horaria en la capital castellano leonesa.
Aunque los tres cuerpos aparecieron en lugares diferentes y se presuponían tres métodos distintos para acabar con su vida, a saber: diversas heridas de arma blanca en el primer caso, agresión con un objeto contundente, un bate de béisbol quizás, en el segundo y asfixia, estrangulamiento más bien, en el tercero, el inspector Gutiérrez acababa de corroborar su teoría, al encontrar por tercera vez, el resguardo de una multa de "la hora" en el interior de la cavidad bucal de la última víctima.
En todas las ocasiones, el asesino se ensañó a conciencia con los controladores de la zona azul, aunque fue lo suficientemente precavido como para eliminar huellas y otras pruebas circunstanciales de los cuerpos.
La ciudad respiraba miedo y los controladores horarios habían iniciado una huelga que se preveía fuera a durar al menos, hasta que los cuerpos de seguridad del estado dieran con la identidad del criminal.
Sin embargo, entre los ciudadanos que se afanan por encontrar estacionamiento en el centro de la ciudad, se podían descubrir caras alegres, sonrisas cómplices y porque no decirlo, cierta complicidad con el asesino, una especie de simpatía que poco a poco se iba extendiendo por la población vallisoletana, que con está tercera víctima veía de alguna forma como se hacían realidad muchos oscuros deseos.
Era el caso de su vida.
Al inspector Gutiérrez le quedaba apenas un año para prejubilarse y desde luego hacerlo con una mención especial y el reconocimiento de las fuerzas vivas de la ciudad, sería un colofón de lujo para su expediente digamos "aceptable", por denominarlo de alguna manera.
Las llaves de la ciudad y quizás convertirse en asesor de seguridad de Javier León De la riva, podrían permitirle unos cuantos años más de ingresos decentes, ya que la jubilación de un policia, apenas alcanza para pagar la hipoteca y una escapadita a Benidorn en los meses estivales.
Mientras estaba inmerso en estas cavilaciones, se percató de algo que atrajo poderosamente su atención: la corpulencia del cadáver.
Era una mujer realmente grande, a ojo calculó un metro ochenta de estatura y unos doscientos kilos de peso.Quien quiera que hubiera estrangulado a aquella mujer debería ser especialmente fuerte.
Dos uñas rotas y un zapato caído junto al cuerpo daban a entender claramente que la víctima había ofrecido resistencia.
Gutiérrez trató de recrear en su imaginación el momento del crimen. El hecho de que apenas a veinte metros se encontrara una discoteca bastante frecuentada, obligaba a que el crimen hubiera sido cometido de forma rápida, de lo contrario cualquier cliente de los muchos que suelen frecuentar ese establecimiento los fines de semana, sin duda habría presenciado el altercado. Y ayer fue sábado.
Según el estudio preliminar, la mujer llevaba muerta menos de ocho horas, es decir: el crimen se debió cometer entre las dos y las tres de la madrugada.
Tenia que haber algún testigo, por fuerza, era imposible que nadie se hubiera percatado de aquello.
Se interrogó a los porteros de la discoteca y a muchos de los clientes habituales, pero fue absolutamente inútil.
En sus declaraciones, todos los interrogados declararon encontrarse dentro del local en la franja horaria en la que se cometió el asesinato.
Muy difícil de creer, ya que es un local angosto y con muy mala extracción, que acumula varias denuncias por incumplimiento reiterativo de las medidas municipales de seguridad.
Había algo en todo aquello que no terminaba de encajar.
Cuatro días después, un controlador horario apareció ahorcado colgando del pendón de la estatua del Conde Ansurez, fundador de la ciudad, que se encuentra instalada en pleno centro de la paza mayor, junto al ayuntamiento.
Alguien clavó con una estaca en el pecho del joven muerto un letrero de cartón con un funesto mensaje: "se acerca el día del juicio, arrepentios pecadores".
Según el dictamen del forense, el cuerpo fue colocado en aquella posición alrededor de las veintidós horas, y aquello era inaudito, puesto que un jueves a aquella hora y en plena semana internacional de cine de Valladolid, era imposible que nadie hubiese visto u oído nada.
A partir de aquel momento, los pocos controladores horarios que se habían incorporado a su puesto para cubrir los servicios mínimos, comenzaron a recibir anónimos donde se les amenazaba de muerte, si persistían en llevar a cabo su trabajo.
De igual manera, en pocos días las amenazas se extendieron a los trabajadores de los parkings privados de la ciudad e incluso algunos policías municipales, conocidos por su "exceso de celo" en las sanciones de tráfico, fueron también amenazados.
Los parquímetros amanecían quemados o arrancados de sus bases y todas las barreras de los parkings de la ciudad desaparecieron misteriosamente.
Aunque el polémico y poco acertado alcalde de la ciudad, relevó de la investigación a Gutiérrez, e hizo traer investigadores de todos los rincones del planeta, jamás se descubrió al autor o autores de los crímenes.
Gutiérrez cobra una pensión de setecientos cincuenta euros y en alguna ocasión, se le ha escuchado comentar delante de un chato de vino, a viva voz y para el que le quiera oir, que aquellos horribles crímenes de los últimos meses de dos mil diez, los cometió "Fuente Ovejuna".
Lo cierto es que hoy Valladolid, es de las pocas provincias españolas donde se ha erradicado por completo la plaga de la zona azul, las sanciones por infracciones de tráfico han disminuido en casi un noventa por ciento y los aparcamientos que en otra hora fueron privados, están abiertos a quien los quiera utilizar, de forma completamente gratuita.
Es cierto que ha aumentado el paro, pues más de cien mil controladores de la zona horaria han pasado a formar parte de las listas del Inem.
¿No es maravilloso?